sábado, 20 de julio de 2013

Cogida y muerte del torero Pepe-Hillo


En el laberinto temático de los pliegos de cordel no podían faltar las referencias a la lidia y a la muerte de toreros famosos, tan del gusto popular. Traigo en este caso un pliego que narra y lamenta la muerte en la plaza de toros de Madrid, en 1801, del célebre torero sevillano José Delgado «Pepe-Hillo».

Caro Baroja, con su sagacidad acostumbrada, comenta en su imprescindible y seminal «Ensayo sobre la literatura de cordel» (Revista de Occidente, 1969, pág. 223):

«[…] Así también el torero como tal y por muy plebeyo que sea su origen, es heredero del prestigio de héroes antiguos, los cuales siempre aparecen en los romances como grandes matadores, aunque sea de a caballo. El Cid, se dice que fue el primero que los alanceó. Bernardo del Carpio, héroe fingido y no menos popular que el Cid, también fue gran torero, según los romances que a él se dedican. Y, entre los moros, Muza y Gazul, símbolos de la galantería caballeresca».

José Delgado Guerra nació en Sevilla el 14 de marzo de 1754. Fueron sus padres Juan Antonio Delgado y Agustina Guerra, tratantes en aceites y vinos del Aljarafe (condado de Niebla). Fue bautizado en la iglesia del Salvador el día 17 del citado mes y año, figurando como padrinos José de Misas y su mujer Juana Rodríguez.

Apenas se conocen los comienzos de José Delgado en el toreo. La primera vez que en relaciones de diestros vemos el nombre de este matador es en la corrida madrileña de 1769, actuando como banderillero para los espadas Juan Romero y Miguel Gálvez.

En 1777, en la plaza de Cádiz, tiene lugar el encuentro de Pepe Hillo con Pedro Romero, de donde nació una encarnizada competencia entre ambos. Se trata, en definitiva, de diferentes formas de entender el toreo: si Pedro Romero representa, a decir de los entendidos, las formas más clásicas del toreo de la Escuela de Ronda, Pepe-Hillo sería el ejemplo de la Escuela sevillana, más florida y vistosa, de toreo fácil, frente al quehacer reposado, desnudo de adornos y fundamental del de Ronda.

Cartel anunciador de 1780 en El Puerto de Santa María

El escritor Manuel Chaves Rey (1870-1914) comenta sobre la forma de torear del sevillano:
«Pepe-Illo en cambio (está comparando el toreo de Pepe-Illo con el de Pedro Romero) siempre estaba en movimiento durante la lidia: no dejaba de practicar ninguna suerte: por conseguir un aplauso llegaba a la temeridad; cuanto hacía otro, intentaba él ejecutarlo sin estudio previo ni cálculo de facultades: a cada toro daba distinta brega, alegraba la plaza con sus jugueteos y arriesgadas habilidades, y como poseía un valor invencible y una voluntad de hierro, a pesar de las graves heridas que le causaron los toros, cada vez que salía al circo apenas restablecido se le veía con mayor ceguedad y desprecio de la existencia pegarse a la fiera y con más brío olvidar una nueva cogida».


Reproduzco el pliego, editado en Córdoba en la imprenta de Don Luis de Ramos y Coria, sin año.





Del blog http://gestauro.blogspot.com.es/ copio la pormenorizada narración de la cogida y muerte de Pepe-Hillo:
«Se había programado en Madrid, para el día 11 de mayo de 1801, la 3ª corrida completa de 16 toros, 8 por la mañana y otros 8 por la tarde. Los diestros eran José Romero (de Ronda), José Delgado (Pepe-Hillo) y Antonio de los Santos. Dos de esos toros eran de la ganadería de D. José Gabriel Rodríguez Sanjuán, de Peñaranda de Bracamonte y de estirpe castellana. Uno de ellos era Barbudo, que fue lidiado en 7º lugar, por la tarde. La víspera de la corrida, los toros estaban en la vaguada del Arroyo de Abroñigal, esperando ser llevados en la madrugada siguiente a los corrales de la plaza de la Puerta de Alcalá. Pepe-Hillo, que siempre había desconfiado de los toros castellanos, acudió a verlos a caballo. Uno de esos toros se acercó a él y entonces, dirigiéndose al mayoral, le dijo: «Tío Castuera, ese toro para mí». Tristemente era Barbudo, negro zaíno, que le iba a quitar la vida, unas horas más tarde. Según el testimonio del escritor Don José de la Tixera, autor del texto de la "Tauromaquia o arte de torear", dictado por Pepe-Hillo, Barbudo sólo tomó 3 ó 4 varas huyendo, mostrando su condición de manso. Más tarde, en banderillas, Antonio de los Santos le pareó y luego aún hubo 3 pares más de los banderilleros Joaquín Díaz y Manuel Jaramillo. Pepe-Hillo, de azul y plata, le dio dos naturales y uno de pecho. Entró a matar, muy cerca del toril, metió media estocada muy superficial y contraria, haciendo el toro por él y le alcanzó en el muslo izquierdo, le corneó en el estómago, campaneándolo horriblemente de pitón a pitón durante varios segundos. El picador Juan López, sin caballo y solo con la vara, intentó hacerle el quite pero fue inútil. Pepe-Hillo murió en la enfermería 15 minutos después. José Romero mató luego al toro de 2 estocadas. Pepe-Hillo fue enterrado dos días después, tras una procesión popular por las calles de Madrid, en la iglesia de San Ginés, donde aún reposan sus restos. Durante mucho tiempo se guardó luto en Madrid y se suspendieron las corridas de toros».
Aparte de su fama de torero valeroso y artista, a Pepe-Hillo se le conoce también por ser el inspirador de un tratado publicado en Cádiz en el año 1796 titulado «La Tauromaquia o arte de torear. Obra utilísima para los toreros de profesión, para los aficionados y toda clase de sujetos que gusten de toros». Si bien no es la primera obra donde se recogen y se desarrollan las artes del toreo a pie, sí es la que más renombre ha alcanzado entre los aficionados.

Adjunto la portada de la primera edición junto a la que procede de mi biblioteca particular.


Primera edición en Cádiz de 1796
Portada de la edición de 1894


















Índice de la obra
Aunque el torero era prácticamente analfabeto y apenas sabía escribir su nombre, nadie dudó de que había sido el inspirador del tratado y que él lo había dictado. Los expertos atribuyen la autoría material del libro a un extraordinario aficionado y muy amigo suyo: José de la Tixera.


Pepe-Hillo en la pintura


La vida y muerte de Pepe-Hillo ha sido fuente de inspiración de pintores como Goya o Picasso. Adjunto de Goya un precioso y pequeño cuadro titulado «Lance de capa en un encierro».


La pintura representa una escena previa a la corrida, cuando se encerraban los astados en los toriles desde la arena de la plaza, al igual que ahora sigue sucediendo en Pamplona durante los sanfermines. La piara de toros colorados es guiada por un picador, un subalterno con la guindaleta -o lazo- y un capeador, que ejecuta un lance de capa por detrás en el primer plano de la composición. Por la riqueza de su atuendo, aquí la está realizando un matador. Dado que Pepe-Hillo", afirmó categóricamente en su célebre "Tauromaquia o Arte de Torear" que está suerte la había inventado él, es posible que Goya haya querido retratar en esta pintura al famoso torero sevillano en acción.

Muerte de Pepe-Hillo por Goya

Aguatinta de Picasso ilustrando "El arte de torear", de Pepe-Hillo

Ilustración de la revista semanal "La lidia". Pepe-Hillo salva al picador Ortega


Pepe-Hillo en el cine y en la zarzuela

La enorme fama que alcanzó el torero, no sólo entre las clases populares y humildes sino también entre las clases acomodadas, así como su truculenta muerte en la plaza, fue una motivación comercial que no se podía desaprovechar. De ahí que surgieran películas y argumentos para trasladarlos a la partitura.


La primera película que se conoce sobre Pepe-Hillo data de 1929 y estuvo precedida por una gran expectación, como lo corrobora el periódico ABC del 12 de octubre de 1928 donde se anunciaba su inminente estreno y la calificaba como soberbia producción nacional y no dudaba en añadir: «en Pepe-Hillo se ha conseguido por primera vez en España una técnica y fotografía tan novísima que no solamente iguala, sino que superan a las de producciones extranjeras».

La película muda, de la que reproduzco dos secuencias, estaba protagonizada por María Caballé.

Posterior es la película «La maja del capote», dirigida por Fernando Delgado en 1943, centrada en los amores del torero Pepe-Hillo y la maja Mari Blanca. Reproduzco el cartel anunciador y las letras de las canciones interpretadas por Estrellita Castro y editadas en una célebre imprenta madrileña dedicada también, en su postrimería en pleno siglo XX, a la edición de pliegos de cordel.





La fama del torero también se halla representada en la zarzuela «Pan y toros», con música de Francisco Asenjo Barbieri y libreto de José Picón, estrenada en diciembre de 1864 en el teatro de la Zarzuela de Madrid. En uno de sus números musicales del primer acto intervienen como personajes Pepe-Hillo, con el registro vocal de bajo-barítono y los toreros José Costillares, como tenor, y Pedro Romero como tenor cómico.


Posterior a esta célebre zarzuela es la estrenada en el teatro de los Bufos Ardarius en 1870 (teatro Variedades), con versos de R. Puente y Brañas y música de Guillermo Cereceda, de la que reproduzco la portada del libreto de la segunda edición de 1873.


Para acabar este breve resumen reproduzco los versos que dedicó al torero  el poeta y ganadero Fernando Villalón (1881-1930).


Joseph-Hillo, Joseph-Hillo,
el de la peineta grana,
que a marquesas enamoras
y en los cosos toros matas.
Joseph-Hillo, Joseph-Hillo,
no vayas hoy a la plaza,
ni en la calesa te subas
ni te relíes en la capa
que alfombra fue del chapín
de la Duquesa de Alba...

Y estas airosas seguidillas toreras de José Bergamín (1895-1983).

El arte del toreo
fue maravilla
porque lo hicieron juntos
Ronda y Sevilla.

Unieron dos verdades
en una sola
con Illo y con Romero
Sevilla y Ronda.

De Sevilla era el aire
de Ronda el fuego:
y los dos se juntaron
en el toreo.

Y como se juntaron
los dos rivales
no habrá nada en el mundo
que los separe...


Antonio Lorenzo


domingo, 14 de julio de 2013

Testamento del bastardo Juan José de Austria


Juan José de Austria (1629-1679), hijo natural de Felipe IV y de la actriz cómica María Inés Calderón “La Calderona”, es uno de los personajes más fascinantes de la historia moderna española. Reconocido por su padre en 1642, perdió el favor de la corte a raíz de sus derrotas en Flandes y Portugal, pero finalmente, tras una vida de altibajos, llegó incluso a ejercer el cargo de primer ministro durante la regencia de su hermanastro Carlos II.

Son tres los reyes que llenan el siglo XVII español: Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1665-1700). Algunos autores consideran a Juan José de Austria como el último de los validos de la monarquía española y otros como el antecedente de un primer ministro.


María Inés Calderón 'La Calderona'
Juan José de Austria fue el fruto de una de las numerosas aventuras amorosas y correrías amatorias de Felipe IV y que eran conocidas por su primera esposa Isabel de Borbón. Uno de los romances más comentados fue el que sostuvo con María Inés Calderón, fruto de los cuales fue el nacimiento de Juan José. Conocida también por “Marizápalos”, dio a luz a Juan José en la calle Leganitos de Madrid y en el registro bautismal se anotó que era “hijo de la tierra”, una de las formas de inscribir a los bautizados cuyos padres no se conocían. El recién nacido fue primeramente trasladado a León para alejarle de la corte y posteriormente a Ocaña.

Una rapidísimo recorrido por su biografía es el siguiente: con apenas 18 años estuvo al mando de la flota enviada para sofocar la revuelta de Nápoles (1647-51). Intervino en el sitio de Barcelona de 1652 que puso fin a la larga guerra de la Corona contra la rebelión de Cataluña, donde fue nombrado virrey (1653-56). También fue nombrado virrey de Flandes (1656-59). Felipe IV le encomendó el mando del ejército para recuperar el control de Portugal (1661-64), tarea en la que fracasó.

Tras la muerte de su padre en 1665 quedó como regente su segunda mujer, Mariana de Austria. Juan José contaba entonces con 36 años y su hermanastro y heredero al trono, Carlos, con tan sólo cuatro.

Es conocida su animadversión a la viuda y madrastra Mariana de Austria y a su valido y confesor el jesuita austriaco Nithard. En 1668 fue desterrado al descubrirse su implicación en un complot contra Nithard; antes de ser detenido, huyó a Cataluña y se puso al frente de una fuerza armada, con la que marchó hacia Madrid, forzando la caída de Nithard (1669).

Tras la caída posterior de Valenzuela (nuevo valido de Mariana de Austria) regresó a Madrid, y apoyado por los militares y los grandes de España, dirigió el gobierno de la monarquía de su hermanastro Carlos II hasta su muerte.








Testamento de Juan José de Austria


Según escribe José Calvo Poyato en la biografía que ha dedicado al personaje (Juan José de Austria. Un bastardo regio, Barcelona, Plaza&Janés, 2002).

 “Cuando don Juan expiraba, Carlos II se divertía viendo unos fuegos de artificio que estaban quemándose en la plaza de palacio. Allí le llegó la noticia del fallecimiento de su hermano. Parece ser que no le afectó. Ni siquiera se tomó la molestia de visitar el cadáver, limitándose a disponer que se diese sepultura a su cuerpo embalsamado en el panteón real de El Escorial, si bien antes del entierro sus restos mortales quedarían expuestos al público durante tres días en el Alcázar Real, mientras se decían gran cantidad de misas por la salvación de su alma.
  Por expreso deseo de don Juan, su corazón fue llevado a la basílica del Pilar de Zaragoza, para que quedase a los pies de aquella imagen por la que el difunto había tenido especial veneración. Para su entierro fue amortajado con su hábito y las insignias propias de su rango como gran prior de la orden de San Juan. El día 20 se efectuó el traslado de su cadáver para ser enterrado. Mientras que por los tortuosos caminos de la sierra madrileña era conducido el cadáver de don Juan para quedar sepultado en el panteón, Carlos II se dirigía a Toledo para reunirse con su madre; iba acompañado por un gentío del que formaban parte muchos de los desterrados por orden de don Juan que, advertidos de su muerte, habían regresado a toda prisa a Madrid.
 No hubo grandes manifestaciones de duelo por su óbito. Desvanecidas las expectativas que su ascenso al poder había alumbrado, el pueblo de Madrid, de quien había sido un ídolo, estaba al igual que su rey, más pendiente de los festejos y celebraciones que con motivo de la boda real ya habían comenzado”.
Grabado de Joannes Blavet (1675)

Continuando con lo escrito por su biógrafo Calvo Poyato:

“En su testamento, que estaba fechado en Madrid el 7 de septiembre, dejaba expuestas sus últimas voluntades respecto de los escasos bienes y pertenencias que tenía. A diferencia de otros validos que habían aprovechado su tiempo de privanza para acumular grandes fortunas, don Juan nunca mostró interés por el dinero ni por los bienes materiales, salvo si le permitían obtener un determinado fin. Siempre reclamó recursos suficientes para atender las necesidades de los cargos que ocupó y se quejó amargamente cuando no dispuso de los medios que consideraba necesarios para cumplir las misiones que se le encomendaron a lo largo de su vida. Después de hacer la profesión de fe habitual en todos los testamentos y de manifestar sus preferencias sobre determinadas advocaciones y santos, nombraba como heredero universal de sus pertenencias a su hermano el rey, rogándole que de entre sus joyas escogiese una para entregársela a doña Mariana de Austria. Todo un gesto cuyo significado es complicado de alcanzar a comprender, tratándose de su más mortal enemiga. Dejaba algunas imágenes y una cruz de plata para su hija, sor Margarita de la Cruz de Austria. Disponía que su ropa usada fuese entregada a sus ayudas de cámara, así como que el dinero que tenía debía destinarse a pagar a sus criados tres meses de salario y abonar los gastos del entierro y misas. Disponía luego que se abonasen las deudas que tenía contraídas hasta donde alcanzase, pagándose las mismas por orden de antigüedad. Habla mucho en su favor el que pidiese al rey, su hermano, en una de las cláusulas, que no abandonase a sus criados, solicitándole ayuda y trabajo para ellos”.
El documento es localizable en la Biblioteca Nacional de Madrid en el manuscrito 10.901 y su lectura parece más una confesión que un testamento donde trata de congraciarse con todos y exculparse de los errores cometidos.


Retrato de Juan José de Austria

La sátira política


Durante el reinado de Carlos II la profusión de la sátira es sorprendente. Tan sólo en la Biblioteca Nacional de Madrid es posible rastrear hasta un total de 91 manuscritos que contienen valiosas piezas de este género.

Como el tema se sale del propósito de este blog sólo publico, a modo de ejemplo, un par de muestras. La primera invectiva fue compuesta por el jesuita Juan Cortés Osorio contra don Juan en forma de décimas.


Un fraile y una corona,
un duque y un cartelista,
anduvieron en la lista
de la bella Calderona.
Parió, y alguno blasona
que, de cuantos han entrado
en la danza, ha averiguado
quien llevó la prez del baile,
pero yo aténgome al fraile,
y quiero perder doblado.
De tan santa cofradía
procedió un hijo fatal,
y tocó al más principal
la pensión de la obra pía.
Claro está que les diría
lo que quisiere su madre,
pero no habrá a quien no cuadre
una razón que se ofrece:
mírese a quien se parece,
porque aquel será su padre.
Sólo tiene una señal
de nuestro Rey soberano:
que en nada pone la mano
que no le suceda mal:
acá perdió Portugal,
en las Dunas la arrogancia,
dio tantos triunfos a Francia
que es cosa de admiración
quedar tanta perdición
en un hijo de ganancia.
Bien sé que en Puerto Longón,
Nápoles y Barcelona
hacia con su persona
gentil representación.
Por ajena dirección
obro bien cuando más tierno,
pero en tomando el gobierno
salió tan desatinado que,
como hijo del pecado,
dio con todo en el infierno.


Como contrapeso, publico una invectiva anónima de los partidarios de Juan José contra el poderoso Padre Nithard.


Atiéndame su Insolencia,
dígame padre Everardo
¿si quema la Inquisición
como a él no le ha quemado? (...)
Sin duda que de Alemania
trajo peste a nuestro barrio,
pues desde que en él está
estamos acá purgando. (...)
Todo lo hace religión
y todo lo ha reformado
pues ya ha llegado a ser celda
lo que antes era palacio.
Téngalo basta que le veamos
de nuestra reina privado.



Antonio Lorenzo



domingo, 7 de julio de 2013

El pronunciamiento fallido de Villacampa

Retrato de Villacampa en la revista "La Ilustración Española y Americana" (1889)

Toda la historia política del siglo XIX en España ha estado marcada por los numerosos «pronunciamientos y asonadas militares» que se fueron sucediendo durante toda la centuria.

Uno de ellos, y tal vez de los menos conocidos por su estrepitoso fracaso, fue el protagonizado por el brigadier (cargo militar que hoy correspondería al de general de brigada) Manuel Villacampa, en septiembre de 1886, que es el que motiva la publicación del pliego que presentamos.

Manuel Villacampa (Betanzos, 1827-Melilla, 1889) fue un militar español que fue separado del ejército en 1877 por sus ideas republicanas, aunque fue de nuevo admitido en 1882. Estuvo implicado en la conspiración que organizó el que fuera ministro y jefe de gobierno Ruiz Zorrilla en su intento de restaurar la república.

Para situar en su contexto esta sublevación conviene recordar algunos hechos: un año antes de la fallida sublevación de Villacampa fallecía Alfonso XII, dejando a su esposa María Cristina de Habsburgo, que se encontraba embarazada del futuro Alfonso XIII, como regente. Alfonso nació como rey el 17 de mayo del mismo año del pronunciamiento de Villacampa que se produciría unos meses más tarde.

La estrategia conspiradora de Ruiz Zorrilla a manos de Villacampa para restituir la república consistía en conseguir que varios grupos de militares se levantasen en armas en diversos puntos de la península, esquema típico del pronunciamiento español, sin apenas derramamiento de sangre, a semejanza del pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto que dio origen a la Restauración.

Adjunto un enlace donde se puede ver en una cronología histórica un resumen de los motines, pronunciamientos, conjuras, sublevaciones, rebeliones y golpes de estado acaecidos durante los siglos XIX y XX.


Parece ser que Villacampa adelantó por su cuenta el pronunciamiento al 19 de septiembre (a Ruiz Zorrilla le dijeron que sería el 22). Reunió en una sastrería de la madrileña calle de Preciados a varios militares y a algunos civiles para proponerles las diez de la noche como hora y el cuartel de los Docks, en Atocha, como punto de reunión. A la hora convenida, los comprometidos de Villacampa recorrieron de punta a punta Madrid gritando: "¡Viva la República!". Uno de los involucrados confesaba años después que solo les siguió "una turba de chiquillos" que tomó el golpe como una chanza.

Abortada la sublevación, Villacampa fue sometido a un sumarísimo consejo de guerra y condenado a muerte. Sin embargo, el gobierno de Sagasta le concedió el indulto que fue ratificado por la regente María Cristina. Ya indultado fue confinado en un primer momento a la isla de Fernando Poo (hoy Bioko) hasta su traslado a la ciudad de Melilla el 15 de febrero de 1887, permaneciendo allí hasta su muerte, que se produjo el 12 de febrero de 1889.

El indulto a Villacampa por María Cristina se presentó ante el pueblo como acto de misericordia de la reina. De hecho, el periódico republicano «El Liberal» publicó en el número del día 6 de octubre de 1886 un artículo titulado La corona de la piedad, en el que se leían párrafos como los siguientes:
«En estos momentos la opinión pública, unánime y henchida de entusiasmo, se acerca a las gradas del trono con el ramo de oliva, que representa la paz, y con la aclamación más espontánea de que puede existir memoria, para colocar sobre la frente de la Reina Regente de España, Mª Cristina, la mejor de todas las coronas: la corona de la piedad».
Esta exaltación de la generosidad de la soberana es la que convenía a los partidos filomonárquicos para despertar las simpatías hacia su persona.






El pliego, en su conjunto, se lamenta de la situación de general ignorancia del pueblo haciéndose eco de los abusos de poder y promesas incumplidas de los poderosos y de las influencias para obtener mejores condiciones de vida y de trabajo.

No deja de ser curiosa la mención en el pliego a la pérdida de las islas Carolinas, descubiertas por Fernando Magallanes en 1521 en su búsqueda de especias, y que pasaron a manos de los alemanes por compra de 25 millones de pesetas. El valor estratégico de las islas venía dado por ser escala habitual de las rutas que cruzaban el Pacífico. El conflicto se zanjó a la postre con la venta de parte del archipiélago a los alemanes en 1899 coincidiendo con la guerra hispano-norteamericana y el desastre colonial. El dominio español sobre los archipiélagos de las Marianas, las Carolinas y Palaos, que se ejerció durante más de trescientos años, había llegado a su fin.

Pero el éxito del pliego no se basa, a mi juicio, en el desarrollo de los intereses políticos, ciertamente idealistas de progreso y libertad, que animaban a Villacampa y a su ideólogo Ruiz Zorrilla, sino a la focalización del mismo en la historia sentimental de su hija, que solicitó el indulto para su padre ante Sagasta y ante la propia regente. Es el sentimentalismo el eje sobre el que descansa el desarrollo del pliego, como se manifiesta en la mentira piadosa de su hija Emilia cuando le contesta a su padre en su agonía que la república por la que siempre luchó se ha instaurado.

A pesar de la indiferencia general con la que fue acogido el pronunciamiento de Villacampa no faltaron escritores de cierto renombre que aprovecharon la ocasión como argumento inspirador de alguna de sus obras. Es el caso de Marcos Zapata (1842-1914), que escribió una obra, inspirada en la sublevación del general, titulada «La piedad de una reina», obra de la que adjunto la portada.


La obra fue prohibida por orden gubernativa para ser representada y las primeras páginas reproducen la opinión de la prensa sobre la prohibición gubernativa, así como las sesiones del Congreso en las que esta se trató. Lo que subyace en la prohibición de la obra es que se aminoraba en ella la actuación de María Cristina al indultar a los sublevados de Villacampa. No obstante, la obra alcanzó cierto éxito y hasta se llegó a leer en el Ateneo de Madrid.

El «bonito tango»

Un aspecto que llama la atención es el porqué de titular el pliego como «bonito tango». Dado que no figura la fecha de edición del pliego, pero que es de suponer de finales del XIX, es posible que el término ya se refiera al auge que experimentó el llamado tango americano que, como sabemos, extendió su influencia muy rápidamente en España en la segunda mitad del siglo XIX.

Una noticia del auge del tango como canción, si bien no se corresponde exactamente a lo que ahora conocemos como el tango rioplatense, nos la ofrece Ramón Domínguez en su "Diccionario Nacional o Gran Diccionario Clásico de la Lengua Española" (1846-1847) donde en una de las acepciones sobre la entrada "tango" escribe:
Americanismo. Canción entremezclada con algunas palabras de la jerga que hablan los negros, la cual se ha hecho popular y de moda entre el vulgo en estos últimos tiempos
También lo define como:
"Colectivo de los mulatos rioplatenses, llegados a ambas orillas del gran estuario con el tráfico de esclavos".
Es decir, al margen de las especulaciones sobre el origen de la palabra los estudiosos del flamenco (en su versión más ortodoxa) consideran que en España ya se conocía el tango flamenco (con las características peculiares que se quiera) como predecesor del llamado tango americano y, desde luego, anterior al tango rioplatense tal y como hoy lo conocemos.

Contraria a esta opinión, Arcadio de Larrea y García Matos defienden el origen americanista de los tangos flamencos, llegando a afirmar: "El tango americano llegó a Cádiz proveniente de La Habana y aquí los gitanos se apoderaron de él aflamencándolo en un proceso ya conocido por repetido", aunque el eminente musicólogo argentino Carlos Vega sostiene el origen hispano del tango.

Sea como fuere, lo cierto es que las influencias entre el tango flamenco, el tango afro-cubano y el tango criollo rioplatense necesitan de una revisión tanto musicológica como literaria.


Antonio Lorenzo