jueves, 13 de febrero de 2020

San Cipriano y Santa Justina, mártires


Los santos Cipriano y Justina arrastran tras de sí una suculenta leyenda, no solo por su vida y martirio, sino también por la relación de Cipriano con la hechicería y con la magia negra.

La leyenda sitúa a estos mártires en los tiempos finales del emperador romano Diocleciano, donde tuvo lugar una sangrienta persecución contra los cristianos en Nicomedia (actual Izmit, Turquía) (siglo IV), con el fin de frenar la rápida expansión del cristianismo. Cipriano y Justina sufrieron el martirio en tiempos de este emperador (284-305), aunque la Iglesia Católica considera hoy en día estos sucesos más como una leyenda piadosa que como hechos históricos fundamentados.

Es frecuente confundir al Cipriano de las artes mágicas de la leyenda con Justina con otro Cipriano, el que fuera obispo de Cartago, quien tuvo una existencia real y nada que ver con las prácticas hechiceriles del primero, aunque ambos vivieron en el siglo III y fueron martirizados.

La leyenda de Cipriano y Justina es también un ejemplo de la confrontación entre  el mago y el santo. Su antecedente más lejano es el episodio de Moisés y los magos de Egipto. En una de sus variantes el mago comprende la falsedad de la ciencia en la que cree y se convierte a la fe verdadera, como ocurre en la leyenda que nos ocupa de Cipriano de Antioquía. 

La leyenda

Justina, natural de Antioquía, nacida y criada en un hogar pagano, fue convertida al cristianismo, tanto ella como sus padres, por un apuesto joven llamado Agladio que se enamoró perdidamente de Justina. Como no pudo conseguir sus propósitos ni vencer la fortaleza de Justina al haberse consagrado a Dios, solicitó la ayuda de un reconocido mago llamado Cipriano para conseguir que a través de sus reconocidas prácticas hechiceriles le consiguiera el amor de su hermosa joven. Cipriano le prometió que lo conseguiría, pero todas sus prácticas fracasaron.

Intentando sin éxito conseguir sus propósitos, preguntó a los demonios por las razones de que sus hechizos no conseguían el amor de la muchacha. El propio Lucifer le comunicó que el verdadero obstáculo era por causa de la fe y religión que profesaba la virgen. Cipriano se dedicó al estudio profundo de la doctrina cristiana hasta que decidió hacerse él mismo cristiano y propagar la fe de Cristo. Prendado de la belleza de la joven acabó enamorado perdidamente de la bella Justina y queriéndola solamente para sí. Cipriano, al considerar que no podría cambiar los deseos de una virgen consagrada a Dios, decidió quemar todos sus libros de brujería y unirse a la suerte de Justina, acabando ambos martirizados el año 304. En su trayectoria en la fe de Cristo y bajo la tutela del obispo Eusebio, Cipriano llegó a ser a ser diácono, sacerdote y finalmente obispo de Antioquía.

Ambos acabaron arrestados por orden del emperador Diocleciano y, al no renunciar a su fe, fueron sometidos a torturas y hasta arrojados a una caldera de agua hirviendo (como se recoge en el pliego), aunque resultaron ilesos sin sufrir quemaduras por un milagro de Dios. Finalmente, fueron decapitados. Sus cuerpos fueron custodiados por soldados romanos para evitar que los cristianos se los llevasen, aunque tras un tiempo lograron llevarse los huesos y trasladarlos a Roma y puestos al cuidado de una dama cristiana llamada Rufina. Un tiempo después, parte de sus restos fueron llevados a la iglesia de San Juan de Letrán, catedral de la diócesis de Roma donde se encuentran sepultados un apreciable número de papas.

Estos son, a grandes rasgos, los elementos en los que se basa la leyenda en relación a estos dos mártires, desarrollada en el pliego editado y reimpreso en numerosas ocasiones.






El imaginario popular no conoce tanto a san Cipriano por su martirio, sino por sus trabajos de magia negra y por atribuirle en gran parte la autoría de un grimorio conocido como el Libro de San Cipriano. Se conoce como grimorio un tipo de libro donde se entremezclan conocimientos mágicos e instrucciones para realizar encantamientos, así como predicciones astrológicas, sortilegios, hechizos contra el mal de ojo, invocaciones para encontrar secretos escondidos junto a variadas fórmulas mágicas para conseguir determinados fines. 

El Libro de San Cipriano, en sus muchas versiones, también es conocido como El tesoro del hechicero, Los secretos del infierno o, simplemente, como El Ciprianillo. Dicho tratado se ha venido copiando, reeditando, añadiendo o suprimiendo elementos a lo largo de la sinuosa historia de sus ediciones.

Son muchas las ediciones del siglo XIX, tanto de la península ibérica como de Iberoamérica (especialmente en Brasil, donde se conocen más de veinte versiones diferentes reelaboradas y actualizadas). El éxito del libro en Brasil se explica por la profusión de la magia negra brasileña, mientras que en España no deja de ser una especie de rareza bibliográfica, aunque en Galicia y en el norte de Portugal encuentra una mayor difusión, ya que en algunas versiones aparecen unos supuestos listados de tesoros escondidos en esas tierras.

Resulta evidente que Cipriano difícilmente podría ser el autor del famoso libro, ya que muchos textos son muy posteriores a su época y además coincide con textos de otros grimorios aparecidos en los siglos XVIII y XIX.

Las distintas versiones que circulan suelen ser todas ellas del siglo XIX o a lo sumo de la segunda mitad del siglo XVIII. Obviamente se trata de reediciones con adiciones y supresiones que personalizan cada una de ellas.

Por hacer un repaso por el laberinto de sus falsas atribuciones y ediciones originales hay que citar la supuesta transcripción de los textos de antiguos pergaminos dictados por los espíritus al supuesto monje alemán Jonás Sufurino. El libro viene a ser una especie de recopilatorio del siglo XIX de obras ya conocidas, como La clavícula de Salomón, El dragón rojo y la cabra infernal, junto a encantamientos, hechicerías y sortilegios varios.





Un caso curioso es una especie de opúsculo editado en Galicia por un autor anónimo con clara intención burlesca. Editado como folleto en A Coruña a mediados del siglo XIX, ha sido estudiado por Peter Missler del que copio el resumen:

En este  artículo  es  descrito  el  Millonario  de  San  Ciprian  editado  por  “Adolfo  Ojarak”,  un folleto barato y burlesco, impreso en A Coruña a mediados del siglo XIX, que ofrece una lista de supuestos escondrijos de tesoros romanos y moros enterrados en los alrededores de la ciudad, con sus correspondientes exorcismos para desencantarlos. Aunque se trata de una broma, debida quizás a algún impresor coruñés, refleja cómo era la tradición de los Ciprianillos de su época y las creencias populares vivas en el imaginario popular de su tiempo.
Un estudio pormenorizado sobre el Libro de San Cipriano (I) y (II) y su abundancia de ediciones es el realizado por Félix Fco. Castro en Hibris, revista de bibliofilia, nº 27 y 28 (2005).

San Cipriano y Santa Justina protagonistas de la comedia «El mágico prodigioso» de Calderón

El famoso dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), una de las figuras de referencia del teatro barroco, desarrolló el estilo escénico de su antecesor Lope de Vega y entre su nutrido repertorio teatral se encuentra la comedia El mágico prodigioso. Dicha comedia fue escrita por Calderón basándose en la leyenda de san Cipriano y santa Justina, creada originalmente para ser representada en la localidad toledana de Yepes con motivo de la fiesta del Corpus Christi en junio de 1637. Así consta en el manuscrito autógrafo conservado y descubierto en el siglo XIX en la biblioteca del duque de Osuna. El manuscrito conservado viene a ser una una especie de bosquejo para adaptarse a las condiciones del corral de comedias donde iba a ser representada. Calderón redactó posteriormente otra versión abreviada de la obra para ser representada, en este caso, en los teatros públicos. El texto publicado por primera vez está fechado el año 1663, y de nuevo en la Sexta parte de comedias por VeraTassi en 1683, a menos de dos años escasos de la muerte de Calderón.

Es precisamente esta versión de la Sexta parte de comedias de Vera Tassi (1683) sobre la que tengo el privilegio de que figure en mi biblioteca particular, donde incluye precisamente El mágico prodigioso. Esta Sexta parte fue buscada, reunida y revisada para preparar dicho volumen por el amigo de Calderón, Iván de Vera Tassis, siendo impresa en Madrid por Francisco Sanz el año 1683.


Colección particular
La obra fue refundida e impresa de nuevo con adiciones, supresiones y corrección de errores, aspectos sobre lo que discuten los críticos para tratar de establecer el recorrido de la comedia en orden a publicar una edición científica y sólida.

Existen controversias entre críticos y estudiosos de la literatura sobre la edición que se puede considerar como verdaderamente científica o crítica de esta obra de Calderón a partir de las versiones que se conocen de la misma. Estas disquisiciones sobre las revisiones y enmiendas que hizo el propio dramaturgo a lo largo del tiempo se salen lógicamente del propósito de esta entrada. La edición príncipe de esta comedia es del año 1663, versión depurada de la redacción autógrafa primitiva de 1637, aunque desautorizada por el propio Calderón en la Cuarta parte de sus comedias de 1674.

Vemos en diferentes estudios cómo los críticos tratan de solucionar los puntos de conflicto de las distintas versiones y textos base para dotar a la comedia de un texto, digamos definitivo y consensuado.

La versión actual que podemos considerar canónica y revisada de esta Sexta parte de comedias de Calderón es la publicada por la Fundación José Antonio de Castro, con importante revisión crítica de manuscritos e impresos llevada a cabo José María Viña Liste.

Como comedia particular puede consultarse a través de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:


Las fuentes que utiliza Calderón para el desarrollo de esta comedia se encuentran fundamentalmente en las Flos Sanctorum (traducciones y adaptaciones actualizadas de la Leyenda Áurea) de Alfonso de Villegas y la de Ribadeneyra. 

Cipriano y Justina mueren por defender unos principios en los que creen enfrentándose a todo cuanto les rodean, lo que les eleva a la categoría de mártires.

El trasfondo religioso de esta comedia de santos viene a reforzar la idea de que Dios está por encima del individuo, al que ha concedido el libre albedrío para alejarse o no de sus mandamientos siendo esa elección personal e intransferible. Los personajes de Calderón se enfrentan al dilema de su decisión personal en un contexto social donde la religión impregna la vida española del momento y donde la moral contrarreformista se trasluce en la producción escénica del siglo XVII.

Al margen de todo este recorrido quisiera añadir, a modo de curiosidad, algunas fotografías de la representación adaptada y refundida en cinco cuadros por Francisco Fernández Villegas de la obra de Calderón, tal y como se representó en el Teatro Español, de Madrid, y recoge la revista quincenal ilustrada El arte de El Teatro del 15 de noviembre de 1906. 


La puesta en escena de esta adaptación contó con un exquisito lujo de decorados y vestuario. Su estreno, después de tantos años de olvido, supuso un verdadero acontecimiento teatral. En ella participó la conocida actriz María Guerrero en el papel de Justina. Una de las actuales sedes del Centro Dramático Nacional se ubica, por cierto, en el madrileño teatro que lleva su nombre.



¿Y Santa Justina?

Si la historia de estos dos mártires no carece de interés, parece claro que la focalización mediática se ha decantado mucho más ante la figura de un santo hechicero que por una mártir virgen, cuya abundancia en el santoral es harto conocida, recordemos las famosas once mil vírgenes. ¿Pero hubo alguna vez once mil vírgenes, como se preguntaba Enrique Jardiel Poncela?

El caso es que la iconografía de santa Justina se ha desarrollado a lo largo del tiempo. Prueba de ello son estas imágenes, escogidas al azar, bien sola o acompañada de san Cipriano, que recojo a modo de ejemplos.

Paolo Veronese - Martirio de Santa Justina (detalle)

Cyprian and Justina - (Menologion of Basil (II)



©Antonio Lorenzo

miércoles, 5 de febrero de 2020

San Cristóbal, el santo que nunca existió


Nos detenemos en esta ocasión en la legendaria vida de san Cristóbal, popular patrón de viajeros y automovilistas. El origen de su culto, su variada iconografía y la ausencia de una historicidad acreditada propiciaron su descalificación por la iglesia como sujeto de santidad. La iglesia, carente de datos biográficos suficientes para acreditar su existencia, al igual que ocurre con otros santos muy famosos, mantiene su culto por tradición y no por verificación.

En la revisión del martirologio romano llevada a cabo en 1969 mediante una investigación rigurosa sobre la historicidad de los santos, se excluyeron aquellos cuya verificación histórica era nula o muy limitada. San Cristóbal fue uno de ellos, lo que no quiere decir que en calendarios particulares de determinados lugares se desaconseje o no se permita su veneración.

La leyenda nos presenta a Cristóbal como un gigante cananeo que, tras su conversión al cristianismo, ayudaba a los viajeros a atravesar un peligroso vado llevándolos sobre sus hombros a modo de puente humano. El gigante que porta el peso del mundo sobre sus hombros, no deja de ser una trasposición de mitos antiguos, baste recordar el ejemplo de Hércules y su anécdota con Atlas en la mitología clásica, con el barquero Caronte e incluso con mitos anteriores, como con el mito mesopotámico de Gilgamesh.

La leyenda

La historia más conocida sobre este corpulento personaje es la incluida en la influyente recopilación de relatos hagiográficos conocida por la Leyenda Dorada, de Jacobo de la Vorágine (siglo XIII). Como es obvio, esta compilación no puede entenderse como un documento histórico, ya que su objetivo principal era la de fomentar y acrecentar la fe a través de modelos de vida para ser emulados.

En la serie de martirios sufridos por Cristóbal en su afán de predicar y convertir al cristianismo a un crecido número de no creyentes se entremezclan episodios reconocibles del martirio de san Sebastián o el  de los santos médicos san Cosme y san Damián.

Los más significativo y recurrente en la leyenda e iconografía del santo es que en una ocasión ayudó al niño Jesús a cruzar el río. Sorprendido por el gran peso del infante, el niño le explicó que en realidad llevaba sobre sus espaldas los pecados del mundo. Tras el bautismo de Cristóbal se encargó de predicar el cristianismo por el mundo.

El interés de este blog reside principalmente en la divulgación de determinados temas mediante pliegos de cordel, aleluyas, ventalls o láminas, bajo la denominación genérica de literatura popular impresa. Es por ello que, referido al caso de san Cristóbal, reproduzco su historia mediante dos pliegos de cordel. El primero de ellos dividido en dos partes, impreso en Zaragoza y a la venta en casa del Catalán en la calle de las Danzas.





Segunda parte





Este otro pliego es el editado en Barcelona por la imprenta de Juan Llorens en 1865 y acompañado al final por unos gozos dedicados al santo.






Patronazgos atribuidos a san Cristóbal

La incertidumbre respecto a su historicidad no ha impedido que San Cristóbal se convirtiera en objeto de enorme veneración en el siglo XVI hasta su supresión del santoral oficial. Un breve resumen sobre los patronazgos y protecciones atribuidos a san Cristóbal a lo largo del tiempo es como sigue:

* Protector ante la muerte súbita (montañeros, conductores y aviadores) y contra la peste
* Contra el mal de ojo, ya que una de las flechas lanzadas en su contra se volvió contra el ojo del rey
* Por su talla y fuerza hercúlea, patrón de los atletas y de los cargadores de todo tipo
* Patrón de los jardineros y encargados de viveros, debido al tronco del árbol vivo en el que se apoyó, por lo que se le invoca para la protección de los árboles frutales.

* Protector de los mozos de cuerda y benefactor de los dolores de muelas y de las uñas (panadizos)

Según la creencia popular bastaba mirar la imagen del santo para protegerse durante el día frente a la muerte súbita (mala muerte): «Si del gran san Cristóbal hemos visto el retrato, ese día la muerte no ha de darnos mal rato», se decía. Es por ello que su imagen solía aparecer en un número considerable de las fachadas y entradas de las iglesias o santuarios de una forma gigantesca como preventivo ante la muerte súbita, tan extendida en la Edad Media. Su popularidad decayó a partir del siglo XV con la Reforma y Contrarreforma, donde se puso en cuestión algunas oraciones consideradas supersticiosas, al igual que durante los siglos XVII y XVIII, donde paulatinamente fue decayendo su leyenda como intercesor o patrón.

Evolución iconográfica de san Cristóbal

Para comprender y situar convenientemente las distintas representaciones de san Cristóbal hay que tener en cuenta tanto la versión oriental como la occidental sobre su vida. Si atendemos a la versión oriental, Cristóbal es un ejemplo de los llamados «cinocéfalos», esto es, hombres con cabeza de perro. Plinio, en su Historia natural, describe a los habitantes asociados a territorios remotos con una serie de características salvajes: comedores de carne cruda, con cabeza de perro y el resto del cuerpo de forma humana, carentes de lenguaje propio aunque entendedores del lenguaje humano, al que solo podían responder con ladridos.

La versión oriental sobre Cristóbal le hace oriundo de esta raza de los cinocéfalos habitantes de territorios remotos, por lo que es representado con cabeza de perro antes de ser descrito y reinterpretado como un gigante venido de lejanas tierras y más humanizado físicamente, tal y como recoge la versión occidental sobre su vida, propagada, reescrita y fijada por la Leyenda Dorada.

Otra interpretación asocia su cabeza de perro por ser oriundo de Canaán, pueblo adorador de dioses paganos y de dispersa localización geográfica, pero asociado a «canino»; o bien, que antes de su bautismo, san Cristóbal lucía un aspecto ciertamente aterrador, adquiriendo una apariencia más gentil y humana al recibir de Dios el don de la palabra.

Ejemplos de la tradición oriental bizantina son estos ejemplos de representaciones iconográficas de Cristóbal con cuerpo de hombre y cabeza de perro. Por resultar más desconocido me detendré en mostrar algunos ejemplos significativos.




































No resulta infrecuente la representación de san Cristóbal acompañada de santa Lucía y sus tres hijas, o junto a san Esteban, de cara a alentar a la perseverancia frente a la persecución y el tormento a modo de icono patronal de protección.



















A diferencia de las versiones iconográficas orientales y cristianas ortodoxas, en las occidentales se prescinde de la cabeza de perro, aunque coinciden en algunos aspectos sobre los episodios de su vida.

En el Museo Nacional de Cataluña se conserva una magnífica reproducción de san Cristóbal llevando sobre sus hombros a un Jesucristo adulto al tiempo que en las escenas laterales se recogen episodios del martirio del santo. La obra data del siglo XIV y es atribuida al maestro de Soriguerola.


Un magnífico retablo es también el conservado en el Museo del Prado, de autor anónimo y datado a finales del siglo XIII.

Añado a continuación una serie de imágenes de San Cristóbal más repetidas y conocidas, alusivas al «portador de Cristo», algunas de ellas recogen interesantes detalles sobre su leyenda.

























Retablo cerámico de Alcora (Castellón)

2ª parte del pliego editado Rafael Gª Rodríguez (Córdoba)
Imagen venerada en un convento de Valencia


















En las décadas de los años 40 y 50 del pasado siglo se publicaron una gran cantidad de folletos sobre las vidas de los santos editados en México por la editorial Novaro (alcanzando 416 números entre 1954 y 1974), dirigida por el jesuita Padre José A. Romero y distribuidos por distintos países, entre los que se encontraba España. Dicha serie recogió la sorprendente historia de «San Cristóbal, el buen gigante» en forma de cómic, del que reproduzco la portada, la contraportada y una síntesis incluida de su historia bajo el título de «Historia de un coloso».























Sincretismo religioso
Por completar algo más la difusión de la leyenda de Cristóbal creo que resulta interesante su relación con la santería cubana. Como es sabido, la santería cubana sincretiza creencias católicas con las creencias yoruba. El pueblo yoruba comparte un complejo entramado de creencias y mitos de carácter religioso. La santería fue practicada en sus orígenes por los esclavos negros y sus descendientes en la isla caribeña, algo que también se ha extendido, aunque con menos profusión, por otros países iberoamericanos.

Heredera de la cultura yoruba, determinados santos católicos se han fusionado con creencias que apenas tienen nada que ver con ellos, aunque conservando rasgos comunes propios del sincretismo religioso.

Los colonizadores, tratando de imponer su fe y creencias católicas a esta población esclavizada, originó que de forma subrepticia dicha población fuese recomponiendo de forma inteligente e incorporando a sus creencias determinados santos católicos.

La mezcla de etnias y culturas ha hecho posible la fusión de creencias debido en parte a la similitud de las historias o rasgos comunes.

El santo católico san Cristóbal se identifica y asocia en las creencias yorubas con Agayu (o Aggayu). Aggayu es el orisha (a modo de vínculo emisario o santo entre el mundo terrenal y el divino). Se asocia con una especie de padre protector, un gigante del fuego que apoya y da fuerza y vida a una persona, a modo de bastón de apoyo, siendo el barquero que ayuda a las personas a cruzar el río. Los complejos rituales para atender o invocar a Agayu (ofrendas de comida, flores, collares, frutas, colores... es compleja y se sale fuera del propósito divulgativo de esta entrada.


La festividad de san Cristóbal se celebra en occidente el día 25 de julio y en oriente el 9 de mayo, aunque en la tradición hispana se celebra el 10 de julio para dejar libre la fecha del día 25 dedicada a Santiago apóstol.
©Antonio Lorenzo