miércoles, 25 de diciembre de 2019

Las marquillas cigarreras cubanas como imaginario colonial [II]

El valor patrimonial de los envoltorios comerciales de los cigarros cubanos producidos en el siglo XIX, adquieren hoy en día un interés añadido por cuanto reflejan distintas prácticas culturales de la época al combinar imágenes y texto.

Continuamos con más ejemplos de estas marquillas donde se nos ofrece una visión del antes y el ahora (estas marquillas están impresas entre 1860 y 1870), así como escenas de la vida taurina a las que, en todo caso, habría que situar en su contexto.

Marquillas del antes y ahora (de antaño y [h]ogaño)







Marquillas con temas taurinos







©Antonio Lorenzo

jueves, 19 de diciembre de 2019

Las marquillas cigarreras cubanas como imaginario colonial [I]


La industria tabaquera cubana tuvo un importante despegue desde mediados del siglo XIX a consecuencia de la liberación del comercio. Durante el periodo de 1835 al 1843 la isla de Cuba exportaba de forma masiva sus tabacos manufacturados tanto a Europa como a Estados Unidos. Se envasaban en grandes cajones de madera, lo que hizo que se produjeran fraudes y falsificaciones en su comercialización. Ello propició el que los fabricantes adoptaran medidas para defenderse, como la de establecer la forma de envasado en cajas más pequeñas y distinguirlas con las llamadas habilitaciones o marquillas diferenciadoras de cada fabricante. Todo ello coincide con las nuevas mejoras de las técnicas litográficas utilizadas en etiquetas, carteles y anuncios de productos como jabones, perfumes, dulces o cerillas.

En esta y en sucesivas entradas iremos viendo la evolución de estas estampas litográficas conocidas por marquillas tabaqueras (o consideradas en su conjunto como habilitaciones) que a partir de mediados del XIX se utilizaron como motivos decorativos para los envases de los cigarros producidos en Cuba para garantizar su calidad, el embellecimiento de su presentación y su procedencia.  Estas marquillas contienen una amplia gama de temas y motivos que representan fundamentalmente variados aspectos de la vida cotidiana. La sensibilidad, la técnica y los detalles que acompañan a estas imágenes las podemos considerar, sin lugar a dudas, como, un ejemplo más de «el arte de los envoltorios».

Hay que recordar que Cuba siguió siendo una colonia española hasta su independencia definitiva en 1898. Estas marquillas, utilizando la cada vez más desarrollada tecnología litográfica (estampación obtenida a partir de una matriz de piedra). A partir de 1861 se desarrolló la cromolitografía, lo que permitió cambiar las estampaciones a una sola tinta con vivos colores y con dorados relieves en su caso. Todo este recorrido puede considerarse como destacados elementos que caracterizan las señas de identidad cultural y nacional de la isla.

Hacia 1838 ya estaban implantados en Cuba un gran número de talleres litográficos compitiendo entre ellos por ofrecer las más vistosas etiquetas para incorporarlas a las cajas de habanos. Las más elaboradas ilustraciones se desarrollan a partir del 1860 hasta bien entrado el siglo XX, siendo un claro ejemplo de la estrecha colaboración entre la actividad industrial y publicitaria que ha merecido importantes estudios.

La intención de este blog no es hacer un recorrido histórico sobre todo ello, sino simplemente incidir sobre la importancia de estas imágenes como elementos de cohesión de un imaginario social o identitario. Para adentrarse en este singular mundillo de las habilitaciones tabaqueras existen, entre otros, importantes estudios, como el de Núñez Jiménez, Antonio: Marquillas cigarreras cubanas, ed. Tabapress, 1989, sobre el que nos hemos basado y nos declaramos deudores.

Durante las décadas del cuarenta y cincuenta, estas ilustraciones eran impresas a una sola tinta. En principio, la impresión resultaba bastante rudimentaria, no más de uno o máximo dos colores sobre papel de diversas tonalidades: azul, sepia, verde, granate, etc. Tras el descubrimiento de la cromolitografía la competencia entre las distintas fábricas tabaqueras hizo que se imprimiesen cientos de series temáticas para diferenciarse unas de otras. El resultado de esta competencia ha permitido conservar estas finas y cuidadas composiciones para nuestro disfrute y estudio.


No hay que confundir la marquilla (distintivo utilizado por las distintas fábricas de tabaco para diferenciarse), con la vitola o anilla (tira de papel que envolvía el habano y utilizado también como elemento diferenciador), muy valoradas por coleccionistas y que remitirían a otros estudios.




La Biblioteca Nacional de España conserva algunas colecciones bajo la etiqueta de Ephemera/subcolecciones/fines decorativos, que utilizaremos en parte para ilustrar esta y las siguientes entradas.


Los primeros tiempos, como ocurre con las litografías conservadas de la fábrica de tabacos J. Esclapet, en la década de 1860-1870, las marquillas se estructuraban en dos partes diferenciadas: una imagen central sobre la que se pegaba la fotografía de un personaje y se anotaba de forma manuscrita a quien correspondía. A su derecha, una figura alegórica con trompeta, atributo de la fama y el cuerno de la abundancia a sus pies, representativa de la marca. 



La técnica de la cromolitografía fue poco a poco avanzando y depurándose hasta lograr bellísimas ilustraciones. La temprana incorporación de motivos satíricos puede apreciarse en estas primeras marquillas de la marca La charanga de Villergas, donde en la reproducida en primer lugar una mujer entrega o recoge disimuladamente un billete de un caballero que se encuentra escondido.




©Antonio Lorenzo

martes, 10 de diciembre de 2019

Los mandamientos de las flores y su lenguaje simbólico

Postales antiguas
En entradas anteriores nos hemos detenido en los distintos subtipos orales e impresos sobre los mandamientos de amor: como canción de ronda y galanteo y como la confesión de amor de una dama ante un sacerdote que resultó ser su amante.

En esta nueva entrada haré una pequeña incursión en la comparación de los mandamientos con la simbología de las flores en la tradición oral y en la impresa.

Comienzo con la reproducción del final de dos pliegos provenientes de la misma casa (Juan Llorens, padre y Antonio Llorens, hijo), de distintas fechas, cuyo título común dice contener unos «Trovos nuevos y los diez mandamientos de amor para cantarse con acompañamiento de guitarra».


                                                   El primero se compara con un jazmín
                                                   El segundo con un palo amargo
                                                   El tercero con la violeta
                                                   El cuarto con el lirio
                                                   El quinto con la flor del melocotón
                                                   El sexto con la rosa de Jericó
                                                   El séptimo con la flor de la maravilla
                                                   El octavo con una sarta de madroños
                                                   El noveno con el verdor de los ajenjos
                                                   El décimo con la flor de la aceituna.



La tradición oral ha conservado estos mandamientos de las flores recogidos por sus recopiladores en cancioneros peninsulares e iberoamericanos. Las versiones consultadas difieren muy poco entre ellas, lo que nos hace pensar de que se trata de una canción muy ritualizada y con escasa vida tradicional si la comparamos con otras manifestaciones.

Por poner un ejemplo representativo, reproduzco la partitura de una versión de Liébana (Cantabria) recogida en el folleto publicado al año siguiente de la conferencia ofrecida por el jesuita Nemesio Otaño, pronunciada en el teatro principal de Santander el 19 de abril de 1914. En la introducción del folleto, el conocido músico e investigador Felipe Pedrell alaba y se detiene expresamente en esta manifestación oral. Otaño considera la melodía de los mandamientos emparentada con los cantos de Marzas, del folklore montañés, y señala su relación con líneas melódicas de origen religioso, aunque adaptadas y recreadas por el pueblo.


La simbología de las flores y sus diversas asociaciones es fundamentalmente una tradición literaria donde se combinan el folklore, la mitología, la religión y las características físicas de cada planta. La inclinación por asociar determinadas flores con sentimientos o virtudes puede considerarse universal. Obviamente, cada cultura interpreta y asocia las flores con significados diversos, lo que ha sido puesto de manifiesto tanto por escritores como por artistas en general.

El llamado «lenguaje de las flores» cuenta con una amplia y diversa literatura, sobre todo desde finales del siglo XVIII en adelante, como lo prueba la gran cantidad de libros y folletos que lo recogen. 

Parece ser que la tradición escrita en idioma español proviene principalmente de traducciones de obras francesas donde se recogieron en forma de libro las asociaciones que solían ilustrar los almanaques y calendarios y que se convirtieron en libros de regalo donde se resumía el lenguaje de las flores y sus correspondencias.

Uno de los primeros libros (si no el primero) editado en Barcelona por la imprenta de José Gorgas en 1854 es el titulado Lenguaje de las flores aumentado sobre todos los que se han publicado hasta el día, y mejorado con un diccionario de las pasiones, cuyo autor firma con las iniciales J.M.C. del que no hemos podido recabar más datos.

El lenguaje simbólico de las flores alcanzó un rotundo éxito, como demuestran las numerosísimas ediciones, compilaciones y añadidos diversos identificando y asociando a las plantas y flores determinados usos, a lo que se unió más adelante el lenguaje del abanico, del pañuelo o de la sombrilla como modos de comunicación al que también se asociaban gestos y miradas. El pensamiento romántico igualaba como vínculo asociativo a la mujer con la flor.

Pero sin duda, el libro que ha ejercido más influencia y sobre el que se han ido añadiendo a lo largo del tiempo originales artículos, copias y traducciones diversas, así como composiciones poéticas es el titulado El lenguaje de las flores y el de las frutas con algunos emblemas de las piedras y los colores, por D. Florencio Jazmín. Obviamente, el que figura como autor de este compendio es un claro seudónimo para ocultar su verdadera personalidad y que los editores pudiesen engordar o añadir más textos con la seguridad de no verse implicados en ningún inconveniente.


El éxito de esta compilación, con sus posteriores añadidos a lo largo de los años, ha llegado incluso hasta nuestros días, según se desprende de las reimpresiones, no solo para bibliófilos o coleccionistas, de las realizadas por editoriales como la de José J. de Olañeta, de Palma de Mallorca, (facsímil de la edición de 1894) y reimpresa en el 2004.

La asociación simbólica del amor con las flores no solo se expresa en impresos de todo tipo, sino en conocidísimas canciones de generaciones pasadas. ¿Quién no recuerda el famoso bolero «Dos gardenias» de la autora y pianista cubana Isolina Carrillo, compuesto en 1945 y que alcanzó una enorme popularidad entre nosotros por la interpretación de Antonio Machín?.

                                                        Dos gardenias para ti
                                                        con ellas quiero decir:
                                                        te quiero, te adoro, mi vida...

El éxito de las asociaciones de los sentimientos con las flores se recogió también en folletos muy baratos o en colecciones de estampas cromolitografiadas sobre cartulina y conservadas en la Biblioteca Nacional de España.




Volviendo a los pliegos de cordel añado un par de ellos donde el lenguaje de las flores está presente con sus oportunos significados. El pliego continúa con una curiosa habanera con el título «¡Eh! Calamares con tupé». El colofón del pliego señala que está reimpreso en Guadalajara el año 1870 en la imprenta de José Ruiz y Hermano.



Añado también otra relación asociativa con las flores del final del pliego cuya portada lleva por título «La gitanilla vaticinando la buena ventura», impreso en Barcelona [s.a.] por la viuda del conocido impresor Antonio Llorens, que se hizo cargo del negocio familiar tras la muerte de su marido en ¿1884?.

©Antonio Lorenzo