miércoles, 27 de octubre de 2021

De lo que le aconteció a un soldado con un gato que le robaba comida


No hay duda del interés que suscita este pliego. Concebido como una parodia del famoso romance de Lope de Vega Mira, Zaide, que te aviso es un ejemplo de la interacción entre la literatura popular impresa con el llamado Romancero nuevo, anteriormente llamado artístico, por corresponder a autores cultos y distinguirlos de los tradicionales.

Sobre el romancero morisco de Lope se ha escrito mucho, aunque para comprender y contextualizar desde una óptica actual este famoso romance conviene repasar a grandes rasgos las características de Romancero morisco en general y su potente desarrollo a cargo de un joven Lope.

Es conocida la difusión de los romances en la corte de los Reyes Católicos a modo de noticiarios sobre los hechos que se iban produciendo, con la etiqueta de romances fronterizos. Muchos de ellos se recogieron en cancioneros y su temática fue evolucionando al evocar un pasado heroico y divulgados a través de pliegos sueltos en amplias capas de la población a raíz de la aparición de la imprenta en el siglo XVI. El puente entre el llamado Romancero viejo y el nuevo lo sitúan los críticos hacia el año 1580, apreciándose en ellos cambios de sensibilidad y de estilo por sus cultivadores.

Los romances de asunto morisco fabulan sobre la lucha heroica de los últimos años de la controvertida Reconquista donde se nos presentan personajes con acendrada pasión amorosa. Uno de sus más afamados cultivadores fue Lope de Vega, referente indiscutible del Romancero nuevo (morisco y posteriormente pastoril). Las diferencias entre ellos se traducen en la preponderancia de rasgos narrativos en el primero y de ambientes más novelescos en los segundos. A todo ello hay que señalar la importancia del canto como medio de difusión, tal y como se recoge sobre el tema que nos ocupa en el texto del Entremés de Mirones, del que da cuenta Menéndez Pidal en su Romancero Hispánico, II, págs.191-192:

«Mandóme mi agüela, en una noche de invierno, que tomase la alcuza y trajese medio cuartillo de aceite de la tienda. Al ir fuí muy alegre cantando el romance Mira, Zaide, que te aviso, que entonces dábamos en él, como en real de enemigos, los muchachos; y yo que tenía un tiple como una chirimía, hundía la ciudad a voces».

A través de la música se divulgaron muchos romances nuevos, no siempre respetando la estructura narrativa, pero tratando de construir una melodía que fuese fácil de retener y de repetir por un público amplio. Son muy conocidos determinados romances atribuidos a Lope que pasaron a formar parte de un repertorio popular, como es el caso de Mira, Zaide, abriendo paso como fértil sustrato dramático hacia las comedias de temas morisco-granadinos.

Es importante señalar la importancia de la recopilación del llamado Romancero nuevo a través de la recopilación del Romancero general, en que se contienen todos los Romances que andan impresos en las nueve partes de Romanceros, editado en Madrid en el año 1600 al que siguieron otras ediciones con nuevos textos que recogen un considerable número de romances atribuidos a Lope.

En el Romancero morisco, del que Lope es un referente inexcusable, se nos presenta la imagen de un moro galante y gentil envuelto en una trama sentimental de experiencias emotivas, de ausencias, amoríos, celos, engaños, destierros... que contribuyen a perfilar la trama expositiva de este tipo de romances. Esta simbología dramática y emotiva la usa Lope para encubrir su propia experiencia amorosa, como es el caso de su célebre Mira, Zaide, que te aviso, donde enmascara sus amoríos con Elena Osorio. 

Un joven Lope conoció en 1583 a quien le despertó una intensa pasión amorosa. Elena Osorio se encontraba casada desde 1576 con Cristóbal Calderón, quien era también comediante o actor como ella, La relación de Lope con Elena duró entre cuatro y cinco años hasta que Elena puso sus ojos en el sobrino del influyente cardenal Granvela: Francisco Perrenot. Un despechado Lope fue acusado de difundir libelos y calumnias contra quien fuera por entonces su gran amor, por lo que fue detenido y encarcelado en 1588, siendo condenado a cuatro años de destierro de la corte y a dos de destierro del Reino, y si no lo respetase tendría pena de muerte. Uno de aquellos libelos atribuidos a Lope contra la familia de Elena comenzaba:

Una dama se vende a quien la quiera
en almoneda está. ¿Quieren compralla?
Su padre es quien la vende, que, aunque
calla, su madre la sirvió de pregonera...

Del interesante y apenas citado volumen de A. Tomillo y C. Pérez Pastor, Proceso a Lope de Vega por libelos a unos cómicos, Madrid, Ed. Fortanet, 1901, pág, 12, entresaco:

«En Madrid, a veinte y nueue dias del mes de Diciembre de mil e quinientos é ochenta y siete años, Gerónimo Velazquez, autor de comedias, por si e como marido de Ynes Osorio, su muger, y como padre lexitimo y administrador del doctor Velazquez y Elena Osorio, sus hijos, e Diego Velazquez, su hermano, como padre de Ana Velazquez, su hija, se querellaron y acusaron criminalmente de Lope de Vega, estante en esta corte, e de los demás que por la ynformacion resultaren culpados en que dixeron que siendo ellos e las dichas sus mugeres e sus hijos gente honrada, de buena vida e fama, el dicho Lope de Vega e los demás culpados por los injuriar e ynfamar les han echado unos libelos ynfamatorios en forma de sátiras, unas en latin y otras en romance, las dieron a personas que las publicasen, y como las han publicado en esta corte en grande ynfamia suya e de los dichos sus hijos e mugeres, en lo qual cometieron delito, pidió se proceda contra ellos y ser condenados en las penas en que yncurrieron, e juraron».

La azarosa y sorprendente vida de Lope y sus tormentosos amoríos con Elena Osorio, la "Filis" de entonces, refleja su propia biografía sentimental a través de muchas de sus composiciones de una forma entreverada y encubierta. Los reproches hacia su competidor amoroso, de alta posición social, se traslucen a través de versos donde se aprecian de forma figurativa los celos hacia su figura y el despecho a su amada Elena.

Es así como puede entenderse el "Mira, Zaide" parodiado en el pliego que nos ocupa por un soldado al que un gato le robaba la comida.

El romance obtuvo un resonado éxito y se incorporó con variantes y cambios más o menos significativos a la tradición oral. El académico Manuel Alvar recogió variantes de estos romances en los meses de junio y julio de 1949 y 1950 en sus encuestas por las comunidades sefardíes del norte de Marruecos, de los que dio noticia en «Romances de Lope de Vega vivos en la tradición marroquí», Romanische Forschungen, 3-4 (1951), 282-305, noticia muy repetida en sus compilaciones y estudios posteriores sobre el Romancero en general.

No solo se han conservado referencias a estos romances en la tradición sefardí, pues en los magníficos y documentados estudios de Luis Suárez Ávila, el autor nos ofrece textos de romances conservados sobre este ciclo recogidos personalmente a familias gitanas. En sus estudios da cuenta del fragmentarismo, combinaciones o fusiones con otros romances, lo que supone todo un hallazgo de indudable valor para los estudiosos de la tradición. Uno de sus trabajos puede consultarse de forma abierta en Culturas Populares, Revista Electrónica 2 (mayo-agosto 2006: Poética y tradición de los romances de los gitanos andaluces: “El Lebrijano”, un caso de fragmentismo y contaminación romancística.

http://www.culturaspopulares.org/textos2/articulos/suarezavila.htm

El romance de "Mira, Zaide" contó con una amplísima difusión popular a través del canto. Como señaló Menéndez Pidal, en  «El  romancero  nuevo», incluido en  De  primitiva  lírica  española  y  antigua  épica, Espasa-Calpe,  Buenos  Aires,  1949: 

«Todos sabían, al cantar y al oír este sonadísimo romance, que aludía a la prohibición  impuesta a  Lope de no pasar por la calle de Lavapiés, donde vivía  Elena Osorio; y con  este incentivo de  actualidad, los lindísimos versos, por  su  garbo, por su pasión, por  su  fastuoso colorido morisco, alcanzaron boga sin igual».   

El texto de Mira, Zaide, que te aviso de Lope, aparece editado por primera vez en la Tercera Parte de la Flor de varios romances nuevos (1592), vuelve a aparecer en el Segundo Cuaderno de varios romances (Valencia, 1593), antes de ser incluido en la Historia de los vandos de los Zegríes y Abencerrages (Primera parte) (1595), de Ginés Pérez de Hita, aunque no aparece en la recopilación del Romancero General de 1600. El texto puede consultarse fácilmente en línea a través de buscadores generalistas para no alargar en demasía esta entrada, pero copio el comienzo del mismo donde Lope, haciéndose pasar por Zaida escribe dirigiéndose a Zaide:

Mira, Zaide, que te aviso
que no pases por mi calle
ni hables con mis mujeres,
ni con mis cautivos trates,
ni preguntes en qué entiendo
ni quién viene a visitarme,
qué fiestas me dan contento
o qué colores me placen;
basta que son por tu causa
las que en el rostro me salen,
corrida de haber mirado
moro que tan poco sabe...

Elena (Zaida) reprocha a Zaide (Lope) el haber difundido intimidades de sus amoríos y achacándole el ser "pródigo de lengua" por no haber sabido mantener su relación amorosa en secreto. Zaida se dirige de forma resolutiva a Zaide diciéndole "ーQuien tal hace, que tal pague", con lo que se da fin al romance.

El encubrirse como moro es una forma retórica propia del Romancero denominado morisco, al igual que se pinta a la mora con gran hermosura y de posición social elevada, considerada a modo de fortaleza, cerco o ciudad a la que es difícil acceder.

En otro significativo romance Zaide responde a los reproches de Zaida:

«ーDi, Zaida, ¿de qué me avisas?
¿Quieres que muera y que calle?
No des crédito a mujeres
no fundadas en verdades;
que si pregunto en qué entiendes
o quién viene a visitarte,
son fiestas de mi tormento
ver qué visitas te aplacen.
Si dices que estás corrida
de que Zaide poco sabe,
no sé poco, pues que supe
conocerte y adorarte.
[...]
Zaida cruel, que dijiste
que no supe conservarte,
mejor te supe obligar
que tú has sabido pagarme...

El ciclo atribuido a Lope sobre las acusaciones entre Zaide y Zaida ha suscitado controversias interpretativas entre los estudiosos, quienes dudan sobre la autenticidad o atribución a Lope de todos ellos al otorgar la palabra a dos personajes en una estructura combinada, a modo de un monólogo interior (reproches y deseos de reencuentro), lo que ha originado disparidades de criterio en cuanto a la correcta e indudable atribución de determinados romances a Lope habida cuenta de la variedad de textos donde aparecen estos personajes, algo que nos aleja del propósito meramente divulgativo que nos ocupa.

Las disputas y reproches entre Zaide y Zaida forman todo un conjunto variado de romances que pueden considerarse como un ciclo, si bien no todos los romances sobre estos personajes pueden atribuirse a Lope y donde la coherencia argumental no se halla bien definida y hasta puede resultar dificultosa de interpretar, por lo que remiten más bien un imaginario arquetípico.

Tras estas pinceladas de contextualización del romance primigenio, puede entenderse mejor el sentido paródico y satírico del pliego, del que se conocen otras impresiones de diferentes talleres y localidades. Por citar algunas: Lisboa (1608), Cuenca (1632), Madrid (1642), Barcelona (1679-1705). De esta última, impresa en el conocido taller de Juan Jolis en la calle de los algodonerns es el pliego reproducido. A la actividad de este taller dediqué una anterior entrada que puede consultarse a través del siguiente enlace:

 







Edición conservada en la Biblioteca Navarra Digital: https://binadi.navarra.es/registro/00009246

El Pliego

La cabecera del pliego señala que su autor es Juan González de Legaria, natural de la villa de Viana, autor del que no he logrado obtener noticias. Los versos de Legaria, elaborados con finura y destreza, presentan descripciones enjundiosas y hábiles metáforas que resultan de interés por sí mismas, aunque se desconozcan sus antecedentes literarios. El autor es consciente, y así lo expone, de su dependencia estructural del célebre poema de Lope donde los personajes de Zaide y Zaida quedan disueltos y convertidos metafóricamente en un soldado y un gato que desoye las continuas advertencias para que no le robe la comida. El soldado advierte encarecidamente al gato, aunque reconociendo sus habilidades, que no dé cuenta de las comidas que guarda, reprochándole, además, el que haya elegido a un pobre soldado y no a capitanes de un mayor rango y posición social.

Teresa, a su vez, también se lamenta de que el gato sepa aprovechar muy bien las circunstancias para lograr comida, aunque reconociendo también su versatilidad para conseguir lo que desea, como cuando le robó torreznos, una libra de ternera que ya estaba a medio asarse o el atún de hijada que tenía preparada.

El gato, en su respuesta, expresa reiteradamente su humilde procedencia y condición descargándose de responsabilidad por sus intentos de lograr comida y amparándose en su simple condición gatuna y sus inherentes habilidades, lo que fue aplaudido por los gatos y gatas del tejado tras exponer largamente su humilde condición.

El villancico final del pliego recoge la admiración que despierta en las gatas "viendo gato tan galán, las gaticas qué harán", lo que despertó la animadversión de un rival gatuno con el que tuvo que enfrentarse y acabando ambos heridos, aunque a la postre quedó la batalla abierta.

La relación del pliego con el poema de Lope constituye un terreno fértil, ya que también guarda cierta similitud con las peripecias donde los galanes y las damas son sustituidos por gatos. Lope animalizó el comportamiento del ser humano a través de felinos humanizados en su poema épico burlesco La Gatomaquia (1634), compuesto por siete silvas y publicado apenas un año antes de su fallecimiento, bajo el nombre ficticio del licenciado Tomé de Burguillos. En el célebre poema los gatos se expresan con gracia y donaire donde se encubre y reescribe de forma alegórica un amor de juventud que acabó en ruptura. La Gatomaquia narra una historia de amor entreverada en una maraña de celos, cortejo felino y coquetería antojadiza de la gata al preferir en un principio al gato forastero, todo ello unido a ingratitudes y quejas protagonizadas por el enfrentamiento de gatos enamorados. 

©Antonio Lorenzo

viernes, 22 de octubre de 2021

La tijera pinchante y afilada

 

Pliego de tono e intención satírica donde se desarrollan una serie de enrevesadas disquisiciones mal estructuradas y versificadas. El impreso está editado en Reus (Tarragona), sin fecha.

El nombre de Juan Grau, que aparece al final como de su propiedad, hace referencia a la que fue una dinastía familiar de libreros, y en su etapa final de editores, establecidos en Reus (Tarragona). El iniciador de la dinastía fue Joan Grau i Vernis (1818-1882), librero catalán, quien comenzó a vender y a distribuir romances en su tienda "La Panadería" desde mediados del siglo XIX encargando su confección a talleres de impresores locales. El más conocido de ellos fue el taller de Juan Bautista Vidal, uno de los impresores más activos y conocidos de entonces, quien desde su establecimiento hizo de impresor-colaborador para la tienda de Joan Grau, sobre todo entre 1854 y 1857. Aunque Grau trabajó con otros talleres no se puede acreditar la fecha exacta de los pliegos, ya que solo aparece como referencia final que "Es propiedad de Juan Grau".

Joan Grau i Vernis tuvo dos hijos continuadores de su labor: Joan Grau Gené y Josep Grau Gené, quienes abrieron otra librería en 1880 en la calle Monterols. A raíz de la muerte de su padre (a comienzos de 1882), los hijos se enemistaron a causa de la herencia y el mayor, Josep, se quedó con la tienda de la calle Monterols y el pequeño, Joan, continuó con 'La Panadería', fundada por su padre en 1856, y conocida posteriormente como "La Fleca". Esta conocida librería estaba surtida de material diverso, así como centro de suscripción de diarios y folletos, pasando posteriormente a contar con una pequeña imprenta hacia 1886. Desde el taller y librería "La Fleca" editaron y distribuyeron un nutrido número de pliegos de cordel, aparte de la venta de devocionarios, libros de divulgación histórica o de enseñanza, comedias, sainetes o sobres para cartas.

En la xilografía que ilustra el pliego puede apreciarse un cambio cualitativo respecto a las más tradicionales o conocidas, donde el detallismo se manifiesta de una forma más trabajada como puede observarse en las expresiones de las caras del auditorio.





©Antonio Lorenzo

jueves, 14 de octubre de 2021

Literatura popular ilustrada: Gimnástica del bello sexo para las jóvenes (1827)

El columpio
Las imágenes entresacadas de este librito, editado en una segunda edición en 1827 y donde no se señala el autor, es otro ejemplo relevante de la consideración de la naturaleza femenina dentro del orden social imperante en la primera mitad del siglo XIX. En una sociedad tan jerarquizada y clasista como la española de entonces, a través de la higiene y la gimnasia de pasatiempos encaminados hacia la mujer, se esconde un argumentario de adoctrinamiento social. Con la expresión tan socialmente aceptada del "bello sexo" se trataba de asociar la belleza a la condición femenina desde un punto de vista claramente masculinizado para apartar a la mujer de un fortalecimiento del cuerpo bajo la idea subyacente de que pudiera asumir con mejores garantías su futuro papel en la crianza de los hijos. Dicha expresión dio nombre a lo largo del tiempo a diversas revistas dirigidas a las mujeres: El Bello Sexo (Madrid, 1821), La Iris del Bello Sexo (1841), El Pensil del Bello Sexo (1845), Gaceta del Bello Sexo (Madrid, 1851), El Gran Mundo: revista dedicada al bello sexo (Sevilla, 1872), etc.

Bajo una orientación higiénica y pedagógica se perfila una muestra más de una literatura de género para consolidar la labor de la mujer como subsidiaria social y mantenerla en una posición accesoria. Mediante una serie de actividades lúdicas, basadas en juegos tradicionales, se procuraba un mantenimiento y un mínimo desarrollo de las facultades y capacidades físicas de las mujeres para no interferir en su importante misión de ser un "ángel del hogar". Mediante estos ejercicios recreativos se trataba de combatir la pereza, propia de la mujer burguesa sedentaria, con el fin de mejorar el vigor, la destreza y su salud para cumplir con su futuro cometido de ser esposa y madre. 

La misión educativa otorgada a los juegos populares, de acuerdo a las capacidades de quienes los practicaban, se entendía entonces como gimnástica, término entonces de amplio significado. La gimnástica, en sus múltiples variedades, venía a ser una parte de la higiene donde se incluían los juegos al aire libre a modo de preludio del deporte moderno. Los juegos corporales desarrollados al aire libre para la mujer se desarrollaron bajo una óptica pedagógica de construcción de valores higiénicos y hasta morales, con el fin de llegar a ser una mujer sana, bella, dócil y fértil y que fuera complaciente compañera del hombre.

Un precedente de estos juegos corporales, cuatro años antes de la primera edición de la Gimnástica del bello sexo es la Descripción de los juegos de la infancia (1818) de Vicente Naharro (1750-1823), donde se incorporaban juegos tradicionales como la peonza, la cometa, la rayuela o la gallina ciega, a modo de guía para la educación física escolar encaminada sobre todo hacia los niños. De esta precedente obra no me resisto a entresacar y agrupar las estampas que la acompañaban.





Volviendo al librito dedicado a los ejercicios al aire libre que debían practicar las señoritas, la idea subyacente era que la mujer pudiera asumir con mejores garantías su futuro papel en la crianza de los hijos.

Entresaco de la introducción:
«Con el designio de inspirar a las jóvenes el deseo de practicar unos egercicios cuyos resultados son tan ventajosos, les presentamos, las estampas de esta colección, acompañadas de algunas reflexiones, consejos y anécdotas que las ilustren. No hemos descuidado la parte moral, que es un ingrediente tan indispensable en la buena educación, mas no por esto aspiramos a hacer el papel de severos pedagogos. Recrear y ser útiles, he ahi nuestro obgeto». (prefacio, XI)
Antes de reproducir las sugerentes láminas donde aparecen las señoritas con vaporosos vestidos propios de las familias acomodadas cuyo fin era el ir construyendo una feminidad burguesa desde la gimnasia, creo necesario comentar algo sobre el editor y sobre José Joaquín de Mora, presunto autor del librito en su primera edición de 1822, edición no encontrada, así como la contextualización de todo ello. 


Esta segunda edición, donde como he comentado no aparece el nombre del autor ni se da noticia de la primera, se publicó en Londres el año 1827 siendo distribuida en España, México y en otros países.

Cabe preguntarse: ¿Cuál fue el año de la primera edición y el nombre de su autor? ¿Cómo fue que se editara en Londres? ¿Quién era el editor Ackermann?

El alemán Rudolph Ackermann (Stollberg, Alemania, 1764-Finchley, Reino Unido, 1834) fue un conocido librero, editor y litógrafo germano-londinense que desarrolló una importante labor editorial en español sobre todo en América Latina. Hay que recordar que en aquellos años nos encontramos con la reciente creación de nuevas repúblicas de Hispanoamérica ya emancipadas de España. Ahondar en estas circunstancias contribuyen a recorrer un escaso e inexplorado camino de la historia cultural del mundo hispánico. La importancia del exilio liberal español del 1823 en Londres y su participación, bien como traductores o creadores, al servicio de la empresa editora transatlántica de Ackermann, ha sido fundamentalmente estudiada por Fernando Durán López en Versiones de un exilio. Los traductores españoles de la casa Ackermann (Londres, 1823-1830), Madrid, Escolar y Mayo Editores, 2015.

Un resumen de su labor editora en español recoge obras y recopilaciones de autores tan significativos como Blanco White o de Nicolás y Leandro Fernández de Moratín, quienes ejercieron un papel de mediadores culturales participando activamente en el incipiente mercado editorial de la América hispana emancipada. 



Para comprender a grandes rasgos las circunstancias que rodean a estas publicaciones resulta necesario recurrir al contexto histórico de aquellos años, que es más o menos como sigue: tras la segunda restauración del absolutismo fernandino en 1823 se produjo un exilio masivo de liberales hacia Francia y el Reino Unido donde desarrollaron múltiples actividades de carácter científico, plasmadas en colaboraciones en revistas, como El Museo Universal de Ciencias y Artes, editada y dirigida por José Joaquín de Mora, quien con casi seguridad fuese el autor del librito que nos ocupa teniendo en cuenta su trayectoria y sus variadas publicaciones. 

La llamada Década Absolutista (1823-1833), conocida también como Década Ominosa por los liberales, fue un periodo de la historia de España en el que se restauró por segunda vez el absolutismo, con Fernando VII como rey, persiguiendo con saña a todos los liberales. Las medidas represivas desatadas por esta segunda restauración absolutista forzaron a muchos liberales a tomar el camino del exilio como forma de salvar sus vidas. La colonia inglesa de Gibraltar fue un punto estratégico de partida y principal destino de los liberales andaluces para exiliarse a Inglaterra. En Londres se agruparon junto a reconocidos intelectuales figuras militares clave, como los generales Espoz y Mina y Torrijos, quien fuera fusilado este último en una playa de Málaga el 11 de diciembre de 1831 junto a sus compañeros, fusilamiento rememorado en el conocido y excelente cuadro de Antonio Gisbert.

Antonio Gisbert - Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros (1888)

Tras la derrota española en Ayacucho (1824), se puso fin a la dominación española en gran parte de América hispana, a excepción de Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico.

Los movimientos independentistas de los criollos fueron aprovechados por Inglaterra al reconocer prontamente el independentismo potenciando sus intereses comerciales y su influencia en la zona. Tanto el Reino Unido como Estados Unidos suplantaron a España en el control del mercado americano. Ello explica el avance editorial de Rudolph Ackermann y la poderosa influencia que ejerció en la distribución de obras editadas en Londres y repartidas con profusión por los países independizados.

En cuanto al anónimo autor de la Gimnástica del bello sexo, parece ser que corresponde a José Joaquín de Mora, dada la estrecha colaboración con el editor y el variado conjunto de su obra personal. Una clara referencia, también atribuible a su pluma, aunque enmascarado como una señora americana, es la obra que se publicó con el título de Cartas sobre la educación del bello sexo por una señora americana, Londres, R. Ackermann, Impreso por Carlos Wood, 1824.

José Joaquín de Mora (1783-1864), político, periodista, escritor de comedias y hábil constructor de versos, fue uno de tantos expatriados liberales españoles que se estableció en el Reino Unido donde entabló una estrecha relación con el editor Ackermann. Su estancia en Londres se sitúa de 1823 hasta finales de 1826 colaborando estrechamente con el editor y ejerciendo de director y redactor del Museo Universal de Ciencias y Artes (1824-1826) y del Correo Literario y Político de Londres, dirigido especialmente a la población americana. Su colaboración con Ackermann, se tradujo en la divulgación de los llamados Catecismos (manuales de diversas materias) que sirvieron como libros de texto en Hispanoamérica.

En 1827 recae en Buenos Aires dirigiendo publicaciones al servicio del presidente Rivadavia; en su paso por Chile, entre 1828 y 1831, fundó El Mercurio chileno, revista de difusión cultural y científica, y hasta participó en la redacción de la Constitución chilena de 1828. Posteriormente se trasladó a Perú, donde fundó el Ateneo, y en su paso por Bolivia (1834-1837), ejerció de catedrático de literatura. Tras su regreso a España, en 1844, fue nombrado académico de la Real Academia Española en 1848, así como cónsul de España en Londres en tres ocasiones. Tras una agitada vida y creativa actividad literaria y política, falleció en Madrid a la edad de 81 años en 1864.

Las imágenes reproducidas en el libro sirven para ilustrar una serie de recomendaciones y sugerencias, recreaciones corporales y ejemplos prácticos acompañados de versos alusivos.

La balanza (La palanca)

El volante

El diablo y el solitario

En cuanto al juego del diablo (conocido posteriormente como «diábolo») aparece su descripción en el siguiente comentario, seguido posteriormente por una fábula alusiva.
«El mueble principal del juego es una pieza de madera hueca, compuesta de dos partes que se unen en un cuello estrecho, de la misma figura que los vasos de cristal que sirven para los reloges de arena. El jugador tiene en cada mano un pedazo de madera de una toesa de largo: de un palo a otro hai una cuerda, en que se coloca el diablo, por su parte mas angosta. Toda la habilidad consiste en manejar de tal modo los palos, que el diablo corra por la cuerda en perfecto equilibrio, hasta que adquiere bastante para ser arrojado a una gran altura, volviendo a caer en la cuerda.
Es circunstancia indispensable que las dos partes mas gruesas tengan cada una un agugero del diámetro de cuatro o cinco lineas, por donde el aire se introduce formando un ruido a manera de silvido de huracán. El ruido es la salsa de muchas diversiones, y por lo común, la divisa de los que creen valer mucho, y valen poco». (pág. 15-16)
Sobre el baile, considerado como una actividad de adorno, pero sobre la que había que estar precavidos, aunque no se adjunta ilustración que lo acompañe, se apunta:
«Aora bien, por mas que lo sientan las aficionadas al bolero, al fandango, a la cachucha y a la gavota, nos atrevemos a decir que esta clase de baile no es el que corresponde a mugeres modestas y virtuosas. Serán sin duda modestas, y virtuosas todas las que lucen estas habilidades; mas no por esto dejará de ser cierto que su modestia, y su virtud se hallan en un continuo peligro. [...] Desde que una jovencita empieza a sobresalir en estos egercicios, empieza al mismo tiempo a recoger a manos llenas el tributo de la admiración, y de los aplausos de los parientes, y de los amigos. Asi se emponzoñan los sentimientos, y se introduce en el alma el deseo de lucir, y con el, el despecho que causan la rivalidad, y el mérito ageno. La infeliz a quien se han dado estos principios prácticos, no tarda en aplicarlos a toda su conducta. Acostumbrada a llamar la atención, nada le será tan duro como permanecer en la oscuridad ; acostumbrada a los vivas, y a las palmadas, nada agriará tanto su corazón como el ser testigo de los vivas, y de las palmadas que se dan a otras. De este modo, un corazón inocente, dispuesto a alimentar sentimientos suaves y benévolos, coge el fruto prematuro del odio, y de la desesperación, y aprende a aborrecer, antes de saber amar». (págs. 42-43)
Sobre la muchacha varonil, tampoco acompañada de ilustración, se nos dice:
«Una muger dada a las diversiones que requieren violentas agitaciones, es una monstruosidad tan chocante, como un hombre que solo se ocupa en acicalarse, y en parecer bien. Los inconvenientes que traen consigo semejantes abusos son tan opuestos a la moral como al orden publico. Cada sexo debe moverse en la esfera que le trazan sus respectivas atribuciones. Fuera de estos limites, solo se hallan excesos, dignos de censura, y fecundos en resultados funestos». (pág. 52)
Concluyo reproduciendo el resto de ilustraciones del librito con el fin de obtener una visión general del mismo.

La gallina ciega

Otro juego (juego de prendas)

El instinto filial

Juego de la candela (Las cuatro esquinas)

Los aros

Los bolos

Los saltos (La comba)
©Antonio Lorenzo


sábado, 9 de octubre de 2021

El chasco de siete novias al zapatero Camorra


De la madrileña Imprenta Universal, (ca. 1866-1870), esta relación donde se narra el chasco sufrido por el zapatero Camorra por haberse querido mantener a costa de sus siete novias.

El pliego contiene al final una advertencia a las mujeres que intentan conseguir novios a costa de mantenerlos.





©Antonio Lorenzo

martes, 5 de octubre de 2021

Literatura popular ilustrada: Escenas matritenses [II]

 

De la segunda época de los artículos editados en las Escenas matritenses de Mesonero Romanos (1836-1842), recogidos en el volumen recopilatorio editado por Gaspar y Roig en 1851, entresaco algunas de las imágenes que los ilustran y añado algunas consideraciones sobre el llamado género costumbrista.

En estas Escenas matritenses se recogen las costumbres, tradiciones y gentes de Madrid, su ciudad natal, donde el autor reconstruye un conjunto de escenas típicas de la vida madrileña del momento, tales como El día de toros, El martes de Carnaval o el entierro de la sardina o Las costumbres literarias. Pero es en su artículo El romanticismo y los románticos, donde critica de forma irónica los gustos del llamado movimiento literario romántico, movimiento cambiante y en revisión al que se le achaca una peculiar estética, como su afición por lo lúgubre y misterioso, su exaltación de los sentimientos: desengaños y fracasos amorosos, el fatalismo de los ambientes nocturnos, su interés por seres fantasmales y fúnebres composiciones, por la exaltación de la imaginación y del yo con lenguaje efectista y exagerado...

«La necedad se pega» ha dicho un autor célebre. No es esto afirmar que lo que hoy se entiende por romanticismo sea necedad, sino que todas las cosas exageradas suelen degenerar en necias; y bajo este aspecto la romántico-manía se pega también. Y no so o se pega, sino que al revés de otras enfermedades contagiosas que a medida que se trasmiten pierden en grados de intensidad, esta, por el contrario, adquiere en la inoculación tal desarrollo, que lo que en su origen pudo ser sublime, pasa después a ser ridículo; lo que en unos fue un destello del genio, en otros viene a ser un ramo de locura. (pág. 125)

Desde un punto de vista literario las relaciones entre el romanticismo y el costumbrismo se entrecruzan y no existe pleno consenso entre los estudiosos por deslindarlos como dos géneros separados. Se ha venido señalado una aparente desigualdad entre el llamado romanticismo y el costumbrismo en el sentido de la incapacidad de los primeros en describir la realidad que les rodea, lo que contrasta con el interés de los artículos costumbristas que tratan de describir la realidad circundante. Los artículos de costumbres están ligados en su origen al periodismo de entonces donde se procuraba describir y recrear una realidad social bajo una perspectiva más bien inmovilista, aunque buscando la amenidad y la gracia mediante un lenguaje popular y expresivo. En realidad, se trata de dos concepciones estéticas, pero entremezcladas, que difieren por su forma de describir el mundo exterior o interior.

Apartándonos un tanto del tema de las ilustraciones, creo de interés el señalar las observaciones de los estudiosos al considerar cómo el género costumbrista excede, sin duda, los límites de lo literario, siendo asociado de forma un tanto apresurada con una visión o ideología conservadora por parte de sus representantes. Mesonero Romanos, en sus Memorias de un setentón, natural y vecino de Madrid, trató de alejarse de esta visión utilitaria y partidista aludiendo a su independencia y despolitización, algo que, analizado a través de sus escritos, no es posible separar la memoria de sus recuerdos al evocarlos y valorarlos.

Mesonero trata de presentarse como un mero observador de la realidad y sin ningún propósito o matiz ideológico, aunque no puede evitar alusiones sobre las circunstancias sociales y políticas sobre los años a los que se refiere en sus memorias. Observador de la entonces evanescente clase media (entendida como fronteriza entre la aristocracia y el pueblo bajo) constituye el objeto central de observación de la estructura social de su tiempo histórico, como claramente expresó en la Revista Española del 10 de noviembre de 1832:
«en mis discursos, si bien no dejan de ocupar su lugar las costumbres de las clases elevada y humilde, obtienen naturalmente mayor preferencia las de los propietarios, empleados, comerciantes, artistas, literatos y tantas otras clases como forman la medianía de la sociedad».

Contextualizando a grandes rasgos la actitud de Mesonero al escribir estos artículos y tratando de desmarcarse de quienes le achacaron de adoptar una actitud conservadora respecto a los cambios sociales de la época, en sus Memorias de un setentón, recogidas primeramente en un volumen, con cambios, en 1880 y corregido de nuevo en 1881, el propio autor se desmarca de que se le achaque una trascendencia política a su obra. En la introducción reivindica su posición de mero observador de la realidad.

«Habrá, sin duda, alguno y aun algunos de los que tengan la mala idea de leer estas líneas, que digan, encarándose con el autor: ー«Conformes, señor setentón; ábranos V. ese Memorándum de sus añejas reminiscencias personales; cuéntenos, si así le place, esos episodios, esos sucesos, esos pormenores de V. solo conocidos, que le ofrece su exquisita memoria: dispuestos estamos a prestarle atención; aunque, a decir la verdad, ¿qué interés de novedad han de podernos inspirar los recuerdos de un hombre que, según confesión propia, no ha figurado para nada en el mapa histórico ni político del país; no ha vivido lo que suele llamarse la vida pública; no ha entrado jamás en intrigas cortesanas ni en conspiraciones revolucionarias; no le fueron familiares ni los clubs tenebrosos ni los cubiletes electorales; no ha sido, en fin, ni orador parlamentario; ni tribuno de plaza pública; ni periodista de oposición, ni de orquesta; ni, por consecuencia, ministro ni cosa tal; no ha probado el amargo pan de la emigración, ni el dulcísimo turrón del presupuesto; ni firmado en toda su vida una mala nómina, ni recibido la más humilde credencial?
Alto ahí, señores míos, contestará el autor; todo eso que ustedes dicen es verdad, pero también lo es que esta misma insignificancia política de su persona, combinada con su independencia de posición y de carácter, le brindan con mayor dosis de imparcialidad, al mismo tiempo que le reducen a considerar los sucesos políticos únicamente bajo su aspecto exterior, digámoslo así, fijando particularmente su atención en los que corresponden a la vida literaria y a la cultura social, a que dedicó su especial estudio».
Sin embargo, Mesonero menciona de pasada y sin darle importancia su contribución a las tareas públicas de las que formó parte tratando de fijar su atención con preferencia en la vida literaria y la cultura social. En sus memorias trata de evocar la vida social que conoció en su búsqueda de un ideal colectivo de identidad nacional, fundamento del género costumbrista.

Al margen de estas generalizaciones y retomando de nuevo la idea inicial de otorgar crecida importancia al papel desempeñado por las ilustraciones, entresaco algunas de ellas de la recopilación de artículos de la segunda época de Mesonero (1836-1842) reunidos en el libro Escenas matritenses editado por Gaspar y Roig en 1851.

Añado al final el índice completo de los artículos de las dos épocas recogidos en la compilación de 1851 de las Escenas matritenses.

La librería (pág. 108)

El banderillero (pág. 109)

Corrida de toros (pág. 110)

El coche simón (pág. 132)

La almoneda (pág. 133)

La exposición de pinturas (pág. 168)

El entierro de la sardina (pág. 180)

La posada (pág. 181)

La cucaña ministerial (pág. 204)

El cofrade (pág. 218)


Índice de los artículos de la primera y segunda época



©Antonio Lorenzo