martes, 27 de octubre de 2020

Vida del bienaventurado San Amaro


El pliego de cordel en prosa que reproduzco adquiere gran interés por lo antiguo de la historia que cuenta y por su amplia difusión hasta tiempos muy recientes. Se trata de la historia de San Amaro y los entrecruzamientos argumentales que se han ido produciendo a lo largo de los siglos hasta llegar a este pliego del siglo XIX. 

La leyenda sobre este santo y personaje fabuloso no aparece en las primeras y conocidas compilaciones hagiográficas, como es el caso de la primera redacción de la Legenda aurea, obra de referencia del género hagiográfico de Jacobo de la Vorágine en el siglo XIII. Se conservan, en cambio, dos testimonios manuscritos: uno en portugués (copia traducida del siglo XIV) y otro en castellano, contenida en el Ms 1958 de la Universidad de Salamanca. La leyenda fue posteriormente impresa con variantes que conjugan una amalgama de motivos temáticos muy difundidos y presentes dentro de un ámbito de leyendas diferentes. Una versión impresa sobre la vida de San Amaro ya se encuentra en La Leyenda de los santos, donde figura incluida en las ediciones conservadas de Burgos (ca. 1497-1500) y de Sevilla, (1520-1521).

No se conoce la fuente original latina sobre la que supuestamente han derivado las traducciones española y portuguesa de esta leyenda. La amplia difusión de la misma en los siglos XVI y XVII fueron fusionando motivos literarios y folklóricos que se han mantenido a través de relatos orales y, como es el caso que nos ocupa, a través de pliegos de cordel, como atestigua esta muestra que reproduzco del siglo XIX. 

La transmisión del texto es compleja, pues los dos primeros manuscritos conservados no guardan relación textual directa entre ellos, aunque se sospecha que existió una edición latina como fuente pero que no ha llegado hasta nosotros. El hibridismo temático que supone esta leyenda ha ido incorporando motivos folklóricos o cultos de otras muchas, paralelismos y semejanzas, como ocurre con la más conocida Navigatio Sancti Brendani (La navegación del santo irlandés san Brendán, escrito en la primera mitad del siglo X) en su también búsqueda del paraíso. La vinculación temática de la tradición irlandesa sobre el Amaro castellano fue defendida, entre otros, por Menéndez Pelayo.

La vida de tan enigmático personaje hay que considerarla a modo de una metáfora espiritual proveniente de la creación colectiva mediante la fusión de distintos motivos folklóricos o de otros relatos hagiográficos que se han ido incorporando a la historia de este singular personaje.

La línea argumental de la vida de San Amaro (según esta prosa de cordel) es, a grandes rasgos, como sigue:
 
Amaro, en una indeterminada ciudad de Asia, cuyo nombre fue puesto por invocación del cielo, era un hombre de vida penitencial, temeroso de Dios y dispuesto a ayudar a todo aquel que pasara por su tierra; pero la idea le guiará en toda su trayectoria vital era la de llegar a conocer la ubicación del paraíso terrenal y la posibilidad de contemplarlo.

Una noche oyó una voz del cielo indicándole que su anhelo podía cumplirse y que para ello debía tomar una embarcación y navegar sin rumbo establecido y sin guía. Para su travesía contó con el acompañamiento de dos criados y cuatro amigos con la tácita condición de no preguntar por el destino que emprendían. 

La primera isla desconocida a la que llegaron fue La Desierta, donde habitaban mujeres hermosas y hombres feos y crueles, isla que fue maldecida por Dios por sus pecados, por lo que salieron de ella enseguida. Tras atravesar el Mar Rojo llegaron a otra isla denominada Fuen-Clara, donde fueron muy bien acogidos por sus moradores que allí vivían hasta ciento cincuenta años sin enfermedades. Una santa mujer aconsejó a Amaro que debía salir de la isla con el fin de que sus acompañantes no se quisieran quedar en ella gozando de su hermosura y deleite. Tras navegar durante un tiempo se encontraron atrapados en un mar helado (mar cuajado) donde embarrancó el barco debido al hielo formado y donde observaron que unos monstruos marinos devoraban los cadáveres de los tripulantes de seis barcos que también habían quedado estancados. Amaro tuvo una visión de la virgen indicándole que para salir de esa situación llenara los odres que llevaban de aire y los arrojasen al mar. Al hacerlo y atarlos al barco los monstruos marinos, creyendo que eran cadáveres que flotaban, arrastraron la embarcación hasta aguas vivas, por lo que pudieron seguir navegando. Al llegar a la Isla Solitaria fueron atendidos por trece monjes que se mantenían con las frutas que recogían y donde uno de ellos indicó a Amaro el camino a seguir tras expresarle que buscaba el paraíso. Tras tender de nuevo las velas al viento llegaron a una isla donde habitaban otros monjes y donde un venerable anciano, conocido por Leonita, bendecía todos los días a seis fieros leones que se postraban a sus pies. Tras continuar su viaje llegaron a una isla donde habitaban dos ermitaños quienes le indicaron que el paraíso terrenal que tan ansiosamente buscaba se encontraba a lo lejos en unas escarpadas sierras circundadas por cuatro ríos innavegables, según oyeron decir a una venerable anciana llamada Baralides, superiora de un monasterio de mujeres cercano a donde se encontraban los ermitaños. Amaro se despidió para siempre de sus compañeros con la intención de proseguir solo su marcha hacia su ansiado destino. Tras entregar a sus acompañantes la embarcación y todos sus enseres emprendió su marcha hasta el monasterio que regía Baralides, quien por una visión era conocedora al detalle de todas las vicisitudes de su viaje de Amaro y su indeclinable deseo de llegar al paraíso. Baralides le indicó el camino a seguir, aunque antes de su partida quiso que Amaro bendijese a una sobrina que quería tomar los hábitos y que con el tiempo sería nada menos que Santa Brígida.

Tras escalar con gran trabajo una alta sierra tuvo a la vista un precioso alcázar con altas torres que identificó como el paraíso terrenal, donde custodiaba la puerta un gallardo mancebo con espada en mano que le impidió la entrada, aunque le fue explicando las bellezas de todo tipo que se contemplaban desde el umbral. Tras intentar de nuevo su entrada el portero le indicó que ya llevaba allí más tiempo que nadie y que habían pasado doscientos años allí contemplando desde lejos tanta belleza sin que hubiera envejecido y sin tener conciencia de ello.

Despidiéndose del guardián regresó al puerto donde dejó a sus compañeros y donde encontró levantada una hermosa ciudad tras los doscientos años que pasó en la entrada del paraíso. Una vez identificado y reconocido por los actuales moradores de la ciudad fundada por quienes fueran sus acompañantes, hicieron construir para él, a poca distancia de la ciudad, un monasterio donde se refugió durante un tiempo y donde acabó pasando sus últimos días.

A partir de un impreso de 1593 de Bernardino de Santo Domingo se añade, al igual que en el pliego reproducido, una reseña sobre la vida de Santa Lucía, seguramente para servir de ejemplo a las mujeres como modelo de lectura femenina









No es la intención de este blog el detenernos a comentar los episodios y los sugerentes tópicos folclóricos que aparecen en el relato o su relación con la dimensión simbólico-religiosa de otras tramas narrativas hagiográficas. Nuestro interés se centra en dar a conocer la sorprendente perdurabilidad de esta leyenda hasta tiempos tan recientes. Esta leyenda guarda, además, un sorprendente paralelismo con un actual cuento nahuah recogido oralmente en el municipio de Mecayapan (Veracruz, México), reintroducido posiblemente por misioneros españoles y brillantemente estudiado por José Manuel Pedrosa, según referencia final.

Otras portadas de documentos que recogen la vida del venturoso Amaro son las siguientes:


Ej. de la Biblioteca de El Escorial, s.l y s.a.         Impreso en Burgos por Juan de Junta en 1552



 Vida del bienaventurado San Amaro + El martirio de Santa Lucía [s.l., s.a] (s. XVIII), (Ayuntamiento de Murcia)


También se conoce otro San Amaro legendario que poco tiene que ver con el que nos ocupa y del que existe devoción a lo largo del camino de Santiago.  Este San Amaro fue un peregrino francés del siglo trece que, tras haber visitado el sepulcro de Santiago, se quedó a servir a los enfermos y peregrinos en el hospital de Burgos, el significativo hospital del Rey, que actualmente acoge dependencias universitarias. El cementerio y su capilla del que fuera recinto hospitalario burgalés, llevan su nombre.

Sobre este santo da cumplida noticia en el siglo XVIII el P. Flórez en su España Sagrada, T. XXVII, cap. 4, pp. 292-9. 

San Amaro peregrino cuenta con numerosos topónimos en Galicia donde goza de gran devoción y donde se le invoca en santuarios, ermitas o en romerías con su nombre. Al no formar el bienaventurado Amaro parte del santoral católico, se le trató de identificar con  el nombre de Mauro, que sí figura en el santoral católico, aunque no tienen nada que ver salvo que ambos fueron peregrinos.

La tradición folklórica del San Amaro buscador del paraíso terrenal, desarrolló ramificaciones hacia otras leyendas afines temáticamente lo que enreda, aún más, el complejo mundo de su desarrollo temporal.

En el archipiélago canario también hubo una cierta confusión al asociar equivocadamente en un tiempo a San Amaro con el enigmático discípulo de San Benito San Mauro Abad. Madoz, ya en el siglo XIX, equiparaba a los dos nombres. San Amaro/San Mauro es el patrón de la localidad palmera de Puntagorda, donde se celebraba una conocida romería.

Fray Alonso de Espinosa, en su obra de 1554 Historia de Nuestra Señora de Candelaria señala que la devoción al bienaventurado San Amaro fue muy intensa en el primer siglo de la evangelización del archipiélago.

Descripción tópica del Paraíso

Entre los tópicos folclóricos que se recogen en la leyenda, el de la llegada al paraíso, como resultado del recorrido vital de perfección, es significativo. Las visiones y viajes al otro mundo no es exclusivamente medieval. El deseo de contemplar lo maravilloso suele estar asociado a un tiempo mítico donde su visión se encuentra fuera del tiempo cronológico habitual. Uno de los muchos ejemplos es, precisamente, la contemplación del paraíso por Amaro, siempre desde la entrada, ya que a ningún testigo humano le es permitido acceder al interior de este territorio hasta que se produzca su muerte.

En el pliego se describe lo que, entre otras cosas, alcanza a ver Amaro: murallas y torres cubiertas de piedras preciosas, hermosos árboles con frutas, coros de doncellas coronadas de flores y vestidas con telas blancas y brillantes que van cantando y tañendo instrumentos, todo ello envuelto en fragrantes olores...

En estas descripciones maravillosas hay un deseo de enmarcarlo en términos cotidianos para que resulten reconocibles y cercanos para todo aquel que lo escuche.

La fascinación que despierta todo lo considerado como un lugar maravilloso participa de unos rasgos comunes, como son la lejanía y la inaccesibilidad. Llegar a ellos supone un viaje iniciático, tal como ocurre en la búsqueda de la ciudad de Eldorado, la fuente de la eterna juventud, la tierra de Jauja, el jardín de las Hespérides, el mito geográfico de San Borondón en el archipiélago canario o el paraíso terrenal.

El paraíso terrenal ha servido desde antiguo como fuente de inspiración de poetas y pintores. A modo de ejemplo reproduzco este hermoso panel de Jan Brueghel el Joven.


Jan Brueghel el Joven (1601-1678) - Panel del Paraíso Terrenal

Para saber más:

* Gómez Redondo, Fernando. "La leyenda de San Amaro". Historia de la prosa medieval castellana II El desarrollo de los géneros. La ficción caballeresca y el orden religioso. Madrid: Cátedra, 1999; pp. 1962-71. 

* Vega, Carlos Alberto. Hagiografía y literatura: La vida de San Amaro. Madrid: El Crotalón, 1987. 

* Pedrosa, José Manuel. La búsqueda del paraíso: la Vida de San Amaro medieval y el cuento nahua mexicano de El joven que llegó a las escaleras y puertas del cielo, en eHumanista, volume 16, 2010.

* Romero Tobar, Leonardo. Un San Amaro legendario en el camino de Santiago, en La leyenda: antropología, historia, literatura (Actas del coloquio celebrado en la Casa de Velázquez), Madrid, Univ. Complutense de Madrid y Casa de Velázquez, 1989, pp. 193-207.

 ©Antonio Lorenzo


lunes, 19 de octubre de 2020

Los once amores nuevos del estudiante y de la mujer

Xilografía del pliego editado en Madrid por Marés y Cía en 1873

Dos pliegos paralelos donde ambos protagonistas justifican la no aceptación de los amores nuevos y motivan las causas para no casarse.

En el primer pliego un joven andaluz de Arcos, que buscaba una mujer con la que casarse, decide irse a estudiar a Salamanca con la peregrina idea de aprender a saber elegir bien las cualidades de la señora y que no tuviera ninguna falta. El maestro que lo acogió, reprochándole su arrogancia, y tras el despliegue de las cualidades que debían adornar a la mujer elegida, le indicó que la única mujer que cumplía esos requisitos era la Virgen María. A su regreso, tras catorce meses de suculento estudio, recorre distintas ciudades andaluzas describiendo las faltas de las mujeres que iba encontrando y las causas para no aceptar el casamiento.





Si nos detenemos a grandes rasgos sobre los motivos del rechazo de la mujer para no casarse son, entre otros: por ser húmeda y poco aseada, bobona, de estómago muy flaca y de pelo algo bermeja que es una seña muy mala, fisgona, amiga de cuentezuelos, descolorida, golosa y derrochona... En fin, toda una sarta de atribuciones sobre las mujeres que va conociendo por las distintas poblaciones andaluzas. El final del pliego viene a ratificar la idea del maestro salmantino en el sentido de que la única mujer que se salva sería la Virgen María.
         «Y si acaso algún galán
         quisiera mujer sin falta,
         yo le venderé este libro
         que traje de Salamanca
         que por sobrescrito tiene
         destierro de la ignorancia».
En el segundo pliego es la mujer, también originaria de Andalucía, hija única de padres ricos, la que va exponiendo las faltas que aprecia en los pretendientes para no casarse. A diferencia del primer pliego donde el hombre va recorriendo diversas poblaciones, en este caso la mujer se detiene en los oficios que desempeñan los pretendientes y en sus características físicas que no le agradan. Conoce al final a un acaudalado pretendiente, motivo principal para casarse, por lo que cuenta con la aquiescencia de sus padres y de ella misma: «y yo también codiciosa el sí di con gran presteza». La engañosa riqueza del esposo es ocasión para burlarse del mismo y hasta para desearle la muerte, lo que acaba haciendo ahogándole entre los colchones.





Al margen de la intención burlesca de ambos pliegos, muy similar a otros tantos conocidos de la época, lo que trasciende de ellos es una profunda misoginia envuelta bajo el recurso de la sátira. En ambos pliegos subyace una mentalidad claramente distorsionadora de la imagen de la mujer, sobre todo en los once amores nuevos que el estudiante va desgranando de localidad en localidad.

Entrar a comentar toda la sarta de opiniones ofensivas para las mujeres no tiene sentido desde una perspectiva actual sin tener en cuenta el imaginario social de la época. Bajo la intención satírica y burlona se esconde un deleznable desprecio a la condición femenina, aunque del gusto de la época si consideramos la profusión de pliegos que circularon en este sentido. No dejan de ser ejemplos de una literatura popular donde la mujer representa una función social secundaria y refleja una ideología antifeminista disfrazada bajo el recurso del humor.

Otras portadas

Otras portadas de pliegos impresos por los herederos de Juan Jolis en Barcelona  y por Luis de Ramos en Córdoba

©Antonio Lorenzo


lunes, 12 de octubre de 2020

Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno


Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, trilogía de cuentos publicados en 1620 en un solo volumen, tienen por autor de los dos primeros a Giulio Cesare Croce (1550-1609) y por autor del tercero a Adriano Branchieri, con el seudónimo de Camilo Scalligeri della Fratta, dedicado a Cacaseno. Se trata de un título conjunto que ha alcanzó un éxito inusitado siendo traducido de la edición original italiana a numerosos idiomas y reimpreso en repetidas ediciones.

La primera versión de Bertoldo se data el año 1606 (Le sottilissime astutie di Bertoldo) a la que añadió posteriormente en 1608 y a modo de continuación Bertoldino (Le piacevoli et ridicolose simplicità di Bertoldino). Pero fue en 1620 cuando el abate Adriano Banchieri escribió una continuación a las dos anteriores (Novella di Cacasenno, figliuolo del semplice Bertoldino). A partir de entonces estas tres obras o tratados se vienen publicando de forma conjunta con el título de Bertoldo, Bertoldino y Cacasenoalcanzando un rotundo y reconocido éxito popular como exponente de literatura carnavalesca.

El título completo es el siguiente:
Historia de la vida, hechos y astucias sutilísimas del rústico Bertoldo, la de Bertoldino, su hijo, y la de Cacaseno su nieto, Obra de gran diversión, y de suma moralidad, donde hallará el sabio mucho que admirar, y el ignorante infinito que aprender. Repartida en tres tratados.
La edición que manejo y tengo a la vista es del año 1791, de la que extraigo la portada y donde no se especifica en todo el libro el nombre del autor, salvo en el tratado tercero donde figura Camilo Scalligeri. Fue editada en Madrid en la oficina de Blas Román y traducida del idioma toscano por don Juan Bartolomé.


La descripción de Bertoldo ya nos anticipa el tono desenfadado de la obra.
«Era sumamente pequeño de cuerpo; la cabeza muy gorda y redonda a modo de bola; la frente muy arrugada, los ojos muy colorados, brotando fuego; las cejas muy largas y cerdudas; las orejas eran borricales, la boca grande y un poco torcida, con el labio de abajo colgando, a modo del de los caballos; la barba bermeja, tan larga que le caía hasta el pecho, y a lo último hacía una punta que imitaba a la del Macho; las narices muy agudas y enfaldadas hacia arriba, siendo largas en extremo; los dientes le salían de la boca a modo de colmillos de jabalí, con tres o cuatro papadas en la garganta haciendo tal ruido cuando hablaba, que parecían ollas que cocían a la lumbre; tenía las piernas cabrunas, a manera de nigromántico, los pies muy largos; el cuerpo sumamente velludo y cubierto como un pellejo de oso; las medias que llevaba eran de lana muy gruesa y todas remendadas a manera de tapices viejos, los zapatos muy gruesos, y a proporción los tacones muy altos. De este hombre se puede decir que era todo al revés de Narciso».
Se trata, sin duda, de una obra maestra de Giulio Cesare Croce donde en el primer tratado se narra la vida, hechos y astucias de Bertoldo en una imaginaria corte de Albuino, rey de los Longobardos. El segundo tratado recoge las ridículas simplezas de Bertoldino, hijo de Bertoldo y de su mujer Marcolfa. El tercer tratado, añadido por Camilo Scalligeri, se detiene en Cacaseno, hijo de Bertoldino, donde se nos presenta con algo más de sentido común.

La importancia de estos tres tratados, que han trascendido en el tiempo, reside en el uso de un tono transgresor y contestatario por medio del lenguaje, a caballo entre lo popular y lo elitista en lo que podríamos denominar como ejemplo de hibridismo social o interclasismo.

La vida de Giulio Cesare estuvo llena de altibajos y sin reconocimiento en vida de su talento. Su prolífica producción literaria no halló el debido reconocimiento a su arte. De oficio herrero, como su padre, anduvo viajando por ferias y mercados, aunque también tuvo relación con la aristocracia. Se casó dos veces y tuvo catorce hijos. Con una situación económica adversa en su vida acabó muriendo en la pobreza

En cambio, fue tal el éxito de Bertoldo que inspiró a distinguidos poetas italianos, entre ellos los Zannotti, Buruffaldi y Zampieri, quienes se ocuparon de esta obra, formando de las tres novelas un poema en veinte cantos y en rima mayor, del cual se hizo una edición en 1747. 

Antes de pasar a comentar otros aspectos ilustro con dos aucas o aleluyas la vida y astucias de Bertoldo y su familia, ejemplos populares de la buena acogida que también tuvo entre nosotros.




En un trabajo que publiqué hace años en la Revista de Folklore (Núm. 137, 1992, XII, pp.147-155), con el título de El enigma del molinero. Reflexiones sobre los cuentos de adivinanza, daba noticias sobre la referencia a esta obra y a su perdurabilidad en la tradición oral a través de un cuento recogido oralmente en un pueblo madrileño. Extraigo de dicho trabajo estas reflexiones:
 
«¿En qué consiste -cabe preguntarse- la constante perdurabilidad de esta obrita? Creemos que en la sabia utilización de todo un pasado de tradición oral que tan bien asumió y recreó el artista boloñés. Como ocurre con todo artista que ha gozado del fervor popular -Lope, Cervantes, Lorca..., y otros muchos en el caso español-, la sabia conjunción de conocimientos de la tradición oral, unida a la fuerza creadora y renovadora puesta al servicio de una obra de arte, hace que ésta sea degustada tanto por el intelectual como por el campesino. Pero este arte no se improvisa: surge del contacto directo con lo cotidiano, lo vulgar si se quiere, con la vida, en suma. No importa que las aventuras de Bertoldo tengan un claro precedente en los Dialogus Salomonis et Marcolphi, texto latino que alcanzó gran difusión y popularidad en toda Europa durante la Edad Media, a juzgar por sus numerosas ediciones, incluso durante el siglo XV. Marcolfa, como Bertoldo, pertenecen de lleno a la tradición de los sabios adivinos: feos y deformes, pero con la expresión justa para resolver situaciones comprometidas».
Estos atractivos personajes se han recreado y readaptado como personajes de guiñol y de títeres, pues en alguno de ellos se cuenta que Bertoldo tenía un garrote al que llamaba «pagadeudas» con el que al final de la obra lo tomaba con ambos brazos y empezaba a repartir cachiporrazos a diestro y siniestro al resto de los títeres.

Como forma de teatro popular la compañía "Cía. Prado-Chicote" puso en escena en el madrileño Teatro-Circo Price el veintidós de diciembre de 1922 una adaptación de la obra de Croce hecha por F. Gallardo Gutiérrez con el título de Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno o el gato negro, basado en uno de los episodios de la obra del italiano. Esta compañía, en realidad estaba formada por la pareja artística de Loreto Prado (1863-1943) y el también actor Enrique Chicote (1870-1958). Durante muchos años cosecharon muchos éxitos durante el primer tercio del siglo XX alcanzando una gran popularidad. Aunque actualmente olvidados ambos comparten una pequeña calle de Madrid conocida abreviadamente por la calle Loreto Chicote.

El teatro popular y los espectáculos de títeres no han sido los únicos en inspirarse en las sugerentes andanzas de Bertoldo, pues su influencia ha dado lugar a películas, como la primera de Simonelli en 1936, seguida de Bertoldo, Bertoldino e Cacasenno (1954) de Mario Amendola y por la de Mario Monicelli (1984).

Cartel de la película de Giorgio Simonelli (1936)

Cartel de la película de Mario Amendola (1954)

Cartel de la película de Mario Monicelli (1984)
                                                         
Un ejemplo más de la gran popularidad que alcanzó esta otra fue su adaptación a una farsa grotesca de cuatro actos y en verso, estrenada en Barcelona en el teatro Romea el día dos de mayo de 1886, con el título de El rustic Bertoldo, obra original de Frederic Soler con las colaboraciones de Joan Molas i Casas y Josep Feliú i Codina.


El gran don Miguel de Unamuno, en un artículo editado en "El Imparcial" el 15 de marzo de 1900, (recogido en "De esto y de aquello", tomo IV), también hace alusión a esta obra, donde señala la importancia de la risa y sugiriendo como libro de edificación el de Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno.
[...] ¡Desgraciado de quien no sepa reír y jugar, reír con toda el alma, libremente, de alegría, por derrame de salud espiritual, sin propósito de corregir nada, sin fin satírico moralizador! El que así no sepa reír, tampoco sabrá llorar con toda el alma. [...] 
La falta de infantilismo es un síntoma de senilidad y de generación. Ya el gran fisiólogo Burdach decía que "es un gran error el de suponer que el aumento en edad sea aumento en la escala de perfección".... Nuestros niños tienen cierto vislumbre del humorismo, hasta tal punto que nuestro único teatro humorístico es el teatro guiñol. Las chocarrerías de los payasos de circo les refrescan el alma. Luego, cuando se hacen grandes, se les seca el manantial, van muy graves por la calle, no se descomponen, no juegan, aspiran a señorías enchisteradas y celebran la moralizadora sátira a lo Quevedo. ¡Desgraciados!.
Acaso conviniera que usáramos como libro de edificación el de los dichos, agudezas y ocurrencias de Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno. [...]
Aspiremos a morir jóvenes cerca de los cien años. Hay que sustituir con el culto al niño el acatamiento al viejo, y acabar con esa mentira de que los años den experiencia. ¡Desgraciado el pueblo regido por viejos! Y sobre todo, que las cunas no dejen sitio a las tumbas
El también escritor Juan Martínez Villergas, referente indiscutible en el siglo XIX como autor de poesía satírica y composiciones jocosas, publicó en el año 1849 un Apéndice a la vida de Cacaseno, referente a las aventuras del nieto de Bertoldo, bajo el seudónimo del Tío Camorra.

Antes de entrar en materia nos comenta la llegada de Cacaseno a España habiendo ya robado un frasquito de elixir de la vida a quien fuera su amo Cagliostro (personaje entresacado de la novela «El collar de la reina» de Alejandro Dumas en el que se apoya para armar su apéndice). 
«Resulta de esto que la gracia del elixir de Cagliostro nos trajo la desgracia de conocer a Cacaseno en una época en que la cualidad de tonto no solo no es un obstáculo, sino que es un requisito esencial para que un hombre ocupe los puestos más distinguidos. No quiero decir con esto que Cacaseno haya venido hoy a España, no señores: este personaje es muy antiguo en esta nación, y ya hace muchos años que pensó y llevo a cabo la fabricación de un puente al lado de un río (y no sobre el río) que pasa por Coria, de resultas de lo cual nuestro héroe fue conocido entones y ha logrado que su fama pase a la posteridad con el mote o apodo de "El Tonto de Coria". Pero jamás se pensó en que Cacaseno saldría de la humilde esfera en que parecía condenado a vegetar por su escasa inteligencia, para hacer un papel principal en España, y tanto por esta razón cuanto porque nunca este hombre originalísimo dio tan las pruebas de su carácter extravagante y de su sordera intelectual, como en el día me veo yo el Tío Camorra en la necesidad de escribir y publicar su segunda vida. El público juzgará por las cosas que se dirán en los capítulos de mi apéndice la necesidad que había de desenmascarar a este personaje, para que por doquier le podamos señalar con el dedo diciendo: "Ese es Cacaseno"».
Muchas de las ediciones publicadas integraban imágenes alusivas para ilustrar algunos episodios. Entresaco algunas de ellas de la edición proveniente de la imprenta barcelonesa de José Tauló del año 1858.





©Antonio Lorenzo

miércoles, 30 de septiembre de 2020

Guzmán el Bueno y su reflejo en la literatura popular impresa

Cromo de la fábrica de papel de fumar "La zaragozana"
Alonso Pérez de Guzmán es uno de los personajes míticos de la historia de España tratado como héroe legendario y como arquetipo defensor de la patria y de la religión. Como referencia histórica se ha discutido no solo su lugar de nacimiento, que se sitúa en la ciudad de León, sino también su trayectoria mercenaria, semejante al Cid Campeador, luchando por diversas circunstancias tanto a favor de los musulmanes como de los cristianos. Se trata de un mito histórico donde se entremezcla lo real con lo meramente legendario a lo largo de su evolución en el tiempo y con gran proyección tanto en literatura como en la pintura.

El episodio más significativo de su gesta ha quedado reflejado a través de numerosas obras literarias, romances, novelas, dramas, comedias, zarzuelas y óperas, aparte de su reflejo en la literatura popular impresa en forma de pliegos de cordel, de cromos o estampas populares donde se reproducen o adaptan pinturas o dibujos sobre el personaje.

Las biografías y crónicas que se conocen sobre su figura son un calco unas de otras unas a otras sin un rigor histórico contrastado, puesto que su engrandecimiento como héroe comienza desde el siglo XVI en adelante resaltando en todas ellas su gesta como defensor de Tarifa y como modelo de patriotismo.

El modelo histórico-legendario sobre el que descansa la gesta de Guzmán en su defensa de Tarifa puede considerarse la crónica nobiliaria titulada Las Ilustraciones de la Casa de Niebla, de Pedro Barrantes Maldonado, crónica escrita a partir del 1541 con correcciones y adiciones posteriores, cuyo autor fue contratado por el sexto duque de Medina Sidonia y conde de Niebla para escribir la historia de su familia y su genealogía.

Alonso Pérez de Guzmán (1256-1309), hijo bastardo de don Pedro Núñez de Guzmán, nació en León el año 1256, sin que se conozcan datos concluyentes que lo certifiquen. Su fama se forja en las guerras y conflictos sucesorios entre Sancho y su hermano, el infante don Juan (hijos ambos de Alfonso X el Sabio). Guzmán sirvió también en un tiempo a los intereses del emir Abu Yusuf apoyando a Alfonso X en las contiendas que mantuvo contra su hijo Sancho debido a las tensiones sucesorias y al que una vez proclamado rey como Sancho IV sirvió posteriormente.

El conflicto sucesorio vino provocado por la temprana muerte del hijo primogénito de Alfonso X, Fernando de la Cerda, cuyos derechos de sucesión al trono deberían recaer en sus hijos. Su hermano, el infante Sancho, creyendo ser el legítimo sucesor del reinado, se rebeló contra su padre apoyado por gran parte de la nobleza. Alfonso X recriminó la postura de Sancho a quien desheredó en su testamento y con la ayuda de sus antiguos enemigos musulmanes se dispuso a ganar las posiciones que había ido consiguiendo el hijo desheredado. Estos hechos justifican la intervención de Alonso de Guzmán a favor de los musulmanes en apoyo de Alfonso X contra el que luego fuera su rey y mentor Sancho IV.

Tras la conquista de la plaza de Tarifa el 21 de septiembre del año 1292 por el ya nuevo rey castellano-leonés Sancho IV, apodado el Bravo, y dirimidas las desavenencias que los enfrentaron anteriormente, designó a Alonso Guzmán, en julio de 1293, como alcaide y defensor del castillo-fortaleza de Tarifa, plaza de gran interés defensivo, tanto para los granadinos, cuyo rey era Mohamed II  como para la tribu bereber emergente por el buen acceso a su puerto, tribu conocida en castellano como los benimerines. La importancia de la conquista de la ciudad de Tarifa para las tropas cristianas residía por ser cabeza de puente y punto estratégico para el aislamiento de Granada de cara a la reconquista, según el controvertido concepto de la actual historiografía, tal y como sucede con el concepto de nación.

En el transcurso de todos estos hechos el infante Juan, hermano de Sancho, quien también aspiraba al trono, pasó de su exilio en Portugal donde se encontraba entonces a Tánger, donde se puso al servicio del sultán benimerín llevando consigo a Pedro Pérez de Guzmán, hijo del alcaide de Tarifa, con el fin de asediar y conquistar la plaza.

Tras el intento por convencer a Alonso Pérez de Guzmán de la entrega de la plaza y a su negativa de hacerlo, el infante Juan amenazó con matar a Pedro, el segundo hijo de Alonso.

Ante esa tesitura, desde lo alto de la torre albarrana Pérez de Guzmán respondió que en ningún caso le entregaría el castillo aunque degollara a su hijo, lanzándole desde el adarve su propio puñal como símbolo de su decisión en prueba inequívoca de aceptar el sacrificio de su hijo antes de entregar Tarifa.

Los sitiadores procedieron allí mismo a degollar a Pedro ante la mirada de su padre. Tras estos sucesos el rey Sancho le adjudicó el sobrenombre de «Bueno».

El primer pliego reproducido se detiene en señalar, muy del gusto romántico, el enamoramiento entre Pedro, hijo de Alonso de Guzmán, con doña Sol, hija de quien fuera posteriormente el traidor infante don Juan. La ilustración que encabeza el pliego recoge de forma novelística el regalo de doña Sol al hijo de Guzmán de una banda como símbolo de su amor. El pliego desarrolla una historia novelada y de enredo donde Pedro, prisionero de los musulmanes, se ve condicionado por el interés de su madre en salvarlo y donde entra en juego su libertad a cambio de grandes riquezas, a lo que se unen las titubeantes razones esgrimidas por su madre y por la propia doña Sol. El rechazo de Guzmán fue total al encontrarse ante el dilema de elegir entre el honor y el amor por su hijo, decantándose por lo primero: «más quiero honra sin hijo que hijo con honor manchado». 





Reproduzco también un «ventall» (abanico) donde comparte ilustración con Cristóbal Colón en una escena de audiencia con Isabel la Católica.


El segundo pliego que reproduzco tiene un interés añadido, ya que se menciona al final el autor de los versos y por formar parte de la etiquetada como Biblioteca de la Ilustración Popular.

J. B. Pastor y Aycart fue un escritor de a comunidad valenciana (Beneixama, 1849-1917). Fue médico rural y escritor prolífico: teatro, ensayo, poesía, crítica literaria, artículos de prensa, etc. De ideología conservadora y de patrioterismo exacerbado, lo que se refleja en el pliego editado en la imprenta valenciana de José María Ayoldi en ¿1870?

La Biblioteca de la Ilustración Popular Económica, creada en Valencia (1869-1877), tuvo por finalidad el contrarrestar ideológicamente la famosa revolución de 1868, conocida como «La Gloriosa». De tendencia católica carlista pretendía a través de sus publicaciones realzar el catolicismo y los dogmas desarrollados en el Concilio Vaticano I (1869-1870) durante el papado de Pío IX. Para ello encargaron a diversos escritores, entre los que se encontraba Pastor y Aycart, la confección de una serie de romances, pretendidamente cultos y de contenido histórico, frente a la profusión de los considerados romances vulgares distribuidos por los ciegos y los músicos callejeros. Es en ese contexto donde hay que situar el pliego en cuestión donde se resalta la famosa gesta de Guzmán el Bueno como referente ideológico de los valores cristianos y patrióticos bajo la pluma de Pastor y Aycart. De esta serie de romances históricos se realizaron treinta y seis entregas entre los años 1870 y 1874 y cuyo número catorce corresponde al pliego sobre Guzmán el Bueno que nos ocupa.





La evolución del mito

Los mitos históricos, basados en un héroe o personaje, evolucionan a lo largo del tiempo, tanto en la mentalidad colectiva de los que lo acogen como en el tratamiento literario que se les da. En el caso de las crónicas que se conservan no se encuentra bien delimitada la frontera entre mito e historia. Es el caso de Guzmán el Bueno, que pasó de ser un referente para legitimar la genealogía y la posición privilegiada de la nobleza de la casa de Medina Sidonia, a ser recordado básicamente por el famoso episodio del puñal y la muerte de su hijo sin tratar de entrar en disquisiciones sobre la justificación de esa conducta. De ahí que su figura presente contradicciones, ya que en su trayectoria pasó de guerrear transitoriamente a favor del enemigo musulmán contra su patria y religión acabando transformándose en un cristiano fiel a los principios de la fe y a la fidelidad moral de servir a su patria con honor (el «todo por la patria», que aún perdura como lema en los cuarteles), aún a costa de sacrificar a su hijo.

Aunque no se pone en duda la historicidad real y su defensa de Tarifa, sí que aparecen en las crónicas del siglo XVI elementos novelescos que empañan la biografía del personaje. Así, en la citada crónica nobiliaria Las Ilustraciones de la Casa de Niebla (1541), de Pedro Barrantes Maldonado, obra tenida como referente histórico para crónicas y posteriores escritos, se construye una biografía fabulosa del personaje añadiendo elementos novelescos, como su lucha contra una serpiente alada cuando estuvo en Marruecos al servicio del rey musulmán o la domesticación de un león.

Si hacemos un recorrido sobre un determinado héroe lo largo del tiempo observamos cómo adquiere determinadas connotaciones que varían su percepción según la época. 

Al margen de su biografía, lo que queda en la memoria colectiva (y a esto han contribuido sobre todo los literatos y los pintores) es el gesto de poner a disposición del enemigo su propio puñal para que se diera muerte a su hijo y salvaguardar de esa forma la fidelidad a la palabra dada. Ello plantea un conflicto psicológico y moral que ha ido desarrollándose en el tiempo de diferentes maneras. Aceptar el sacrificio de un hijo no es el único caso que se conoce, pues ya Abraham aceptó por mandato de Dios el sacrificar a su hijo como prueba de su fidelidad creyendo salvar de esta forma el pacto entre Yahvé y el pueblo de Israel. 

En el mito parece deducirse en las crónicas que, aunque el protagonista estuvo un tiempo al servicio del enemigo de su patria, nunca renunció a los principios de la fe y a la defensa de los intereses patrios. De esta forma, el hijo que acabó degollado es concebido en algunos escritos posteriores como un mártir de la religión realzando la figura del padre como prototipo de la determinación de defender la ciudad ante los sitiadores musulmanes.

No es el único caso de la defensa de una plaza donde se tuvieron que tomar decisiones parecidas. Catalina Sforcia (Milán, 1463-Florencia, 1509), hija bastarda del duque de Milán, se atrincheró por circunstancias que ahora no vienen al caso en la fortaleza de Ravaldino. Durante el asedio a la misma, los sitiadores amenazaron con asesinar a sus hijos si no les entregaba la plaza y se rendía. Pero ella, cuenta la leyenda, se levantó la falda y señalando ante los sitiadores sus genitales exclamó: «¡matadlos si así lo queréis, pero tengo el instrumento para tener muchos más! Nunca conseguiréis que me rinda». Tras este gesto los asaltantes levantaron el asedio.


La hazaña protagonizada por Guzmán el Bueno hay que considerarla y contextualizarla según la época. El enfrentamiento del defensor de la ciudad con un infante de España desarrolla un conflicto interior entre un padre que se debate entre la obligación a la palabra dada y el amor filial, aparte de la tensión existente entre Guzmán y su mujer –ya que la madre sólo entiende que hay que salvar a su hijo, según los escritos posteriores–. La leyenda viene a confirmar, en un primer momento, que la patria y el honor se encarnan en él como valores fundamentales por encima de cualquier otra consideración, incluso por encima de las relaciones paterno-filiales, debate desarrollado en la tragedia neoclásica española, así como la exaltación del honor y la patria en el teatro romántico.

En la obra de Pedro de Medina (Sevilla, 1493-1567), recogida en los tomos IX y X del Memorial histórico español (colección de documentos publicados por la Real Academia de la Historia, Madrid, 1857), adquiere un mayor protagonismo la olvidada María Coronel, esposa de Alonso de Guzmán, al ser la cooperadora activa en depositar lejanamente las ganancias obtenidas por su marido en su etapa al servicio del rey de Marruecos. Como episodio curioso, Pedro de Medina narra que en las largas ausencias de su marido y debido a su desasosiego carnal, introdujo un tizón encendido en sus genitales creyendo que de esta forma podía apagar sus ardores.

Controversia entre Iriarte y Samaniego


Al margen de nuestro recorrido por la figura de Guzmán el Bueno, creo que resulta de un cierto interés la controversia entre dos reconocidos fabulistas sobre su diferente visión de la gesta del defensor de Tarifa.

Tomás de Iriarte (Tenerife, 1750-Madrid, 1791), fue un reconocido dramaturgo, traductor y autor de sus conocidas Fábulas literarias (Madrid, Imprenta Real, 1782). La controversia con el otro fabulista, Félix María Samaniego (1745-1801) surgió porque este último, entre otras razones, ya había publicado el año anterior a Iriarte una primera edición de su Colección de fábulas en verso castellano para el uso del Real Seminario Vascongado, algo de lo que era consciente el canario, lo que contradecía su reivindicación de ser el primer escritor español en reintroducir el género.

El ejemplo de Samaniego y el éxito contrastado de su colección, reeditada en diversas ocasiones, abrió el camino a toda una pléyade de fabulistas españoles que se ejercitaron en la moda del apólogo moral, ampliando el género a otros temas y estilos. 

La frecuente reedición de los autores clásicos puso de actualidad la fábula en el siglo XVIII, contando además con el apoyo de los pensadores reformadores que defendían la función utilitaria y ética de la poesía. Acabó convirtiéndose en uno de los géneros poéticos preferidos como instrumento educacional de los jóvenes y como apólogo moral de una atrayente enseñanza.

Iriarte compuso la música y el texto del Soliloquio de Guzmán el Bueno en un solo acto para declamarse por un solo intérprete. El monólogo se estrenó en Cádiz en 1790 cosechando grandes aplausos, reponiéndose al año siguiente en Madrid con la intervención del afamado galán llamado Antonio Robles, también con mucho éxito.


Esta forma de teatro musical, conocido como «melólogo», tuvo vigencia durante el siglo XVIII. Aunque el término es ambiguo hace referencia principalmente a la música instrumental que acompaña una declamación, ya sea en su comienzo o en sus pausas, en una especie de diálogo entre la orquesta y el actor. Como género teatral, aunque de carácter menor y mixto, resultaba muy apropiado para el lucimiento de un actor o actriz a imitación de sus homólogos franceses, reconociéndose como su creador al filosofo enciclopedista J. J. Rousseau.

El fabulista Samaniego, contrario a este tipo de representación y dolido por haberle arrebatado la condición de ser el verdadero reintroductor del género fabulístico en España, escribió en 1792 una versión burlesca a la que tituló Parodia de Guzmán el Bueno.

En la introducción que precede a su parodia contra Iriarte, escribe:
«El maldito ejemplo de Pigmalión, perdóneme su mérito, nos va a inundar la escena de una nueva casta de locos. La pereza de nuestros ingenios encontrará un recurso cómodo para lucirlo en el teatro, sin el trabajo de pelear con las dificultades que ofrece el diálogo. Cualquier poetastro elegirá un hecho histórico, o un pasaje fabuloso, o inventará un argumento; extenderá su razonamiento, lo sembrará de contrastes, declamaciones, apóstrofes y sentencias, hará hablar a su héroe una o dos horas con el cielo o con la tierra, con las paredes o con los muebles de su cuarto; procurará hacernos soportables tal delirio con la distracción de allegro, adagio, largo, presto, con sordinas o sin ellas; y se saldrá nuestro hombre con ser autor de un soliloquio, monólogo o escena trágicocómicolírica unipersonal».
Parece claro que su opinión sobre este tipo de teatro unipersonal se alejaba bastante de su concepción del teatro neoclásico.

Samaniego insiste en su desafección por los soliloquios unipersonales:
«O nos entregas la plaza o degollamos tu hijo», dijeron los moros a Guzmán el Bueno, que mandaba a Tarifa. Este bravo soldado no les da otra respuesta que arrojarles su propio cuchillo desde el muro al campo. Retírase a comer, oye gritos, levántase de la mesa, acude al muro, ve el sacrificio de su hijo, y se vuelve a continuar la comida, diciendo con serenidad a su esposa: «Creí que asaltaban la plaza». Este es el Guzmán de la historia, pero como en el Soliloquio veo que el señor Guzmán anda algo y aún algo remolón para arrojar el cuchillo, y que la serenidad con que volvió a la mesa, se le convierte toda en tenderse sobre un banco y prorrumpir en suspiros, ayes, lamentos, lágrimas y desmayos, me parece que no habrá inconveniente en que yo con mis correcciones, variaciones y aumentos haya hecho un Guzmán a mi antojo.
Como es oficio nuevo este de hacer soliloquios, he querido instruirme en la materia y he hallado en los libros que la palabra soliloquio está particularmente consagrada a la teología mística: que así llamamos a las meditaciones devotas, verbi gratia, los Soliloquios de San Agustín, que los de la escena deben llamarse Monólogos. Yo quisiera que en la escena no hubiese ni el nombre ni la cosa, supuesto que los mismos libros que han hablado del soliloquio dramático nos dicen que no hay una cosa más contraria al arte y a la naturaleza que los tales monólogos».
La muerte de Tomás de Iriarte, acaecida en 1791, ocasionó que la parodia de Samaniego ni siquiera fuera publicada entonces, decisión respetuosa de don Félix hacia su antiguo amigo y adversario literario.

Guzmán el Bueno, símbolo del patriotismo

La decisión de defender la plaza de Tarifa a toda costa ha trascendido en el tiempo de una dimensión local a consolidarse como símbolo colectivo nacional. La elevación de su decisión a mito nacional se recoge y justifica en la afamada y controvertida Historia de España del padre jesuita Juan de Mariana, donde relata que tras su discutida decisión de arrojar a los sitiadores su puñal regresó a la mesa donde estaba su mujer para continuar comiendo sin verse alterado por las circunstancias, escena recogida anteriormente por Samaniego. El padre Mariana eleva a Guzmán el Bueno casi a la santidad al comentar que otorgó grandes limosnas a los pobres y favoreciendo con sus posesiones a la iglesia acreditando de esta forma su fama de bueno y hasta de santo.
«Los de dentro, confiados en las buenas murallas y animados por su caudillo y cabeza Alonso Pérez de Guzmán, resistían con valor y ánimo. Aconteció que un solo hijo que este caballero tenía vino a poder del Infante y de los moros; sácanle a vista de los cercados, amenazan si no se rinden de degollarle. No se mudó el padre por aquel lastimoso espectáculo, antes decía que cien hijos que tuviera era justo aventurallos todos por no mancillar su honra con hecho tan feo como rendir la plaza que tenía encomendada. A las palabras añade obras. Échales desde el adarve una espada con que ejecutasen su saña, si tanto les importaba. Esto hecho se fue a yantar. Desde a poco dio la vuelta por el grande alarido que levantaron los soldados por ver degollar delante de sus ojos aquel niño inocente, que fue extraño caso y crueldad mas que de bárbaros. Hizo más atroz el caso ejecutarse por mandado el infante don Juan. Acudió pues el padre a ver lo que era, y sabida la causa, dijo con mesurado semblante: «cuidaba que los enemigos habían entrado la ciudad»; y con tanto se volvió a comer con su mujer sin dar muestra alguna de ánimo alterado. En tanto grado pudo aquel caballero enfrenar el afecto paterno y las lágrimas».
En otros escritos sobre su hazaña se añade la posibilidad de canjear a su hijo por la entrega de la ciudad, lo que añade un nuevo motivo para realzar el honor a la palabra dada y su sometimiento a la autoridad del monarca.

El sentido del honor y del patriotismo, al margen de la conciencia individual reflexiva y libre, ha perdurado durante toda la etapa franquista del pasado siglo XX mediante lecturas patrióticas exacerbadas donde se ensalzaba como ejemplo y sin ninguna duda la lealtad a la patria y el sentido del honor de Guzmán el Bueno. Ejemplo paralelo de su hazaña fue la defensa que protagonizó contra las fuerzas republicanas en el Alcázar de Toledo (julio de 1936) el coronel Moscardó. Los asaltantes amenazaron con matar a Luis, hijo del coronel, si no rendía la plaza, lo que posteriormente sucedió en agosto del mismo año. En la conversación telefónica de 23 de julio de 1936, en la que intervino su hijo, se le comunicó que le iban a fusilar si no se efectuaba la rendición, a lo que Moscardó respondió con estas palabras: «Pues encomienda tu alma a Dios, da un grito de ¡Viva España! y muere como un patriota».

 El 16 de julio de 1947, en pleno franquismo, el Ayuntamiento de Tarifa le concedió la Medalla de Oro de la Ciudad por el parecido de la gesta en su defensa del Alcázar de Toledo durante la «gloriosa Cruzada» con la que protagonizara Guzmán el Bueno el año 1294. La medalla fue recogida por el ya ascendido teniente general Moscardó el 8 de septiembre de 1948. Años después, a propuesta de la alcaldía, se concedió el título de Hijo Adoptivo y Predilecto a Francisco Franco el 25 de noviembre de 1965.

El franquismo considera a Guzmán el Bueno como ejemplo indiscutible de honor y amor a la patria, correlacionándolo con otros personajes como Fernán González, don Pelayo, el Cid Campeador, los Reyes Católicos, Agustina de Aragón o Santa Teresa. Los libros de lecturas patrióticas utilizaban la misma o parecida terminología para inculcar el mismo tipo de valores. La Enciclopedia Álvarez fue sin duda el manual escolar más difundido en la enseñanza primaria durante el franquismo en las décadas de 1940 y 1950. Estos libros de texto, junto a las lecturas patrióticas acompañantes, constituyeron un poderoso instrumento para moldear el pensamiento de los niños y niñas de entonces en los ideales del nacionalcatolicicismo, con el objetivo de perpetuar la idea de una España tradicional, eterna, católica e imperial.

La Enciclopedia estaba compuesta por tres volúmenes que se correspondían entonces con los tres grados de formación para la enseñanza primaria, siendo cada volumen válido para dos cursos. Reeditada numerosas veces entresaco una de sus páginas del tomo dedicado al 2º grado.


En 1973 se aprobó y cambió el sistema educativo en España mediante una nueva Ley General de Educación. A partir de entonces la famosa enciclopedia Álvarez dejó de aparecen en los colegios.

Pero no solo los libros escolares incidían en fomentar la idea de una España tradicional y católica, puesto que se conocen ilustraciones en láminas diversas y en cromos, como el editado por los célebres chocolates La Juncosa:


La gesta de Guzmán el Bueno también suele aparecer en cromos sueltos illustrando la historia de España.


Cromo editado por la Compañía de Fósforos y Cerillas

Álbum Gráfico de España y su Historia (Editorial Calleja)
Iconografía variada

Para completar una pequeña iconografía sobre Guzmán el Bueno añado una serie de imágenes que ilustran su memoria.

Estatuas de Guzmán el Bueno en Tarifa y León
Placa conmemorativa en Tarifa

Castillo de Guzmán en Tarifa

Dibujo de Lechard para la Historia General de España y sus Indias

Grabado de José Utrera y Cadenas en el Semanario Pintoresco Español (1847)

En 1856, el escritor Ramón Ortega y Frías editó una extensa novela sobre Guzmán el Bueno muy alejada de los hechos y fruto de una imaginación calenturienta, pero debido a su éxito fue reeditada numerosas. De la edición de 1859 entresaco, como mera curiosidad, las láminas sueltas y descontextualizadas que la acompañaban.







©Antonio Lorenzo