martes, 26 de febrero de 2013

El Pernales y los últimos bandoleros



En el último cuarto del siglo XIX y en los comienzos del XX asistimos a la decadencia de las actividades del bandolerismo como fenómeno social, aunque la figura arquetípica del bandido generoso tendrá largo aliento tanto en el cine como en las novelas y el teatro hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX.

Es la época de célebres bandidos andaluces tardíos que perduran en la memoria colectiva, como José María Hinojosa, El Tempranillo (1805-1833), Joaquín Camargo, El Vivillo (1865-1929), José Ulloa, El Tragabuches (1781- ¿? ), Manuel López Ramírez, El Vizcaya, Juan Mingolla, Pasos Largos (1874-1934), Francisco Ríos González, El Pernales (1879-1907) y Antonio Jiménez Rodríguez, Niño del Arahal (1881-1907).

Estos últimos bandoleros andaluces reviven en el imaginario colectivo la fama como ‘tópico literario’ que supuso en el siglo XVIII las hazañas de Diego Corrientes (1757-1781). Bien es cierto que a finales del siglo XIX se produce una cierta degeneración del modelo, aunque se mantiene vigente el tópico romántico en los periódicos y en otras publicaciones.

Me voy a detener en la figura de El Pernales dando a conocer unos pliegos donde se recoge de forma fabulada su vida y hazañas.

Francisco Ríos González nació en el pueblo sevillano de Estepa en 1879, uno más de la legión de desheredados que poblaban el campo andaluz en aquellos tiempos. Desde los 10 años trabajó de cabrero; no fue a la escuela, era analfabeto, pero su padre le enseñó a robar para mejorar su precaria condición. El padre de Francisco era un ladronzuelo de supervivencia y de pequeños robos pero en una de sus fechorías se topó con la Guardia Civil y los guardias lo mataron.

La leyenda cuenta que Francisco se hizo bandolero para vengar a su padre, pero la carrera de bandido resultaba muy atractiva para un hombre joven y decidido. Allí mismo, en Estepa, tenía los ejemplos de famosos bandoleros locales: Juan Caballero, El Lero, detenido, juzgado y absuelto por falta de pruebas. Con el fruto de sus correrías vivió holgadamente en el pueblo hasta los 80 años e, incluso, se permitió el lujo de contarlas en un libro de memorias que redactó el escritor José María Mena. También era ejemplo Joaquín Camargo, El Vivillo, muchas veces detenido y otras tantas liberado porque nadie testificaba contra él, que después de bandolero se hizo picador en la cuadrilla de Morenito de Talavera y terminó emigrando a Argentina y suicidándose con cianuro en 1929, aunque antes también redactó sus memorias.

Francisco Ríos, en la verdad histórica, no era el bandido generoso del tópico literario. Parece ser que era un personaje cruel y maltratador de su mujer y de sus hijas pequeñas, quienes debido a sus brutalidades le tuvieron que abandonar. Tampoco parece cierto el que robara el dinero a los ricos para dárselo a los pobres, sino para su propio lucro personal y el de su cuadrilla.






























El autor del pliego comenta en el prólogo que lo que relata son ‘hechos reales’ y no hazañas sacadas de las novelas de Corrientes y Candelas. En el pliego se nos narra que recibió instrucción en Sevilla y a su regreso, a los 24 años, tomó plaza de conserje en el Casino de Estepa. Por defender la honra de la que era su novia, Rocío, tuvo que huir con ella al monte. Pasado el tiempo Rocío le fue infiel con el bandolero Vizcaya. En una de sus estancias en Sevilla Pernales conoce a Conchilla, de la que se enamora tras la traición de Rocío. Sintiéndose cada vez más acorralado huyó con su Conchilla a Valencia, donde esperaban un hijo. Al aparecer una fotografía en la Revista Ilustrada, se vio obligado a huir de nuevo. Al enterarse del nacimiento de su hija regresó a Valencia para conocerla y estar con ella, prometiendo dejar la vida de bandido. Pero la Guardia Civil lo detuvo cuando pretendían embarcarse hacia América y lo mataron en una emboscada. Conchilla y la hija de ambos pasaron gran parte de su vida en la cárcel, resume el pliego. Es de destacar la ilustración del bandido sosteniendo tiernamente a su hija con la intención de subrayar su amor paternal, paradigma del tópico de bandolero rudo pero tierno.


 Bonita colección de tangos




























En este curioso pliego se entremezclan dos asuntos de gran actualidad en 1907 a raíz de la muerte del Pernales y de la orden gubernamental del cierre de las tabernas.

Respecto a la muerte del bandolero se observan posturas contradictorias: de una parte se alaba a la Guardia Civil por su captura y muerte, y por otra se señala que nunca mató a nadie y se acentúa su poder de seducción con las mujeres. En una segunda parte ya se es más crítico con el bandolero, puesto que se alaba la tranquilidad que produjo su muerte. Da la impresión de que ambas partes no proceden de la misma pluma y de que sus estrofas están unidas de forma inconexa.


El pliego se hace eco también de la normativa de cerrar las tabernas los días festivos y a las doce de la noche los días de diario. Dicha normativa estuvo vigente desde 1907 (justo en el año de la desaparición del Pernales) hasta 1909. La normativa fue promulgada por Juan de la Cierva y Peñafiel (1864-1938), quien fuera ministro de la gobernación del gobierno de Antonio Maura en esos años. Durante el tiempo que permaneció en el cargo emprendió importantes reformas con las que pretendía mejorar las costumbres de los españoles. Elaboró una estricta reglamentación para controlar el horario de apertura y cierre de locales públicos, como teatros, cafés y tabernas con las consiguientes protestas del gremio de taberneros de las que da cuenta el pliego.


Por tradición oral se han conservado romances sobre sus hazañas, de los que conocemos varios y hemos tenido la oportunidad de recoger versiones inéditas similares a algunas de las publicadas.


Adjunto la noticia que publicó el diario ABC sobre su desgraciado final y algunas otras imágenes sacadas de diversas fuentes.







Fotografía original de 'El Pernales' con el sello de la 1ª compañía del cuarto Tercio de la Guardia civil donde vienen detallados todos sus rasgos: 'De 28 años, bajo, ancho de espaldas y pecho, rubio con pecas, bien curtido por el sol, color pálido, ojos grandes y azules, pestañas despobladas y arqueadas hacia arriba; vestido con pantalón, chaqueta corta y chaleco de pana lisa, color pasa...'



















Del ropaje mítico a la cultura de masas

El teatro y la novela constituyeron una vía excelente para la difusión de las hazañas de los bandoleros entre un público poco letrado. Esta atracción por lo popular andaluz se aprecia en obras como las siguientes:

Ramón López Soler (1806-1835), y sus novelas Los bandos de Castilla (1830) o Jaime El Barbudo, o sea la Sierra de Crevillente (1832). De la mente calenturienta de Manuel Fernández y González (1821-1888): Juan Palomo o la expiación de un bandido (1855); Los siete niños de Écija (1863); Diego Corriente (Historia de un bandido célebre) (1866); El rey de Sierra Morena. Aventuras del famoso ladrón José María (1871-1874); Don Miguelito Caparrota, el célebre marqués ladrón (1872); José María El Tempranillo. Historia de un buen mozo (1886); El Chato de Benamejí. Vida y milagros de un gran ladrón (1874), etc.

Y respecto a las representaciones teatrales:

Sixto Cámara: Jaime el Barbudo (1853), drama en tres actos. Luis Mejías y Escassy: Los siete niños de Écija (1865), drama en verso. José María Gutiérrez de Alba: Diego Corrientes o el bandido generoso (1848). Enrique Zumel (1822-1897): José María. Drama de costumbres andaluzas, en siete actos en verso; y otras muchas de este prolífico autor.

Con la llegada del cine este tipo de obras fue cayendo en el olvido, siendo sustituidas por películas de marcado ambiente costumbrista. Las películas sobre bandoleros son deudoras del folletín. En El signo de la tribu (1915), de Juan María Codina y Juan Solá Mestres, ya no se trata del bandolero generoso sino que nos encontramos con un bandolero cruel y prófugo de la justicia, que asola un campamento gitano y se encapricha de una jovencita con la que luego huye. Otras películas son: Diego Corrientes (1924), de José Buchs; El León de la Sierra (1915), de Alberto Marro; Luis Candelas o el bandido de Madrid (1926), de Armando Guerra, cada una de ellas con sus peculiaridades, etc.

Quiero aprovechar esta entrada para dar a conocer un curioso pliego que adquirí, junto con José Manuel Fraile, en la década de 1980 en la calle Toledo de Madrid. En dicha calle y en aquellas fechas un viejecito exponía su menguada mercancía en un cordel sujeto con pinzas en la ventana de una sucursal bancaria. De allí procede el siguiente pliego de marcado carácter burlesco sobre El bandido Tripalarga.






Sobre otros bandoleros coetáneos al Pernales adjunto unas noticias publicadas en el diario ABC de aquellos años.






Antonio Lorenzo


sábado, 16 de febrero de 2013

El bandolero Serrallonga



El bandolerismo en Cataluña se conoce desde la Edad Media. En un sentido amplio se pueden considerar como actos de bandolerismo las luchas armadas entre estamentos aristocráticos para solucionar conflictos. Los señores feudales catalanes promovían y dirigían acciones violentas suscitadas por su deseo de expansión territorial con el apoyo de amplias capas de la sociedad. Es lo que se ha venido llamando «bandolerismo aristocrático» frente a un «bandolerismo popular». El bandolerismo aristocrático que practicaban las familias nobles catalanas consistía en reclutar ejércitos privados (los llamados bàldols feudals) de carácter temporal hasta dirimir el conflicto. Esta forma de resolver a mano armada los conflictos se designa en catalán con el verbo bandolejar, próximo al sustantivo bandolero. El bandolerismo popular, tal y como lo conocemos, es un fenómeno social más moderno y cuya causa principal suele ser la pobreza de amplias capas de la población.

Los enfrentamientos entre dos bandos nobiliarios, los nyerros y los cadells (conocidos también como narros y caderes), arrancan ya desde el siglo XII, pero toman una especial relevancia durante el siglo XVI y se extienden con desigual virulencia en siglos posteriores. Simplificando mucho y sin detenernos en sus orígenes los llamados nyerros son aquellos miembros que representaban a las clases medias y a los campesinos o pagesos y que eran defensores de los intereses de los señores feudales catalanistas. Los cadells, por el contrario, representaban a un amplio sector de la nobleza urbana y daban soporte a la monarquía castellana centralista y a la iglesia.

Se trata, en definitiva, de dos ámbitos de poder: uno formado por las instituciones de gobierno catalanas y otro por el entramado institucional dependiente directo de la monarquía. Obviamente no deja de ser una simplificación conceptual que habría que matizar, pero en la que no debemos entrar ni por espacio ni por el propósito de este blog.

La presión fiscal de la hacienda real sobre Cataluña, promovida por el conde-duque de Olivares (valido de Felipe IV) y la protesta contra la movilización y su permanencia de los tercios del ejército real y contra la pretensión de que fueran alojados dentro de las poblaciones, junto a la precaria situación económica general, desembocó en una violenta revuelta social conocida como el Corpus de Sangre, el 7 de junio de 1640, (Guerra de Les Segadors) donde fue asesinado el virrey, conde de Santa Coloma, y asaltadas muchas casas de nobles en la ciudad de Barcelona.

Oleo de Antoni Estruch (1907)

Siete años antes de este estallido popular, pero en estrecha relación a estas confrontaciones entre linajes, fue ejecutado en Barcelona Joan  Serrallonga.

Joan Sala i Ferrer


Joan Sala i Ferrer nació en el pueblo de Viladrau, de la veguería de Vich, en 1594. El nombre de Serrallonga lo tomó de la casa de su mujer, Margarida, en el término de Carós. Comenzó su vida bandolera ya cumplidos los 30 años. Las causas sobre esa decisión no han sido aclaradas. En el proceso que se le siguió y que se conserva y conoce por haber sido publicado por Juan Cortada, Serrallonga declaró que se echó al monte por haberse visto implicado injustamente en un delito de robo.

Según la declaración de mismo Serrallonga en el proceso contra él, tuvo que huir de su casa y ponerse fuera de la ley por culpa de su amigo Miquel Barfull, quien le denunció a las autoridades por quedarse unas capas robadas por otro amigo, y por comprar a sus hermanas la mula que acababan de robar a su madre. Cuando las autoridades vinieron a detenerle, Serrallonga se escapó a los montes. Unos días después mató a tiros a su denunciante Miquel Barfull porque había guiado a sus perseguidores. Serrallonga tuvo cinco hijos, uno de ellos sacerdote.

Durante el proceso le acompañó su querida llamada Juana, la Massisa, y parece ser que era hija de un cabecilla del bando de los cadells, contrario al de los nyerros de Serrallonga.

La captura de miembros de su banda marcó el declive de la vida bandolera de Serrallonga. Las torturas a que sometieron a sus compañeros permitieron la detención de su cabecilla y la posterior acusación y condena. Detenido junto a su amante Juana en 1633 fue condenado a la horca, que se ejecutó el 8 de enero de 1634.

La figura de Serrallonga ha inspirado sendas canciones populares y numerosas leyendas donde prima más la ficción que la realidad y donde las informaciones sobre sus peripecias se contradicen.

Serrallonga y la comedia


















Al año escaso de la ejecución de Serrallonga se representaba en los teatros madrileños la obra El catalán Serrallonga y los bandos de Barcelona (1635), escrita en colaboración por tres dramaturgos: Vélez de Guevara, Rojas Zorrilla y Antonio Coello. El tomar personajes y acontecimientos próximos y reales para crear una nueva comedia era habitual en la época. Sobre hechos más o menos conocidos se creaba una ficción que pretendía emocionar y cautivar a un público ávido de novedades en el siglo XVII.

El argumento de la comedia El catalán Serrallonga nada tiene que ver con lo que conocemos de la vida del bandolero. En la comedia se nos presenta como un joven noble hijo de don Bernardo de Serrallonga. Durante un juego de pelota y a causa de unos malentendidos don Juan acaba con la vida de don Félix Torrellas, lo que despierta la enemistad previa que ya existía entre las dos familias por su apoyo a bandos contrarios –nyerros y cadells–, respectivamente. Nuestro protagonista se ve obligado a huir a Francia prometiendo vengarse de don Carlos Torrellas, primo del difunto, que había jurado matarle. Don Bernardo intenta conciliar a las dos familias concertando el matrimonio de su hijo con doña Juana, hermana de don Carlos, pero los hermanos rechazan la oferta burlándose de él y aumentando la afrenta, lo que le lleva a pedir venganza a su hijo. Este intenta satisfacerle y dirige un ataque contra los cadells durante una fiesta, ayudado por su amigo el bandolero Fardi de Sau, lo que provocará su huida al monte y su conversión en bandolero.

Los coautores de la comedia transforman al bandolero villano, infiel y violento en un joven noble, defensor del honor de la familia, fiel amante y leal compañero y que manifiesta gratitud y confianza a los de su cuadrilla, cualidades que, pese a sus crímenes, le hacen ganar el favor del público y le convierten en un personaje de leyenda. Tres dramaturgos no catalanes pudieron idealizarle como un héroe prestigioso. Cataluña se convierte en la comedia en un escenario encantador que recuerda mucho a la maurofilia literaria de las comedias de ambiente granadino y al romancero morisco.



















Los tres coautores adaptaron la historia de la vida de Serrallonga a los esquemas del teatro castellano de la época, inspirándose en el drama La muerte más venturosa (finales del siglo XVI) de Félix Lope de Vega (1562-1635). Se inventaron un héroe completamente nuevo, en muchos puntos diferente del Serrallonga real puesto que enaltecen su condición social: él es hidalgo y Joana pertenece a una importante familia barcelonesa. El bandolerismo de Serrallonga está motivado por unos nobles motivos sociales, y está explicado como una demostración de la rivalidad entre «nyerros» y «cadells».

Esta interpretación tergiversada de Serrallonga pasó seguidamente a la abundante literatura semipopular durante el siglo XIX con el drama en castellano Don Juan de Serrallonga o los bandoleros de las Guillerías (1858) de Víctor Balaguer i Cirera (1824-1901), drama que se adaptó poco después en la novela Don Juan de Serrallonga (1859), novela que ejerció una fuerte influencia sobre la tradición popular relacionada con Serrallonga. Estas obras sirvieron de base para el drama de Josep Aladern (Cosme Vidal i Rosich) (1869-1919) La fi de Serrallonga, estrenado el 3 de abril de 1898 en el Teatro Regional de Reus.

Serrallonga en la música y en el cine

No sólo la figura del bandolero fue fuente de inspiración de comedias, dramas y novelas, sino que también inspiró la zarzuela Don Joan de Serrallonga con libreto en catalán de Francesc Pujols i Morgades (1882-1962) y música de Enric Morera i Viura (1865-1942), estrenada en el Teatro Tívoli de Barcelona el 7 de octubre de 1922.

Respecto al cine conocemos dos películas: la primera de 1910 dirigida por Alberto Baños y la segunda, de 1948, dirigida por Ricardo Gascón, de la que adjunto el cartel promocional.




En la época actual la historia del bandido Serrallonga forma parte también de las lecturas infantiles, así como de una miniserie de televisión en dos capítulos en coproducció d’Oberon Cinematogràfica, Televisió de Catalunya i Televisión Española , amb el suport de l’ICIC – Generalitat de Catalunya, en 2007. En la sinopsis se expresa que:

[...] Serrallonga representa uns valors universals, reconeixibles arreu i que són l’essència de la naturalesa humana. Serrallonga és també una excusa per endinsarnos en la nostra història, un viatge rigorós i fascinant per la Catalunya del segle XVII, una aventura emocionant construïda al voltant de l’enorme interès i tota la seducció que desperta la història del bandoler català més reconegut.

Fotograma de la serie




La Ball d’En Serrallonga

En algunas localidades de Cataluña aún se representa La Ball d’En Serrallonga. Se trata de un baile folklórico donde se recrea la cuadrilla del famoso bandolero. En dicho baile los bandoleros van vestidos de época y provistos de trabucos mientras ejecutan una coreografía al son de la gralla (semejante a la dulzaina)



Los pliegos

Obviamente la figura de Serrallonga, como la de otros tantos bandoleros, pasó a los pliegos de cordel y a las 'aucas' o aleluyas mediante adaptaciones más o menos fidedignas, ya fuera como influencia del teatro, de las novelas o de la inspiración de algún «ingenio popular».

Reproduzco unos ejemplos.






El pliego que damos a conocer al completo es deudor en su desarrollo de la célebre novela de Víctor Balaguer. Se encuentra escrito en trovos en forma de cuartetas glosadas, ciertamente poco inspiradas, pero dejando el final abierto a la venganza de su amante: «Juana a vengarlo marchó». Está impreso en Barcelona, Imprenta de Cristina Segura, Vda. A. Llorens, s.a.










































Antonio Lorenzo

domingo, 10 de febrero de 2013

Bandoleros, contrabandistas y valentones


Los pliegos que vamos a reproducir de forma parcial corresponden a lo que podríamos considerar de forma genérica como pliegos de aventuras.  En ellos se superponen y entremezclan realidades e invenciones, temas y motivos, y orígenes y desarrollos variopintos. 

En este apartado me voy a detener en aquellos pliegos de jaques y valentones, de contrabandistas y de bandoleros que constituyen una especie de mosaico con características comunes.

El término guapo, en el sentido de chulo, rufián y arrogante se documenta en los entremeses de Quiñones de Benavente (1589-1651). Estos jaques y valentones se refieren a personajes cuyos rasgos serían el desmedido orgullo, la jactancia, el arrojo, el machismo y la bravuconería, y cuya relación con el teatro del Siglo de Oro ha sido puesta de manifiesto.

Bandolero con su maja, por Doré

A su vez, los pliegos sobre bandoleros, trufados a veces con actividades contrabandísticas, son muy abundantes en los pliegos de cordel, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX.

Contrabandistas por Doré

Dada la amplitud del tema y su estrecha relación con los pliegos dedicados a las mujeres matadoras y justicieras dedicaré otras entradas a esta temática para desarrollar algo más estas conexiones.

Existe una distinción teórica entre bandolero y bandido. El bandolerismo no es en todos los casos bandidaje. Bandolero es aquel que asalta a viajeros y caminantes, que actúa en partidas o cuadrillas y cuyo principal fin es el robo. El bandido es generalmente un criminal que está perseguido por un ‘bando’. Aunque en la práctica ambos términos resulten sinónimos, y así sucede en la mayoría de los pliegos consultados, esta distinción habría que matizarla en cada caso y situación.

El bandido tiene tras de sí una orden judicial de detención (un bando, edicto o pregón) con sentencia firme ya acordada y cuyos hechos delictivos ya se han probado y se halla en paradero desconocido. Al bandolero, en cambio, se le asocia más con un salteador de caminos que por lo general no ha cometido delitos de sangre y cuya actividad es básicamente el robo. Por precisar aún más, el bandido tendría el agravante de usar la violencia contra personas y cosas, mientras que el bandolero sólo usará la violencia en caso de necesidad manifiesta o persecución, lo que de alguna forma lo justifica socialmente.

Duelo a navaja por Doré

El imaginario colectivo considera al bandolero como perteneciente a la sociedad campesina, que los idealiza y les transfiere cualidades heroicas y rasgos de nobleza, valor, honradez, bondad y un fondo sentimental y galante que les hace atractivos más allá de su medio originario. Pero, obviamente, la figura del bandolero es mucho más compleja y no se trata siempre del pobre que se rebela contra los ricos ni del insatisfecho social que trata de cambiar las relaciones de poder de una sociedad, como señalaba Caro Baroja en su espléndido y seminal Ensayo sobre la literatura de cordel, Madrid, Revista de Occidente, 1969, p. 387. Esa figura ‘idealizada’ del bandolero social corresponde por lo general a una visión intelectualizada de escritores o historiadores más cerca de los núcleos urbanos que de los rurales.

El complejo mundo del bandolerismo, aunque arranca literariamente desde muy antiguo, alcanza gran éxito en las novelas y en las representaciones teatrales del Siglo de Oro. Autores tan representativos como Lope de Vega, por poner un ejemplo, utilizaron la figura del bandolero como atrayente reclamo para sus obras, como sucede en: Antonio Roca o la muerte más venturosa o Roque Dinarte, ambas de ambiente catalán.

El bandolerismo, como fenómeno social, no se puede considerar aisladamente sin tener en cuenta el territorio donde se produce y las circunstancias y contextos sociales que lo enmarcan. Aunque el bandolerismo está asociado a situaciones políticas y sociales propias, tiene también unas constantes que son comunes, independientemente de la época que estudiemos, que articulan una imagen del mismo como arquetipo del bandido generoso y de héroe popular.

Goya - Ataque a un coche (Colección particular)

Eric Hobsbawm, en sus ya célebres obras Rebeldes primitivos, estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX (1974) y Bandidos (1969), analiza a los “delincuentes” y “salteadores”, no como criminales, sino como personajes históricos cuyas actividades son fruto de las tensiones sociales. Hobsbawm incorpora el concepto del bandolero social, a diferencia del delincuente común, como canalizador del descontento popular e instrumento de la protesta social.

El bandolerismo depende de la geografía, de la época y de las circunstancias concretas de la sociedad donde se produce. No es lo mismo el bandolerismo catalano-aragonés que el bandolerismo andaluz. El primero ha sido estudiado por Joan Reglà en El bandolerisme català del Barroco, Barcelona, 2ª ed., Edicions 62, 1966. En dicho estudio, Reglà distingue un mayor desarrollo del bandolerismo catalán durante los siglos XVI y XVII, debido a peculiares circunstancias socio-económicas, frente al bandolerismo romántico andaluz del XIX.

Establecer relaciones mecánicas entre planos de realidad que valgan para todo, aunque no resulten falsas en conjunto, no deja de ser una visión reduccionista y parcial, aunque invita a nuevas miradas sobre el complejo mundo del bandolerismo.

Obviamente no es este el lugar para desarrollar estos y otros aspectos, pues de lo que se trata es de mostrar y dar a conocer unos pliegos de cordel que guardan estrecha relación con este enmarañado mundo. Dada su complejidad sería casi conveniente el estudiar individualmente cada pliego y el entramado de sus circunstancias y relaciones.

Veamos en esta primera aproximación unas cuantas portadas alusivas.


Juan Portela. Barcelona,
Impr. Narciso Ramírez, 1876
Andrés Vázquez y sus hermanos.
 S.l., Impr. Ignacio Estivill, s.a.



















Como ejemplo de romance disparatado reproduzco la portada de don Juan de la Tierra, natural de la villa de Illescas, valentón que se enamora en Nápoles de la hija de un mercader. Tiene con ella un hijo y regresa  de nuevo a Illescas donde se establece con lo robado al padre de su amante. Éste lo persigue y al final todo se arregla por la intervención del propio Felipe IV.

Don Juan de la Tierra. Barcelona, Imprenta Herederos de Juan Jolis, s.a.

Reproduzco la portada de la trágica historia de Lorenzo de Texado, de la que ya publiqué el pliego completo, aunque diferente, editado por otro impresor en la entrada dedicada a crímenes horrorosos.

Lorenzo de Texado. Barcelona,
Herederos Viuda de Pla, 1833.
Lorenzo de Texado. Barcelona,
Herederos Viuda de Pla, 1833.



















Palma, Tienda de M. Borras, s.a.
Madrid, Despacho de M. Minuesa, 1876.


















Para no alargar en demasía esta primera entrada publico la portada de un pliego con el romance de Los bandidos de Toledo. Es romance curioso porque desarrolla una trama novelesca donde el protagonista consigue liberar a una doncella catalana que estaba en poder de una banda de facinerosos y acaba siendo nombrado virrey de Cataluña.

Los vandidos (sic) de Toledo. Barcelona,
 Impr, Ignacio Estivill, s.a.



Antonio Lorenzo

lunes, 4 de febrero de 2013

'Más orgullo que don Rodrigo en la horca'



El pliego de cordel que comento en esta entrada se refiere a don Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, conde de La Oliva de Plasencia, etc., cuyo ajusticiamiento ha dado pie supuestamente a la expresión ‘Tener más orgullo que don Rodrigo en la horca’, frase que no parece corresponder a la realidad, pues Rodrigo Calderón no fue ahorcado sino degollado. Sobre el citado dicho volveremos al final.

La azarosa vida de don Rodrigo se desarrolla en pleno reinado de Felipe III, en el marco de un Imperio en el que el monarca se inhibe de sus funciones de gobernante y delega sus funciones en un valido o primer ministro ambicioso que actúa por cuenta propia sosteniendo a la monarquía frente a enemigos exteriores y a la corrupción interior.

Rodrigo Calderón nació en Amberes alrededor de 1570, hijo natural del capitán de los Tercios de Flandes Francisco Calderón y de una noble alemana de origen español llamada María de Aranda. Tras la muerte de la madre, cuando contaba unos 5 años, se traslada con su padre a España, donde éste contrae nuevas nupcias, y coloca a Rodrigo como paje del Vicecanciller de Aragón. En breve pasa a formar parte como paje al servicio del duque de Lerma, primer ministro y valido de Felipe III. Poco a poco fue ganando la confianza del duque y ocupando puestos de mayor importancia, como Ayuda de cámara del rey y, posteriormente, Secretario de la misma Cámara.

Lerma presentó a su protegido a una noble extremeña, doña Inés de Vargas Carvajal, Señora de la Oliva, con quien se casó en marzo de 1601 y con la que tuvo cinco hijos. Felipe III regaló a Rodrigo por su matrimonio la Encomienda de Ocaña y el hábito de Santiago. Con gran prontitud fue adquiriendo títulos, fortuna y dignidades, así como pinturas (varias de Rubens, al que conoció en Valladolid en 1603), armas, joyas, caballos y toda clase de riquezas.

Rubens, La adoración de los magos. Museo del Prado. Anteriormente de Rodrigo Calderón

Sus delirios de grandeza y su ambición desmedida llegaron a tal punto que hasta se cuenta que en ciertos momentos renegó de su propio padre, simple capitán de los Tercios, y urdió una historia donde se proclamaba hijo del mismo duque de Alba, fruto de la relación que mantuvo en Flandes con su madre. Este intento de defender la hidalguía de su protector se recoge en la novela ‘La pícara Justina’ (Medina del Campo, 1605) atribuida a Francisco López de Úbeda, médico y amigo de Rodrigo a quien dedica el libro.


Poco a poco fue ganándose enemigos entre los nobles y entre una gran parte de la Iglesia, siendo víctima de numerosas intrigas palaciegas que trataban de indisponer a Rodrigo con la propia reina. La muerte de la reina por sobreparto en octubre de 1614 fue el detonante aprovechado por sus enemigos para acusarle de ser el causante promotor de la desgracia. El rey, no obstante, le envió en misión diplomática a Flandes para alejarle de la Corte y le concedió el título de marqués de Siete Iglesias.

Las intrigas para apartarle del favor del rey fueron acrecentándose por el duque de Uceda, hijo de su mentor el duque de Lerma, y sobre todo por el conde-duque de Olivares, junto a la complicidad de los religiosos confesores del rey.

El que fuese valido de Felipe III y protector de Rodrigo, el duque de Lerma, ya viudo y sospechando lo que se avecinaba decide abrazar la carrera eclesiástica y, por intercesión real, el Papa le nombra cardenal de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, dignidad ésta que le otorgaba el privilegio de la inmunidad. Alejado de la corte (1618), Lerma permanecerá intocable por ser un príncipe de la Iglesia, habiéndose llevado las riquezas amasadas y expoliadas al Erario Público. Fallecería en 1623, aunque no pudo sustraerse a la sátira que le dedicó el conde de Villamediana:

  Para no morir ahorcado
  el mayor ladrón de España,
  se vistió de colorado.

Al retirarse Lerma de la vida pública, dejando desprotegido a quien fue su hombre de confianza, Rodrigo  se instala en Valladolid, pudiendo haberse salvado de su inmediata detención si hubiese hecho caso a los vaticinios de una monja del monasterio de Porta Coeli (convento del que fue gran protector), en el sentido de que era mejor que se mantuviese quieto y esperase la sentencia de la justicia.

Su vertiginoso declive político y personal comienza en febrero de 1619 con su encarcelamiento en el castillo de la Mota, en Medina del Campo y posteriormente en Montánchez (Cáceres), luego en Santorcaz (Madrid) y finalmente en la capital madrileña. Los motivos de su encarcelamiento pasan por las acusaciones de prácticas de hechicería, de su complicidad en la muerte de enemigos y por las sospechas sobre el envenenamiento que acabó con la vida de la propia reina Margarita de Austria.

La clemencia y el perdón real que anhelaba por parte del monarca Felipe III nunca llegó, pues el monarca falleció en marzo de ese mismo año, lo que parece ser que hizo exclamar a Rodrigo: ‘el rey es muerto, yo soy muerto también’.

A los pocos meses de subir al trono Felipe IV, Rodrigo no pudo librarse de su dramático final y fue  degollado en la Plaza Mayor de Madrid el veintiuno de octubre de 1621.




















A raíz del proceso y de la muerte del que fuera poderoso e influyente marqués, su vida fue despertando paulatinamente una creciente admiración, transformando su mala imagen y convirtiendo a su figura en una especie de víctima, acrecentando así una simpatía y un aprecio del que no gozó en vida.


Años después de su muerte, las monjas de Porta Coeli en Valladolid, convento del que fue patrón don Rodrigo, pidieron el traslado del cuerpo, y allí se conserva momificado e incorrupto, como puede verlo quien tenga interés a través del siguiente enlace:

http://vallisoletvm.blogspot.com.es/2010/04/la-momia-de-don-rodrigo-calderon.html

Estatua orante de don Rodrigo Calderón


Literatura

En vida de Rodrigo Calderón circularon numerosísimas sátiras políticas e invectivas contra él y contra su mentor el duque de Lerma, como las dedicadas por el conde de Villamediana, donde en una de sus sátiras expresa su indignación ante el éxito social de alguien que salió de la nada y alcanzó altas cimas de poder.

                Que venga hoy un triste paje
                a alcanzar la señoría
                y a tener más en un día
                que en mil años su linaje,
                bien será señor se ataje;
                que es grandísima insolencia
                que venga a ser excelencia
                un bergante, ¡gran locura!,
                si su majestad lo apura,
                tendrás, Calderón, pendencia.

Las críticas de sus coetáneos le tachan de un individuo sin escrúpulos y capaz de todo para conservar sus privilegios y cargos.

El tono general de los siete romances incluidos en este pliego, editado en Barcelona por los herederos de la viuda Pla sin que figure el año, tiende a despertar la compasión por el ejecutado, sin detenerse a juzgar los actos que hizo en vida, salvo el reconocimiento de Rodrigo en el segundo romance sobre su responsabilidad en numerosos crímenes, pero negando su culpabilidad en la muerte de la reina. Se aprecia una trasmutación de compasión en alivio ante el desenlace feliz por la muerte como camino de salvación para alcanzar la verdadera felicidad, muy a tono con la mentalidad barroca. Los pliegos que se conservan sobre Rodrigo Calderón tratan su figura con benignidad, a medida en que su castigo se iba prolongando y endureciendo. Los romances que se le dedicaron son clara copia de los dedicados en su día a don Álvaro de Luna, valido de Juan II de Castilla, decapitado en Valladolid en 1453.

Observando en conjunto, tanto en estos como en otras composiciones sobre la muerte de Calderón, apreciamos la focalización en la gran devoción mostrada por don Rodrigo y la valentía y serenidad a la que se enfrenta y su estoicismo ante la desgracia, que contrasta con las invectivas en las que se vio envuelto en su vida pública.

La vida y muerte de Rodrigo Calderón inspiró sendas obras teatrales en el siglo XIX, en clave de dramas históricos tan del gusto romántico, como Don Rodrigo Calderón o la caída de un ministro (1841) de Ramón de Navarrete y Landa o Un hombre de Estado (1851) de Adelardo López de Ayala. El interés por su biografía alcanza fechas recientes del siglo XX y aún del XXI, como protagonista de sendas novelas históricas Don Rodrigo Calderón: entre el poder y la tragedia (1997) de Federico Carrascal, con una cierta condescendencia a su figura como víctima de las circunstancias que le tocó vivir o Del sitial al cadalso: crónica de un crimen de estado en la España de Felipe IV (2003) de Manuel Vargas-Zúñiga, donde Rodrigo aparece como víctima de una conspiración dirigida y protagonizada por Olivares. Muy reciente es también Rodrigo Calderón. La sombra del valido (2009) de Santiago Martínez Hernández.

Resumen

Si hacemos un balance desde una perspectiva actual sobre Rodrigo Calderón la apreciación general sobre su figura es la de que fue en gran medida una víctima propiciatoria que sirvió para calmar las tensiones sociales de su época y la desastrosa situación económica. Un juicio actual sobre su figura rebasa lo puramente histórico y anecdótico, siendo necesario abrir el campo de investigación hacia otros aspectos de índole psicológica, sociológica, etc., aparte de los puramente literarios.

La expresión ‘Tener más orgullo que don Rodrigo en la horca’

El escritor navarro José María Iribarren, en El porqué de los dichos (1955), obra de la que manejo una 5ª edición, Gobierno de Navarra, 1993, comenta a propósito de esta expresión que alude a la serenidad y a la entereza de la que dio muestras en el patíbulo Rodrigo Calderón, que anteriormente ya existía en castellano el refrán ‘Tiene más fantasía que Rodrigo en la horca’, según da noticia el erudito Julio Monreal. Pudiera ser que dada la coincidencia entre el antiguo refrán y lo acontecido con don Rodrigo Calderón tiempo después, se asociara con este personaje. Iribarren también se decanta por esta explicación al comentar que Rodrigo no murió en la horca, sino degollado. Sea como fuese, la frase ha hecho fortuna y se asocia a la altivez que mostró en el cadalso el Marqués de Siete Iglesias.

Antonio Lorenzo