domingo, 30 de mayo de 2021

Códigos sociales de urbanidad y de buenas maneras [I]


Los primeros ejemplares conocidos sobre los tratados de comportamiento y buenas maneras remontan a la época clásica. Su evolución y presencia constituyen, sin ningún género de dudas, una fuente de gran utilidad para el estudio de la historia cultural de una determinada época o sociedad concreta en su relación con el imaginario social. Lejos de considerarse como textos anecdóticos o de escaso interés, presentan un marco idóneo para inferir la evolución de los códigos éticos y normas de conducta.

Muy a grandes rasgos, un pequeño recorrido sobre el contexto histórico-social de estos códigos de buenas maneras viene a ser como sigue:
* Época clásica: las primeras publicaciones conocidas para servir como guía de comportamiento social ya se encuentran en autores clásicos como Cicerón, Ovidio o Séneca.

* Edad Media: Esta tradición fue recogida en la Edad Media por el clero para dirigir el comportamiento de los miembros de las distintas órdenes monásticas.

* En el Renacimiento, ligado en el caso español al devenir histórico-político desde los Reyes Católicos, estas guías reguladoras de comportamiento estaban fundamentalmente dirigidas al cortesano. El objetivo de estos códigos de conducta marcaba una clara diferenciación social con especial dedicación al sentido del honor. Esto fue vigente durante las sucesivas monarquías, continuadas posteriormente con el cambio dinástico con la llegada de los Borbones en el siglo XVIII.
Estos tratados con finalidad cortesana no pretendían ni estaban concebidos para dirigirse a la población en general, sino a quienes frecuentaban los círculos de la Corte, por lo que se refleja en ellos desigualdades y diferencias respecto a los estratos sociales. Estos tratados venían a ser, en definitiva, herramientas válidas para alcanzar un mejor ascenso social o posicionarse más eficazmente en el círculo cortesano.

* Tras la Revolución y el desmantelamiento progresivo del Antiguo Régimen y teniendo en cuenta las sucesivas leyes de educación, estas normas de convivencia y respeto se fueron extendiendo a las clases populares con un sentido algo más abierto y democrático. La traducción de obras preferentemente francesas al castellano no hay que interpretarlas como modelos de comportamiento de carácter único o de forma unidireccional. Aunque el modelo cortesano se mantiene, no fue el único paradigma de la buena crianza. Los manuales de urbanidad formaban parte de los libros de lectura como parte fundamental de la labor socializadora de la escuela. En 1783, bajo el reinado de Carlos III, una Real Cédula señalaba que en las escuelas de niñas, y dentro de la enseñanza cristiana, se debía atender a las «máximas de pudor y de buenas costumbres... que vayan limpias y aseadas a la Escuela y se mantengan en ella con modestia y quietud».

* Durante el siglo XIX y en buena parte del XX los textos dedicados a los tratados de buenas maneras abordan una serie de códigos de conducta algo más abiertos a las clases populares, aunque sigue manteniéndose la diferenciación social y educadora entre niños y niñas.

* Tras el breve periodo de la II República (1931-1936), la dictadura franquista volvió a poner en práctica y a retomar antiguos tratados de urbanidad para uso en las escuelas o incorporándolos de forma transversal al sistema educativo, junto con la religión y una visión distorsionada de la historia mediante una serie de lecturas patrióticas.

Antecedentes significativos

Teniendo en cuenta la tradición literaria sobre estos códigos de comportamiento, El Cortesano (1507), obra de de Baltasar de Castiglione (1478-1529), traducida al castellano por Juan Boscán en el 1534, puede considerarse como la obra pionera sobre los comportamientos que se deben observar en la Corte. Otro claro precedente sobre las buenas maneras lo encontramos en la obra de Erasmo de Rotterdam (1469-1536) con el título De civilitate morum puerilium (De la urbanidad en las maneras de los niños), publicada originalmente en Basilea en el año 1530), ejemplo igualmente de literatura cortesana donde se recogen elementos de la literatura clásica (Aristóteles, Cicerón, Plutarco, etc.) y de la que contamos con una excelente traducción y edición de Agustín García Calvo. Dicha obra marcó un antes y un después sirviendo como soporte para adaptaciones y reelaboraciones posteriores en distintos países europeos a lo largo del Antiguo Régimen y que a grandes rasgos podemos situar en España desde finales de la Edad Media (siglo XV) hasta la Guerra de la Independencia.


Se ha señalado que la evolución de los códigos de comportamiento pasa de las prácticas de carácter cortesano a los manuales de etiqueta y urbanidad, tan extendidos a lo largo de los siglos XIX y XX, con el paréntesis de la II República. Fueron retomados a lo largo de la dictadura franquista hasta llegar a los controvertidos «manuales de autoayuda», en un recorrido que pasa de lo colectivo a lo individual, centrados en la autorrealización y encaminados fundamentalmente a proporcionar un bienestar psíquico personal.

Con el paso del tiempo los códigos de cortesía y de buenas maneras fueron evolucionando a medida en que lo hacían también las sociedades, aunque no de forma paralela o simultánea. El marco temporal que propongo en este blog se limita desde el siglo XIX hasta las postrimerías del franquismo. En dichos tratados se combinan el decoro y la apariencia, los buenos modales con el trato y la moral a seguir. Se correlacionan los modales con un código ético y moral donde se debe huir de la simple apariencia y afectación como fingimiento y sin correlacionarse con un sentido ético.

Es claro que los códigos sociales han ido evolucionando a lo largo del tiempo con sus peculiaridades, características y especificidades propias de cada sociedad, de sus tradiciones y costumbres. Es por ello que no me detengo en el estudio de esas características propias, sino en repasar visualmente algunos de los soportes materiales que contienen aspectos continuistas de los códigos de conducta asociados a su normativa ética y moral.

El paso de las lecturas cortesanas a una serie de tratados de buenas maneras, con sentido pedagógico universalista para todas las clases sociales en el ámbito escolar, diferenciando, eso sí, las normas adecuadas para los niños y las niñas se encuentran aún influenciados por la sociedad estamental donde la posición social ya viene determinada por el mismo nacimiento y ajeno a la propia voluntad.

En esta primera aproximación considero de interés reproducir y agrupar una serie de portadas que alcanzaron notable popularidad a lo largo del siglo XIX o principios del XX. En otras entradas me detendré a reproducir viñetas o aspectos testimoniales sobre la forma de entender los códigos sociales en algunas de las obras más conocidas, con especial atención a la desigualdad manifiesta entre niños y niñas. Ello se traduce en aspectos como la vestimenta, códigos de comportamiento (verbal y no verbal) sobre el saludo el trato y la conversación, la higiene, los modales en la mesa, el aseo o la regulación de las necesidades fisiológicas.











©Antonio Lorenzo

domingo, 23 de mayo de 2021

La cotorra parlera

 

«Hablas más que una cotorra» es una locución expresiva muy extendida en el habla cotidiana en el sentido de hablar demasiado, muy seguido y, por lo general, de forma indiscreta; «hablando por los codos», como también se dice.

Intentado contextualizar el posible autor del pliego, lo que habitualmente es normal que no se consiga por las características de estos impresos, tuve la fortuna de acceder a su nombre, que no es otro que Lucas Alemán. Tras este nombre se oculta quien fuera el entonces conocido escritor Lucas Casal y Aguado (1751-1837), médico de profesión y autor prolífico de composiciones de corte satírico y jocoso en variados periódicos de la época.


Consultando El Correo. Periódico literario y mercantil del lunes 5 de octubre de 1829, aparece como introducción a las coplas de la cotorra parlera, tal y como aparecen en el pliego, lo siguiente:

Fastidiado hasta no poder más me tenía un ciego hace pocos días, repitiendo desaforadamente un infernal canterío enfrente de mis balcones, y no dejándome escribir un artículo en que me hallaba muy empeñado, cuando me asaltó la idea, siquiera por legítima venganza, de mudar de materia, y asestar un buen párrafo contra las indecentes coplas, y el más indecente tono con que los ciegos suelen por esas calles ofender el pudor de sus oyentes, y quebrantar con los desatinos que venden impresos todas las reglas de la racionalidad y del buen gusto. Y ya con efecto había dado principio a mi dichoso artículo, que nada tenía de blando, inspirado por los gestos y voces de mi buen ciego, cuando hete aquí que un amigo, que venía de la calle, abre la mampara de mi cuarto, trayendo en la mano el cuerpo del delito, y destornillándose de risa. Ese cuerpo del delito ya conoce el inteligente lector que eran las mismísimas coplas con que el ciego estaba aturdiendo el barrio, y entreteniendo a una buena porción de muchachos y mozos de cordel que le rodeaban, amén de otra jovial comparsa, que en la taberna inmediata celebraba al compás de los medios chicos las fatigosas entonaciones de tan descomunal cantor. Mi amigo, invitándome a que leyese las coplas, me las arrojó sobre el bufete; y yo, velis nolis, merced a sus instancias, y viéndole reír, hube de ceder, y soplarme al coleto los versecillos que en aquel momento resonaban en la esquina de la calle. ¿Cuál fue mi admiración cuando en vez de las sandeces e insustanciales chocarrerías en que abundan por lo regular estas ridículas composiciones, me encontré con una satirilla, que si bien no puede presentarse como modelo en su género, contiene sin embargo algunos pasajes festivos, tolerables, y no desprovistos de gracejo y de conceptos agudos? Así es que di corte al comenzado artículo, reservándolo para ocasión más oportuna; y por consejo de mi amigo determiné que las coplas, que ambos leímos de nuevo, sirviesen de apéndice y corolario a este párrafo, que dirijo a mis amables lectores. En ellas, repito, nada hay de particular; pero se dejan leer sin pena, y cierta malignidad ligera con que están escritas hace creer que no son parto de esos adocenados copleros que infestan las plazuelas y callejones, y contribuyen poderosamente al fomento de la ociosidad y de la ignorancia. Los que la lean dirán lo que les parezca: El Correo lo que quiere es entretenerlos agradablemente; con que por esta vez vaya de coplas de ciegos.

Los editores de pliegos consideraron estas o parecidas coplas como una especie de reclamo para su venta al incluirlas en las ediciones de sus pliegos por su carácter festivo y, en este caso, con el añadido de su intención crítica al pronunciarse sobre las argucias usadas para conseguir beneficios.





Tras las verdades de la cotorra parlera se incluye como final del pliego una letrilla satírica titulada Las verdades de don Lucas, escritas precisamente por el mismo autor, aunque editadas en 1789, cuarenta años antes, en el Diario de Madrid del día 10 de diciembre de 1789 con el título de Satirilla festiva.


Como podemos observar, algunas de las coplas publicadas en la prensa periódica de la época y desgranadas de las mismas, tuvieron su adecuación y correspondencia con algunos pliegos de cordel como el que nos ocupa. Esta correlación de coplas con las publicadas en la prensa periódica no ha merecido la atención que, sin duda, merecería por parte de los investigadores.

Respecto al autor de estas coplas, cuyo nombre se encuentra desaparecido en el pliego, podemos decir que su trayectoria de escritos satíricos se encuentra desarrollada principalmente en La Pajarera literaria (1813-1814) y El mochuelo literario (1820). Escribió también la comedia burlesca Don Lucas y Don Martín solos en su camerín (1832), la zarzuela Las vendimiadoras o segunda parte de la Espigadera (1779), la comedia pastoral Cuando miente una sospecha (1778) y el sainete El doctor Zorrilla (1827).

Su gran labor de coleccionista de obras ajenas resulta también apreciable, ya que reunió en su casa gran número de ellas, indicando en breve nota su resumen y opinión sobre las mismas, lo que da idea de la concepción dramática de la escena española de su época.

Teniendo en cuenta la poca discreción adjudicada metafóricamente a la cotorra, aprovecho esta entrada para copiar la composición de Samaniego. Félix María de Samaniego (1745-1801), autor recordado preferentemente por sus conocidas composiciones morales: Fábulas en verso castellano para uso del Real Seminario Vascongado (1781). Sin embargo, mucho más desconocido es el hecho de que cultivó también una faceta de carácter clandestino y de claro sentido erótico y anticlerical recogida en su Jardín de Venus. Obra muy divertida y apreciada que hizo las delicias de sus lectores, obra que circuló de forma soterrada de mano en mano con el fin de entretener a sus amigos tertulianos de rebotica y provocar su risa.

Autor de chispeante ingenio y con manifiestas habilidades discursivas, supo compaginar sus fábulas morales con estos clandestinos escritos eróticos. En 1793 fue denunciado anónimamente a la Inquisición, no tanto por sus escritos escabrosos, sino por sus posturas anticlericales, viéndose obligado a permanecer internado en un convento durante ese año.

En agosto de 1801, poco antes de su fallecimiento, ordenó quemar estas composiciones de carácter erótico. Afortunadamente, se conservaban copias manuscritas que hacían las delicias de sus lectores y que han llegado hasta nosotros. Hábil en recursos para fomentar la risa, como el presentarnos algunas de sus composiciones con rimas inacabadas que el agudo lector u oyente tiene que completar, como Logroño y co..., entre otras. Invito al lector a sumergirse en estos cuentos y versos del genial autor alavés en cualquiera de las ediciones modernas que circulan hoy en día

 Del ejemplar de mi colección, del que reproduzco la portada y un retrato inédito de Samaniego, copio su hilarante composición que tiene que ver con la parlanchina cotorra.


                                                            El loro y la cotorra

Tenía una doncella muy bonita,
llamada Mariquita,
un viejo consejero
que en ella por entero,
cuando se alborotaba
su cansada persona, desaguaba
con tal circunspección y tal paciencia
como si a un pleito diese la sentencia.
Era de este señor el escribiente
un mozuelo entre frailes educado,
como ellos suelen ser, rabicaliente,
rollizo y bien armado,
que, cuando el consejero fuera estaba,
a doña Mariquita consolaba.
Sucedió, pues, que un día
la consoló en su cuarto, donde había
en jaulas diferentes
un loro camastrón, cuyo despejo
todo lo comprendía por ser viejo,
y una joven cotorra muy parlera,
que la conversación de los sirvientes
oyeron, la cual fue de esta manera:
– ¿Te gusta, Mariquita?
– Sí, mucho, mucho; estoy muy contentita.
– ¿Entra bien de este modo?
– Sí, mi escribiente… ¡Métemelo todo!
– Pues menéate más…, que estoy perdido.
– Y yo… que viene… ¡ay, Dios…!, ¡que ya ha venido!
Y en efecto, llegaba el consejero
en aquel mismo instante,
y apenas su escribiente marrullero
dejó regado el campo de su amante,
cuando, con la ganilla que traía,
al mismo cuarto entró su señoría.
Quitose en él la toga,
diose en la parte floja un manoteo,
y a la que su materia desahoga
manifestó su lánguido deseo.
Ella, puesta debajo
de un modo conveniente,
se acordó en su trabajo
del natural vigor del escribiente,
y empezó a respingar con tal salero
que por poco desmonta al consejero.
Éste, viendo el peligro que corría,
dijo: Basta… ¿Qué hacéis, doña María?
¡Guarde más ceremonia con mi taco,
o por vida del rey que se lo saco!
– De veros, el contento,
replicó la taimada,
me hace tener tan fuerte movimiento.
¡Perdón!
– Sí, dijo el viejo; perdonada
estás, si es que te alegra mi llegada.
La cotorra, que aquello estaba oyendo,
dijo entonces, sus alas sacudiendo:
– Lorito, contentita
está la Mariquita.
A que respondió el loro prontamente:
– ¡Sí, se lo metió todo el escribiente!

 ©Antonio Lorenzo

sábado, 15 de mayo de 2021

San Isidro, de labrador medieval a convertirse en patrono de los campesinos

Jusepe Leonardo Chabacier (ca. 1625-1630)
Si hay un santo que despierta controversias sobre su vida y milagros, al igual que sucede con otros tantos, no es otro que San Isidro. De familia pobre y humilde (lo que suele ser habitual en la biografía de los santos), Isidro trabajaba como peón de campo ayudando en la agricultura a la poderosa familia de los Vargas, dueños de ricas fincas cercanas a Madrid. Se cuenta que Isidro no comenzaba su jornada de trabajo antes de oír misa, por lo que sus compañeros le acusaron ante el patrón de que era un vago y se ausentaba del trabajo. El señor Vargas fue a observar su conducta en el campo comprobando que su trabajo de arar los campos guiando a los bueyes, lo realizaba un personaje invisible (quizás un ángel, apunta la iglesia), mientras Isidro se dedicaba a orar. La incomprensión del comportamiento de Isidro entre los campesinos, quedó suavizada posteriormente al señalar como acusadores no a los compañeros campesinos, sino al mismo demonio disfrazado de labrador.

Isidro, santo legendario, habría nacido hacia el 1082 y fallecido hacia el 1172, según se recoge en llamado Códice de San Isidro, conocido también como el Códice de Juan Diácono. Redactado en latín medieval donde se narra la vida de Isidro y algunos de sus milagros, fue descubierto en la madrileña Iglesia de San Andrés el año 1504 cuando se realizaba un inventario de bienes eclesiásticos. 

En dicho códice medieval, de finales del XIII, se dice que estaba casado y que tenía un hijo, pero no se cita en ningún momento el nombre de su mujer, aunque expresa que asistió como esposa sumisa y discreta a uno de los milagros más significativos de su marido y que le acompañó diligentemente en el momento de su muerte. 

A partir del siglo XVI se consideró fundamental otorgar una cierta visibilidad a la esposa del santo para engrandecer a su marido, donde mediante adiciones se le adjudicó el nombre de María Toribia, pasando luego a ser conocida como Santa María de la Cabeza, cuyo cambio de nombre es objeto de especulaciones de difícil aceptación documental histórica, apoyado tan solo desde un punto de vista legendario. Fue beatificada en 1697 y canonizada por Benedicto XIV en 1752, celebrado su festividad el 9 de septiembre.

Una de las fuentes posteriores más influyentes sobre la leyenda de San Isidro es, entre otras, la hagiografía sobre el santo compuesta por Alonso de Villegas en 1592 donde reinterpreta y añade milagros. La figura del santo fue recreada por el propio Lope de Vega por encargo de fray Domingo de Mendoza, alimentando la devoción al personaje entre las clases populares.

La leyenda de San Isidro está envuelta de imprecisiones, sobre todo por la gran cantidad de milagros posteriores atribuidos gracias a su intervención, entre los que destaca la mediación para la obtención de lluvias para las cosechas y ser benefactor de aguas milagrosas y medicinales, como se recuerda popularmente cada 15 de mayo en la famosa ermita de su nombre.

A raíz de la celebración del Concilio de Trento (1545-1563), en respuesta a la Reforma protestante de Lutero quien criticaba abiertamente el culto a los santos medievales por su falta de rigor histórico, la Contrarreforma incrementó su veneración valorando la difusión de reliquias. La ventaja de San Isidro frente al reparto y proliferación de reliquias es que su cadáver se conservaba incorrupto en un arca que sufrió también algunas vicisitudes y traslados, sepulcro conservado actualmente en la madrileña Real Colegiata de San Isidro desde el requerimiento de su traslado por el rey Carlos III en 1769.

El Isidro de Lope de Vega y su repercusión popular impresa

El incremento de la devoción popular al santo tiene mucho que agradecer al gran Lope de Vega. En 1599, pocos años después de la hagiografía de Alonso de Villegas, Lope de Vega, con apenas 19 años, publicó, a instancias del encargo de Fray Domingo de Mendoza su célebre composición narrativa en verso: Isidro. Poema castellano (sin especificar su santidad, algo que todavía entonces no era vigente), germen de las tres comedias posteriores dedicadas al santo. La literatura popular impresa, recogió enseguida determinados episodios y fragmentos recogidos en la obra de Lope, inspirando la proliferación de pliegos de cordel, aleluyas o estampas en siglos posteriores. Su Poema castellano está dividido en diez cantos donde se repasa la biografía del ilustre labrador junto con algunos de sus más renombrados y atribuidos milagros.

El proceso de canonización de San Isidro comenzó de forma oficial en 1592 teniendo en cuenta sobre todo la producción narrativa de su vida y milagros, así como lo transmitido por tradición oral con todo lo que conlleva de adiciones y alteraciones sobre su biografía histórica. Conseguir testimonios veraces, ya sea de San Isidro o de cualquier otro santo, es una cuestión de fe, no de documentación fidedigna, y así hay que entenderlo.

Isidro fue beatificado en 1619 por el papa Paulo V, siendo canonizado posteriormente por el pontífice Gregorio XV en 1622. El Papa Juan XXIII extendió el patronazgo de San Isidro a los agricultores y campesinos españoles por la Bula Agri Culturam dada en Roma el 16 de diciembre de 1960. Esta declaración sirvió para extender su culto a muchas localidades agrícolas, no sólo de España, sino del mundo entero.

Las celebraciones por la canonización contribuyeron a volver a inspirar a Lope otras comedias dedicadas al santo: San Isidro Labrador de Madrid, La niñez de san Isidro y La juventud de san Isidro, de honda repercusión popular.

La edición facsimilar que he manejado de la original obra de Lope de 1599 pertenece a mi colección particular y fue editada en 1935 con motivo del tercer centenario del fallecimiento de Lope de Vega por la Academia del Instituto de San Isidro, tan célebre en la capital madrileña, 



La obra de Lope alcanzó enorme popularidad, siendo reimpresa en numerosas ocasiones y fuente de inspiración de algunos pliegos de cordel, como señaló acertadamente la gran estudiosa María Cruz García de Enterría fechando un pliego de 1606 recogido en su Catálogo de los pliegos poéticos españoles del siglo XVII en el Brithish Museum de Londres, Pisa: Giardini Editori e Stampator (1977).

No es este el lugar, claro está, para profundizar en la biografía o en la repercusión devocional del santo, sino la de contextualizar y reproducir alguna de las muestras recogidas en la literatura popular impresa.


Auca moderna con la vida del santo en imágenes y la celebración festiva en su día





Son muchos los folletos y revistas que dedicaron sus páginas a resaltar imaginativamente la vida de San Isidro. Un ejemplo de ello es el folleto con la cabecera de «Vidas ejemplares» dedicado a nuestro santo. Fue editado en México en forma de comic por la editorial Novaro, establecida desde el año 1954, formando parte de una amplia colección, con el número 27. Reproduzco el comienzo de la vida del santo, donde se cuenta la inverosímil y alucinante intervención del santo en la victoria de los cristianos sobre los musulmanes en la batalla de las Navas de Tolosa.




En su variada iconografía suele aparecer vestido de campesino o agricultor conduciendo un tiro de bueyes mientras un ángel lo reemplaza en el arado o bien rezando arrodillado. Entre las herramientas o aperos de labranza que lo acompañan puede aparecer una podadera, una guadaña, una laya con la que puede hacer brotar una fuente o una gavilla de espigas. También es recurrente la representación del conocido milagro del pozo, donde, según la tradición, mientras se encontraba labrando en el campo su hijo se precipitó al interior de un pozo por un descuido de su mujer, siendo recuperado sano y salvo por la intervención de Isidro al hacer que el agua del pozo subiera milagrosamente hasta el brocal llevando al niño hasta la superficie.

El milagro del pozo - Anónimo (siglo XVII)

El milagro del pozo, por Alonso Cano (ca. 1639) Museo del Prado
San Isidro en oración, por Bartolomé González Serrano (1622)

Hornacinas a San Isidro y a Santa María de la Cabeza en el Puente de Toledo de Madrid (1735)

NOTA: En este año de 2021, la Comunidad de Madrid ha procedido a declarar las Fiestas Patronales de San Isidro como Bien de Interés Cultural, según se recoge en el Boletín Oficial de la Comunidad (B.O.C.M.) y que puede consultarse a través del siguiente enlace:


Francisco de Goya - La pradera de San Isidro (1788)

©Antonio Lorenzo

martes, 4 de mayo de 2021

Canciones y pregones de los vendedores ambulantes

Jerónimo Jacinto Espinosa - Vendedores de frutas (ca. 1650)

Los pregones de los vendedores ambulantes no se han de considerar en exclusiva como reclamo para atraer y vender sus mercancías. La utilización del pregón como recurso poético-musical aporta interesantes aspectos a tener en cuenta. De hecho, hay estudiosos que destacan el conocimiento de los pregones como referentes de determinados cantes o palos flamencos. Ello no quiere decir que determinados pregones cantados, sobre todo en Andalucía, sean el origen de determinados cantes, pero sí que han influido y dejado rastros en algunos de ellos.

En un reciente y documentado estudio y recopilación de Rafael Cáceres y Alberto del Campo: Pregones y flamenco. El cante de los vendedores ambulantes andaluces (Athenaica ediciones, Sevilla, 2020), repasan y desarrollan estas influencias a través de los fragmentos de pregones que salpican palos tan recurrentes como las bulerías, tangos, caracoles, mirabrás o cantiñas, así como su recorrido por otras regiones y países.


Algunos de estos pregones se recogen en pliegos de cordel donde se manifiesta y desarrolla un doble lenguaje mediante alusiones burlescas con clara intención satírica.

No es extraño que tanto las frutas y verduras se utilicen como sinónimos de los órganos sexuales masculinos (el nabo, por ejemplo) o femeninos (higo).
Por citar alguno de ellos:
       «Ya llegó la mujé del jigo gordo, del jigo gordo, ¡gordo y colorao!»
       «Higos, higos... la perdición de los hombres»
Estos códigos humorísticos, propios sobre todo de la cultura andaluza, aunque sin desdeñar a la madrileña ni a los recogidos en los países de la América Latina, se empleaban para atraer a la concurrencia mediante lo que constituye un verdadero arte o ingenio verbal.

Como antecedente literario podríamos citar al mismo Lazarillo de Tormes (1554), quien en diversos pasajes ejerció el oficio de aguador como pregonero del capellán a quien sirvió en Toledo. 

Los pregones de los vendedores ya fueron recopilados desde finales del siglo XIX por ilustres folkloristas, como Alejandro Guichot y Sierra o por Antonio Machado y Álvarez («Demófilo»), padre de los hermanos Machado.

Los pregones no deberían ser solo una mera referencia histórica, sino un motivo para su estudio como vínculo entre el pasado y el presente, ya que no dejan de ser códigos de comunicación que forman parte de nuestra memoria oral y formando parte de la banda sonora de nuestra vida cotidiana no tan alejada.

Con su presencia aparecen también en conocidas zarzuelas, como en Agua, azucarillos y aguardiente, La tempranica, La manta zamorana o La del manojo de rosas, entre otras, donde los vendedores ambulantes aportaban a las escenas picardía, alegría y colorido.

Los pregones en la literatura popular impresa

Aunque no se han tenido suficientemente en cuenta, los pliegos de cordel constituyen una fuente y referente de indudable valor para enmarcar y contextualizar algunos de los pregones de los vendedores. 

Ejemplos de ellos son estos que reproduzco.







Algunas de las láminas de aleluyas que conocemos tenían una función didáctica. A través de sus imágenes se promovía un aprendizaje destinado a los niños. La Historia Sagrada, la Historia de España o El Abecedario, se utilizaron como recurso didáctico complementario ante la escasez de libros escolares de aquellos años. Ejemplo de ello es esta aleluya, editada en Madrid por Marés el año 1873, donde cada letra del alfabeto se asocia con oficios tradicionales donde se incluyen también los vendedores ambulantes.


Los oficios tradicionales también fueron motivo de inspiración para dibujantes y grabadores. Desde el siglo XVIII conocemos grabados de oficios conviviendo con la «imaginaria» indumentaria típica de las comarcas o con los trajes y adornos para resaltar la posición social de los protagonistas donde puede apreciarse su evolución en el tiempo.

Un referente de estos grabados son los realizados por Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, recogidos en su Colección de trages de España, cuya primera serie publicada es del año 1777, muy reproducidos, coloreados y copiados en numerosas ocasiones, no solo en España sino también por grabadores y dibujantes extranjeros.

A modo de ejemplo reproduzco algunos de ellos con referencia a vendedores ambulantes.





Otra importante colección de calcografías sobre vendedores ambulantes fue la realizada por el grabador Miguel Gamborino (Valencia, 1760-Madrid, 1828), publicadas con el título Los gritos de Madrid (1809-1816), colección de setenta y dos pregones reunidos en dieciocho láminas de cobre voceados por los vendedores callejeros que recorrían Madrid ofreciendo sus mercancías.

Esta serie nos ofrece una sugerente descripción de los célebres mercados callejeros decimonónicos en Madrid donde se recogen las diversas actividades de los vendedores ambulantes y artesanos que desplegaban su actividad por las calles de la ciudad. Al pie de las imágenes se recogen los «gritos» que proferían los vendedores para atraer a su clientela.

Reproduzco ejemplos de algunas muestras representativas.

 

©Antonio Lorenzo