viernes, 16 de noviembre de 2018

La efigie del Coloso de Rodas en la beatificación de Juan de Ribera (1796)


Todo debió de parecerles poco al gremio de especieros valencianos cuando proyectaron nada menos que una alegoría del coloso de Rodas, considerada como una de las siete maravillas de la antigüedad, para presidir la plaza del Mercado con motivo de las fiestas por la declaración como beato a Juan de Ribera. Este coloso fue concebido a modo de arco de triunfo por donde debería pasar la procesión conmemorativa del resto de los gremios y de las autoridades.

A raíz de los testimonios gráficos conservados no parece que fuera infrecuente la erección de estatuas colosales efímeras para celebrar entradas triunfales de reyes o autoridades o para contextualizar fiestas públicas.

La alucinante estampa, que trataba de equiparar la beatificación de Juan de Ribera con la destruida estatua del Coloso de Rodas a causa de un terremoto en el siglo III a.C., provocó un gran revuelo entre la población valenciana, que no llegó a entender bien las efectistas proyecciones del gremio de especieros, como más adelante veremos.



Con el motivo de la beatificación del patriarca Juan de Ribera (noviembre de 1796), y tras emplazarse las fiestas para agosto del año siguiente y que diera tiempo a los gremios para prepararlas, se erigió en la plaza del Mercado un monumental gigante de cartón encaramado sobre dos peñascos formando un arco de triunfo. La figura medía 40 palmos (aproximadamente 9 metros de altura) apoyando sus pies en dos rocas de 30 palmos (aproximadamente 6,5 metros). La figura trataba de imitar la desaparecida figura del Coloso llevando en su mano derecha un pebetero llameante y en la izquierda un carcaj con flechas con símbolos eucarísticos. Sobre su cabeza aparecen los rayos solares como alegoría del dios de la luz. El motivo de tamaña representación era igualar y comparar al nuevo beato Ribera con el famoso Coloso de la antigüedad. La costumbre de confeccionar tramoyas, arcos triunfales, y todo tipo de artefactos e ingenios mecánicos que eran activados al paso de la procesión, servían para resaltar su carácter escenográfico, escenografía que ha acompañado desde entonces a las celebraciones festivas del pueblo valenciano.

Adjunto la portada de otra estampa con el mismo motivo del Coloso de Rodas, si bien con otras características más simples.



Las procesiones de los diferentes gremios iban acompañadas en algunos casos con niños subidos en los carros decorados mientras iban arrojando dulces y chocolates a los presentes y recitando alabanzas al nuevo beato, como se recoge en esta curiosa orla distribuida por el gremio de perayres o tejedores de lana, a las que habría que sumar las compuestas para la ocasión por el gremio de esparteros y alpargateros, chocolateros, etc.


El beato Juan de Ribera

Grabado de Fernando Selma (1752-1810)

Juan de Ribera (1532-1611), nacido en Sevilla, consiguió un notable prestigio y grandes prerrogativas a lo largo de su vida religiosa, alcanzando el obispado de Badajoz a los treinta años. Posteriormente, fue nombrado Arzobispo de Valencia y Patriarca de Antioquía, así como Virrey y Capitán General del reino de Valencia en tiempos de Felipe III, llegando a ser su consejero y desempeñando impropiamente cargos civiles y religiosos a un tiempo. Una de sus principales aportaciones, al margen de sus numerosos escritos, fue la fundación del Real Colegio Seminario de Corpus Christi, conocido como «El Patriarca», junto a otros conventos.

Ciento sesenta y cuatro años más tarde de su beatificación en 1796, tuvo lugar su canonización en la Basílica de San Pedro en el transcurso de una misa solemne presidida por el papa Juan XXIII el día 12 de junio de 1960. Asistieron a ella centenares de peregrinos valencianos que acudieron a Roma junto a una misión española presidida por el ministro de la gobernación. El Papa dispuso también, en la misma ceremonia, que la fecha litúrgica del que fuera arzobispo de Valencia y ahora santo se celebrase todos los años el 14 de enero.

Ribera y la expulsión de los moriscos

A pesar de que algunos estudiosos han tratado de eximir su responsabilidad en cuanto a la de ser proclive a la expulsión de los moriscos, ha pasado a la leyenda negra de la historia como el «obispo antimorisco».

Ribera es un claro ejemplo de religioso defensor tridentino, pues se dedicó firmemente a luchar contra el protestantismo y a tratar de salvaguardar los principios dogmáticos del catolicismo tridentino. Como es bien sabido, el concilio de Trento (1545-1563) representa la reacción de la iglesia contra la Reforma protestante, lo que supuso la consolidación dogmática del catolicismo y una seria reforma de la educación y de la labor pastoral del clero. A pesar de que en un primer momento el arzobispo creyó que los moriscos eran «asimilables» y que había que intentar su conversión, a medida que transcurrió el tiempo, fue decantándose por la expulsión, si no como un firme defensor, sí como un mal menor para la salvaguarda de la fe y de la corona. La expulsión de los moriscos valencianos tuvo lugar en el año 1609 por orden de Felipe III.

Ribera emprendió, en una primera fase, una campaña de evangelización de los moriscos, pero a la vista de que no se conseguían los resultados esperados, poco a poco se fue decantando por la solución de expulsarlos.

La expulsión de los moriscos, que se prolongó desde abril de 1609 hasta octubre de 1616 constituye uno de los capítulos más negros de la historia de España. La decisión no unánime, pero sí mayoritaria de la iglesia, fue la de justificar su expulsión por la creencia de que su bautismo forzoso no fue aparejada con una conversión sincera, perviviendo entre ellos el islamismo y sus costumbres, ya que no se pudo conseguir su conversión real como auténticos cristianos.

En Valencia, donde se encontraba el mayor número de moriscos (en torno a 150.000), se calcula que entre septiembre de 1609 y enero de 1610 salieron algo más de 117.000 mil, aproximadamente la tercera parte de la población del Reino de Valencia, lo que condujo a una importante pérdida de población y de mano de obra especializada, también de la agricultura, base de gran importancia en la economía.

Donde por primera vez se hizo efectivo el decreto de expulsión fue en Valencia y en los puertos de las poblaciones colindantes desde donde se deportaron el mayor número de ellos.

Existe una serie pictórica de siete lienzos, realizados entre 1612 y 1613, titulada precisamente «Expulsión de los moriscos del reino de Valencia» que encargó el mismísimo Felipe III para recoger testimonialmente su ignominioso decreto, del que reproduzco el relativo al embarque en el puerto del Grao valenciano.

Pere Oromig - Embarque de los moriscos expulsados en el Grao valenciano (1616)

Reacciones contrarias a la efigie del Coloso de Rodas

La extrañeza por la interpretación alegórica y la equiparación del coloso con un beato, pese a los esfuerzos de los patrocinadores del gremio de especieros y a la profusión de noticias laudatorias del Diario de Valencia o las composiciones recogidas en el anverso de la difundida estampa, no fueron entendidas por gran parte de la población, como tampoco los abundantes gastos originados por su puesta en escena.

Como ejemplo de ello, reproduzco algunas de las críticas recogidas en varios impresos.





El siguiente documento, titulado «Naiximent, vida, testament y mort del Gran Coloso de Rodas», podemos considerarlo a modo de parodia disparatada y de testamento burlesco, al igual que los conocidos testamentos de animales o de personajes ficticios y su relación con el mundo carnavalesco, a los que he dedicado anteriores entradas bajo la etiqueta de «Testamentos en pliegos de cordel».



Reproduzco a continuación un curioso pliego, impreso por la viuda del conocido impresor Agustín Laborda, donde se critican igualmente los fastos conmemorativos de la famosa beatificación.





Selección iconográfica de Juan de Ribera y del Coloso de Rodas


Giuseppe Cades - Predicación del arzobispo Juan de Ribera a los moriscos (1796)

F. Domingo_Marques -Los moriscos valencianos pidiendo protección al beato Juan de Ribera




©Antonio Lorenzo

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