San Caralampio (Kharalampios, Charalampos, Charalampe, Haralampos, Haralambos), santo de la Iglesia griega, fue un sacerdote del siglo II martirizado en la localidad de Magnesia del Meandro (Asia Menor, en la actual Turquía), situada cerca de Éfeso.
Como sucede con la mayoría de las víctimas de la política anti-cristiana en el Imperio Romano, apenas conocemos nada de su vida antes de su detención.
Una hipótesis sobre la llegada a occidente de su devoción es a través de los viajeros marinos que circularon por Génova, Cartagena y Galicia (a través de Santiago de Compostela y extendida a la isla de la Toja y a otros pequeños municipios). De España saltaría a América donde alcanzó gran difusión en las mejicanas ciudades como Comitán y Veracruz y en países como Costa Rica y Colombia.
Caralampio no es, pues, uno de los santos más populares; es más, resulta prácticamente desconocido para la gran mayoría de los cristianos, excepto para los fieles de algunas localidades que han tejido leyendas sobre su intercesión en determinados hechos lo que ha favorecido su popularidad.
Una hipótesis sobre la llegada a occidente de su devoción es a través de los viajeros marinos que circularon por Génova, Cartagena y Galicia (a través de Santiago de Compostela y extendida a la isla de la Toja y a otros pequeños municipios). De España saltaría a América donde alcanzó gran difusión en las mejicanas ciudades como Comitán y Veracruz y en países como Costa Rica y Colombia.
Caralampio no es, pues, uno de los santos más populares; es más, resulta prácticamente desconocido para la gran mayoría de los cristianos, excepto para los fieles de algunas localidades que han tejido leyendas sobre su intercesión en determinados hechos lo que ha favorecido su popularidad.
En un resumen de los martirologios griegos se dice que, bajo el reinado de Séptimo Severo, el prefecto Luciano, que gobernaba en Magnesia, mandó detener a un sacerdote llamado Caralampio, porque éste despreciaba los edictos imperiales que prohibían predicar el Evangelio. Con el propósito de vencer la constancia del sacerdote, Luciano mandó que le torturaran y él mismo se unió a los verdugos para desgarrar las carnes del confesor con garfios de hierro. Se dice que en aquel momento, por justo juicio de Dios, las manos del prefecto Luciano quedaron paralizadas y adheridas al cuerpo del mártir, sin que su dueño pudiese retirarlas.
Caralampio elevó a Dios una plegaria pidiendo el perdón para el inhumano verdugo y las manos de Luciano recuperaron el movimiento. Ante un prodigio tan evidente, los dos lictores, Porfirio y Bato, que también desempeñaban el oficio de verdugos, abjuraron del culto a los ídolos y se declararon cristianos; tres mujeres que presenciaban el suplicio, también siguieron su ejemplo. Pero el prefecto persistió en su incredulidad y mandó que todos fuesen decapitados al instante.
San Caralampio se conmemora el día 10 de febrero, siempre en un segundo plano frente a santa Escolástica, ya que las actas de su martirio se consideran poco dignas de confianza y raramente se recoge en el santoral católico y, de hacerlo, siempre como referencia añadida.
Selección iconográfica
Armado con una guadaña pisotea a un diablo al que tiene sólidamente encadenado |
San Caralampio y la brujería
Para protegerse contra las brujas se utilizaban en los medios rurales las llamadas 'dóminas' o 'cruces contra las brujas'. Estas oraciones y exorcismos impresos debían guardarse cerca de las personas a proteger. Esta especie de salvoconducto contra el maleficio sólo beneficiaba a la persona cuyo nombre figuraba en ellas y su efectividad duraba un año, tras lo cual podía renovarse tras el consabido pago.
Los ciegos solían vender esta especie de amuletos por los pueblos para proteger al comprador contra el 'mal de ojo' siendo extensivo también para proteger de enfermedades a los animales. Estas dóminas no sólo invocaban a san Caralampio, sino también a otros santos benefactores como san Benito, san Bernardo, san Alejo o san Antonio de Padua.
Oraciones, estampas y manifestaciones populares
En España la veneración a san Caralampio se centra especialmente en Galicia y en algunas localidades del suroeste español. En la isla de la Toja, en Pontevedra, se encuentra una capilla, toda ella recubierta de vieiras, en cuyo interior se venera, entre otras, la imagen de san Caralampio. En la ilustración que acompaño la virgen del Carmen aparece en el centro de una gran vieira y en los laterales se aprecia la imagen de la virgen del Mar y la de san Caralampio, al que unos dicen que es el patrón de los borrachos y otros de los cojos.
En la localidad coruñesa de Melide, muy cerca de Santiago, el segundo domingo del mes de septiembre se celebra una fiesta en honor del santo, conocida por la 'fiesta de los borrachos', de reminiscencias báquicas, lo que parece confirmar el patronazgo del santo.
Pero donde más se venera a san Caralampio es en la localidad mexicana de Comitán, al sur de Chiapas, culto que se extendió posteriormente a otras ciudades y a otros países latinos.
Cuenta la leyenda que, gracias a su intervención, el mártir Caralampio salvó al pueblo de Comitán de los estragos de una epidemia de viruela y cólera que se registró a mediados del siglo XIX. Sus habitantes construyeron en agradecimiento una iglesia en su honor. El pueblo de Comitán se viste de fiesta del 10 al 20 de febrero para festejar al santo, una de las tradiciones más arraigadas de la ciudad.
El origen de la devoción proviene de que un soldado, de nombre Otero, llevaba consigo una novena con la efigie del santo postrado en tierra y con un romano dispuesto a decapitarlo mientras que la figura de Cristo aparecía en una nube en lo alto, novena que seguramente provenía de España dada la coincidencia de la escena con la que aparecen por esas mismas fechas en los gozos y estampas populares de la península.
Don Raymundo Solís, vecino del barrio de La Pila, leyó esta novena y le pidió al soldado que se la vendiera. Hizo un cuadro copiando la portada de la misma llevándolo a su rancho Tzeltón y nombrándolo patrón del lugar a raíz de la creencia de su intervención milagrosa en la peste de viruela y cólera que se declaró en la ciudad. En los terrenos cedidos por don Raymundo se levantaron los primeros cimientos de la iglesia en 1852.