lunes, 1 de junio de 2020

La Santísima Vera Cruz de Caravaca y su reflejo en la literatura popular impresa [I]


No deja de resultar altamente sorprendente la gran cantidad de información escrita sobre el inaudito milagro de la Vera Cruz de Caravaca y a su vez la escasa documentación de carácter histórico sobre el antiguo reino de Murcia. Parece claro que la devoción a la Santísima Cruz, tras la inverosímil aparición que ha conformado su leyenda, ha logrado sobrevivir en la mentalidad popular ignorando o tratando de ocultar cualquier crítica sobre ella. El aprovechamiento del mito religioso como foco de interés y reclamo turístico se ha visto incrementado en tiempos recientes a raíz de la declaración como Año Jubilar, concedido el año 1998 por el papa Juan Pablo II con la prerrogativa especial de «Año Santo in perpetuum» a celebrar cada siete años ininterrumpidamente a partir del año 2003. Este privilegio iguala a Caravaca con ciudades como Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela, Alepo (Siria) o con el monasterio de Santo Toribio de Liébana (Camaleño, Cantabria, donde se encuentra también de otro «lignum crucis», se dice incluso el de mayor tamaño conocido).

Por poner un poco de orden antes de detenernos en mostrar algunos ejemplos de la afamada reliquia en la llamada literatura popular impresa conviene contextualizar y recordar cómo se encontró la cruz donde Cristo fue crucificado junto a los dos ladrones y la leyenda sobre su llegada y aparición en Caravaca.

El hallazgo de la Cruz de Cristo

La leyenda cuenta que Elena, madre del emperador Constantino (no canonizado por la iglesia latina, aunque sí por la ortodoxa griega), se trasladó con su hijo a Jerusalén tras el Concilio de Nicea (325) con el fin de erigir una iglesia destinada al Santo Sepulcro. En su afanosa búsqueda de la cruz mandó demoler el templo dedicado a Venus en el Monte Calvario. Tras ordenar que se cavase en los restos del templo descubrió (se dice que en los primeros días de mayo del 326) tres cruces, unos clavos que identificaron con aquellos que perforaron los pies y las manos de Cristo y hasta el rótulo de la crucifixión conocido como el «Titulus Crucis», esto es, la tablilla colgada en la Cruz que dice: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos» [INRI]. Identificada la de Jesucristo por el hueco dejado por los clavos (ya que se dice que solo en la de Jesús se utilizaron estos), decidió que se partiera en dos para que una parte fuera trasladada a la capital del imperio y otra a Jerusalén donde Macario ejercía de patriarca.

Santa Elena con la cruz y los clavos - Escuela castellana (siglo XV)

Jan van Eyck - Hallazgo de la Vera Cruz
Hallazgo de la Santa Cruz - Agnolo Gaddi, siglo XIV
Aparte de atribuir el hallazgo de las formidables reliquias a Santa Elena, también se le adjudica su intervención sobre el descubrimiento de parte de la túnica que usó Jesucristo antes de ser crucificado; un fragmento de la cuna de Jesús; las reliquias de los Reyes Magos y hasta los peldaños de la Escalera Santa por donde se cree que subió Jesús para ser juzgado y condenado por Poncio Pilato. En estos peldaños se pueden apreciar, debidamente protegidos por un cristal, restos de las gotas de sangre que derramó Jesucristo. En fin, todo un ejemplo de dedicación y búsqueda que harían las delicias de cualquier buscador de tesoros si tenemos en cuenta sus excelentes resultados.

El «lignum crucis»

El «lignum crucis» hace referencia al madero que usaron los romanos para crucificar a Jesucristo. Es a partir del siglo IV cuando parece que se comenzó la repartición de los fragmentos conservados. Estos fragmentos se conservaban en unas cajas llamadas «estaurotecas» con forma de cruz y con un hueco en el centro donde se colocaba la reliquia. Sobre este hueco o vano se colocaba encima una piedra preciosa para protegerla, aunque desde el siglo VI se sustituye la piedra preciosa por un cristal para poder tener acceso visual a la misma.


Trazar el recorrido de cada uno los fragmentos conservados en su conjunto es algo que supera con creces cualquier intento de seguimiento y dotar de una cierta fiabilidad histórica a cada uno de ellos al encontrarse repartidos y conservados en relicarios de numerosísimas ciudades. La gran ventaja de la Cruz de Caravaca, es que apareció sorprendentemente «teletransportada» por dos ángeles, al margen de invasiones, ocultamientos, robos, cambio de manos, etc.

Ya avanzada la segunda mitad del siglo XIX el arquitecto francés, Charles Rohault de Fleury, dedicó los últimos años de su vida a investigar la arqueología cristiana, tratando de examinar todos y cada uno de los fragmentos de la Cruz catalogados del mundo, calculando su volumen y comparando el tipo de madera al que pertenecen. Después calculó las medidas y el volumen que probablemente podía haber tenido la cruz, a partir de documentos sobre la práctica de la crucifixión junto a otros datos, como el tipo y la densidad de la madera para calcular su peso y, además, tomando en consideración una reliquia importantísima custodiada en la capilla de las reliquias de la basílica de la Santa Cruz en Jerusalén de Roma. C. R. de Fleury, Memoire sur les instruments de la passion de N.-S. J.-C.; (Paris, L. Lesort, 1870).

La leyenda de la aparición

Son muchas las descripciones que se podrían entresacar sobre la leyenda de la aparición en Caravaca de la Santísima Vera Cruz. Entre todas las consultadas elijo, por la trascendencia de su expositor, un extracto de la homilía pronunciada el 1 de diciembre de 2002 en la Basílica-Santuario de la Santísima y Vera Cruz de Caravaca por el entonces cardenal Ratzinger (proclamado papa tres años más tarde con el nombre de Benedicto XVI).


Según la tradición histórica local, un acontecimiento maravilloso y único sucedió el tres de mayo de 1231, en medio de un territorio en plena dominación islámica:

 «La Santísima y Vera Cruz apareció en el Castillo-Alcázar caravaqueño. El rey musulmán que dominaba la zona, Ceyt-Abuceyt, quiso conocer los distintos oficios de los cristianos apresados en el recinto amurallado. Entre ellos se encontraba el sacerdote conquense Ginés Pérez de Chirinos que explicó que era ministro de Dios en la Tierra y su oficio consistía en la celebración de la eucaristía mediante la cual el pan y el vino se convierten en el cuerpo y sangre del Redentor. Esta respuesta motivó la curiosidad del rey musulmán que quiso presenciar el acto litúrgico. Ordenó al sacerdote cristiano celebrar la santa misa y para ello mandó traer de la ciudad de Cuenca las vestiduras y utensilios litúrgicos necesarios para la celebración de la Santa Misa. Comenzada la celebración eucarística, el sacerdote se detuvo explicando que no podía oficiar porque olvidaron traer una cruz, elemento imprescindible que tenía que estar sobre el altar para la celebración del sagrado sacrificio. En ese preciso instante, por la ventana de la estancia, entraron dos ángeles del cielo portando el lignum crucis que colocaron en el altar. El sacerdote recibió la Sagrada Cruz de manos de los ángeles ante la sorpresa de la corte del sayid y continuó la celebración. De manera milagrosa la Santísima y Vera Cruz de Caravaca se había hecho presente permitiendo la celebración de la sagrada liturgia frente a Cristo Crucificado. Ante la maravillosa aparición, el sayid y toda su corte se convirtieron al cristianismo y recibieron el sagrado sacramento del bautismo dando paso al inicio del culto cristiano en esta zona fronteriza con el reino musulmán de Granada». 

Tabla de Hernando de Llanos - Aparición de la Cruz de Caravaca en la misa
Fuentes

Los escritos más significativos que constituyen los principales pilares donde se recoge la leyenda de la Cruz de Caravaca, sea con añadidos o reinterpretaciones varias, son, por orden de aparición, los siguientes:
* [1615] Robles Corbalán, Juan de: Historia del Mysterioso aparecimiento de la Santísima Cruz de Caravaca (Madrid: Imprenta de la viuda de Alonso Martín, 1615)
* [1722] Cuenca Fernández-Piñero, Martín de, Historia Sagrada de el compendio de las ocho maravillas del mundo, 1ª ed. (Madrid: Imp. de la Viuda de Juan García Infanzón, 1722)
* [1847] D.M.M.Y. Pbro. (Martínez Iglesias, Mariano) Caravaca: historia de esta villa y de la aparición gloriosa de la Santa Vera Cruz, que se venera en el Real Alcázar de la misma, (Murcia: Imp. de Pablo Nogues, 1847)
* [1856] Marín de Espinosa, Agustín, Memorias para la historia de la ciudad de Caravaca (Caravaca, Imp. Bartolomé de Haro y Solis, 1856).
* [1885] Bas y Martínez, Quintín, Historia de Caravaca y de su Sma. Cruz (Caravaca, 1885)
* [1888] Torrecilla de Robles y Godínez, José, El Aparecimiento de la Cruz de Caravaca (Burgos, 1888)
La obra más difundida sobre la que se apoya la leyenda es la del licenciado y presbítero caravaqueño Juan de Robles Corbalán, publicada el año 1615. La obra está dividida en dos libros: el primero de ellos es el dedicado al «aparecimiento» de la Santísima Cruz, siendo el segundo el dedicado a los milagros. La versión de la leyenda recogida por Corbalán puede considerarse, pues, como el prototipo de las difundidas con posterioridad.


Independientemente de que se conceda verosimilitud o no a la leyenda de la cruz transportada por los ángeles, esta obra alcanzó gran difusión, no solo en España sino en el resto de Europa e Hispanoamérica. Se conocen versiones en latín, alemán, italiano y francés. Sin embargo, una vez publicada, la obra fue denunciada por el tribunal de la Santa Inquisición quien ordenó quitar determinados párrafos donde se narraba el intento de robo de la reliquia por un clérigo enviado con esa misión por la iglesia catedral de Toledo, pero esto es algo colateral a la centralidad de la aparición de la Cruz.

Dudas académicas sobre la verosimilitud del milagro

La leyenda sobre la que se basa el milagro de la aparición por los aires de la Santísima Cruz ha sido muy criticada por su falta de veracidad documental.

Pecando sin duda de ingenuidad, en la leyenda descrita por Corbalán y tantas veces repetida, se daban por válidas las noticias introducidas e indocumentadas por el mayor falsario y autor de falsos cronicones: el jesuita P. Jerónimo Román de la Higuera (1538-1611). Este clérigo estuvo castigado en Caravaca por la Compañía de Jesús entre 1609 y 1611. Allí conoció a Corbalán, entonces capellán del santuario de la Vera Cruz. Influido este último por las falsarias teorías de Román de la Higuera, recogió como verídicas en su obra seminal de 1615 datos dispersos de fuentes no comprobadas y aceptando como verdades absolutas, aunque entreverados con datos ciertos, las supercherías de Román de la Higuera. Corbalán no duda en relacionar al rey moro de Valencia Ceyt Abuceyt como el rey de Caravaca, ni otorgar a un inventado sacerdote el protagonismo de la aparición de la Vera Cruz. En el libro fundacional de Corbalán se dan por buenas fantasías como el nombre inexistente del sacerdote Ginés Pérez Chirinos, la conversión al cristianismo de Abu Zeit, o que la cruz que llevaba colgada al pecho el Patriarca de Jerusalén fue tomada de improviso por los ángeles para «teletransportarla» a Caravaca, según la candorosa narración de la leyenda y aceptada acríticamente por la piadosa imaginación popular.

Corbalán dio también por válidas las absurdas interpretaciones dadas a los signos e inscripciones que rodeaban la llamada «ventana de la aparición» (ya desaparecida) por donde se creía que entraron los ángeles con la cruz y que la inocente credulidad de Corbalán admitió como verídicas las interpretaciones dadas a los signos por el granadino Miguel de Luna. Este Miguel de Luna es también muy conocido por la falsificación de numerosos cronicones y por el célebre fraude de los Libros plúmbeos del Sacromonte, de absoluta y nula credibilidad, tan bien estudiado por Caro Baroja, Julio en su obra Las falsificaciones de la historia (en relación con la de España), Madrid, Círculo de Lectores, 1991).

Las críticas a la verosimilitud de la leyenda son casi tan cuantiosas como la propia exaltación incondicional de la misma. Por citar algunas significativas, en el Boletín de la Real Academia de la Historia, Tomo 9, año 1886, pp. 177-188, el ilustre historiador Vicente de la Fuente desarrolló una serie de consideraciones examinando los embustes recogidos en la leyenda y criticando las fuentes elegidas para su sostenimiento a lo largo de los siglos. 
«Entonces aparece en la palestra á fines de aquel siglo el P. Jerónimo Román de la Higuera, inventando á pares las mentiras, según sus malas aficiones. Este fué el que les regaló á los de Caravaca el canónigo Mosén Chirino «fijo de Alfonso Perez Chirino de los primeros pobladores de Conca», de quien nada se sabía, hasta que se le antojó este embuste al citado Padre. Y el bueno de Robles Corbalán suponía «¡que su Divina Magestad permitia estos descubrimientos para confusion de incrédulos!» Y sigue diciendo Robles: «El dicho Padre Hierónimo Roman de la Higuera... queriendo escriuir cierto libro de San Julian, obispo de Cuenca, aquella Santa Iglesia le dió el Archiuo, á donde halló un antiguo pergamino, en que estaua escrito este milagro en lengua antigua y tosca de aquel tiempo. El supuesto pergamino es un conjunto enorme de desatinos, desde la cruz á la fecha como suele decirse.» Principia llamando al Chirino Musé Ginés. [...] Y no se contentó el falsario con inventar á Mosén Chirino, sino que inventó también la patraña, hasta entonces no dicha ni citada, de que aquella cruz era la del Patriarca de Jerusalén. [...] Súpose despues que los Angeles la tomaron de los pechos del patriarca de Hierusalem. Batizose el Rey por mano del Chirino...» Esta es otra mentira; pero ¿quién va á sacarlas todas?»
Otro investigador de prestigio, como Rodrigo Amador de los Ríos (1849-1917), arqueólogo, historiador y director del Museo Arqueológico Nacional, puso en duda tanto el año como la leyenda de la aparición de la reliquia y el lugar donde se dice que se produjo.
«...Todavía los murcianos creen que existen reliquias de los tiempos pasados de la dominación musulmana. Pero nada hay menos cierto: situado á la parte oriental de la población, ¡con qué plácido sobresalto contempla el viajero, después de subir la empinada aunque no difícil cuesta que á él conduce, los almenados muros de aquella vetusta construcción, fortificada en la guerra gloriosa de la Independencia! Qué emoción no experimenta el ánimo, agitado por el recuerdo de la milagrosa aparición, al trasponer aquella puerta que da ingreso al baluarte, y que tan poéticas ficciones habrá hecho brotar en la imaginación exaltada de los caravaqueños!». (en Murcia y Albacete. España: sus monumentos y artes, su naturaleza e historia, Est. Tip. Editorial Daniel Cortezo y C.ª, Madrid, 1889, pág. 629)
Son muchos los testimonios que se podrían aportar sobre la inautenticidad de la leyenda y de la aparición, pero no es ese el camino que pretendemos seguir ni tampoco denostar la respetable tradición devocional a la cruz o a su legítimo culto, sino cómo la leyenda, su iconografía y su popularidad se propagó y reflejó a través de la literatura popular impresa, de lo que pretendemos rescatar algunos ejemplos.

Como el tema da para mucho en posteriores entradas incluiremos más muestras devocionales a la Santísima Cruz junto a otra documentación aneja a la festividad, como los Caballos del Vino, el Baño de la Cruz, el sacrílego robo de la Cruz el año 1934 en plena Segunda República o el Tesoro de oraciones de la Cruz de Caravaca, donde se recogen conjuros y el llevar consigo la Cruz funciona a modo de amuleto protector ante el mal de ojo, la magia negra o contra envidias de terceros.

Las fiestas en honor a la Santísima y Vera Cruz de Caravaca se desarrollan durante los primeros cinco días del mes de mayo enmarcadas en toda una serie de manifestaciones que constituyen la base y el armazón de las fiestas conmemorativas.

Los pliegos

El primer pliego del que tenemos noticia con mención a la Cruz de Caravaca es de finales del siglo XVI: «Aqui se contienen dos obras la una trata de como la muy devota imagen de nuestra señora, de la Cabeça fue aparecida a tres leguas de la ciudad de Anduxar donde agora esta. La otra trata la manera como se aparecio la santa cruz que a ora esta en carauaca», Impreso en Córdoba por Diego Galván, 1594. Datos extraídos del trabajo de Pozo Martínez, Indalecio: Literatura popular de la Cruz de Caravaca, Murgetana, Nº 121, 2009, págs. 165-190. La primera parte del pliego se dedica a glosar la aparición de la Virgen de la Cabeza de Andújar y, en su parte segunda a la aparición de la Cruz en Caravaca.


La Biblioteca Nacional de España conserva un pliego editado en Madrid el año 1658 que, por su interés, reproduzco íntegro.









Tras la descripción sobre el milagro de la Cruz en el primer romance, continúa con otros que Corbalán incluye en la segunda parte de su libro. Ello no quiere decir que sea el autor de los mismos, más bien se trata de que hizo una labor de recopilación sobre textos difundidos por los ciegos para exaltar la intervención taumatúrgica de la Cruz.

Los milagros que desarrolla el pliego, tras el «aparecimiento», no aparecen, en todos los casos, en el libro de Corbalán. En el segundo romance del pliego (aunque no citado por Corbalán) se nos narra el suceso de que una mujer de Burguillos, maldecida por su madre de pequeña, vivió 42 años poseída por el demonio. Para librarla del maleficio sus vecinos le hicieron llegar un relicario con la Cruz de Caravaca. El demonio, que no pudo aguantar su presencia, se vio obligado a salir del cuerpo de la endemoniada en figura de cangrejo.

En el tercer romance, una endemoniada portuguesa en la ciudad de Cádiz, con capacidad para hablar en múltiples lenguas (síntoma característico de posesión diabólica), fue liberada gracias al conjuro de dos frailes, quienes con la ayuda de un estandarte con la Cruz de Caravaca lograron que la endemoniada recuperara en exclusiva su propio idioma. Este episodio tampoco aparece en el libro de Corbalán.

Es en el cuarto romance donde se recoge una amalgama de sucesos diferentes y entremezclados bajo una apariencia unitaria. En el primero de ellos, la intervención de la Cruz impidió el hundimiento del barco que se dirigía a Honduras logrando aplacar la terrible borrasca. Este episodio sí que está recogido en la parte segunda del libro de Corbalán, aunque con significativas variantes.

En la siguiente narración (dentro del cuarto romance) se nos cuenta cómo gracias al socorro de la Cruz, Isabel de Mansilla, noble dama de Granada, logró perder su agudo temor a los truenos y a la presencia del fantasma que creía ver. El episodio también aparece recogido en el libro de Corbalán aunque con algunas diferencias significativas, ya que no menciona su temor ante la presencia del fantasma.

Continúa con el episodio donde gracias a la Cruz que un vecino colocó en la ventana, se logró aplacar una terrible tormenta que sufrió Granada. Como reconocimiento a la eficacia de la Cruz se constituyó una cofradía a su nombre. La intervención de la Cruz también facilitó la devoción a los vecinos de la ciudad alemana de Intomisa al ver cómo ardían sus casas. El episodio también se encuentra recogido en Corbalán, aunque con nombres cambiados y con detalles que no alteran la idea central de la Cruz como protectora ante incendios.

Por último, concluye el pliego con una «Loa curiosa del juego del soldado» en forma dialogada, que viene a ser una especie de relleno y que no guarda relación con la Cruz.

En otras entradas continuaré con la reproducción de otros pliegos o estampas de la Cruz de Caravaca y comentando otros aspectos relacionados con su festividad.

©Antonio Lorenzo

jueves, 28 de mayo de 2020

Matraca de hombre y mujer


Ingenioso pliego donde el galán pasa del requiebro al insulto ante las contestaciones que le va dando la dama. El tono de la conversación, cada vez más ofensivo, nos ofrece una serie de adjetivos populares de gran calado interpretativo. 

Impreso en Barcelona, [s.a.], por F. Vallés.





©Antonio Lorenzo

jueves, 21 de mayo de 2020

Excelencias del chocolate como remedio para los males

Charpentier, Jean Baptiste - La taza de chocolate (1768)
Gracioso e interesante pliego donde se exalta al chocolate como remedio para numerosos desarreglos corporales y psicológicos. Aunque en el impreso se dice que proviene de Caracas, las bebidas hechas a partir de sus semillas secas, estuvieron vinculadas durante mucho tiempo a los mayas, aztecas y a otras civilizaciones antiguas de Mesoamérica. Sin embargo, nuevos hallazgos arqueológicos avalan la hipótesis de un uso del cacao desde hace 5.000 años, mucho antes de lo considerado como propio de la América central.

En 1502 Cristóbal Colón, durante su cuarto viaje, recibió como ofrenda de bienvenida, armas, telas y sacos de una especie de habas oscuras que, en la sociedad azteca, servían a la vez de moneda y de producto de consumo. Pero no fue hasta unos cuantos años más tarde cuando Hernán Cortés trajo a España esta especie de oro marrón y probablemente la receta de la exótica bebida. En la corte española se le añadió azúcar, canela, almendra, leche o miel a la bebida que comenzó a llamarse chocolate. Rápidamente acabó convirtiéndose en delicia exclusiva reservada a la nobleza.

La corte española mantuvo como secreto de estado, durante un siglo, la preparación de esta bebida y solo los monjes conocían el procedimiento para convertir el fruto del cacao en chocolate, utilizándolo sobre todo en Cuaresma.


Monjes preparando chocolate
A pesar del secretismo, el chocolate llegó pronto a otros países: uno de los primeros fue a Francia gracias a la boda entre María Teresa de España, gran aficionada a esta bebida, con Luis XIV, el Rey Sol.

Al chocolate se le otorga poderes afrodisíacos y revitalizantes debido a sus componentes. La pasión por esta bebida entre los monjes fue tal que los frailes llegaban a tomar hasta ocho jícaras al día, pues supuestamente les ayudaba a mantenerse en el estudio y en la oración por largo tiempo, pero esto provocó que se escribieron tratados de teología para determinar si el consumo de la bebida rompía o no el ayuno y por tanto si debía tomarse en Cuaresma.

El considerado como el primer libro escrito en España sobre el chocolate se publicó en el 1631. Su autor fue el médico Antonio Colmenero de Ledesma. Nacido en Écija (Sevilla) en 1583, su tratado estaba encaminado a señalar las cualidades médicas que tenía la bebida, aunque advirtiendo y desaconsejando su consumo desproporcionado en verano. El tratado de Colmenero se convirtió en un referente en Europa, al ser traducido al francés en 1643, al alemán un año más tarde y al inglés en 1652.


Cinco años después de que apareciera el libro de Colmenero, se publicó un sugerente y atractivo tratado sobre si el chocolate quebrantaba o no el ayuno eclesiástico. De todo ello trata el fascinante libro de Antonio Rodríguez de León Pinelo: Question moral si el chocolate quebranta el ayuno eclesiástico, editado en 1636 en Madrid por la viuda de Juan González. León Pinelo fue un prestigioso letrado y cronista mayor de indias.  Fue en Valladolid donde nació nuestro autor en 1590, ciudad donde se refugiaron sus padres al tener que huir de Portugal por temor a ser juzgados y condenados por la Inquisición portuguesa debido a su ascendencia judeoconversa. A los pocos años de residir en Valladolid, el padre de nuestro autor decidió partir a las Indias en busca de fortuna. Antonio, realizados sus primeros estudios, partió con su madre, un hermano y su tía al Río de la Plata donde se establecieron. Tras vivir unos años en Argentina, en 1612 se trasladó a Lima para cursar estudios superiores con excelentes resultados, lo que le valió para adquirir importantes cargos de responsabilidad en el virreinato de Perú.

En 1622 regresó a Madrid donde revalidó su título de abogado y escribió, entre otros, numerosos memoriales argumentando la libertad de comercio. Tras contraer matrimonio en 1629 de cuya unión nacieron cinco hijos, falleció en Madrid el 21 de julio de 1660.


El tratado resulta de gran interés si lo analizamos desde una perspectiva histórica y lo encuadramos dentro de la historia cultural y de las mentalidades de entonces. De ser una bebida ritual propia de la nobleza y de los monjes, pasó a ser alimento ordinario al ir agregándole vainilla, azúcar o canela, volviéndose remedio y golosina. Al convertirse en un importante medio de socialización por todos los grupos sociales, las autoridades eclesiásticas se enzarzaron en un debate sobre si esta bebida alteraba la debida devoción de las monjas.

Debido al efecto excitante que provocaba esta bebida, se prohibió a las monjas su consumo, obligadas en un voto solemne a no tomar chocolate ni a incitar a otras a que lo tomaran a causa del ambiente festivo que proporcionaba la bebida y tan contrario a las rígidas normas de la vida monacal.

Al ser bebida muy popular, en 1644 la Corte de Madrid y sus alcaldes ordenaron que «nadie, ni tienda ni en domicilio ni en parte alguna pueda vender chocolate como bebida», tratando de evitar su consumo en cualquier lugar y obligando de esta manera a ser vendido como pastillas y ser consumido solo en domicilios.

En su tratado, León Pinelo se apoya y da noticia sobre lo que habían escrito anteriormente los médicos Juan de Cárdenas y Juan Barrios, cuyos textos fueron impresos en México e 1691 y 1609 respectivamente donde detallaban sus puntos de vista sobre el chocolate. Todos ellos trataron de adecuar sus opiniones a la normativa eclesiástica vigente, lo que no resultaba nada fácil de mantener debido a las múltiples formas de elaboración del chocolate y a las encendidas controversias sobre si era bebida o alimento.

La parte final del tratado recoge unas interesantísimas reflexiones sobre cómo han de ser las recetas del chocolate para diferentes tipos de hombres y mujeres, lo que comporta una serie de sorprendentes descripciones de esas tipologías que merecerían, sin duda, un mayor detenimiento.

Esto es lo que escribe sobre las recetas adecuadas para preparar el chocolate:
Los hombres o mujeres sanguinos son los que de ordinario las mejillas de la cara tienen coloradas, los que son carnudos, los que por maravilla se ahítan, y los que tienen los cabellos entre negro y bermejo, que decimos castaños, y los que tienen las carnes entre blanco y colorado, como rosado, y los que son comilones, y mejores bebedores; los que sueñan guerras, prados, oro, y que tienen algunos flujos de sangre, y los que de ordinario se ríen, y tienen buena cara; a estos tales les conviene que el chocolate que hubieren de beber, que no lleve...
Los hombres y mujeres flemáticos son los que son gordos, los que tienen las carnes muy blandas, y los cabellos blandos, y declinantes a blancos, los que de ordinario mal cuecen, y los que son dormilones, y los que en trabajando se cansan, y los que no apetecen mucha bebida, los que sueñan baños, aguas, granizo, y nieve, y los que sienten provecho con cosas calientes, y daño con las frías, y los que tarde se enojan; a estos tales el chocolate que hubieren de beber ha de llevar...
Los hombres o mujeres melancólicos son los que son feos, morenos o verdinegros, y muy ordinario de malas caras, los que tienen los cabellos muy negros y ásperos, o muy bermejos, y los que suelen tener almorranas y ventosidades, los que sueñan muertos, toros, y cosas tristes, y duermen mal; a ellos tales les conviene beber el chocolate...
El pliego

Impreso en Tarragona en 1868 en el taller de J. A. Net-lo, se hallaba en venta en Casa Vidal en Reus.





©Antonio Lorenzo

martes, 12 de mayo de 2020

Chasco de siete mujeres a comerciante francés


Curioso pliego donde se nos cuenta cómo siete mujeres del popular barrio madrileño de Lavapiés, «geringaron» la bolsa y el trasero a un comerciante francés.

Ideológicamente podríamos enmarcar el pliego dentro del conocido como casticismo madrileño. Este casticismo, del que existe una enorme bibliografía de prestigiosos autores, refleja una postura antifrancesa en todos los órdenes y una exaltación de lo considerado como lo nacional español.

La tipología de lo castizo se asocia también, con diferentes matices, a las figuras de majos y majas, manolos y manolas o los chisperos. Toda esta amalgama de personajes fueron inspiradores de novelas, artículos y zarzuelas.

Las siete mujeres que intervienen de manera conjunta en el pliego, provienen precisamente del madrileño barrio de Lavapiés y su «víctima» no es otro sino un mercader francés.

La oposición nacionalista y castiza frente a lo afrancesado o extranjerizante, se ve reflejada en otros pliegos donde se ridiculiza a aquellos personajes venidos de fuera de nuestra patria.

El pliego cae en una serie de tópicos, donde un mercader acaudalado trata de conquistar a una joven recién casada aprovechando la ausencia de su marido. Pidió visitarla viendo «la breva tan verde y tan apretada». Concedido el derecho a visitarla, el francés la requiebra y le ofrece todo su dinero tratando de conseguirla.

Fingiendo la mujer aceptar sus proposiciones lo invita a una cena en su casa informando previamente a siete mujeres para preparar conjuntamente un escarmiento al mercader.

Invitado el francés a sacar aceite de una tinaja donde tenía que meter la cabeza, las mujeres aprovecharon la situación para ensartarle con una jeringa en su trasero el brebaje que habían preparado, por lo que a efectos de la purga y con fuertes dolores de tripa el francés «íbase de ballestilla y hubo churrete por barba». 

El final del romance, aunque de forma subrepticia, no oculta una crítica a los ardides de las mujeres para conseguir lo que desean.

                                                 «Abrid los ojos, franceses,
                                                 que las mugeres de España
                                                 con cañones de geringa
                                                 pueden conquistar a Francia.
                                                 Dios os libre de mugeres
                                                 que saben hacer la gata,
                                                 y luego dan con un perro
                                                 despues de tomar la plata».

El pliego carece de colofón, por lo que parece ser una reimpresión de algún taller más conocido y aprovecharse de su difusión.






©Antonio Lorenzo

viernes, 8 de mayo de 2020

Los amores de un ciego y el pesado chasco que le ha sucedido


Dentro del amplio mundo de la literatura popular impresa se conocen una gran cantidad de pliegos con una clara intención humorística o de burla, donde suele figurar en su título la recurrente expresión de «chasco». Sin embargo, no conviene generalizar una misma significación ni obedecen en todos los casos a una forma de oposición de las clases más bajas frente a la moral hegemónica, como se ha señalado de forma precipitada. 

Estos textos, en su conjunto, ofrecen intencionadamente una visión deformada de la realidad con el fin de despertar la hilaridad, aunque no en todos los casos como crítica latente a la moral oficial. Al tratarse de un conjunto tan amplio de ejemplos, cualquier hipótesis de índole generalista sobre su construcción o finalidad puede ser contrarrestada con otra de semejante o igual validez.

La función social de la sátira no puede enmarcarse en un determinado periodo sin tener en cuenta las contradicciones que aparecen si confrontamos unos textos con otros dentro de una misma época. La intencionalidad y temática han ido variando a lo largo del tiempo, por lo que establecer conclusiones generalistas sin establecer un marco referencial adecuado puede llevarnos a una distorsión de los resultados.

La imagen de la mujer en los pliegos de cordel viene condicionada por las distintas y variadas estrategias discursivas de sus autores. La realidad social que puede rastrearse en los pliegos no es homogénea. Es por ello que no se puede etiquetar como característica general que su papel en las relaciones de sucesos se encuentre siempre y en todos los casos subordinada al hombre. Obviamente, desde un punto de vista estadístico, esta imagen estereotipada de la mujer es la más común y se contrapone frente a la de una mujer transgresora o defensora de sus derechos que se rebela ante la imposición de sus padres de someterla a un casamiento forzoso, lo que supone de alguna manera una alteración del orden social establecido.

Al margen de estas apreciaciones, el interés de este blog se centra básicamente en la reproducción de ejemplos de pliegos que alcanzaron un reconocido éxito en su tiempo. Es el caso de esta chanza, donde se recoge la humillante burla o chasco de una mujer casada a un pobre ciego que le daba clase de música. Hay que tener en cuenta, además, el poder sugerente de las ilustraciones que suelen acompañar al pliego.

La acción se sitúa en Sevilla, donde una mujer casada recibía clases musicales de un ciego que se enamoró de ella. Ante sus requerimientos, la mujer decide burlarse del ciego simulando que accedía cariñosa a sus pretensiones. Invitando malévolamente al pobre ciego a llevar una carta a su prima, lo dirigió a casa de un solterón maníaco y declarado enemigo de las mujeres. La carta, redactada para provocar la ira del solterón, al que le nombraba Baltasara (siendo Baltasar su nombre), hizo que el solterón descargase su ira a garrotazos contra el pobre invidente.

Tras el episodio de la carta, la malvada mujer, mostrándose fingidamente cariñosa y disculpándose ante el ciego por la premeditada equivocación, urdió, en connivencia con su marido, otra serie de pesadas y sangrantes burlas, lo que hizo que se tuviera que esconder en un arcón y acabar en la calle (creyendo el ciego que se trataba de un corral) y acabando embestido por un novillo y perdiendo la capa ante el hazmerreír de todos.

En realidad, lo que parece sobrevolar en el pliego, independientemente del enfoque puesto sobre las burlas al infeliz ciego, es una crítica mordaz a las mujeres como prototipo de taimadas, caprichosas, enredadoras y poco fiables. 

Este pliego es solo un ejemplo, y así hay que entenderlo, ya que el sentido del humor no es homogéneo ni transcultural, sino que corresponde a un marco contextual delimitado. Se trata de un ejemplo más que abre un abanico de posibilidades de acercamiento a la imagen de la mujer que se proyecta a través de estos impresos populares.

El pliego fue editado en Madrid en el conocido taller de José María Marés el año 1858. Tras el relato del chasco se añade un «El sueño delicioso» escrito en décimas.





©Antonio Lorenzo

viernes, 1 de mayo de 2020

Las moscas de San Narciso que ahuyentaron a los profanadores franceses

La historicidad de san Narciso resulta altamente dudosa al estar basada en leyendas, martirologios y cronicones contradictorios o de escasa fiabilidad. El interés de esta entrada consiste básicamente en dar a conocer un pliego donde se narra el supuesto milagro sucedido en la tumba del santo de la que salió un enorme enjambre de tábanos que espantaron a sus profanadores franceses. Todo ello se sitúa en el contexto de la guerra de sucesión española en el primer cuarto del siglo XVIII, como luego veremos.

Según la tradición, Narciso era obispo de Gerona cuando se desencadenó la persecución de Diocleciano (303-311). Una aparición divina le ordenó acudir a evangelizar a la ciudad alemana de Augusta (Augsburgo). Viajó hacia allá con su diácono Félix hospedándose en casa de Afra, una conocida prostituta quien pensó que sus huéspedes eran deshonestos y lascivos que habían acudido allí para pecar. Narciso logró convertirla al cristianismo junto a otras compañeras: Digna, Eunomia y Eutropia. Al estar perseguidos por los paganos, Afra los escondió entre unos haces de lino para que no cayesen en manos de sus perseguidores

Tras un tiempo en Augusta, retornó a Gerona donde confirmó en la fe a muchos indecisos que consideraron su viaje a tierras germanas como una huida. El gran número de conversiones a él debidas determinó su muerte y la de su diácono hacia el 29 de octubre del 307, cuando estaba celebrando la misa en la sede de su obispado.

Ilustración de «El santo de cada día», Vol. V, editorial Luis Vives, 1948, pág. 597
La tumba donde se encontraba su cadáver se mantuvo olvidada durante siglos, pero a raíz de la profanación de la misma que intentaron llevar a cabo los franceses al tratar de invadir la ciudad, se halló el cuerpo incorrupto del prelado y donde sucedió el célebre episodio de las moscas.

El episodio de las moscas, considerado como «prodigio estupendo», se narra con cierto detalle en el tomo dedicado al mes de octubre del famoso Año cristiano de Jean Croisset (1656-1738):
«...porque habiendo su gente robado el sepulcro de san Narciso, salieron del mismo sepulcro innumerables enjambres de moscas y tábanos de color azul y verde con algunas listas rojas, que embistieron con la gente y caballos del Rey francés, y los emponzoñaron de manera, que á cuantos hom­bres y caballos mordían espiraban al momento: siendo tan conside­rable el estrago que hicieron en el ejército, que apenas quedó de él una tercera parte, que huyó precipitadamente á Francia temeroso de su muerte: prodigio estupendo que aconteció en el mes de se­tiembre del año 1286, según consta en el libro intitulado: Crónica de los reyes de Aragón, que se conserva en el archivo de Barcelona; y quedaron en proverbio: Las moscas de san Narciso».
La fiesta en honor de san Narciso se celebra, junto a la de san Félix, su diácono, el día 29 de octubre. San Narciso es el patrón de Gerona y se le invoca contra los tábanos, avispas, moscas y mosquitos.

El pliego





El pliego, en el que no figura fecha de impresión, hay que contextualizarlo en la guerra de sucesión al trono de España al fallecer Carlos II el año 1700 sin disponer de sucesor. Las pretensiones al trono se disputaron entre dos pretendientes: el archiduque Carlos de Austria y el aspirante francés Felipe, duque de Anjou (futuro Felipe V). La guerra se prolongó durante quince años hasta el abandono del archiduque y la rendición de Barcelona en septiembre de 1714. Sin embargo, durante ese transcurso los reinos peninsulares de la Corona de Aragón, los países integrantes de la Gran Alianza de la Haya y el papa Clemente XI, reconocieron como rey al archiduque con el nombre de Carlos III. A este Carlos III es a quien se refiere el pliego donde se muestra una clara adhesión a la causa austracista al desearle salud y vida y haciendo votos para que su esposa, la alemana Isabel Cristina de Brunswick-Wolfenbütte, tuviese descendencia para el sostenimiento de la Casa de Austria en España.

                                                    Y a nuestro Carlos III
                                                    Dios le de salud y vida
                                                    con copiosa sucesión
                                                    de su Isabela Cristina,
                                                    para que logrando el fruto
                                                    de esta flor tan peregrina,
                                                    la Casa de Austria en España
                                                    reine, mande, y siempre viva.

El pliego, pues, hay que situarlo en el reinado del archiduque Carlos de Habsburgo (Carlos III desde 1705 a 1714) donde concedió el cargo de tipógrafo real a Rafael Figueró, padre e hijo, el año 1706 para premiar su fidelidad y los servicios recibidos. Como tipógrafos oficiales eran los autorizados para imprimir prensa periódica y también relaciones de sucesos hasta la caída de la ciudad condal en 1714. Durante ese periodo contaron con la colaboración de otros talleres de impresores, como el de Francisco Guasch, de donde proviene el pliego.

Antes de que Carlos III concediera el monopolio y el cargo de impresor real a los Figueró, el taller regentado por Francisco Guasch fue el principal responsable de la función informativa y de la difusión de noticias de la defensa de Barcelona.


Imágenes devocionales de san Narciso


Sepulcro de san Narciso en la iglesia de san Félix (sant Feliu) en Gerona tallado en alabastro (siglo XIV)

©Antonio Lorenzo