lunes, 1 de junio de 2020

La Santísima Vera Cruz de Caravaca y su reflejo en la literatura popular impresa [I]


No deja de resultar altamente sorprendente la gran cantidad de información escrita sobre el inaudito milagro de la Vera Cruz de Caravaca y a su vez la escasa documentación de carácter histórico sobre el antiguo reino de Murcia. Parece claro que la devoción a la Santísima Cruz, tras la inverosímil aparición que ha conformado su leyenda, ha logrado sobrevivir en la mentalidad popular ignorando o tratando de ocultar cualquier crítica sobre ella. El aprovechamiento del mito religioso como foco de interés y reclamo turístico se ha visto incrementado en tiempos recientes a raíz de la declaración como Año Jubilar, concedido el año 1998 por el papa Juan Pablo II con la prerrogativa especial de «Año Santo in perpetuum» a celebrar cada siete años ininterrumpidamente a partir del año 2003. Este privilegio iguala a Caravaca con ciudades como Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela, Alepo (Siria) o con el monasterio de Santo Toribio de Liébana (Camaleño, Cantabria, donde se encuentra también de otro «lignum crucis», se dice incluso el de mayor tamaño conocido).

Por poner un poco de orden antes de detenernos en mostrar algunos ejemplos de la afamada reliquia en la llamada literatura popular impresa conviene contextualizar y recordar cómo se encontró la cruz donde Cristo fue crucificado junto a los dos ladrones y la leyenda sobre su llegada y aparición en Caravaca.

El hallazgo de la Cruz de Cristo

La leyenda cuenta que Elena, madre del emperador Constantino (no canonizado por la iglesia latina, aunque sí por la ortodoxa griega), se trasladó con su hijo a Jerusalén tras el Concilio de Nicea (325) con el fin de erigir una iglesia destinada al Santo Sepulcro. En su afanosa búsqueda de la cruz mandó demoler el templo dedicado a Venus en el Monte Calvario. Tras ordenar que se cavase en los restos del templo descubrió (se dice que en los primeros días de mayo del 326) tres cruces, unos clavos que identificaron con aquellos que perforaron los pies y las manos de Cristo y hasta el rótulo de la crucifixión conocido como el «Titulus Crucis», esto es, la tablilla colgada en la Cruz que dice: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos» [INRI]. Identificada la de Jesucristo por el hueco dejado por los clavos (ya que se dice que solo en la de Jesús se utilizaron estos), decidió que se partiera en dos para que una parte fuera trasladada a la capital del imperio y otra a Jerusalén donde Macario ejercía de patriarca.

Santa Elena con la cruz y los clavos - Escuela castellana (siglo XV)

Jan van Eyck - Hallazgo de la Vera Cruz
Hallazgo de la Santa Cruz - Agnolo Gaddi, siglo XIV
Aparte de atribuir el hallazgo de las formidables reliquias a Santa Elena, también se le adjudica su intervención sobre el descubrimiento de parte de la túnica que usó Jesucristo antes de ser crucificado; un fragmento de la cuna de Jesús; las reliquias de los Reyes Magos y hasta los peldaños de la Escalera Santa por donde se cree que subió Jesús para ser juzgado y condenado por Poncio Pilato. En estos peldaños se pueden apreciar, debidamente protegidos por un cristal, restos de las gotas de sangre que derramó Jesucristo. En fin, todo un ejemplo de dedicación y búsqueda que harían las delicias de cualquier buscador de tesoros si tenemos en cuenta sus excelentes resultados.

El «lignum crucis»

El «lignum crucis» hace referencia al madero que usaron los romanos para crucificar a Jesucristo. Es a partir del siglo IV cuando parece que se comenzó la repartición de los fragmentos conservados. Estos fragmentos se conservaban en unas cajas llamadas «estaurotecas» con forma de cruz y con un hueco en el centro donde se colocaba la reliquia. Sobre este hueco o vano se colocaba encima una piedra preciosa para protegerla, aunque desde el siglo VI se sustituye la piedra preciosa por un cristal para poder tener acceso visual a la misma.


Trazar el recorrido de cada uno los fragmentos conservados en su conjunto es algo que supera con creces cualquier intento de seguimiento y dotar de una cierta fiabilidad histórica a cada uno de ellos al encontrarse repartidos y conservados en relicarios de numerosísimas ciudades. La gran ventaja de la Cruz de Caravaca, es que apareció sorprendentemente «teletransportada» por dos ángeles, al margen de invasiones, ocultamientos, robos, cambio de manos, etc.

Ya avanzada la segunda mitad del siglo XIX el arquitecto francés, Charles Rohault de Fleury, dedicó los últimos años de su vida a investigar la arqueología cristiana, tratando de examinar todos y cada uno de los fragmentos de la Cruz catalogados del mundo, calculando su volumen y comparando el tipo de madera al que pertenecen. Después calculó las medidas y el volumen que probablemente podía haber tenido la cruz, a partir de documentos sobre la práctica de la crucifixión junto a otros datos, como el tipo y la densidad de la madera para calcular su peso y, además, tomando en consideración una reliquia importantísima custodiada en la capilla de las reliquias de la basílica de la Santa Cruz en Jerusalén de Roma. C. R. de Fleury, Memoire sur les instruments de la passion de N.-S. J.-C.; (Paris, L. Lesort, 1870).

La leyenda de la aparición

Son muchas las descripciones que se podrían entresacar sobre la leyenda de la aparición en Caravaca de la Santísima Vera Cruz. Entre todas las consultadas elijo, por la trascendencia de su expositor, un extracto de la homilía pronunciada el 1 de diciembre de 2002 en la Basílica-Santuario de la Santísima y Vera Cruz de Caravaca por el entonces cardenal Ratzinger (proclamado papa tres años más tarde con el nombre de Benedicto XVI).


Según la tradición histórica local, un acontecimiento maravilloso y único sucedió el tres de mayo de 1231, en medio de un territorio en plena dominación islámica:

 «La Santísima y Vera Cruz apareció en el Castillo-Alcázar caravaqueño. El rey musulmán que dominaba la zona, Ceyt-Abuceyt, quiso conocer los distintos oficios de los cristianos apresados en el recinto amurallado. Entre ellos se encontraba el sacerdote conquense Ginés Pérez de Chirinos que explicó que era ministro de Dios en la Tierra y su oficio consistía en la celebración de la eucaristía mediante la cual el pan y el vino se convierten en el cuerpo y sangre del Redentor. Esta respuesta motivó la curiosidad del rey musulmán que quiso presenciar el acto litúrgico. Ordenó al sacerdote cristiano celebrar la santa misa y para ello mandó traer de la ciudad de Cuenca las vestiduras y utensilios litúrgicos necesarios para la celebración de la Santa Misa. Comenzada la celebración eucarística, el sacerdote se detuvo explicando que no podía oficiar porque olvidaron traer una cruz, elemento imprescindible que tenía que estar sobre el altar para la celebración del sagrado sacrificio. En ese preciso instante, por la ventana de la estancia, entraron dos ángeles del cielo portando el lignum crucis que colocaron en el altar. El sacerdote recibió la Sagrada Cruz de manos de los ángeles ante la sorpresa de la corte del sayid y continuó la celebración. De manera milagrosa la Santísima y Vera Cruz de Caravaca se había hecho presente permitiendo la celebración de la sagrada liturgia frente a Cristo Crucificado. Ante la maravillosa aparición, el sayid y toda su corte se convirtieron al cristianismo y recibieron el sagrado sacramento del bautismo dando paso al inicio del culto cristiano en esta zona fronteriza con el reino musulmán de Granada». 

Tabla de Hernando de Llanos - Aparición de la Cruz de Caravaca en la misa
Fuentes

Los escritos más significativos que constituyen los principales pilares donde se recoge la leyenda de la Cruz de Caravaca, sea con añadidos o reinterpretaciones varias, son, por orden de aparición, los siguientes:
* [1615] Robles Corbalán, Juan de: Historia del Mysterioso aparecimiento de la Santísima Cruz de Caravaca (Madrid: Imprenta de la viuda de Alonso Martín, 1615)
* [1722] Cuenca Fernández-Piñero, Martín de, Historia Sagrada de el compendio de las ocho maravillas del mundo, 1ª ed. (Madrid: Imp. de la Viuda de Juan García Infanzón, 1722)
* [1847] D.M.M.Y. Pbro. (Martínez Iglesias, Mariano) Caravaca: historia de esta villa y de la aparición gloriosa de la Santa Vera Cruz, que se venera en el Real Alcázar de la misma, (Murcia: Imp. de Pablo Nogues, 1847)
* [1856] Marín de Espinosa, Agustín, Memorias para la historia de la ciudad de Caravaca (Caravaca, Imp. Bartolomé de Haro y Solis, 1856).
* [1885] Bas y Martínez, Quintín, Historia de Caravaca y de su Sma. Cruz (Caravaca, 1885)
* [1888] Torrecilla de Robles y Godínez, José, El Aparecimiento de la Cruz de Caravaca (Burgos, 1888)
La obra más difundida sobre la que se apoya la leyenda es la del licenciado y presbítero caravaqueño Juan de Robles Corbalán, publicada el año 1615. La obra está dividida en dos libros: el primero de ellos es el dedicado al «aparecimiento» de la Santísima Cruz, siendo el segundo el dedicado a los milagros. La versión de la leyenda recogida por Corbalán puede considerarse, pues, como el prototipo de las difundidas con posterioridad.


Independientemente de que se conceda verosimilitud o no a la leyenda de la cruz transportada por los ángeles, esta obra alcanzó gran difusión, no solo en España sino en el resto de Europa e Hispanoamérica. Se conocen versiones en latín, alemán, italiano y francés. Sin embargo, una vez publicada, la obra fue denunciada por el tribunal de la Santa Inquisición quien ordenó quitar determinados párrafos donde se narraba el intento de robo de la reliquia por un clérigo enviado con esa misión por la iglesia catedral de Toledo, pero esto es algo colateral a la centralidad de la aparición de la Cruz.

Dudas académicas sobre la verosimilitud del milagro

La leyenda sobre la que se basa el milagro de la aparición por los aires de la Santísima Cruz ha sido muy criticada por su falta de veracidad documental.

Pecando sin duda de ingenuidad, en la leyenda descrita por Corbalán y tantas veces repetida, se daban por válidas las noticias introducidas e indocumentadas por el mayor falsario y autor de falsos cronicones: el jesuita P. Jerónimo Román de la Higuera (1538-1611). Este clérigo estuvo castigado en Caravaca por la Compañía de Jesús entre 1609 y 1611. Allí conoció a Corbalán, entonces capellán del santuario de la Vera Cruz. Influido este último por las falsarias teorías de Román de la Higuera, recogió como verídicas en su obra seminal de 1615 datos dispersos de fuentes no comprobadas y aceptando como verdades absolutas, aunque entreverados con datos ciertos, las supercherías de Román de la Higuera. Corbalán no duda en relacionar al rey moro de Valencia Ceyt Abuceyt como el rey de Caravaca, ni otorgar a un inventado sacerdote el protagonismo de la aparición de la Vera Cruz. En el libro fundacional de Corbalán se dan por buenas fantasías como el nombre inexistente del sacerdote Ginés Pérez Chirinos, la conversión al cristianismo de Abu Zeit, o que la cruz que llevaba colgada al pecho el Patriarca de Jerusalén fue tomada de improviso por los ángeles para «teletransportarla» a Caravaca, según la candorosa narración de la leyenda y aceptada acríticamente por la piadosa imaginación popular.

Corbalán dio también por válidas las absurdas interpretaciones dadas a los signos e inscripciones que rodeaban la llamada «ventana de la aparición» (ya desaparecida) por donde se creía que entraron los ángeles con la cruz y que la inocente credulidad de Corbalán admitió como verídicas las interpretaciones dadas a los signos por el granadino Miguel de Luna. Este Miguel de Luna es también muy conocido por la falsificación de numerosos cronicones y por el célebre fraude de los Libros plúmbeos del Sacromonte, de absoluta y nula credibilidad, tan bien estudiado por Caro Baroja, Julio en su obra Las falsificaciones de la historia (en relación con la de España), Madrid, Círculo de Lectores, 1991).

Las críticas a la verosimilitud de la leyenda son casi tan cuantiosas como la propia exaltación incondicional de la misma. Por citar algunas significativas, en el Boletín de la Real Academia de la Historia, Tomo 9, año 1886, pp. 177-188, el ilustre historiador Vicente de la Fuente desarrolló una serie de consideraciones examinando los embustes recogidos en la leyenda y criticando las fuentes elegidas para su sostenimiento a lo largo de los siglos. 
«Entonces aparece en la palestra á fines de aquel siglo el P. Jerónimo Román de la Higuera, inventando á pares las mentiras, según sus malas aficiones. Este fué el que les regaló á los de Caravaca el canónigo Mosén Chirino «fijo de Alfonso Perez Chirino de los primeros pobladores de Conca», de quien nada se sabía, hasta que se le antojó este embuste al citado Padre. Y el bueno de Robles Corbalán suponía «¡que su Divina Magestad permitia estos descubrimientos para confusion de incrédulos!» Y sigue diciendo Robles: «El dicho Padre Hierónimo Roman de la Higuera... queriendo escriuir cierto libro de San Julian, obispo de Cuenca, aquella Santa Iglesia le dió el Archiuo, á donde halló un antiguo pergamino, en que estaua escrito este milagro en lengua antigua y tosca de aquel tiempo. El supuesto pergamino es un conjunto enorme de desatinos, desde la cruz á la fecha como suele decirse.» Principia llamando al Chirino Musé Ginés. [...] Y no se contentó el falsario con inventar á Mosén Chirino, sino que inventó también la patraña, hasta entonces no dicha ni citada, de que aquella cruz era la del Patriarca de Jerusalén. [...] Súpose despues que los Angeles la tomaron de los pechos del patriarca de Hierusalem. Batizose el Rey por mano del Chirino...» Esta es otra mentira; pero ¿quién va á sacarlas todas?»
Otro investigador de prestigio, como Rodrigo Amador de los Ríos (1849-1917), arqueólogo, historiador y director del Museo Arqueológico Nacional, puso en duda tanto el año como la leyenda de la aparición de la reliquia y el lugar donde se dice que se produjo.
«...Todavía los murcianos creen que existen reliquias de los tiempos pasados de la dominación musulmana. Pero nada hay menos cierto: situado á la parte oriental de la población, ¡con qué plácido sobresalto contempla el viajero, después de subir la empinada aunque no difícil cuesta que á él conduce, los almenados muros de aquella vetusta construcción, fortificada en la guerra gloriosa de la Independencia! Qué emoción no experimenta el ánimo, agitado por el recuerdo de la milagrosa aparición, al trasponer aquella puerta que da ingreso al baluarte, y que tan poéticas ficciones habrá hecho brotar en la imaginación exaltada de los caravaqueños!». (en Murcia y Albacete. España: sus monumentos y artes, su naturaleza e historia, Est. Tip. Editorial Daniel Cortezo y C.ª, Madrid, 1889, pág. 629)
Son muchos los testimonios que se podrían aportar sobre la inautenticidad de la leyenda y de la aparición, pero no es ese el camino que pretendemos seguir ni tampoco denostar la respetable tradición devocional a la cruz o a su legítimo culto, sino cómo la leyenda, su iconografía y su popularidad se propagó y reflejó a través de la literatura popular impresa, de lo que pretendemos rescatar algunos ejemplos.

Como el tema da para mucho en posteriores entradas incluiremos más muestras devocionales a la Santísima Cruz junto a otra documentación aneja a la festividad, como los Caballos del Vino, el Baño de la Cruz, el sacrílego robo de la Cruz el año 1934 en plena Segunda República o el Tesoro de oraciones de la Cruz de Caravaca, donde se recogen conjuros y el llevar consigo la Cruz funciona a modo de amuleto protector ante el mal de ojo, la magia negra o contra envidias de terceros.

Las fiestas en honor a la Santísima y Vera Cruz de Caravaca se desarrollan durante los primeros cinco días del mes de mayo enmarcadas en toda una serie de manifestaciones que constituyen la base y el armazón de las fiestas conmemorativas.

Los pliegos

El primer pliego del que tenemos noticia con mención a la Cruz de Caravaca es de finales del siglo XVI: «Aqui se contienen dos obras la una trata de como la muy devota imagen de nuestra señora, de la Cabeça fue aparecida a tres leguas de la ciudad de Anduxar donde agora esta. La otra trata la manera como se aparecio la santa cruz que a ora esta en carauaca», Impreso en Córdoba por Diego Galván, 1594. Datos extraídos del trabajo de Pozo Martínez, Indalecio: Literatura popular de la Cruz de Caravaca, Murgetana, Nº 121, 2009, págs. 165-190. La primera parte del pliego se dedica a glosar la aparición de la Virgen de la Cabeza de Andújar y, en su parte segunda a la aparición de la Cruz en Caravaca.


La Biblioteca Nacional de España conserva un pliego editado en Madrid el año 1658 que, por su interés, reproduzco íntegro.









Tras la descripción sobre el milagro de la Cruz en el primer romance, continúa con otros que Corbalán incluye en la segunda parte de su libro. Ello no quiere decir que sea el autor de los mismos, más bien se trata de que hizo una labor de recopilación sobre textos difundidos por los ciegos para exaltar la intervención taumatúrgica de la Cruz.

Los milagros que desarrolla el pliego, tras el «aparecimiento», no aparecen, en todos los casos, en el libro de Corbalán. En el segundo romance del pliego (aunque no citado por Corbalán) se nos narra el suceso de que una mujer de Burguillos, maldecida por su madre de pequeña, vivió 42 años poseída por el demonio. Para librarla del maleficio sus vecinos le hicieron llegar un relicario con la Cruz de Caravaca. El demonio, que no pudo aguantar su presencia, se vio obligado a salir del cuerpo de la endemoniada en figura de cangrejo.

En el tercer romance, una endemoniada portuguesa en la ciudad de Cádiz, con capacidad para hablar en múltiples lenguas (síntoma característico de posesión diabólica), fue liberada gracias al conjuro de dos frailes, quienes con la ayuda de un estandarte con la Cruz de Caravaca lograron que la endemoniada recuperara en exclusiva su propio idioma. Este episodio tampoco aparece en el libro de Corbalán.

Es en el cuarto romance donde se recoge una amalgama de sucesos diferentes y entremezclados bajo una apariencia unitaria. En el primero de ellos, la intervención de la Cruz impidió el hundimiento del barco que se dirigía a Honduras logrando aplacar la terrible borrasca. Este episodio sí que está recogido en la parte segunda del libro de Corbalán, aunque con significativas variantes.

En la siguiente narración (dentro del cuarto romance) se nos cuenta cómo gracias al socorro de la Cruz, Isabel de Mansilla, noble dama de Granada, logró perder su agudo temor a los truenos y a la presencia del fantasma que creía ver. El episodio también aparece recogido en el libro de Corbalán aunque con algunas diferencias significativas, ya que no menciona su temor ante la presencia del fantasma.

Continúa con el episodio donde gracias a la Cruz que un vecino colocó en la ventana, se logró aplacar una terrible tormenta que sufrió Granada. Como reconocimiento a la eficacia de la Cruz se constituyó una cofradía a su nombre. La intervención de la Cruz también facilitó la devoción a los vecinos de la ciudad alemana de Intomisa al ver cómo ardían sus casas. El episodio también se encuentra recogido en Corbalán, aunque con nombres cambiados y con detalles que no alteran la idea central de la Cruz como protectora ante incendios.

Por último, concluye el pliego con una «Loa curiosa del juego del soldado» en forma dialogada, que viene a ser una especie de relleno y que no guarda relación con la Cruz.

En otras entradas continuaré con la reproducción de otros pliegos o estampas de la Cruz de Caravaca y comentando otros aspectos relacionados con su festividad.

©Antonio Lorenzo