Es difícil, más bien tarea infructuosa, datar con precisión la aparición de lo que se entiende por dandismo. Como en todo concepto controvertido y complejo se superponen y entrecruzan elementos sobre lo que se entiende por el culto común a la moda y a la elegancia en el vestir. Ya dediqué en anteriores entradas algunos comentarios sobre otros personajes en su obsesivo interés por la moda. Recordemos, entre otros, a los petimetres o lechuguinos del siglo XIX.
Con todas las precauciones y con la diversidad de opiniones sobre el dandismo, parece ser que el dandi aparece en Inglaterra en torno al año 1750. Tampoco resulta claro que el dandi no sea propiamente un personaje literario de ficción, un arquetipo, aunque con reminiscencias en la realidad cotidiana de círculos principalmente urbanos y adinerados.
Se suele equiparar el dandismo con la elegancia en el vestir, lo que no deja de ser una simple aventura estética. En cuanto a la procedencia del término se trata de un anglicismo que pasó al español a través del francés. Por señalar algunas diferencias con los petimetres y lechuguinos, con los que conviven en el tiempo, hay que hacer referencia a su anglomanía, es decir, a la imitación de la forma de vida inglesa y su enfrentamiento virtual con la moral imperante. Se identifica a los dandis, no sólo por un cierto espíritu de rebeldía e individualismo, sino principalmente por su forma de vestir y por su acendrado interés en distinguirse y destacar su singularidad.
Al margen de la elegancia con la que habitualmente se los define, el dandismo podría considerarse como una actitud ante la vida, lo que dificulta grandemente el caracterizarlo con una serie de adjetivos comunes a otros tipos y personajes también obsesionados por la moda. La finalidad del dandi consiste en la pura representación de sí mismo con el fin de resaltar su pretendida superioridad.
La escritora Fernán Caballero fue, que sepamos, la primera persona que introdujo en 1849 la palabra dandy en su obra literaria La gaviota:
-Bien dicho -repitió Rafael-; no daremos cuartel a las esbeltas, a las notabilidades ni a los dandys; perversos intrusos, parásitos venenosos y peligrosos emisarios de la revolución.
Por añadir otra cita más próxima, recojo lo expresado por Vicente Blasco Ibáñez en La horda (1905):
Se tiene como prototipo de dandi a George Brummel (1778-1840), representante de une élite urbana elegante y ociosa tanto de la sociedad inglesa y francesa de principios del XIX.
El dandi conoce la moda, pero su interés no es ajustarse a ella, sino en transgredirla y provocar sorpresa en el otro para marcar distancias.
He aquí un decálogo que no tiene desperdicio:
1. El dandi usa la elegancia, pero al tiempo la rompe
2. El dandi no pretende gustar, sino resultar distinto
3. El dandi no sigue los dictados de la moda, crea tendencia
4. El dandi no comparte su opinión, dicta sentencia
5. El dandi no es famoso por su profesión, sino de profesión famoso
6. El dandi no es promiscuo, sino enamoradizo
7. El dandi no es extravagante, sino único
8. El dandi no es insolente, sino sincero
9. El dandi no es intransigente, es rebelde
10. El dandi es lo que todos quieren ser, pero no todos llegan a alcanzar
El dandi, en su singularidad, no pretende cambiar el mundo, pues prefiere rebelarse contra los valores establecidos sin pretender destruirlos o superarlos. En palabras de Baudelaire: es el "máximo representante de heroísmo en la decadencia".
El dandi no es aristocrático (salvo de espíritu), sino un burgués, necesariamente urbano, un actor que abomina del mundo rural y de las viejas costumbres, lo que entra en contradicción con la época romántica en la que viven, caracterizada entre otros aspectos por el ideal retorno a la naturaleza.
La literatura popular impresa, sobre la que nos venimos ocupando, recoge la crítica a lo que podríamos considerar en España como señoritos. Así se desprende de este "ventall" o abanico catalán editado en la segunda mitad del siglo XIX. Los señoritos podrían considerarse como simples imitadores baratos de cierto tipo de dandismo, pero sin sus preocupaciones intelectuales salvo por su común dedicación al culto de la apariencia.
El dandismo como inspirador de la cosmética masculina
"Vestían con elegante atildamiento; seguían las modas en sus mayores exageraciones. Las lacias melenas brillantes de pomada eran la única revelación de sus entusiasmos literarios. Cuerpo de dandy y cabeza de artista dijo uno de ellos a Isidro, resumiendo así los cánones de su indumentaria".
Pío Baroja tampoco fue ajeno al fenómeno del dandismo que se prolongó en el tiempo, al titular una de sus novelas, original de 1922, como El amor, el dandismo y la intriga.
El dandi conoce la moda, pero su interés no es ajustarse a ella, sino en transgredirla y provocar sorpresa en el otro para marcar distancias.
He aquí un decálogo que no tiene desperdicio:
1. El dandi usa la elegancia, pero al tiempo la rompe
2. El dandi no pretende gustar, sino resultar distinto
3. El dandi no sigue los dictados de la moda, crea tendencia
4. El dandi no comparte su opinión, dicta sentencia
5. El dandi no es famoso por su profesión, sino de profesión famoso
6. El dandi no es promiscuo, sino enamoradizo
7. El dandi no es extravagante, sino único
8. El dandi no es insolente, sino sincero
9. El dandi no es intransigente, es rebelde
10. El dandi es lo que todos quieren ser, pero no todos llegan a alcanzar
El dandi, en su singularidad, no pretende cambiar el mundo, pues prefiere rebelarse contra los valores establecidos sin pretender destruirlos o superarlos. En palabras de Baudelaire: es el "máximo representante de heroísmo en la decadencia".
El dandi no es aristocrático (salvo de espíritu), sino un burgués, necesariamente urbano, un actor que abomina del mundo rural y de las viejas costumbres, lo que entra en contradicción con la época romántica en la que viven, caracterizada entre otros aspectos por el ideal retorno a la naturaleza.
La literatura popular impresa, sobre la que nos venimos ocupando, recoge la crítica a lo que podríamos considerar en España como señoritos. Así se desprende de este "ventall" o abanico catalán editado en la segunda mitad del siglo XIX. Los señoritos podrían considerarse como simples imitadores baratos de cierto tipo de dandismo, pero sin sus preocupaciones intelectuales salvo por su común dedicación al culto de la apariencia.
El dandismo como inspirador de la cosmética masculina
Joan Parera Casanovas, fundador de Perfumería Parera (Can Parera) en 1912, empezó fabricando colonias en la trastienda del negocio familiar. La empresa siempre compaginó la producción de colonias a granel y la de perfumes en frascos de creación propia. Ese mismo año creó una de sus fragancias masculinas de más éxito: Varón Dandy, de largo recorrido hasta nuestros días.
Los publicistas consiguieron crear una imagen de marca basada en tres objetos típicos de la indumentaria dandy: un sombrero de copa, un bastón y un guante.
La marca Varón Dandy supuso toda una revolución en la cosmética masculina al asociarla a la imagen de un hombre seductor y varonil, que vestía elegantemente y era poseedor de una buena educación y modales. Al tener un precio accesible para cualquier economía media cosechó un rotundo éxito durante décadas.
La publicidad incidía en su carácter de perfume "genuinamente varonil", con lo que se pretendía alejar las sospechas de homosexualidad hacia los hombres que usaban sus fragancias.
En 1943, el perfumista Luis Garcés Mantiña, creó el primer aftershave disponible en España, también bajo la marca Varón Dandy. Cuentan las crónicas que llegó a escribir en sus apuntes:
"Quiero que los españoles, aunque devastados por una guerra, puedan levantarse por las mañanas y abofetearse la cara con mi loción".
La fama de la colonia se extendió posteriormente a otra gama de productos como lociones, fijadores, cremas, etc., bajo la idea de que la marca Varón Dandy reúne todos los artículos de perfumería indispensables en el tocador del hombre moderno. El éxito de la marca fue aprovechado por imitadores, lo que hizo advertir en los reclamos publicitarios que la venta a granel sin embotellar era siempre falsificado.
A principios de la década de 1940 la empresa se transformó en sociedad anónima y en 1990 fue absorbida por la multinacional inglesa Benckisser, pasando luego a Cosméticos Astor.
©Antonio Lorenzo