martes, 18 de julio de 2017

Tangos de Cádiz que se cantan en el café de la Marina

José Alarcón Suárez - Café cantante (1850)
El pliego que reproduzco al final es prueba de la indisoluble relación de los cafés cantantes de Madrid con el flamenco en sus distintas variantes. Es sabido que este tipo de establecimientos contribuyeron enormemente a la difusión del flamenco entre un amplio sector de la población madrileña.

El pliego nos habla de unos Tangos de Cádiz que se cantan en el Café de La Marina. Creo conveniente efectuar unas consideraciones, tanto del que fuera un famoso café cantante como del género tango.

El café cantante era un establecimiento público donde se ofrecían sesiones de cante y baile flamencos (también de otros espectáculos) y donde los espectadores podían consumir bebidas. La sala contaba con un escenario de madera, llamado «tablao» donde se ejecutaban las actuaciones flamencas de baile y cante. Los cafés cantantes propiciaron una nueva estética, como la bata de cola, el mantón o el sombrero de ala ancha.

Josep Llovera (1846-1896) - Café cantante
El auge de los cafés cantantes puede situarse aproximadamente entre los años 1850 y 1920, dando paso posteriormente a otro tipo de espectáculos desarrollados en espacios escénicos mayores: teatros, plazas de toros, festivales al aire libre..., lo que coincide con la época de la llamada Ópera Flamenca.

El café cantante supuso la popularización del flamenco en entornos urbanos favoreciendo la profesionalización de los artistas y consolidando los diferentes palos y sus características. Madrid se configura en la historia del flamenco como un eje fundamental para su desarrollo. No en vano hay quien ha apuntado que Madrid es la tercera provincia andaluza del flamenco tras Sevilla y Cádiz

Sobre el tango (no confundir con el tango argentino, sino como patrón rítmico referido al flamenco y a todas sus variantes) hay divergencias entre los flamencólogos sobre su origen y evolución. Para los más "clásicos" los tangos son originarios de la península, encuadrados dentro de los cantes primigenios o básicos y de clara e indudable raigambre gitana.

Esta visión «nacionalista» se ha visto ensombrecida (y actualmente superada) por los excelentes y valiosos estudios que se han venido publicando de un tiempo a esta parte. Parece que ya existe un consenso generalizado en considerar el origen negro del ritmo, desarrollado en La Habana y trasladado posteriormente a la península, donde fue aflamencándose por los gitanos hasta convertirse en lo que se conoce como el tango flamenco en sus diversas variedades (tientos, tanguillos de Cádiz, farruca, garrotín, marianas, etc.). Hay que recordar que Cádiz fue durante siglos la puerta de entrada de músicas y danzas de América, desempeñando un papel vertebrador de los estilos llamados preflamencos.

El tango está documentado en España desde principios del siglo XVIII, aunque su patrón rítmico (que es el mismo, por cierto, que el que presenta la habanera) ha actuado como generador de una gran variedad de estilos flamencos y lo podemos encuadrar hacia finales del siglo XIX.

Para comprender los orígenes y la evolución del género tango, resulta fundamental la aportación y el estudio llevado a cabo por Ortiz, José Luis y Núñez, Faustino: La rabia del placer: El nacimiento del tango y su desembarco en España (1823-1923), Sevilla, Diputación de Sevilla, 1999.

Muchos géneros o estilos musicales utilizan, integran o adaptan el patrón rítmico del tango. Su llegada a España, proveniente del mundo negro cubano, se cristaliza en el llamado tango americano que a su vez lo incorporan los flamencos como tango gaditano e incorporado a su vez en distintas zarzuelas como número principal, ya sea en su forma de habanera o de tango.

Los cafés cantantes madrileños: Café de La Marina

José Blas Vega, en su imprescindible y documentado libro Los cafés cantantes de Madrid (1846-1936), Madrid, Guillermo Blázquez, editor, 2006, nos ofrece un recorrido histórico sobre este café cantante que ya en 1870 se encontraba situado en la calle del Carmen como puesto de memorialista (donde se escribían cartas, se copiaban documentos o memoriales) regentado por un sargento licenciado andaluz, apellidado Corrales, cuyo negocio consistía también en la de concertar matrimonios. Sus actividades flamencas datan al menos de 1873.

El Café de La Marina, según Blas Vega (de quien tomo los siguientes datos), tuvo dos etapas seguidas si bien en distintos lugares: una, de 1888 a 1896, donde tras sucesivos traslados de domicilio se convirtió en un café flamenco. Es en esta etapa donde actuaron primeras figuras, como la gran bailarina «La Macarrona». Entre sus clientes habituales se encontraban los hermanos Machado, según recogen las crónicas haciéndose eco de su gran afición al arte flamenco.

La otra etapa del Café La Marina se sitúa a partir de 1897, ubicado ya en la calle Jardines, 21, e inaugurado por el cantaor Cayetano Muriel, Niño de Cabra: «En Madrid inauguré yo el café de la calle Jardines, que antes estuvo en la calle Hortaleza. Lo inauguramos Fosforito y Magán».

Pío Baroja, en su recorrido por los cafés cantantes, cita el de La Marina de la calle Jardines, en La Busca (1904). También actúo durante 8 años en dicho café el gran guitarrista Ramón Montoya: «Era un café muy importante. Allí conocí a La Cortijera, a los Antúnez, a La Macarrona, a don Antonio Chacón, a Juan Breva... Ocho años estuve contratado en aquel café».

Otro dato interesante que aporta Blas Vega es que de ese café salieron los estilos del Garrotín y de la Farruca adaptados coreográficamente para el baile por Faíco y por el guitarrista Ramón Montoya.

El Café de La Marina, fue, en definitiva el tablao más importante de los primeros años del siglo XX en Madrid. Su gran cuadro flamenco atraía a todo aquel que quería iniciarse como artista profesional al ser el local de más categoría y renombre de aquellos primeros años entre el público madrileño.

El Café de La Marina estuvo funcionando con altibajos hasta el año 1915, por donde pasaron los mejores artistas flamencos ante un público procedente de todas las clases sociales. 

Deduzco que el pliego es posterior a 1906, al tener en cuenta los datos que ahora desarrollaré brevemente. Una de las coplas recogidas en la primera parte dice lo siguiente:

                                    Por muy mal que yo te quiera
                                    no te mando a Peñaflor,
                                    que allí visten un muñeco
                                    para matar a un jugador.
                                    Si queréis saber quién es
                                    engañado lo llevó,
                                    preguntádselo al Francés,
                                    que es amigo de Muñoz.

Pues bien, esta copla hace referencia a una serie de asesinatos cometidos en la localidad sevillana de Peñaflor por Andrés Aldije, conocido por su procedencia como "el Francés" y por su cómplice José Muñoz. Los seis asesinatos fueron bastante espaciados en el tiempo. El primero, se cometió en 1898 y el último en el año 1904.

El procedimiento consistía en captar a viajantes que hubieran realizado transacciones y tuvieran dinero en efectivo para llevarles a la casa de juego clandestina en el municipio de Peñaflor, a unos 75 kilómetros de Sevilla. Una vez allí les conducían a través de un corredor oscuro y una vez avisados de no tropezarse con una cañería que sobresalía, estos agachaban la cabeza para sortear el obstáculo, lo que aprovechaban para golpearles en la cabeza con una barra de hierro envuelta en trapos para que no resbalase, a la que bautizaron como "el muñeco" y se les remataban con un martillo acabado en punta. Tras desvalijar a sus víctimas los enterraban en el huerto colindante.

En la mañana del primer día de abril de 1906, en la Prisión Provincial de Sevilla, los dos reos fueron ejecutados por medio del garrote vil.

Estos asesinatos causaron gran revuelo en su época e inspiraron el argumento para la película El huerto del francés, de 1977, dirigida por Paul Naschy (Jacinto Molina), y con un reparto donde intervinieron María José Cantudo, Ágata Lys, Silvia Tortosa y José Calvo, entre otros.

Tras esta pequeño inciso, vayamos al pliego donde se recogen estos tangos de Cádiz que operan como claro testimonio de la relación de estos cafés madrileños con el flamenco. Está editado en Madrid, sin año, por la Imprenta Universal de la calle Cabestreros, 5.





©Antonio Lorenzo

martes, 11 de julio de 2017

Coplas sevillanas que cantan los estudiantes en sus días de tuna


Este pliego, reimpreso en numerosas ocasiones por diferentes imprentas, recoge una serie de coplas para ser cantadas por los estudiantes en la tuna. Excepto la que da título al pliego, bajo la denominación de «coplas sevillanas», las otras coplas añadidas, bajo la etiqueta de «nueva canción» o «trovos nuevos», no dejan de ser ejemplos de añadidos para completar el impreso y que pueden encontrarse integrados en otros muchos. Este tipo de añadidos forman parte de lo que podríamos llamar genéricamente «cancionero de cordel», y suelen tener un marcado ambiente andalucista tratando de imitar en ocasiones rasgos fonéticos de un pretendido acento andaluz.

En la excelente recopilación y estudio del «Cancionero de estudiantes de la tuna» se encuentra recogidas las coplas que comienzan «con un manteo raído/con negra capa raída», usadas en el pliego reproducido bajo el título de «coplas sevillanas».

Dichas coplas están consideradas en el cancionero como anónimas, si bien he podido averiguar y contrastar que en realidad deben su autoría a Miguel Agustín Príncipe, formando parte de las «poesías ligeras, festivas y satíricas», editadas en Madrid en el año 1840 por la imprenta de Boix.

Miguel Agustín Príncipe (Caspe, 1811-Madrid, 1863), fue un polifacético autor de dramas, comedias, fábulas en verso castellano, colaborador periodístico de artículos costumbristas y poeta satírico. Como catedrático de la universidad zaragozana de Literatura e Historia, escribió también el tratado «Arte métrica elemental», lo que explica su dominio de la versificación.

Estas coplas, en su versión original, están construidas en forma de «espinela» (dos «redondillas» unidas por dos versos de enlace: abba/ac/cddc). En el pliego reproducido se hallan reconvertidas en cuartetas octosilábicas y con variaciones y modificaciones con respecto a las originales.

Sin duda debieron de alcanzar cierto éxito, pues se reeditaron por diferentes imprentas y sus coplas sufrieron las variaciones típicas de los habituales trasiegos entre los distintos impresores.




El pliego está editado en Barcelona, sin año, por la imprenta de Llorens, creemos que alrededor de 1864. Sobre la actividad industrial del inicial Juan Llorens tan solo conocemos datos parciales deducidos de los diferentes pies de imprenta a lo largo de su actividad productora y distribuidora. En el pliego figura en el colofón la Imprenta de Llorens, sin especificar si se refiere aún a Juan Llorens o a su hijo Antonio, al que traspasó el negocio.

El pliego concluye con unos «trovos nuevos para divertirse los mozos solteros» donde se desliza un erotismo velado que nos recuerda a los desenfadados «cuplés» que tanto éxito obtuvieron en el primer tercio del siglo XX con sus letras sicalípticas de doble sentido.

                              Le pregunté a una señora
                              qué instrumento le agradaba,
                              y me respondió risueña
                              de la flauta estoy prendada.





©Antonio Lorenzo

martes, 4 de julio de 2017

Modo de vivir de los pobres estudiantes en Valencia + La vida del estudiante tunante


La vida cotidiana de los estudiantes, en sus variados aspectos, ha protagonizado en fechas recientes un número considerable de estudios donde se recogen los diversos caminos de acceso a la universidad, los alojamientos, relaciones, novatadas, diversiones más o menos censuradas o perseguidas, etc. que ofrecen un mosaico de características comunes a todas las universidades.

Reproduzco dos pliegos: el primero se circunscribe a la universidad de Valencia y al modo de vivir de sus pobres estudiantes; el segundo, a la vida de un estudiante tunante.

La iniciativa eclesiástica y el incremento de las órdenes religiosas propiciaron la creación de centros de estudio donde se conseguía fácilmente la bula pontificia necesaria para poder impartir estudios superiores. Los colegios internados fueron poco a poco ganando prestigio en su captación de clientes del exterior, apoyados por la municipalidad correspondiente como forma de aumentar los ingresos por la presencia de estudiantes. Los enfrentamientos entre universidades por la captación de sus clientes fue muy común: la de Salamanca frente a la Complutense de Alcalá de Henares o, como en el caso que nos ocupa, la de Valencia contra la de Orihuela en su intento por captar un mejor y abundante mercado estudiantil.

Un aspecto interesante, que tal vez dejemos para otra ocasión, son las diferencias de vestimenta entre los estudiantes de distintas universidades a lo largo de las distintas épocas: la loba talar, el manteo o capa larga con cuello que usaban los llamados «manteistas», etc. Tampoco entraremos en detalle sobre las llamadas «estudiantinas» o iniciales comparsas carnavalescas de estudiantes-intérpretes de músicas variadas y antecedentes de las conocidas tunas, como agrupaciones musicales que han llegado hasta nuestros días

Recomiendo una completísima e imprescindible página sobre la vida estudiantil que puede consultarse a través del siguiente enlace:

                           http://www.museodelestudiante.com/Indice.htm



Estas agrupaciones estudiantiles se ayudaban de sus habilidades musicales para sacar algo de dinero y tratar al tiempo de enamorar a las mozas. Organizados en cuadrillas hacían gala de la ancestral picardía estudiantil, tanto en actuaciones callejeras como en variadas celebraciones, lo que originó el apelativo de «tunantes», en su sentido genérico de embaucadores y trapisondistas.


Los estudios universitarios podían desarrollarse también en colegios conventuales y seminarios, que parece que el el lugar donde se desarrolla la descripción de la vida escolar en el pliego.

El pliego da cuenta de la gran cantidad de estudiantes de distintas regiones, incluso países, que acceden a la universidad valenciana. Marca una clara diferencia entre los dos catedráticos nombrados por la república: los «tomistas» (partidarios de la filosofía de santo Tomás) y la de los «escotistas» (partidarios del sistema filosófico del Beato Juan Duns Escoto). Los estudiantes se agrupan en alguno de los dos bandos con el fin de tener una mejor proyección y cargos una vez completados sus estudios.

La mayoría de los estudiantes no disponían de recursos económicos suficientes, siendo conocidos como «sopistas». En la ilustración que acompaña la portada del pliego aparecen los estudiantes ondeando sus platos y aguardando ansiosos la ración de comida  que el padre portero del convento reparte como puede de la olla.

El pliego está editado en Barcelona por los Herederos de la Viuda de Pla, editores entre 1820 y 1860 aproximadamente.

 http://adarve5.blogspot.com.es/2014/04/apuntes-sobre-impresores-y-estamperos_28.html

El pliego centra su interés en la descripción de la vida cotidiana de los universitarios deteniéndose de forma pormenorizada de los ingredientes que contiene la olla de la comida a repartir, donde no caben distinciones de ningún tipo, y en las condiciones lastimosas de sus pertenencias y sus variados trajines y cuyo fin último es conseguir un cargo o puesto de trabajo:

                                  «...Unos se ponen e Frayles,
                                  otros tiran para Curas
                                  Canonicatos, Prebendas,
                                  y a los que cabe en ventura;
                                  Obispos, y Cardenales,
                                  y hasta la Eminencia Suma
                                  de Pontífices Romanos...»





Añado este segundo pliego, donde no figura ni lugar de impresión ni año, pero que puede datarse con seguridad hacia la mitad del siglo XVIII, pues conocemos otras impresiones del mismo, como la proveniente de la oficina valenciana de Laborda, impresor que desarrolló su actividad entre 1746 y 1774.

Compuesto por un ingenio murciano, se nos ofrece las aventuras y desventuras de un estudiante tunante en un latín macarrónico, donde se mezclan palabras latinas con la lengua vulgar, a las que se añade la terminación latina para acentuar su intención de sátira y de burla.

A este pliego ha dedicado un estudio el profesor José Manuel Pedrosa: "El romance de «El estudiante tunante» (ca. 1750): lengua, poder y picaresca estudiantil (con algunos perros latiniparlantes cervantinos)", en Cien años de Julio Caro Baroja [Anejos de la Revista de Historiografía, nº 1, 2005]. El ansia por comer de los estudiantes (recordemos que son conocidos como «sopistas»), hace que al llegar los estudiantes a un convento franciscano y solicitar comida, les ofrecen una olla para que se la lleven al campo, donde tanto era el hambre que traían que les pasó desapercibido que entre las morcillas, caldo, coles y nabos se encontraba la presencia de un hermoso ratón, "detalle" que el estudiante tunante ocultó al resto de sus compañeros.






©Antonio Lorenzo