sábado, 3 de noviembre de 2018

Sobre el carácter de los naturales de algunas provincias de España


Los pliegos reproducidos en esta ocasión están orientados a resaltar las características generales de los naturales de las distintas provincias españolas. Desde una perspectiva actual resultan hirientes y provocadores, aunque en el primero de ellos, que se aparta un tanto de los demás, se trate de justificar en la cabecera esos razonamientos aludiendo a:
«la verdadera intención y sentido de esta composición no es ciertamente insultar, ni motejar a ninguna provincia, sino tan solo reunir en medio pliego de papel impreso la mayor parte de las zumbas y chanzonetas, que unas provincias se dan á otras, con las antiguas y festivas matracas que todos conocemos».
Los términos «prejuicio» y «estereotipo» están cargados de un significado negativo y resulta difícil encontrar a quien reconozca abiertamente que piensa o actúa en base a ellos, pero sin duda resultan fundamentales para entender la relevancia social de los comportamientos humanos. En nuestro caso, ofrecen un interés añadido por el mecanismo y funcionamiento de estos impresos populares en el imaginario colectivo de sus consumidores en cuanto que reflejan una mentalidad instigada y favorecida desde los centros urbanos, origen en último término de la proliferación de este tipo de productos de consumo popular.

Tanto los prejuicios como los estereotipos no han perdido terreno ni son resabio de un pasado lejano, aunque se encuentren extendidos de una forma más implícita en un intento de disimularlos mediante valores de tolerancia y racionalismo o bien combatidos en declaraciones de principios generales. Hay que señalar también la consolidación de numerosos tópicos sobre el carácter de los españoles debido a los escritores y viajeros románticos, donde primaba una imagen de lo español basada en el exotismo y en lo pintoresco, que acabó calando en la propia percepción de la conciencia nacional.

Un prejuicio no es sino un principio previo a la experiencia, lo que implica una valoración errónea de los hechos o juicios de todo tipo que nacen de las costumbres e interacción de los seres humanos y sus formas de pensar alimentadas por las tradiciones negativas de unos sobre otros.

Tanto el prejuicio como el estereotipo se alimentan de una imagen mental basada en una simplificación burda y acrítica frente a una una realidad compleja. Las imágenes mentales sobre determinados grupos sociales, atribuyen de forma arbitraria características que pueden conducir de alguna forma a una discriminación social.

Este interés por delimitar y comparar los llamados caracteres nacionales, tuvieron una especial relevancia a finales del siglo XIX como elementos definitorios y consustanciales de nuestra historia cultural. Hoy en día, la psicología social camina por otros derroteros. José Antonio Maravall publicó en la Revista de Occidente un enjundioso artículo al que tituló «El mito de los caracteres nacionales» [Revista de Occidente, nº 3, 1963], donde los consideraba productos de las ideologías y como arma de las luchas políticas.

No es este el lugar para desarrollar más pormenorizadamente estos conceptos, sino para sugerir que la literatura popular impresa, en sus variadas manifestaciones y junto a las imágenes que las ilustran, constituye un campo de estudio, apenas tenido en cuenta, para iluminar la llamada «memoria cultural o colectiva» de la época donde se consumían estos efímeros impresos.

Julio Caro Baroja, en «El sociocentrismo de los pueblos españoles» (en Razas, pueblos y linajes, Madrid, Revista de Occidente, 1957), entendía por sociocentrismo «la facultad de creer y sentir que un grupo humano al que se pertenece es el más digno de tenerse en cuenta entre los existentes»  En cualquier caso, analizaba con la agudeza que le caracterizaba la dimensión valorativa, más que la descriptiva, de los diferentes contornos sociales de unas poblaciones respecto a otras, generalmente asociadas a connotaciones peyorativas o de burla. Por ello, preconizaba la idea de que había que huir de la psicología de los pueblos o de generalizaciones sin fundamento, aún a pesar de su poder de evocación para historiadores y literatos.

Sin embargo, y como continuación de la obra de Rafael Altamira «Psicología del pueblo español» (1902), tengo ahora entre mis manos el pretencioso volumen de más de setecientas páginas, publicado un par de años antes del comienzo de la guerra civil escrito por José Bergua, bajo el título de Psicología del pueblo español. Ensayo de un análisis del alma nacional (Librería Bergua, Madrid, 1934), donde se nos habla de las razas actuales con estadísticas sobre índices cefálicos y nasales, donde la región "galaicoasturcántabra" tiene tendencia a la braquicefalia; la región "vasconavarra" y otra balear, mesocéfalas; la mayor parte de Portugal, León, Castilla la Vieja, Aragón, Valencia y Cataluña, decididamente dolicocéfalas... (pág. 12 y ss.). Prosigue considerando otros elementos como el color (cabello y ojos), la estatura y si la región donde se nace condiciona por la fertilidad de su suelo o la dulzura de su clima. De todo ello deduce el carácter nacional español y las diferencias observadas entre las distintas regiones a través de su historia con el fin:
«De presentar todo lo más fielmente posible la psicología de los españoles en sus más peculiares facetas, parécenos indispensables recoger, espigadas en la exuberante manigua de su historia, aquellas flores más destacadas que sirvan de ejemplo y piedra de toque para conocer el carácter del pueblo». (pág. 95)
Más inquietante resulta la descripción del carácter de los habitantes de las distintas regiones españolas en el capítulo dedicado al «Alma» y especialmente en el subcapítulo «Psicología regional. Las Españas de Iberia» (págs. 346 y ss.)

Pues bien, en esta línea de tratar de caracterizar a los habitantes de las distintas regiones es de lo que tratan los pliegos que reproduzco a continuación. Al haberse editado con profusión por diferentes imprentas, nos sugiere la idea de la popularidad que alcanzaron en su momento.













©Antonio Lorenzo

sábado, 27 de octubre de 2018

Nuevas seguidillas para satisfacer dudas y quejas


Parece claro que la estrofa de la seguidilla, con sus muchas variantes y diversos modos de manifestarse, es una de las estrofas con más presencia en los pliegos de cordel. Al margen de las fluctuaciones métricas en cuanto a los versos heptasílabos y pentasílabos, considerados canónicos de la estrofa, la seguidilla se asocia con el baile y se ha adaptado a los «tempos» y giros propios de la música bailada.

Por lo general, las distintas estrofas aparecen sin ninguna conexión temática y frecuentemente desligadas o, a lo sumo, con un «leitmotiv» que sirve para enlazar sin un orden preestablecido unas estrofas con otras.

La seguidilla, tal y como la conocemos actualmente, está indisolublemente asociada al baile y a su forma cantada. La seguidilla es un claro ejemplo de interferencias entre lo popular y lo culto y muy presente en la literatura popular impresa, como ocurre en este pliego, sin pie de imprenta, donde se satisfacen las dudas y quejas de los amantes.






©Antonio Lorenzo

lunes, 22 de octubre de 2018

Impresores y estamperos populares: de Escuder a Corominas


La reproducción del pliego «Trobos y glosas para los que se sienten agraviados y no correspondidos» me invita a comentar la actividad impresora de la saga de los Escuder hasta Corominas en la ciudad de Lleida desde finales del siglo XVII hasta comienzos del XX.

Aunque descendientes de impresores anteriores, la imprenta leridana de los Escuder gozó de una dilatada actividad impresora. Rosa Compte (viuda del impresor Cristóbal Escuder, fallecido en 1793), junto con su hija Rosalía, se hicieron con el cargo de la imprenta familiar de Escuder, donde a partir de 1794 figura en el pie de imprenta «Viuda e hija de Escuder» prolongandose dicho pie hasta los primeros años del siglo XIX. Sin embargo, a raíz de la muerte de Rosalía en 1808, se vuelve a ocupar de nuevo de la imprenta su madre Rosa Compte. Pero en estos convulsos años, coincidentes además con el inicio de la Guerra de la Independencia frente al francés, la imprenta, dependiente entonces de la administración, se dedicó a publicar folletos, boletines y proclamas patrióticas junto con otros documentos oficiales, como el Diario de la ciudad de Lérida, publicado con interrupciones hasta abril de 1810. 

A raíz de la conquista de la ciudad por los franceses en 1810, el pie de imprenta pasó a denominarse «Imprenta de Lérida», obligada a publicar lo que los franceses requerían, aunque a pesar de ello se imprimían de forma clandestina folletos y opúsculos contra el invasor. Descubierta esa actividad por los franceses y confiscado todo el material, quien fuera cuñado de Rosa, Buenaventura Corominas (incorporado a la imprenta desde 1801 y casado en primeras nupcias con Antonia, hermana de Rosa Compte (fallecida en 1822) entra en escena quien fuera luego protagonista de dilatada vida impresora viéndose obligado a exiliarse.

Una vez acabada la dominación francesa en 1814, Rosa Comte recupera la imprenta en el verano de 1815, que coincide con la vuelta del exilio francés de Corominas, donde a partir de 1816 ya aparece en los pies de imprenta «Bonaventura Corominas y Rosa Escuder (retomando el apellido de su marido)».

La saga de los Corominas se prolonga hasta comienzos del siglo XIX, pues la actividad impresora de Buenaventura Corominas, que se casó en tres ocasiones, la continuó su viuda (1841-1871), su hijo Lorenzo (1871-1890) y hija de este último, casada con el también impresor Lluis Abadal, hasta comienzos del siglo XIX.

Para situarnos más o menos en esta complicada actividad impresora y en sus cambiantes circunstancias, un breve resumen es como sigue:
* Imprenta de Cristóbal Escuder (fallecido en 1793, quien estuvo casado con Rosa Compte)
* Rosa y su hija Rosalía continúan durante un año la actividad impresora (1794) pero con el pie de imprenta «Rosa Escuder viuda».
* A partir de 1795, el pie de imprenta pasa a ser «Viuda e hija de Escuder».
* Fallecida Rosalía en 1808, coincidente con la invasión francesa, la imprenta pasa al dominio de los franceses, variando según los años el pie de imprenta, que es como sigue:
* 1808-1810: «Viuda de Escuder»
* 1810-1814: «Imprenta de Lérida»
* 1814-1815: «Francesc Llorens»
* 1815: «Bonaventura Corominas y Rosa Escuder»
* 1816 y ss: «Buenaventura Corominas»
* Tras el fallecimiento de B. Corominas en 1841, su viuda continuó con la labor impresora hasta 1871. Posteriormente y hasta 1890, se hizo cargo su hijo Lorenzo.
* Continúa su labor la hija de este último, casada con el impresor Lluis Abadal, hasta los primeros años del siglo XX.
[Todos los datos anteriores son deudores y entresacados fundamental y parcialmente de los trabajos: Comas i Güell, Montserrat: La impremta catalana i els seus protagonistes al l'inici de la societat liberal (1800-1833), Tesis doctoral, Universitat Autònoma de Barcelona, 2009; Jiménez Catalán, Manuel (revisado por Lola González): La imprenta en Lérida: ensayo bibliográfico (1479-1917), Univ. Lleida, 1997; Romà Sol i Carme Torres, La impremta de Lleida (segles XV-XIX). Lleida. Ed. Ribera & Rius, 1996.]

Pero demos paso al pliego, editado por la viuda e hija de Escuder, quienes utilizaron este pie de imprenta desde 1794 hasta los primeros años del siglo XIX, según se infiere de los datos anteriores, contiene unos trobos y glosas cantables, tan del gusto popular, compuesto por un tal Pablo Martínez, del que no tenemos dato alguno, si es que realmente existió.





©Antonio Lorenzo