miércoles, 27 de abril de 2022

El Catecismo Histórico del abad Fleury [I]


El Catecismo Histórico escrito por el abad Claudio Fleury alcanzó una extraordinaria difusión desde que se publicó por primera vez en francés el año 1683 dando lugar a numerosísimas traducciones y ediciones completas, parciales o adaptadas del original. La primera edición traducida al castellano fue publicada en Madrid el año 1717 en tiempos de Felipe V, quien ya conocía el libro, puesto que Fleury había sido su preceptor en Francia cuando aún era duque de Anjou, por lo que promovió su traducción y difusión. Fue uno de los libros de texto que las Cortes de 1780 recomendó para la enseñanza de la religión.

Claude Fleury (París, 1640-1723) fue un conocido eclesiástico historiador de la iglesia y abogado en el Parlamento de París en 1658, preceptor y tutor de los nietos de Luis XIX y de los hijos de Luis XV. Aparte de su famoso catecismo fue autor de una Historia eclesiástica, desarrollada primeramente en veinte volúmenes en 1691 que fue ampliándose hasta llegar a los treinta y seis. Su acreditada erudición y las numerosísimas reediciones de su obra, especialmente de su catecismo, no impidió que algunas de ellas fuesen a parar al Índice de Libros Prohibidos por la iglesia católica catalogados entonces como perniciosos para la fe. El conjunto de su obra se propagó con numerosas ediciones a lo largo de los cuatro siglos siguientes. Su obra fue señalada, aunque de forma discutida, como favorecedora de acercamiento al "jansenismo", aunque considerada también como defensora de la corriente "galicanista", según la controversia teológica de la época y la interpretación sesgada de los escritos de entonces.

No resulta tarea sencilla el adentrarnos de forma abreviada sobre las propuestas teológicas del jansenismo y del galicanismo. En un sentido amplio el jansenismo se considera un fenómeno histórico que supera el ámbito teológico y donde se entremezclan aspectos religiosos y también políticos de gran complejidad. Esta controversia doctrinal tomó forma a partir de la obra de quien fuera obispo de Ypres en los Países Bajos, Cornelio Jansenius (1585-1638), quien realizó una lectura profunda y sistemática de las obras de San Agustín, elaborando una obra destinada a ofrecer una síntesis general de la doctrina agustiniana acerca de la gracia y de la predestinación. Su libro Augustinus, publicado póstumamente en 1640, le valió una fuerte oposición por parte de la Compañía de Jesús, quienes sostenían tesis opuestas. A lo largo del galimatías dentro de los diversos periodos o fases pasó a ser, desde su interpretaciones dogmáticas y espirituales, afines al protestantismo, a entremezclarse con tendencias de carácter político. El jansenismo pasó con el tiempo a ser un debate sobre la naturaleza de la autoridad papal, episcopal y parlamentaria. Desde un punto de vista espiritual el jansenismo es básicamente pesimista, pues parte de que cada hombre se encuentra predestinado por parte de Dios tras el pecado original salvándose aquellos a quienes les fue concedida la gracia o don divino desde su nacimiento, por lo que la libertad humana quedaba de esta forma muy limitada.

Durante la segunda mitad del siglo dieciocho, la influencia del jansenismo se prolongó tomando varias formas y ramificaciones, y extendiéndose a otros países afianzándose en todos ellos su animadversión a los jesuitas, a quienes consideraban de moral relajada, adaptados dinámicamente a las necesidades que surgieran según la coyuntura, así como de sus prácticas laicistas.

En contraposición al jansenismo, el llamado galicanismo, propio de la iglesia galicana francesa en la época de la Constitución civil del clero (1790), emitido durante la revolución francesa es un totum revolutum de doctrinas, prácticas eclesiásticas y políticas tendiendo a restringir la autoridad papal para reforzar y dar prioridad de acción a los obispos en su diócesis, su apoyo al poder civil o al propio monarca en su representación del estado frente a la autoridad ejercida por el pontífice. Se trataba, en suma, en un sentido generalista, de reforzar la autoridad de los obispos en sus diócesis frente a la centralización romana. El galicanismo vio su fin de forma oficial en Francia a raíz del Concordato firmado por Napoleón y Pío VII en 1801. Napoleón aprovechó su idea de concentrar la iglesia de forma unificada en torno al papado para consolidar su imperio, por lo que aprobó el uso de su Catecismo Imperial para toda iglesia dentro del ámbito de su imperio, algo a lo que dediqué una anterior entrada que puede consultarse en el siguiente enlace:




En el siglo XVIII se difunden por España obras de varios autores, en su mayor parte franceses del siglo XVII, los cuales ayudaron a crear una corriente más innovadora dentro del nuevo pensamiento religioso español. Del Catecismo histórico de Fleury se conocen en España y en la América colonial un notable número de ediciones como texto formativo de lectura según se recoge en la real provisión del 11 de julio de 1771.

Dentro de este periodo de agitación la obra de Fleury, dependiendo de la interpretación que se haga de determinados escritos del conjunto de su obra, se encuentra a caballo entre el jansenismo y la visión galiciana según se consideren diferentes aspectos.

Al margen de estas disquisiciones teológicas que escapan a las pretensiones divulgadoras de este blog, quiero detenerme en algunas de las ilustraciones que acompañan una de las ediciones de este catecismo llevada a cabo en Barcelona por el taller de imprenta y litografía de Faustino Paluzíe (1833-1901), editor muy relevante en el campo de los libros educativos y material de enseñanza para niños. Esta edición corresponde al año 1884 donde señala su aprobación por la autoridad eclesiástica y de que se trata de un manual aprobado por Real Orden del 7 de enero de 1880 para instrucción de los niños.

El catecismo, corregido por el editor Paluzíe, está dividido al igual que la obra original en dos partes: la primera contiene sumariamente la historia sagrada y la segunda la doctrina cristiana.

En esta primera entrada adjunto algunas de las ilustraciones que acompañan el texto, algo de lo que por sí solas ya merecen atención, porque tienen por finalidad el ser interpretadas de una forma dirigida para construir, persuadir o incitar en la percepción infantil normas o convenciones interpretativas propias de una determinada cultura, en este caso religiosa. El poder de este tipo de imágenes de carácter religioso es una forma de recurso didáctico y de adoctrinamiento añadido al conjunto de preguntas y respuestas propio de todo catecismo.

Existe un importante número de catecismos "breves y sencillos acomodados a la inteligencia de la primera edad" ilustrados conforme a lo que se quiere transmitir y socializar. La iglesia utiliza las imágenes mediante elaboradas ilustraciones como elemento básico para el desarrollo de la dimensión espiritual de los niños. Cada imagen va acompañada de un texto explicativo para dirigir la atención del lector hacia las pretensiones evangelizadoras del docente.

En una siguiente entrada añadiré más ilustraciones contenidas en esta interesante edición del catecismo del año 1884.



















©Antonio Lorenzo

lunes, 18 de abril de 2022

El Catecismo Imperial de Napoleón y su incidencia en España

Jules Alexis Meunier - Enseñando el catecismo a los niños (ilustración de 1898)

No deja de ser una desconocida rareza para la mayoría de la gente que el mismísimo Napoleón Bonaparte propusiera un catecismo para el uso de todo el imperio donde ejerció de emperador y rey. En los absolutos años de protagonismo de Napoleón, desde su primer ascenso al poder en 1799, hasta su derrota en Waterloo en 1815, consolidó y expandió la fuerza de su ejército y de su poder en gran parte de Europa. Napoleón Bonaparte estableció un gobierno autoritario basado en un orden centralizado con enormes poderes donde mantuvo en los países europeos conquistados todo un predominio político y social. Su acreditada influencia en todos los órdenes también afectó al clero, que era el encargado de impartir la enseñanza religiosa, por lo que ególatra Napoleón ordenó confeccionar un catecismo generalista y obligado para todo su imperio para reformar el sistema educativo de manera que los niños y niñas tuvieran acceso a una dirigida educación. El Catéchisme Impérial, fue sancionado por el emperador en el Palacio de las Tullerías el año 1806 como la propuesta y confección de un texto de catequesis católica para todo el ámbito de las iglesias de imperio francés y ajustado al espíritu de los nuevos tiempos protagonizado por el emperador.

La influencia de Napoleón en la península corresponde a su idea de una Europa unificada que diera sentido al imperio, por lo que era necesario diseñar una legislación uniforme y un proyecto educacional común al servicio del estado. Para aumentar su autoridad buscó, una vez más, utilizar a la iglesia como soporte educativo propagandístico para difundir sus ideas. Ante su insistencia, el capítulo del nuevo catecismo sobre el cuarto mandamiento contenía declaraciones audaces sobre el respeto y la obediencia debida a su autoridad, como luego desarrollaremos. El entonces papa Pío VII se negó en un principio a conceder la necesaria aprobación eclesiástica, por lo que Napoleón se dirigió con artimañas al complaciente cardenal Caprara, que era el legado papal en París, fingiendo este último que su aprobación procedía de la Santa Sede.



La estructura común de todo catecismo se organiza mediante preguntas y respuestas, lo que confiere un fuerte sentido pedagógico y moralizante. No deja de sorprender la casi inmediata traducción del ejemplar francés al idioma español. Al año siguiente de la edición original francesa se publicó en España el Catecismo para el uso de todas las Iglesias del Imperio Francés. Aprobado por el Cardenal Caprara, legado de la Santa Sede y mandado publicar por el Emperador Napoleón. Publicado en Madrid por la Imprenta de Villalpando, en 1807.

Adjunto la portada, el decreto de la publicación obligatoria del catecismo para todas las iglesias del imperio francés y a continuación el suculento prólogo de la traducción española.






El prólogo inserto en la traducción española del Catecismo Imperial no tiene desperdicio, pues es todo un ejemplo de cómo se trataron de salvar determinados aspectos tradicionales del cristianismo español que no se ajustaban a la propuesta francesa del catecismo. Los comentarios breves del prologuista sorprenden por sus ágiles vaivenes y tiras y aflojas para defender la tradición cristiana española sin saltarse la obligatoriedad del catecismo aprobado por la Santa Sede de aquella manera.

Si hacemos una atenta lectura del contenido del prólogo observamos cómo deambula y se escurre con sutil sagacidad entre aceptar la obligatoriedad del catecismo francés y la salvaguarda de las creencias religiosas españolas ampliamente establecidas. Entresaco unas reflexiones significativas.
«Como la traducción de este Catecismo se dirige unicamente á los Españoles, nos ha parecido oportuno sustituir á la leccion VII de la segunda parte, otra que con los mismos términos, enseñe lo que nosotros debemos á nuestro Católico Monarca y á sus sucesores. Las obligaciones que allí se enseñan, son de todos los cristianos, baxo cualquier Gobierno que vivan».




Para apreciar las diferencias y omisiones en el desarrollo del cuarto mandamiento del original francés y su traducción española reproduzco en primer lugar lo recogido en el catecismo francés junto a su traducción.


P. ¿Cuáles son los deberes de los cristianos hacia los príncipes que les gobiernan y cuáles son, en particular, nuestros deberes hacia Napoleón I, nuestro Emperador?
R. Los cristianos deben a los príncipes que les gobiernan y nosotros, en particular, debemos a Napoleón I, nuestro Emperador: amor, respeto, obediencia, lealtad, servicio militar y los impuestos ordenados para la preservación y defensa del Imperio y de su trono; también le debemos nuestras fervientes oraciones por su seguridad y para la prosperidad espiritual y secular del Estado.
P. ¿Por qué debemos cumplir con todos estos deberes para con nuestro Emperador?
R. Primero, porque Dios, quien crea los Imperios y los reparte conforme a su voluntad, al acumular sus regalos en él, le ha establecido como nuestro soberano y le ha nombrado representante de su poder y de su imagen en la tierra. Así que el honrar y servir a nuestro Emperador es honrar y servir al mismo Dios. En segundo lugar, porque nuestro Salvador Jesucristo nos enseñó con el ejemplo y sus preceptos que nos debemos a nuestro soberano, porque nació bajo la obediencia a César Augusto, pagó los impuestos prescritos y en la misma frase donde dijo ‘Dad a Dios lo que es de Dios’ también dijo ‘Dad al César lo que es del César’.
P. ¿Hay alguna razón especial por la que debemos estar dedicados más profundamente a Napoleón I, nuestro Emperador?
R. Sí la hay: porque es él a quien Dios levantó en circunstancias difíciles para restablecer la adoración pública de la santa religión de nuestros ancestros y para ser nuestro protector. Es él quien restauró y preservó el orden público mediante su profunda y activa sabiduría; él defiende al Estado con la fortaleza de su brazo; él se ha convertido en el Ungido del Señor por la consagración que recibió del Soberano Pontífice, la cabeza de la Iglesia Universal.
P. ¿Qué debemos pensar de quienes no cumplen con sus deberes para con nuestro Emperador?
R. De acuerdo con el Apóstol San Pablo, se resisten al orden establecido por Dios mismo y se hacen merecedores de la condenación eterna.
P. ¿Nuestros deberes para con nuestro Emperador aplican por igual a sus legítimos sucesores en el orden establecido por las constituciones imperiales?
R. Sí, definitivamente; porque leemos en las Sagradas Escrituras que Dios, mediante una disposición suprema de Su voluntad, y por Su Providencia, confiere sus imperios no sólo a individuos en particular, sino también a las familias.

Vemos cómo en el original se amplía considerablemente la sumisión al emperador, mientras que en la traducción española se obvian muchos de los comentarios sobre el cuarto mandamiento. La clave de todo ello es que aún no se había producido la invasión francesa en España y, aunque aceptado el catecismo francés para un uso generalista, en el catecismo español se suprimieron las alabanzas y la absoluta sumisión a Napoleón, aunque conservando su espíritu global y la legítima obediencia que los hijos deben a sus padres.

La traducción española, pues, nos ofrece una importante y significativa referencia sobre el cómo se trató de ajustar a la catolicidad española un catecismo impuesto y cómo se ensalzaba la obediencia a quien fuera todavía el "Católico Monarca" español Carlos IV, obviando inteligentemente toda sumisión al emperador francés. Asistimos de esta forma, tanto en el prólogo como en la traducción, a los convulsos momentos vividos en aquel año como antecedentes de la llamada Guerra de la Independencia, sobre la que la historiografía más reciente ha sugerido otros acercamientos poco tenidos en cuenta y alejados de los tópicos imaginarios repetidos a lo largo del tiempo. No hay duda de la complejidad que engloba el conflicto bélico entre 1808 y 1814, pero tampoco hay que descartar el enfrentamiento civil ideológico entre los españoles partidarios de la restauración de la monarquía absolutista frente a quienes defendían las ideas liberales que postulaban la abolición del Antiguo Régimen. 

Hay que tener en cuenta que un importante sector de la población española no solo aceptó, sino que respetó la legitimidad de José I Bonaparte contando con el apoyo de los "afrancesados", partidarios de una modernización pacífica y sostenida en España, mientras que el otro frente aspiraba al retorno de Fernando VII, aunque coincidentes ambos sectores en su rechazo al invasor francés.

La historiografía franquista se ocupó de forma exhaustiva por presentarnos dicho conflicto como un ejemplo de propaganda patriotera y distorsionada elevando a los altares simbólicos a personajes más bien anecdóticos, como la artillera Agustina de Aragón (que, por cierto, era catalana) o Juan Martín Díez, "el Empecinado".

Entresaco de la traducción española estas sugerentes preguntas y respuestas.



El original Catecismo Imperial aprobado por Napoleón no deja de ser, obviamente, todo un ejemplo de sometimiento a su poder absoluto. Antes de la invasión francesa en 1808 y de la obligatoriedad de su utilización para todas las iglesias del imperio francés se encontraba establecido, según decreto del 9 de marzo de 1807 por la monarquía española, el que todos los maestros de primeras letras debían emplear, sin excusa alguna, el catecismo publicado en 1806 por el carmelita Manuel de San José, dedicado por cierto a la hija del ministro Manuel Godoy, con el título de El niño instruido por la divina palabra en los principios de la religión, de la moral y de la sociedad. Dedicado preferentemente a instruir a los hijos de los oficiales del ejército y a los hijos de personas distinguidas, aunque tuvo una efímera existencia debido a la inminente caída en desgracia de Godoy tras el Motín de Aranjuez y la llegada al trono de Fernando VII apoyado por una camarilla de nobles y eclesiásticos.

La utilización de la labor pedagógica de la iglesia católica por parte de Napoleón no fue sino una estrategia de puro pragmatismo político para ensalzarse, con la connivencia sumisa del entonces pontífice Pio VII que acató sin rechistar la promulgación de un catecismo generalista obviando las tradiciones de cada país. La autocoronación y consagración de Napoleón como emperador, con la presencia sumisa del papa Pío VII, que acabaría humillado y encarcelado más adelante en 1809, resulta altamente significativa como se aprecia en el famoso cuadro de Jacques-Louis David, donde el autoproclamado emperador aparece coronando a su entonces esposa Josefina.

Detalle del lienzo de Jacques-Louis David (1807)

Por contextualizar algo más ejemplos de los catecismos que circulaban en esos convulsos años, me detengo en este otro Catecismo Civil de España, donde se recoge y desarrolla un absoluto desprecio a la figura de Napoleón junto a la exaltación de un patriotismo exacerbado.

La evolución de los acontecimientos políticos en España supuso toda una toma de posición contra el considerado invasor francés, lo que quedó reflejado en este Catecismo Civil, mandado imprimir por orden de la Junta Suprema en Sevilla. Posiblemente sea de octubre de 1808 o de comienzos del año 1809 tras la abdicación del infausto Fernando VII a favor del emperador francés en mayo de 1808. En el catecismo se insta a la población a obedecerle sin discusión tras el levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid lo que dio inicio a la designada como Guerra de la Independencia.

Conocida la noticia en España de la abdicación de Fernando VII en Bayona a finales de mayo, los absolutistas monárquicos y la élite dirigente de la iglesia tradicionalista emprendieron una notable campaña propagandística para construir una imagen positiva del rey como víctima inocente del emperador exterior francés, así como del conspirador interior Godoy, incitando a la población a alzarse en armas contra el emperador.

La propaganda ejercida por parte de la élite religiosa resulta fundamental para entender toda esta ideologización del pueblo a través de folletos, imágenes o catecismos, como en este que nos ocupa y que reproduzco entero por su significación.








El evento histórico que explica toda esta fluctuación fue la abdicación de los Borbones en Bayona, en mayo de 1808, cediendo sus derechos al trono a Napoleón, quien luego los cedió a su hermano José Bonaparte bajo el nombre de José I (el "Pepe Botella", popular). Todos estos sucesos desencadenaron en el pueblo todo un "vacío de poder" donde, para hacer frente al invasor francés se constituyeron las Juntas Provinciales para asumir la soberanía del rey ausente y posteriormente la Junta Central Suprema que desembocó en la convocatoria a Cortes.

Abdicaciones de Bayona

Vemos, pues, cómo esta variedad de catecismos contradictorios que pulularon por la época, nos aportan valiosos datos documentales sobre el contexto y la situación política de entonces, al igual que sucede con los grabados y láminas publicadas y lo conservado en la memoria hasta épocas recientes en cantares y coplas populares transmitidas por tradición oral, como ha señalado y estudiado María Jesús Ruiz, coordinadora del volumen colectivo Crónica popular del Doce (Sevilla, ed. Alfar, 2014), donde desarrolla estos aspectos en su trabajo "La memoria del francés: romances y canciones en la tradición oral hispánica".
©Antonio Lorenzo


sábado, 16 de abril de 2022

Décimas nuevas de la sagrada pasión y muerte, resurrección y ascensión gloriosa a los cielos

Peter Paul Rubens - Santas mujeres ante la tumba de Cristo (1611)

Pliego reimpreso en Carmona (Sevilla) en la imprenta de José María Moreno [sin año], de autor o autores desconocidos, donde se recoge un recorrido de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Va acompañado al final por unos trobos [sic] místicos con la dolorosa despedida de Jesús y su madre.

El pliego aparece como reimpreso en la calle de las Descalzas, número 1, primera de las direcciones acreditadas entre los años 1851 y 1855 de los pliegos de este impresor. Expurgando otros pies de imprenta de los pliegos editados por José María Moreno en Carmona aparecen otras direcciones, como son: la calle Juan de la Cabra, número 5, aproximadamente entre 1856-1857; en la misma calle, pero en el número 4 (aproximadamente entre 1857 y 1859), y finalmente en la calle Madre de Dios a partir de 1859. 




©Antonio Lorenzo