viernes, 28 de febrero de 2020

Las gradas de San Felipe el Real: el mentidero más famoso de Madrid


Si hubo un lugar en Madrid donde circularon todo tipo de noticias, rumores, enredos y lugar emblemático para el intercambio y venta de pliegos de cordel a cargo de los ciegos, no fue otro sino las gradas del monasterio de San Felipe.

El convento de agustinos de San Felipe el Real fue construido en 1547 y estuvo situado en la confluencia entre la calle Mayor y la Puerta del Sol. Fue ocupado por los franceses durante la guerra de la Independencia donde se utilizó la iglesia como caballeriza. Tras sufrir un incendio en 1818, a lo que se unieron las consecuencias de la desamortización de Mendizábal, el que fuera famoso convento entró en una paulatina decadencia hasta que se ordenó su demolición en 1836.

El mentidero de San Felipe el Real fue testigo privilegiado de importantes sucesos y espacio natural para los «correveidiles» en sus casi casi tres siglos de existencia.

En su parte baja estaban las conocidas como «covachuelas», pequeñas tiendecillas donde se exponían y vendían los más variados géneros, mientras que en la parte superior se daban cita todos aquellos desocupados donde se intercambiaban noticias y comentarios de toda índole. Conocido como el principal mentidero de la villa, su escenario ha sido muchas veces mencionado en la literatura del Siglo de Oro.

Una de las mejores imágenes que nos quedan del convento de San Felipe es la recreación que realizó José María Avrial para ilustrar la Historia de la Villa y Corte de Madrid, de José Amador de los Ríos, cuya primera edición es de 1860.


En el tomo I de la saga El capitán Alatriste, del escritor y académico Arturo Pérez Reverte, en el capítulo IX, recoge y refleja de forma significativa el trasiego de información de todo tipo en las covachuelas bajo las gradas del célebre convento:
«Las gradas formaban la entrada de la iglesia, y por el desnivel con la calle Mayor quedaban elevadas sobre ésta, constituyendo por debajo una serie de pequeñas tiendas o covachuelas donde se vendían juguetes, guitarras y baratijas, y por encima una vasta azotea a la intemperie, cubierta de losas de piedra, en forma de alto paseo protegido con barandillas. Desde aquella especie de palco podía verse pasar gente y carruajes, y también pasear y departir de corro en corro. San Felipe era el sitio más animado, bullicioso y popular de Madrid; su proximidad al edificio de la Estafeta de los correos reales, donde se recibían las cartas y noticias del resto de España y de todo el mundo, así como la circunstancia de dominar la vía principal de la ciudad, lo convertían en vasta tertulia pública donde se cruzaban opiniones y chismes, fanfarroneaban los soldados, chismorreaban los clérigos, se afanaban los ladrones de bolsas y lucían su ingenio los poetas. Lope, Don Francisco de Quevedo y el mejicano Alarcón, entre otros, frecuentaban el mentidero. Cualquier noticia, rumor, embuste allí lanzado, rodaba como una bola hasta multiplicarse por mil, y nada escapaba a las lenguas que de todo conocían, vistiendo de limpio desde el Rey al último villano. [...]
Discutíanse en sus corrillos los asuntos de Flandes, Italia y las Indias con la gravedad de un Consejo de Castilla, repetíanse chistes y epigramas, se cubría de fango la honra de las damas, las actrices y los maridos cornudos, se dedicaban pullas sangrientas al conde de Olivares, narrábanse en voz baja las aventuras galantes del Rey.. Era, en fin, lugar amenísimo y chispeante, fuente de ingenio, novedad y maledicencia, que se congregaba cada mañana en torno a las once; hasta que el tañido de la campana de la iglesia, tocando una hora más tarde al ángelus, hacía que la multitud se quitase los sombreros y se dispersara luego, dejando el campo a los mendigos, estudiantes pobres, mujerzuelas y desharrapados que aguardaban allí la sopa boba de los agustinos. Las gradas volvían a animarse por la tarde, a la hora de la rúa en la calle Mayor, para ver pasar a las damas en sus carrozas, a las mujeres equívocas que se las daban de señoras, o a las pupilas de las mancebías cercanas –había, por cierto, una muy notoria justo al otro lado de la calle–: motivo todas ellas de conversación, requiebros y chanzas. Duraba esto hasta el toque de oración de la tarde, cuando, tras rezar sombrero en mano, de nuevo se dispersaban hasta el día siguiente, cada uno a su casa y Dios a la de todos».
Gradas de San Felipe - Maqueta, ca. 1948
Reproduzco un interesante pliego donde se menciona al comienzo las célebres gradas del convento. La cabecera añade el rótulo de «Romance histórico tradicional», lo que claramente no se corresponde con la realidad y firmado por un tal J. R. al que más adelante pondremos nombre.

El pliego en cuestión fue editado en Madrid en 1871 por el establecimiento tipográfico de Eduardo Cuesta.





Contextualización del pliego

Un grupo de escritores y artistas, habituales de tertulias y cafés, crearon en fecha indeterminada tras la salida hacia el exilio de Isabel II (1868), una asociación a la que denominaron Academia del Gato (por aquello de llamar «gatos» a los oriundos de Madrid, según dispersas y conocidas teorías) donde querían hacer valer su aristocrática formación de carácter elitista frente a un vulgo aficionado a cantar y coleccionar romances de dudosa calidad literaria. Por el tono usado, los integrantes de esta Academia seguramente pertenecieron al defenestrado partido moderado, fiel defensor de la monarquía destronada y valedores de antiguas tradiciones.

 Según se recoge en el texto de la conferencia que pronunció sobre dicha Academia Juan de Contreras (Marqués de Lozoya), la pretensión de la misma y el propósito de sus fundadores era:
«Desterrar de entre el pueblo los absurdos e inmorales romances, que hoy sirven de pasto a sus aficiones poéticas, extraviando su gusto y pervirtiendo sus instintos; despertar en él ideas de grandeza y de justicia con la enseñanza de los hechos que abundan en su gloriosa historia y nuestras numerosas tradiciones, y proporcionar al mismo tiempo lecturas agradables a todas las clases, resucitando, hasta donde nos sea posible, la casi extinguida afición al género más característico de la poesía nacional; tales son los únicos móviles que nos han impulsado a emprender esta publicación».
Entre sus pretensiones se encontraban la de sustituir a los romances de ciego, que embrutecían al pueblo con la historia de la Fiera Corrupia, con las hazañas de bandidos famosos o con la relación de crímenes horrendos, con otros, más correctos de forma, que enseñaran al pueblo su gloriosa historia y sus vetustas tradiciones y le ofreciesen ejemplos de heroísmo, de amor, de sacrificio. 

En el tomo segundo, conservado por el conferenciante, y con fecha de 1872, en el efímero reinado de Amadeo de Saboya, se lee:
«Escribamos para el pueblo, dijimos, recordando su historia y sus tradiciones para que se goce en ellas como se goza el anciano en los dulces recuerdos de su juventud. Despertemos en él todo el entusiasmo de sus más santas empresas para que sienta robustez en su corazón. Luchamos contra esas torpes apologías del crimen, y contra esas mal rimadas aberraciones de la fantasía, con que tan frecuentemente se le emponzoña».  
Los integrantes de esta academia decidieron utilizar los mecanismos de edición y propagación de los pliegos de cordel, junto a unas más cuidadas ilustraciones y grabados de las cabeceras, para instruir al pueblo sobre lo que consideraban como la verdadera historia de España que debería conocer el pueblo llano.

Ejemplo de ellos es el caso del pliego reproducido sobre las causas de encarcelamiento de Quevedo en San Marcos de León entre 1639 y 1643, como se nos cuenta en el pliego.

El autor, escondido bajo las iniciales J. R. corresponde a Gregorio Perogordo y Rodríguez (1840-1891). Abogado, poeta y pintor, ordenado sacerdote después de enviudar, fue fiscal de la Vicaría Eclesiástica de Madrid y rector de las Comendadoras de Santiago. Aparte de sus obras literarias, colaboró en diferentes periódicos, como «Álbum literario», «La Idea», «La Ilustración Católica», «La Familia», y otros. Utilizó diferentes seudónimos, entre ellos el de J. R. (José Roldán) utilizado en el pliego.

Las gradas de San Felipe, punto de reunión de los ciegos

En la literatura medieval española la figura del ciego mendigo o trovador, lejos de ser una invención literaria, aparece destacada. En las grandes ciudades los ciegos se asociaban en cofradías, hermandades o gremios, cuyos socios disfrutaban de una precaria previsión ante una enfermedad y defunción. Sus integrantes disfrutaban de una especie de monopolio de un comercio o actividad.

Los ciegos de Madrid, cuyas primeras ordenanzas se sitúan en 1614, disfrutaban de monopolios: la venta de gacetas, almanaques, folletines y toda clase de pliegos de pequeño formato, aparte de poder ejercer públicamente la música callejera.

Sucesivas ordenanzas fueron delimitando gradualmente los monopolios con los que disfrutaban los ciegos y favoreciendo la libertad de comercio.

En 1836, justo cuando se da la orden de la demolición del convento de San Felipe, una Real Orden disuelve la Hermandad de ciegos de la Corte y el privilegio con el que contaban los ciegos del monopolio de venta y recitados de las gacetas oficiales donde promulgaban noticias. La difusión de pliegos llevados a cabo por los miembros de la cofradía llevaba aparejado el no poder ejercer la mendicidad, aunque las infracciones ante ese punto eran sumamente frecuentes. Tras esta disposición, los vendedores de pliegos, recitadores o cantadores de los mismos, deberían someterse al nuevo reglamento y cuidar no ofender a las buenas costumbres, contrarios a la religión católica o incitadores a la desobediencia a las leyes o a la autoridad competente.

Todo esto, al igual que disposiciones posteriores, tenía por objeto el tratar de salvaguardar la moral pública, puesta en cuestión de forma exponencial en los años donde las gradas del convento fueron lugar idóneo para la propagación de todo este entramado, recurriendo a la responsabilidad moral de editores, vendedores y recitadores que, obviamente, apenas se tenía en cuenta.

Las gradas de San Felipe, fue un lugar de encuentro durante toda su existencia de esta circulación de pliegos y noticias. En sus covachuelas no solo se podían encontrar toda clase de impresos, sino que se hallaban a la venta libros de temática variada, como estos ejemplos de folletos donde se recogían pronósticos y noticias compuestas por «El pequeño piscator de Salamanca» o Juan de Quevedo, seudónimo de Diego de Torres Villarroel, controvertido personaje salmantino caracterizado en sugerentes líneas en el estudio de Guy Mercadier, Diego de Torres Villarroel. Masques et miroirs, Editions Hispaniques, París, 1981, pág. 3.
«Astrólogo, curandero, matemático, bailarín, sacerdote, compositor, guitarrista, flautista, bordador de tapices, pantuflas y casullas, administrador de bienes, sacristán, bufón, poeta, dramaturgo, hagiógrafo, geólogo, novelista, geómetra, meteorólogo, almanaquero, universitario, teólogo y moralista, físico, maestro apicultor, hidrólogo, panfletista, autobiógrafo: ésta son las facetas más notables que Diego de Torres ofrece al lector de los 14 volúmenes de obras que reunió en 1752».


















©Antonio Lorenzo

jueves, 20 de febrero de 2020

Santa Thais, la pecadora arrepentida


La dualidad simbólica «pecadora-arrepentida» se ha configurado en el imaginario popular a modo de arquetipo. Esta dualidad integra y bascula en un mismo plano la fascinación y el arrepentimiento en una mezcla de atracción y temor. Esta dicotomía entre lo humano y lo divino se aprecia claramente en el recorrido hagiográfico de las etiquetadas como las santas pecadoras.

Si nos detenemos a considerar las leyendas de estas pecadoras penitentes se trasluce una evidente aversión a la feminidad, iniciándose incluso desde la propia Eva al sucumbir a la tentación y sentando las bases cristianas de la misoginia a lo largo de los siglos. De hecho, son las santas pecadoras, no los hombres, quienes ocupan más espacios en los martirologios y hagiografías. La negación del propio cuerpo por parte de las mujeres establece el camino adecuado en el imaginario barroco para alcanzar la firmeza espiritual. El imaginario social sobre estas santas penitentes oscila y converge entre dos polos aparentemente opuestos, como son sensualidad de lo carnal y lo trascendente.

La figura de la santa penitente arranca en la literatura en castellano con la azarosa Vida de Santa María Egipcíaca, a la que dedicamos varias entradas desde el punto de vista de la literatura popular impresa que nos ocupa. Pero si hay una pecadora arrepentida por antonomasia no es otra que María Magdalena, a la que podríamos sumar otras leyendas hagiográficas, como las de santa Pelagia o santa Thais, a las que dedicaremos las siguientes líneas.

La leyenda de Santa Thais, la penitente

Copio literalmente las primeras líneas que dedica a esta santa Jean Croisset (1656-1738) en su celebérrimo El año cristiano (original de 1712), traducido al castellano por el Padre Isla desde 1753, del que se conocen numerosas ediciones
«A mediados del siglo IV vivió en Egipto una famosa cortesana, por nombre Thais, que había sido educada en la fe cristiana, pero en quien se habían extinguido los sentimientos de gracia con un amor desordenado al deleite y a las ganancias de la codicia. La belleza, el talento, las lisonjas de las malas compañías la arrastraron a un abismo de infames y criminales vicios, de que solo el esfuerzo extraordinario de una gracia singular podía sacarla a salvo. Esta infeliz e insensata pecadora estaba ya casi a la boca de su eterno precipicio, cuando se interpuso en favor suyo la misericordia divina. Pafnucio, santo anacoreta de la Tebaida, lloraba día y noche la pérdida de aquella alma, porque eran públicos en todos esos países los escándalos de su arrastrada vida y conducta licenciosa».
El hecho que cambió su vida pecadora fue conocer a un eremita dedicado a la oración y a la penitencia en la soledad del desierto de la Tebaida. Este eremita sería conocido con el tiempo como San Pafnucio (Panuncio según otras versiones). Aconsejándola, logró el sincero arrepentimiento de Thais, quien abandonó su conducta disipada. El venerable varón le dijo que como penitencia, para que demostrara que estaba sinceramente arrepentida, debería permanecer el resto de sus días en la celda de un monasterio femenino, en continua oración y penitencia extrema. Thais, tras su vida desordenada, profesó en la vida religiosa, en la cual fue ejemplo de santidad y fidelidad al Creador hasta su muerte en aquel lugar.

Esta es, más o menos, la leyenda sobre esta pecadora. Otras versiones, incluyendo la Leyenda Áurea de Jacobo de la Vorágine, detallan el encuentro de Thais con el abad de una forma novelada y atrayente, tal y como se recoge en esta página que no me resisto a copiar.  


Como se ve, Thais era un verdadero instrumento del demonio. Así lo comprendió el abad Pafnucio, quien, decidido a acabar con su perniciosa influencia, la visitó, vestido con ropas mundanas y una bolsa de dinero, fingiendo que quería pecar con ella. Esto no resultaba novedoso para Thais, por lo que, sin sospechar nada, condujo al piadoso abad hasta un amplio lecho cubierto con valiosas coberturas y mullidas almohadas. Sin embargo, Pafnucio le preguntó si no había otro aposento más secreto todavía y ella se internó más profundamente en sus habitaciones, pero fue en vano: Pafnucio seguía diciendo que temía ser visto.
En su oficio Thais había conocido toda clase de perversos, de manera que le siguió la corriente. Cuando por fin entraron a una cámara del todo apartada, ella dijo: “Hasta aquí no llega absolutamente nadie, pero si a quien temes es a Dios, no hay lugar alguno que le sea oculto”
A partir de este punto, las versiones sobre lo ocurrido en la misteriosa recámara difieren sustancialmente, pero la más conocida y tenida por cierta es la del abad. Según él, asombrado por las palabras de la prostituta, le preguntó si sabía algo de Dios, a lo que Thais respondió que sabía mucho, demostrando a continuación un acabado conocimiento de la doctrina cristiana. Al fin Pafnucio alzó su voz y la increpó: “¿Y por qué, entonces, has perdido a tantas almas, si sabes que un día deberás dar cuenta, no sólo de la tuya, sino también de aquellas?”
Al punto Thais fue invadida por un profundo arrepentimiento, se echó a llorar, abrazó los pies del abad y le rogó que le mostrara un camino de penitencia. Pafnucio la citó en un convento de monjas y se marchó.
Antes de acudir al encuentro del abad, Thais llevó a la plaza todos los bienes adquiridos con el producto de sus vicios y les prendió fuego exclamando: “¡Venid todos los que habéis fornicado conmigo y ved cómo arde el salario del pecado!”
Y todos vieron cómo ardía el salario del pecado.
La estrategia del monje, haciéndose pasar por un cliente para salvar a la pecadora, ofreciendo a Thais la oportunidad de una transformación espiritual, añade un elemento más de fascinación a la historia.

En fin, esta dialéctica construida a base de imágenes contrapuestas entre lo terrenal y lo divino puede extenderse al resto de las santas penitentes y se perfila muy bien en la leyenda de santa Thais (Taes, Taide en otras versiones), a pesar de que no encontrarse incluida en el actual martirologio romano y desaparecida de la hagiografía oficial.

El pliego

El interés de este blog reside básicamente en recoger, mostrar, contextualizar y relacionar lo expresado por los pliegos como referentes de la literatura popular impresa, en este caso como efímero pliego de cordel.

El pliego que reproduzco lo editó la imprenta murciana de Pedro Belda en 1883, aunque se conoce un antecedente reseñado por Simón Díaz, José, «Hagiografías individuales publicadas en español de 1480 a 1700», Hispania Sacra, 30 (1977), p. 475. También lo recoge María Cruz García de Enterría y Mª José Rodríguez Sánchez de León en «Pliegos poéticos españoles en siete bibliotecas portuguesas (siglo XVII)», Universidad de Alcalá de Henares (2000).
González de Figueroa, Francisco
Aquí se contiene una obra nueva de la vida, conversión y penitencia de santa Tais, muger pecadora en Egipto... Cádiz, Bartolomé Nuñez de Castro, 1683. 4 hs. con 3 grabs. En verso.
Pero es en un trabajo de Juan Barceló Jiménez: «Un poeta y coplero murciano del siglo XVI: Francisco González de Figueroa», (Revista Murgetana, Nº 48, 1977) donde se nos aclara que González de Figueroa fue un poeta murciano de la segunda mitad del siglo XVI, ciego y autor de versos para pliegos. No se cuenta con datos precisos sobre su trayectoria, pero existe constancia de algunas de sus obras publicadas entre 1578 y 1587, por lo que la fecha de edición anotada por Simón Díaz y Mª Cruz García de Enterría de 1683, hay que retrotraerla muchos años antes a la edición reseñada. En alguna portada de sus romances dice ser «privado de la vista», por lo que hay que suponer que su actividad se centraba en la composición y recitación, en su caso, de sus producciones por la región murciana. La cabecera de uno de los cinco pliegos de cordel que editó el bibliófilo Antonio Pérez Gómez en el anexo correspondiente al número 10 de la revista Monteagudo (1955), dice así:

OBRA NUEVAMENTE COMPUESTA POR FRANCISCO GONZALEZ/DE FIGUEROA, NATURAL DE LA CIUDAD DE MURCIA. LA QUAL TRATA DE LA/VIDA, CONVERSIÓN, Y PENITENCIA DE SANTA TAIS. MUGER PECADORA/EN EGIPTO. CON UN VILLANCICO AL CABO DEL/SANTISSIMO SACRAMENTO. (AL FIN). EN SEVILLA POR JUAN CABECAS, Y SE VENDE EN CALLE DE GENOVA. / (Sin año de impresión)

El interés del pliego «moderno» editado por Belda en 1883 se acrecienta si tenemos en cuenta los antecedentes que hemos señalado, así como el desconocimiento de otras impresiones de pliegos que narren su historia. Cotejando el texto de la edición del siglo XVI con la versión moderna, se aprecia de que se trata de la misma versión, aunque con pequeñas variantes no significativas.

Estas notas quieren expresar la deuda que tenemos con los autores invidentes de pliegos en orden a una revalorización poética de sus producciones y al margen de su calidad literaria, pero de importancia como mediadores y difusores culturales.





Entrecruzamiento entre Santa Thais y Santa Pelagia

Debido a las similitudes entre las leyendas de estas dos santas, sus historias se han entrecruzado al coincidir ambas el haber llevado una vida licenciosa antes de su arrepentimiento y conversión. También por la intervención de dos «santos varones»: en el caso de Pelagia, por el obispo Nono y en el de Thais, por Panuncio, que también alcanzó el obispado.

Pelagia se desprende de sus joyas
Pelagia, al parecer, era una prominente actriz y bailarina de la ciudad de Antioquía que llevó a la perdición a muchos hombres obsesionados con su sensualidad y su voz. Llamada también «la Margarita» (perla en latín), ya que solía presentarse cubierta de pedrería, con el cabello adornado y vestida elegantemente. Parece que el futuro santo, de nombre Nono, se propuso convencer a Pelagia para que rebajase el tono de las piezas que ponía en acción, pues era del pensamiento de que seguramente Dios no estuviese muy de acuerdo con esa alegría erótica que excitaba a su público masculino (o también femenino, quién sabe). El caso es que Nono acabó por alejarla de los escenarios. Pelagia se deshizo de sus bienes y viajó a Jerusalén. Una vez allí y envuelta en una capa regalada por el propio Nono y haciéndose pasar por hombre, se dirigió al Monte de los Olivos donde había una comunidad de ermitaños. Allí se hizo pasar por Pelogio llevando una vida austera y de oración. Pero los ermitaños quedaron atónitos a su muerte, porque al quitarle el hábito para darle sepultura comprobaron que habían convivido largos años con una mujer.

La historia de ambas no tiene desperdicio. Tanto es así que la vida de Thais inspiró la novela histórica del mismo título de Anatole France (1844-1924), publicada en París en 1890. A su vez, Jules Massenett (1842-1912) se inspiró en la vida de Thais y en la novela de Anatole France para escribir su ópera Thaïs (1894), donde se incluye el tan conocido y soberbio solo de violín del segundo acto, conocido por «Meditación». También inspiró la vida de la cortesana a Paul Wilstach (1870-1952) para escribir su obra de teatro Thais en cuatro actos, como también a una serie de películas mudas en el primer cuarto del siglo XX.

Imágenes ilustrativas


Santa Thais orando en su celda - Charles-Antoine Coypel (1694-1752)

San Nono y Pelagia - Menologio de Basilio II

Philippe de Champaigne - Pafnuncio libera a Thais


Para saber más:

* Fernández Rodríguez, Natalia, «La pecadora penitente en la comedia del Siglo de Oro», Universidad de Valladolid, 2009.
* Fernández Rodríguez, Natalia, «El Auto de la conversión de Santa Tais entre dos géneros. Hacia los orígenes de la comedia hagiográfica», en Estudios sobre la Edad Media, el Renacimiento y la temprana modernidad, Instituto Biblioteca Hispánica del CiLengua, San Millán de la Cogolla, 2010. 
* Fernández Rodríguez, Natalia, «Miradas conflictivas. La pecadora penitente entre el antivoyeurismo y los márgenes de la sensualidad», Revista Escritura e Imagen, Vol. 15, (2019)

©Antonio Lorenzo

jueves, 13 de febrero de 2020

San Cipriano y Santa Justina, mártires


Los santos Cipriano y Justina arrastran tras de sí una suculenta leyenda, no solo por su vida y martirio, sino también por la relación de Cipriano con la hechicería y con la magia negra.

La leyenda sitúa a estos mártires en los tiempos finales del emperador romano Diocleciano, donde tuvo lugar una sangrienta persecución contra los cristianos en Nicomedia (actual Izmit, Turquía) (siglo IV), con el fin de frenar la rápida expansión del cristianismo. Cipriano y Justina sufrieron el martirio en tiempos de este emperador (284-305), aunque la Iglesia Católica considera hoy en día estos sucesos más como una leyenda piadosa que como hechos históricos fundamentados.

Es frecuente confundir al Cipriano de las artes mágicas de la leyenda con Justina con otro Cipriano, el que fuera obispo de Cartago, quien tuvo una existencia real y nada que ver con las prácticas hechiceriles del primero, aunque ambos vivieron en el siglo III y fueron martirizados.

La leyenda de Cipriano y Justina es también un ejemplo de la confrontación entre  el mago y el santo. Su antecedente más lejano es el episodio de Moisés y los magos de Egipto. En una de sus variantes el mago comprende la falsedad de la ciencia en la que cree y se convierte a la fe verdadera, como ocurre en la leyenda que nos ocupa de Cipriano de Antioquía. 

La leyenda

Justina, natural de Antioquía, nacida y criada en un hogar pagano, fue convertida al cristianismo, tanto ella como sus padres, por un apuesto joven llamado Agladio que se enamoró perdidamente de Justina. Como no pudo conseguir sus propósitos ni vencer la fortaleza de Justina al haberse consagrado a Dios, solicitó la ayuda de un reconocido mago llamado Cipriano para conseguir que a través de sus reconocidas prácticas hechiceriles le consiguiera el amor de su hermosa joven. Cipriano le prometió que lo conseguiría, pero todas sus prácticas fracasaron.

Intentando sin éxito conseguir sus propósitos, preguntó a los demonios por las razones de que sus hechizos no conseguían el amor de la muchacha. El propio Lucifer le comunicó que el verdadero obstáculo era por causa de la fe y religión que profesaba la virgen. Cipriano se dedicó al estudio profundo de la doctrina cristiana hasta que decidió hacerse él mismo cristiano y propagar la fe de Cristo. Prendado de la belleza de la joven acabó enamorado perdidamente de la bella Justina y queriéndola solamente para sí. Cipriano, al considerar que no podría cambiar los deseos de una virgen consagrada a Dios, decidió quemar todos sus libros de brujería y unirse a la suerte de Justina, acabando ambos martirizados el año 304. En su trayectoria en la fe de Cristo y bajo la tutela del obispo Eusebio, Cipriano llegó a ser a ser diácono, sacerdote y finalmente obispo de Antioquía.

Ambos acabaron arrestados por orden del emperador Diocleciano y, al no renunciar a su fe, fueron sometidos a torturas y hasta arrojados a una caldera de agua hirviendo (como se recoge en el pliego), aunque resultaron ilesos sin sufrir quemaduras por un milagro de Dios. Finalmente, fueron decapitados. Sus cuerpos fueron custodiados por soldados romanos para evitar que los cristianos se los llevasen, aunque tras un tiempo lograron llevarse los huesos y trasladarlos a Roma y puestos al cuidado de una dama cristiana llamada Rufina. Un tiempo después, parte de sus restos fueron llevados a la iglesia de San Juan de Letrán, catedral de la diócesis de Roma donde se encuentran sepultados un apreciable número de papas.

Estos son, a grandes rasgos, los elementos en los que se basa la leyenda en relación a estos dos mártires, desarrollada en el pliego editado y reimpreso en numerosas ocasiones.






El imaginario popular no conoce tanto a san Cipriano por su martirio, sino por sus trabajos de magia negra y por atribuirle en gran parte la autoría de un grimorio conocido como el Libro de San Cipriano. Se conoce como grimorio un tipo de libro donde se entremezclan conocimientos mágicos e instrucciones para realizar encantamientos, así como predicciones astrológicas, sortilegios, hechizos contra el mal de ojo, invocaciones para encontrar secretos escondidos junto a variadas fórmulas mágicas para conseguir determinados fines. 

El Libro de San Cipriano, en sus muchas versiones, también es conocido como El tesoro del hechicero, Los secretos del infierno o, simplemente, como El Ciprianillo. Dicho tratado se ha venido copiando, reeditando, añadiendo o suprimiendo elementos a lo largo de la sinuosa historia de sus ediciones.

Son muchas las ediciones del siglo XIX, tanto de la península ibérica como de Iberoamérica (especialmente en Brasil, donde se conocen más de veinte versiones diferentes reelaboradas y actualizadas). El éxito del libro en Brasil se explica por la profusión de la magia negra brasileña, mientras que en España no deja de ser una especie de rareza bibliográfica, aunque en Galicia y en el norte de Portugal encuentra una mayor difusión, ya que en algunas versiones aparecen unos supuestos listados de tesoros escondidos en esas tierras.

Resulta evidente que Cipriano difícilmente podría ser el autor del famoso libro, ya que muchos textos son muy posteriores a su época y además coincide con textos de otros grimorios aparecidos en los siglos XVIII y XIX.

Las distintas versiones que circulan suelen ser todas ellas del siglo XIX o a lo sumo de la segunda mitad del siglo XVIII. Obviamente se trata de reediciones con adiciones y supresiones que personalizan cada una de ellas.

Por hacer un repaso por el laberinto de sus falsas atribuciones y ediciones originales hay que citar la supuesta transcripción de los textos de antiguos pergaminos dictados por los espíritus al supuesto monje alemán Jonás Sufurino. El libro viene a ser una especie de recopilatorio del siglo XIX de obras ya conocidas, como La clavícula de Salomón, El dragón rojo y la cabra infernal, junto a encantamientos, hechicerías y sortilegios varios.





Un caso curioso es una especie de opúsculo editado en Galicia por un autor anónimo con clara intención burlesca. Editado como folleto en A Coruña a mediados del siglo XIX, ha sido estudiado por Peter Missler del que copio el resumen:

En este  artículo  es  descrito  el  Millonario  de  San  Ciprian  editado  por  “Adolfo  Ojarak”,  un folleto barato y burlesco, impreso en A Coruña a mediados del siglo XIX, que ofrece una lista de supuestos escondrijos de tesoros romanos y moros enterrados en los alrededores de la ciudad, con sus correspondientes exorcismos para desencantarlos. Aunque se trata de una broma, debida quizás a algún impresor coruñés, refleja cómo era la tradición de los Ciprianillos de su época y las creencias populares vivas en el imaginario popular de su tiempo.
Un estudio pormenorizado sobre el Libro de San Cipriano (I) y (II) y su abundancia de ediciones es el realizado por Félix Fco. Castro en Hibris, revista de bibliofilia, nº 27 y 28 (2005).

San Cipriano y Santa Justina protagonistas de la comedia «El mágico prodigioso» de Calderón

El famoso dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), una de las figuras de referencia del teatro barroco, desarrolló el estilo escénico de su antecesor Lope de Vega y entre su nutrido repertorio teatral se encuentra la comedia El mágico prodigioso. Dicha comedia fue escrita por Calderón basándose en la leyenda de san Cipriano y santa Justina, creada originalmente para ser representada en la localidad toledana de Yepes con motivo de la fiesta del Corpus Christi en junio de 1637. Así consta en el manuscrito autógrafo conservado y descubierto en el siglo XIX en la biblioteca del duque de Osuna. El manuscrito conservado viene a ser una una especie de bosquejo para adaptarse a las condiciones del corral de comedias donde iba a ser representada. Calderón redactó posteriormente otra versión abreviada de la obra para ser representada, en este caso, en los teatros públicos. El texto publicado por primera vez está fechado el año 1663, y de nuevo en la Sexta parte de comedias por VeraTassi en 1683, a menos de dos años escasos de la muerte de Calderón.

Es precisamente esta versión de la Sexta parte de comedias de Vera Tassi (1683) sobre la que tengo el privilegio de que figure en mi biblioteca particular, donde incluye precisamente El mágico prodigioso. Esta Sexta parte fue buscada, reunida y revisada para preparar dicho volumen por el amigo de Calderón, Iván de Vera Tassis, siendo impresa en Madrid por Francisco Sanz el año 1683.


Colección particular
La obra fue refundida e impresa de nuevo con adiciones, supresiones y corrección de errores, aspectos sobre lo que discuten los críticos para tratar de establecer el recorrido de la comedia en orden a publicar una edición científica y sólida.

Existen controversias entre críticos y estudiosos de la literatura sobre la edición que se puede considerar como verdaderamente científica o crítica de esta obra de Calderón a partir de las versiones que se conocen de la misma. Estas disquisiciones sobre las revisiones y enmiendas que hizo el propio dramaturgo a lo largo del tiempo se salen lógicamente del propósito de esta entrada. La edición príncipe de esta comedia es del año 1663, versión depurada de la redacción autógrafa primitiva de 1637, aunque desautorizada por el propio Calderón en la Cuarta parte de sus comedias de 1674.

Vemos en diferentes estudios cómo los críticos tratan de solucionar los puntos de conflicto de las distintas versiones y textos base para dotar a la comedia de un texto, digamos definitivo y consensuado.

La versión actual que podemos considerar canónica y revisada de esta Sexta parte de comedias de Calderón es la publicada por la Fundación José Antonio de Castro, con importante revisión crítica de manuscritos e impresos llevada a cabo José María Viña Liste.

Como comedia particular puede consultarse a través de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:


Las fuentes que utiliza Calderón para el desarrollo de esta comedia se encuentran fundamentalmente en las Flos Sanctorum (traducciones y adaptaciones actualizadas de la Leyenda Áurea) de Alfonso de Villegas y la de Ribadeneyra. 

Cipriano y Justina mueren por defender unos principios en los que creen enfrentándose a todo cuanto les rodean, lo que les eleva a la categoría de mártires.

El trasfondo religioso de esta comedia de santos viene a reforzar la idea de que Dios está por encima del individuo, al que ha concedido el libre albedrío para alejarse o no de sus mandamientos siendo esa elección personal e intransferible. Los personajes de Calderón se enfrentan al dilema de su decisión personal en un contexto social donde la religión impregna la vida española del momento y donde la moral contrarreformista se trasluce en la producción escénica del siglo XVII.

Al margen de todo este recorrido quisiera añadir, a modo de curiosidad, algunas fotografías de la representación adaptada y refundida en cinco cuadros por Francisco Fernández Villegas de la obra de Calderón, tal y como se representó en el Teatro Español, de Madrid, y recoge la revista quincenal ilustrada El arte de El Teatro del 15 de noviembre de 1906. 


La puesta en escena de esta adaptación contó con un exquisito lujo de decorados y vestuario. Su estreno, después de tantos años de olvido, supuso un verdadero acontecimiento teatral. En ella participó la conocida actriz María Guerrero en el papel de Justina. Una de las actuales sedes del Centro Dramático Nacional se ubica, por cierto, en el madrileño teatro que lleva su nombre.



¿Y Santa Justina?

Si la historia de estos dos mártires no carece de interés, parece claro que la focalización mediática se ha decantado mucho más ante la figura de un santo hechicero que por una mártir virgen, cuya abundancia en el santoral es harto conocida, recordemos las famosas once mil vírgenes. ¿Pero hubo alguna vez once mil vírgenes, como se preguntaba Enrique Jardiel Poncela?

El caso es que la iconografía de santa Justina se ha desarrollado a lo largo del tiempo. Prueba de ello son estas imágenes, escogidas al azar, bien sola o acompañada de san Cipriano, que recojo a modo de ejemplos.

Paolo Veronese - Martirio de Santa Justina (detalle)

Cyprian and Justina - (Menologion of Basil (II)



©Antonio Lorenzo

miércoles, 5 de febrero de 2020

San Cristóbal, el santo que nunca existió


Nos detenemos en esta ocasión en la legendaria vida de san Cristóbal, popular patrón de viajeros y automovilistas. El origen de su culto, su variada iconografía y la ausencia de una historicidad acreditada propiciaron su descalificación por la iglesia como sujeto de santidad. La iglesia, carente de datos biográficos suficientes para acreditar su existencia, al igual que ocurre con otros santos muy famosos, mantiene su culto por tradición y no por verificación.

En la revisión del martirologio romano llevada a cabo en 1969 mediante una investigación rigurosa sobre la historicidad de los santos, se excluyeron aquellos cuya verificación histórica era nula o muy limitada. San Cristóbal fue uno de ellos, lo que no quiere decir que en calendarios particulares de determinados lugares se desaconseje o no se permita su veneración.

La leyenda nos presenta a Cristóbal como un gigante cananeo que, tras su conversión al cristianismo, ayudaba a los viajeros a atravesar un peligroso vado llevándolos sobre sus hombros a modo de puente humano. El gigante que porta el peso del mundo sobre sus hombros, no deja de ser una trasposición de mitos antiguos, baste recordar el ejemplo de Hércules y su anécdota con Atlas en la mitología clásica, con el barquero Caronte e incluso con mitos anteriores, como con el mito mesopotámico de Gilgamesh.

La leyenda

La historia más conocida sobre este corpulento personaje es la incluida en la influyente recopilación de relatos hagiográficos conocida por la Leyenda Dorada, de Jacobo de la Vorágine (siglo XIII). Como es obvio, esta compilación no puede entenderse como un documento histórico, ya que su objetivo principal era la de fomentar y acrecentar la fe a través de modelos de vida para ser emulados.

En la serie de martirios sufridos por Cristóbal en su afán de predicar y convertir al cristianismo a un crecido número de no creyentes se entremezclan episodios reconocibles del martirio de san Sebastián o el  de los santos médicos san Cosme y san Damián.

Los más significativo y recurrente en la leyenda e iconografía del santo es que en una ocasión ayudó al niño Jesús a cruzar el río. Sorprendido por el gran peso del infante, el niño le explicó que en realidad llevaba sobre sus espaldas los pecados del mundo. Tras el bautismo de Cristóbal se encargó de predicar el cristianismo por el mundo.

El interés de este blog reside principalmente en la divulgación de determinados temas mediante pliegos de cordel, aleluyas, ventalls o láminas, bajo la denominación genérica de literatura popular impresa. Es por ello que, referido al caso de san Cristóbal, reproduzco su historia mediante dos pliegos de cordel. El primero de ellos dividido en dos partes, impreso en Zaragoza y a la venta en casa del Catalán en la calle de las Danzas.





Segunda parte





Este otro pliego es el editado en Barcelona por la imprenta de Juan Llorens en 1865 y acompañado al final por unos gozos dedicados al santo.






Patronazgos atribuidos a san Cristóbal

La incertidumbre respecto a su historicidad no ha impedido que San Cristóbal se convirtiera en objeto de enorme veneración en el siglo XVI hasta su supresión del santoral oficial. Un breve resumen sobre los patronazgos y protecciones atribuidos a san Cristóbal a lo largo del tiempo es como sigue:

* Protector ante la muerte súbita (montañeros, conductores y aviadores) y contra la peste
* Contra el mal de ojo, ya que una de las flechas lanzadas en su contra se volvió contra el ojo del rey
* Por su talla y fuerza hercúlea, patrón de los atletas y de los cargadores de todo tipo
* Patrón de los jardineros y encargados de viveros, debido al tronco del árbol vivo en el que se apoyó, por lo que se le invoca para la protección de los árboles frutales.

* Protector de los mozos de cuerda y benefactor de los dolores de muelas y de las uñas (panadizos)

Según la creencia popular bastaba mirar la imagen del santo para protegerse durante el día frente a la muerte súbita (mala muerte): «Si del gran san Cristóbal hemos visto el retrato, ese día la muerte no ha de darnos mal rato», se decía. Es por ello que su imagen solía aparecer en un número considerable de las fachadas y entradas de las iglesias o santuarios de una forma gigantesca como preventivo ante la muerte súbita, tan extendida en la Edad Media. Su popularidad decayó a partir del siglo XV con la Reforma y Contrarreforma, donde se puso en cuestión algunas oraciones consideradas supersticiosas, al igual que durante los siglos XVII y XVIII, donde paulatinamente fue decayendo su leyenda como intercesor o patrón.

Evolución iconográfica de san Cristóbal

Para comprender y situar convenientemente las distintas representaciones de san Cristóbal hay que tener en cuenta tanto la versión oriental como la occidental sobre su vida. Si atendemos a la versión oriental, Cristóbal es un ejemplo de los llamados «cinocéfalos», esto es, hombres con cabeza de perro. Plinio, en su Historia natural, describe a los habitantes asociados a territorios remotos con una serie de características salvajes: comedores de carne cruda, con cabeza de perro y el resto del cuerpo de forma humana, carentes de lenguaje propio aunque entendedores del lenguaje humano, al que solo podían responder con ladridos.

La versión oriental sobre Cristóbal le hace oriundo de esta raza de los cinocéfalos habitantes de territorios remotos, por lo que es representado con cabeza de perro antes de ser descrito y reinterpretado como un gigante venido de lejanas tierras y más humanizado físicamente, tal y como recoge la versión occidental sobre su vida, propagada, reescrita y fijada por la Leyenda Dorada.

Otra interpretación asocia su cabeza de perro por ser oriundo de Canaán, pueblo adorador de dioses paganos y de dispersa localización geográfica, pero asociado a «canino»; o bien, que antes de su bautismo, san Cristóbal lucía un aspecto ciertamente aterrador, adquiriendo una apariencia más gentil y humana al recibir de Dios el don de la palabra.

Ejemplos de la tradición oriental bizantina son estos ejemplos de representaciones iconográficas de Cristóbal con cuerpo de hombre y cabeza de perro. Por resultar más desconocido me detendré en mostrar algunos ejemplos significativos.




































No resulta infrecuente la representación de san Cristóbal acompañada de santa Lucía y sus tres hijas, o junto a san Esteban, de cara a alentar a la perseverancia frente a la persecución y el tormento a modo de icono patronal de protección.



















A diferencia de las versiones iconográficas orientales y cristianas ortodoxas, en las occidentales se prescinde de la cabeza de perro, aunque coinciden en algunos aspectos sobre los episodios de su vida.

En el Museo Nacional de Cataluña se conserva una magnífica reproducción de san Cristóbal llevando sobre sus hombros a un Jesucristo adulto al tiempo que en las escenas laterales se recogen episodios del martirio del santo. La obra data del siglo XIV y es atribuida al maestro de Soriguerola.


Un magnífico retablo es también el conservado en el Museo del Prado, de autor anónimo y datado a finales del siglo XIII.

Añado a continuación una serie de imágenes de San Cristóbal más repetidas y conocidas, alusivas al «portador de Cristo», algunas de ellas recogen interesantes detalles sobre su leyenda.

























Retablo cerámico de Alcora (Castellón)

2ª parte del pliego editado Rafael Gª Rodríguez (Córdoba)
Imagen venerada en un convento de Valencia


















En las décadas de los años 40 y 50 del pasado siglo se publicaron una gran cantidad de folletos sobre las vidas de los santos editados en México por la editorial Novaro (alcanzando 416 números entre 1954 y 1974), dirigida por el jesuita Padre José A. Romero y distribuidos por distintos países, entre los que se encontraba España. Dicha serie recogió la sorprendente historia de «San Cristóbal, el buen gigante» en forma de cómic, del que reproduzco la portada, la contraportada y una síntesis incluida de su historia bajo el título de «Historia de un coloso».























Sincretismo religioso
Por completar algo más la difusión de la leyenda de Cristóbal creo que resulta interesante su relación con la santería cubana. Como es sabido, la santería cubana sincretiza creencias católicas con las creencias yoruba. El pueblo yoruba comparte un complejo entramado de creencias y mitos de carácter religioso. La santería fue practicada en sus orígenes por los esclavos negros y sus descendientes en la isla caribeña, algo que también se ha extendido, aunque con menos profusión, por otros países iberoamericanos.

Heredera de la cultura yoruba, determinados santos católicos se han fusionado con creencias que apenas tienen nada que ver con ellos, aunque conservando rasgos comunes propios del sincretismo religioso.

Los colonizadores, tratando de imponer su fe y creencias católicas a esta población esclavizada, originó que de forma subrepticia dicha población fuese recomponiendo de forma inteligente e incorporando a sus creencias determinados santos católicos.

La mezcla de etnias y culturas ha hecho posible la fusión de creencias debido en parte a la similitud de las historias o rasgos comunes.

El santo católico san Cristóbal se identifica y asocia en las creencias yorubas con Agayu (o Aggayu). Aggayu es el orisha (a modo de vínculo emisario o santo entre el mundo terrenal y el divino). Se asocia con una especie de padre protector, un gigante del fuego que apoya y da fuerza y vida a una persona, a modo de bastón de apoyo, siendo el barquero que ayuda a las personas a cruzar el río. Los complejos rituales para atender o invocar a Agayu (ofrendas de comida, flores, collares, frutas, colores... es compleja y se sale fuera del propósito divulgativo de esta entrada.


La festividad de san Cristóbal se celebra en occidente el día 25 de julio y en oriente el 9 de mayo, aunque en la tradición hispana se celebra el 10 de julio para dejar libre la fecha del día 25 dedicada a Santiago apóstol.
©Antonio Lorenzo