domingo, 28 de mayo de 2023

Pisaverdes, petimetres, lechuguinos, currutacos, gurruminos, linajudos, mariposones, gomosos... [IX]

 

La primera mitad del siglo XIX es uno de los periodos más fecundos desde un punto de vista literario en relación a los artículos de costumbres de escritores de variado perfil. En sus escritos se recogen de forma satírica y abundante los rasgos propios de los distintos tipos populares respecto a sus comportamientos y vestimentas. En ellos se entrecruza lo favorecedor de las costumbres ajenas frente a los sentimientos nacionalistas, rasgos distintivos según atendamos a los escritores de la época. Estas sátiras burlonas se dirigen preferentemente a una galería de tipos representativos de la sociedad de entonces desde una perspectiva humorística. De forma reiterativa aparecen tipos como los petimetres, currutacos, lechuguinos y sus herederos gomosos junto a los elegantes de porte y ademanes característicos. En estos artículos, se mezcla lo real con la ficción y donde se entrecruza lo cómico con lo serio con gran riqueza de matices.

La literatura popular impresa no fue ajena a esta clase de críticas burlonas, tal y como se refleja en algunos pliegos como el que reproduzco sobre El lechuguino pobre, personaje sobre el que me centraré y que viene a añadirse a lo contemplado en las otras ocho entradas que dediqué a estos tipos en este mismo blog en 2017 cuyos enlaces figuran al final de esta entrada.

A esta variedad de personajes se les achaca en su conjunto el de ser atildados y presumidos, falsamente cultos y afectados en el vestir y en sus modales. De los conocidos relatos sobre ellos entresaco de nuevo por su interés de las Escenas y tipos matritenses del escritor Mesonero Romanos lo referido sarcásticamente al personaje del lechuguino.

Éste era un tipo inocente del antiguo, que existió siempre, aunque con distintos nombres, de pisaverdes, currutacos, petimetres, elegantes, y tónicos. -Su edad frisaba en el quinto lustro; su diosa era la moda, su teatro el Prado y la sociedad. Su cuerpo estaba a las órdenes del sastre, su alma en la forma del talle o en el lazo del corbatín. -¡Qué le importaban a él las intrigas palaciegas, los lauros populares, la gloria literaria, cuando acertaba a poner la moda de los carriks a la inglesa o de las botas a la bombé! ¡Cuando se veía interpelado por sus amigos sobre las faldas del frac o sobre los pliegues del pantalón!
¡Existencia llena de beatitud y de goces inefables, risueña, florida, primaveril! Y no como ahora nuestros amargos e imberbes mancebos, abortos de ambición y desnudos de ilusiones, marchitos en agraz, carcomidos por la duda, o dominados por la dorada realidad! ¡Dichosos aquéllos, que más filósofos o más naturales, se dejaban mecer blandamente por las auras bonancibles de su edad primera; estudiaban los aforismos del sastre Ortet; adoraban la sombra de una beldad, o seguían los pasos de una modista; danzaban al compás de los de Beluci, y tomaban a pecho las glorias de la Cortesi, o los triunfos de Montresor!
¡Qué tiempos aquellos para las muchachas pizpiretas en que el Lechuguino bailaba la gabota de Vestris y no se sentaba hasta haber rendido seis parejas en las vueltas rápidas del vals! ¡Qué tiempos aquellos, en que se contentaba con una mirada furtiva, y contestaba a ella con cien paseos nocturnos y mil billetes con orlas de flechas y corazones!... ¿Qué te has hecho, Cupido rapazuelo (que tanto un día nos diste que hacer) y no aciertas hoy al pecho de nuestros jóvenes mancebos, los escépticos, los amargos, los displicentes, a quien nadie seduce, que en nada creen, que de nada forman ilusión?
¡Oh Lechuguino! ¡Oh tipo fresco y lleno de verdor! ¿Dónde te escondes? ¡Oh muchachas disponibles! Rogad a Dios que vuelva; con sus botas de campana y sus enormes corbatas, sus pecheras rizadas y sus guantes de algodón. Rogad que vuelva, con sus floridas ilusiones y su escasa ilustración; con sus idilios y sus ovillejos; y sin barbas, sin periódicos, y sin instinto gubernamental.
La prensa periódica y los diccionarios burlescos

Los artículos literarios convivieron con la prensa periódica en la primera mitad del siglo XIX y con los menos conocidos diccionarios burlescos, aunque con estos últimos de forma tangencial, ya que vienen a ser ejemplos de parodias lexicográficas para definir entre otras muchas cosas a los tipos que pululaban por entonces y que eran conocidos con diferentes nombres. Estos diccionarios, poco atendidos por los estudiosos, resultan de interés no solo para estudiar el abundante léxico atribuido a estos personajes populares, sino también para valorar socialmente las vestimentas y accesorios como símbolos de refinamiento y su relación con las modas extranjeras. La indumentaria no solo guarda estrecha relación con aspectos económicos, sino que de forma transversal resulta de interés para el estudio de la psicología social y la comunicación, al ser una forma estética y expresiva del lenguaje corporal humano.

Los diccionarios burlescos no tenían la pretensión de ofrecer informaciones lingüísticas, sino que su finalidad era más bien el ordenar alfabéticamente los términos incluidos a modo de un catálogo propio de terminología fraseológica.

Espigando por antiguas publicaciones periódicas de la prensa y no solo por los artículos literarios de costumbres, encontramos algunas referencias y opiniones encontradas sobre los lechuguinos.

En El correo: periódico literario y mercantil (Madrid, 5 de septiembre del 1828), los redactores expresan las malas consecuencias que tendrían de aplicar de forma generalizada el apodo de lechuguino por el simple hecho de ser partidario de la moda y que vistan elegantemente, cuyo objeto no es otro que el insultar. Según ellos, aunque son afectos a vestir a la moda no carecen por ello de ilustración y talento por lo que deberían evitarse las ridículas caricaturas, las necias comedias e indecentes sainetes, aconsejando a la postre el que se destierre esa palabra para evitar sus consecuencias. 

En las ediciones sucesivas de este mismo periódico, aunque resaltando su imparcialidad, algunos de sus suscriptores o lectores manifiestan de forma vehemente opiniones contrarias a las expresadas por los señores redactores sobre los lechuguinos. En el mismo periódico y tres días más tarde, en el apartado de correspondencia con los lectores, uno de ellos expresa su opinión en estos términos:
Señores Redactores [...] séame permitido oponer a la definición que hacen ustedes de ella, la que yo le aplico, y conmigo mucha parte del público, hasta tanto que una nueva edición del diccionario de la academia nos ponga a todos de acuerdo.
Yo entiendo por lechuguino, esto es, frívolo e insustancial como las lechugas chicas, no cualquier individuo de la clase elevada o de la mediana que gusta trajes de moda y pertenece a la sociedad fina, sino el joven de cualquier condición, que esclavo supersticioso de la moda, y enemigo mortal de toda instrucción sólida, se tiene por un grande hombre, porque recibe de primera mano los figurines, tararea mal un aria en italiano chapurrado, y baila un rigodón con donaire y elegancia...
Las distintas opiniones sobre los lechuguinos sostenidas por los redactores del periódico y algunos de sus suscriptores se prolongaron en el tiempo. Por entresacar alguna opinión más dos años más tarde en el mismo periódico (18-6-1830), pág. 4, puede leerse:
Un lechuguino, bien mirado, es un ente viviente como todos, y casi racional como yo y los demás hombres; pero ni yo ni los demás hombres gozamos la temperie de un rigoroso lechuguino. Su pulso lo indica claramente, pues en camisa es tranquilo y sosegado, lo que no sucede vestido; pues así que se cuelga el lente, o se pone los anteojos para cegar con vista y a la moda, y adjetiva su elegante desfigurada figura, su pulso cambia en vaporoso con magnitud aparente. En el Prado, Museo y Retiro, se presenta undoso y vago, y a presencia del objeto que ansioso brujulea se vuelve acelerado. En el baile se nota caprino, y aumenta su vibración en los rigodones. En un sofá descansando suele aparecer intermitente, y en el villar (si pierde) miuro, parvo y retraído. Cuando por su desgracia es de una dama o cortejo despedido, su pulso se hace lento y formicante, con una debilidad muy perceptible al tacto; y sí no tiene dineros (de que Dios nos libre) dicroto y tardo, con ínsulas de espasmódico. Las lechuguinas también tienen inconstantes y volubles pulsos. Ya se ve: consideremos que son mugeres, y es peculiar a su fino sexo esta diversidad de pulsaciones en sus vasos arteriales. No obstante, en algunas se observan más entonados y regulares movimientos, principalmente en las que llegan a la edad del caramelo, pues su bálsamo vital rojo está inerte, depauperado y destituido de principios activos, y las tales con propiedad no son lechuguinas, sino acelguinas, cuya naturaleza forma un pulso remitente, e infra-solutivo. Estas y otras cualidades he hallado en el moderno pulso lechuguino. Si algún compañero mío observa otras diferencias que a mi torpe talento se oscurecen, suplico me las comunique por su estafeta, y le quedará agradecido, como a vmd. muy obligado Lucas Alemán y Aguado. 

En el Diario de Avisos de Madrid (2-4-1830) se promociona la publicación de un sainete:

El Lechuguino, o sea el Yesero de Beniajan, sainete original para ocho personas, por D. Sebastián Hernández y Cerdan [representado por una compañía de aficionados en Murcia en 1829]: sátira graciosa, en que se ve el resultado que tienen algunos jóvenes fatuos, que saliendo de la esfera de sus principios, y queriendo figurar en el gran tono, sirven de desprecio y mofa a los hombres sensatos, sucediéndoles a cada paso mil infortunios, y desengañándose luego que se reconocen perdidos, como acontece con el presente yesero de Beniajan. Se hallará a real en la librería de los Sres. Matton y Boix , antes de D. Manuel Barco, Carrera de S. Gerónimo.
En el Diario de Avisos de Madrid (26-12-1836) también se da noticia de la representación de un juguete de baile dirigido por don Manuel Casas titulado El lechuguino en la aldea, una vez terminada la función de la comedia representada en el teatro de La Cruz. El éxito de este juguete bailable se prolongó en años posteriores, ya que también se puso en escena en el teatro del Príncipe en 1839, según se recoge en El eco del comercio (25-06-1839).

El personaje del lechuguino perduró como referencia en la memoria a lo largo de los años ya que algunas de las coplas conservadas en algunos juegos infantiles tienen precedentes en los recuerdos de quienes convivieron con ellos en ápocas pasadas, según recuerda una señora mayor en la publicación La Época (19-08-1858) donde ya se consideraba a los lechuguinos como sucesores de los currutacos y petimetres. Algunas de las coplas que recordaba la señora mayor han logrado pervivir en algunos juegos infantiles de las niñas muchos años más tarde, aunque sin consciencia alguna de lo que significaban, tal y como se citan en la recopilación llevada a cabo en 1910 por Augusto C. de Santiago y Gadea: Lolita. Cantares y juegos de niñas (Madrid, Est. Tip. de los Hijos de Tello): 

                                             Para ser lechuguino
                                             se necesita
                                             un pantalón de paño
                                             y una levita.

                                             Un bastón de Triana
                                             y un buen sombrero,
                                             un chaleco escotado
                                             ¡Y ande el salero!

Los circunstanciales diccionarios burlescos vienen a expresar en su conjunto las luchas ideológicas sobre determinadas voces y conceptos desde una perspectiva de corte satírico y de enfrentamientos léxicos, ya sean sobre determinadas posiciones políticas o referido a los comportamientos cotidianos de entonces.

Un referente sobre las modas y usos es el Diccionario de los flamantes. Obra útil a todos los que la compren, por un tal Sir Satsbú (Barcelona, 1829), que encubre al periodista catalán Faustino Bastús (1799-1873).


El diccionario nos ofrece unos valiosos apuntes sobre estos tipos populares, como se expresa en la introducción:
[...] ¡Oh vosotros que sois el brillo, la gloria, la admiración y el encanto de vuestra patria [...]!; ¡oh vosotros llamados antiguamente currutacos, después petimetres, en seguida pisaverdes, luego lechuguinos y finalmente condecorados con el pomposo y significante nombre de FLAMANTES!: recibid esta obra como un homenaje debido a vuestra originalidad.
«Flamante» es el término «nuevo y altisonante que acaba de darse a los excurrutacos, petimetres, y lechuguinos… En algunas partes se tiene entendido que les llaman también Heterogéneos, nombre que por ser algo griego no hemos adoptado…». 

El éxito editorial que alcanzó este folleto, en 1829, propició que 14 años después de su publicación, fuera plagiado por un tal El-Modhafer en 1843 con el mismo título:

El choque de perspectivas sobre el lechuguino, unos a su favor (los menos) como sucede en el Diccionario de los flamantes, contrasta con las severas e incisivas opiniones en su contra como figuran en 1826 en la Comedia nueva de costumbres, en prosa, en dos actos, titulada: Aviso a los Lechuguinos, ó sea, la juventud estraviada, escrita por un eclesiástico amante de su patria


Sobre el nombre de lechuguinos, el eclesiástico no duda en apuntar en la introducción de la comedia sus impresiones:

[...] es la razón que ya se tuvo presente cuando así se les apellidaba en Cádiz en otra época; porque la lechuga, planta hortense bien conocida, y en la que se distinguen tres especies principales, de que ha resultado un sinnúmero de variedades, echa unas hojas largas muy plegaditas y sin formar cogollo; y su tallo, que suele ser cilíndrico, sube dos o tres pies del suelo, y arroja unos ramillos cargados de flores pajizas; de donde sin duda ha venido a llamar lechuga a cierto género de cabezones y puños de camisa muy grandes, bien almidonados y dispuestos por medio de moldes en figuras de hojas de lechuga; moda que ya se estiló mucho durante el reinado de Felipe II, y moda del día, porque el lechuguino es el conjunto o cualquiera de las lechuguillas pequeñas antes de ser trasplantadas.

 Los pliegos

La literatura popular impresa se inspiró en estos personajes, como puede comprobarse en este primer pliego editado en Valladolid por la imprenta de Santarén, donde un nuevo y joven lechuguino de dieciséis años, desoyendo los consejos del modesto trabajador que era su padre, desecha la idea de buscar cualquier oficio dedicándose a presumir y a engañar a todo aquel con quien se encuentra, ya sea cortejando a las damas y gastando todo el dinero hasta que cae en la ruina y escarmentado.

Tras el pliego, adjunto noticias del relato que apareció en tres números seguidos con el mismo título de El lechuguino pobre en el año 1843 en la madrileña Revista de teatros, diario pintoresco de literatura (revista editada entre 1841 y 1845) donde figura como autor un tal Agustín Gómez.






Otro ejemplo más es este otro pliego donde se establece un diálogo entre un lechuguino y un manolo. Como es sabido, los conocidos como manolos son personajes propios del majismo del siglo XVIII y característicos de los barrios populares madrileños en clara confrontación con todo aquello que venga de fuera y como defensores a ultranza de lo propio.



Como comentaba al comienzo adjunto los enlaces a las entradas que dediqué en este mismo blog en el año 2017 a estos tipos de personajes.

https://adarve5.blogspot.com/2017/02/pisaverdes-petimetres-lechuguinos_28.html

https://adarve5.blogspot.com/2017/03/pisaverdes-petimetres-lechuguinos_6.html

https://adarve5.blogspot.com/2017/03/pisaverdes-petimetres-lechuguinos_9.html

https://adarve5.blogspot.com/2017/03/pisaverdes-petimetres-lechuguinos.html

https://adarve5.blogspot.com/2017/03/pisaverdes-petimetres-lechuguinos_21.html

https://adarve5.blogspot.com/2017/03/pisaverdes-petimetres-lechuguinos_28.html

https://adarve5.blogspot.com/2017/04/pisaverdes-petimetres-lechuguinos.html

©Antonio Lorenzo

lunes, 15 de mayo de 2023

San Isidro Labrador, de la leyenda y propaganda a la literatura popular impresa

Dibujo a lápiz de San Isidro de mediados del siglo XVII

Otro santo de contradictoria documentación sobre la que se han entretejido numerosas leyendas acerca de sus supuestos y múltiples milagros es el referido al legendario San Isidro Labrador, patrón de la ciudad de Madrid. A Isidro se le adjudican más de cuatrocientos milagros sin referencia alguna con datos contrastados, pero que sin duda han resultado atrayentes para promover y fomentar la devoción a este labrador, conocido de forma satírica como el labrador holgazán, puesto que permitía que los ángeles arasen el campo con los bueyes mientras Isidro, abandonando su trabajo, se dedicaba a la oración anteponiendo lo espiritual a lo meramente material. 

De la biografía del santo se conocen numerosas, aunque ambiguas y subjetivas versiones, tanto impresas como orales, que circulan en el imaginario popular. Se trata de un santo muy favorecido por la devoción popular al que se le atribuyen numerosos milagros vinculados preferentemente con el mundo agrícola debido a su oficio y cientos de milagros apócrifos gracias a su mediación, como se expresa en el refrán San Isidro labrador, reparte el agua y el sol, ya que entre sus atribuciones también estaba la de hacer brotar manantiales de forma milagrosa.

La imprecisión que envuelve la leyenda de San Isidro se refleja fundamentalmente en los milagros póstumos, aparte del códice del siglo XIII conservado y atribuido a Juan Diácono, donde se recogen también los primeros milagros protagonizados por San Isidro durante su vida, aunque los milagros atribuidos al santo post-mortem, algunos recogidos también en el códice, son la auténtica clave del desarrollo de su fama de santidad a nivel popular vinculados desde un punto de vista sociológico con los contextos culturales propios de cada época.

Para ampliar algunos datos generalistas, sugiero consultar una anterior entrada que dediqué al santo en este mismo blog hace dos años.

Los santos, antes y ahora, no han dejado de utilizarse como instrumentos políticos y económicos. Ello explica que durante el reinado del católico rey Felipe II se iniciara de forma oficial desde el año 1562, junto a otros promotores influyentes, el deseo de su canonización para promocionar y prestigiar de alguna forma la nueva imagen de la villa de Madrid como capital de la monarquía católica, que de forma estable y oficial albergaba la Corte desde el año anterior. El monarca no alcanzó a celebrarlo, ya que falleció veinticinco años antes. Hubo que esperar unos cuantos años hasta que la canonización del labrador se produjera el doce de marzo de 1622, ya durante el reinado de Felipe IV y de una curiosa forma múltiple debido a las fuertes presiones de las órdenes religiosas, puesto que en el mismo día se canonizaron a cuatro primeras figuras españolas: Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Francisco Javier e Isidro Labrador, al que se añadió también al italiano San Felipe Neri para evitar una ceremonia exclusivamente española.


Tras la celebración del Concilio de Trento (1545-1563) se propagaron de forma espectacular, no solo las hagiografías, sino también el uso desmesurado de las reliquias como respuesta a la reforma protestante protagonizada por Lutero, quien atacó las hagiografías por falta de rigor histórico, así como el trasiego de reliquias que consideraba asociadas a la superstición o a la magia. La propaganda contrarreformista promovió de nuevo el culto y la instrumentalización de las figuras de los santos para incrementar la devoción popular y prestigiar sus lugares de origen. El uso de hábiles recursos teatrales resultó de gran eficacia como mecanismos atrayentes, ya estuvieran asociados a la simple escucha o con más impacto a lo propiamente visual, con el objetivo de llegar a un mayor número de público para difundir mensajes. Las comedias hagiográficas constituyen un claro ejemplo de propaganda devocional sabiamente utilizadas por la iglesia católica combinando fantasía, veracidad, leyenda y sentimentalismo.

Estudio forense del cuerpo momificado y fin del Año Jubilar

El pasado año 2022, con motivo del 400 aniversario de la canonización de San Isidro, la Archidiócesis de Madrid encargó a la Escuela de Medicina Legal y Forense de la Universidad Complutense de Madrid un estudio de carácter científico-forense, llevado a cabo entre los meses de enero y abril, para analizar el cuerpo conservado tras más de nueve siglos de antigüedad desde su primer enterramiento. El estudio tenía como finalidad lograr un mayor conocimiento de la reliquia conservada, algo que permitiera a la iglesia reafirmar la autenticidad de los restos conservados con los relatos y milagros atribuidos a Isidro.

A su vez, para fundamentar dicha celebración, el actual papa Francisco concedió a la Archidiócesis madrileña el Año Santo Jubilar para promover y consolidar la fe, lo que implica la concesión de una indulgencia plenaria, es decir, la posibilidad de conseguir el perdón por los pecados cometidos si se cumplen las condiciones eclesiales y, al ser plenaria, a la liberación total del castigo. La proclamación de un Año Jubilar es competencia exclusiva de la Santa Sede, clausurándose tal día como hoy, 15 de mayo de 2023.

Según los estudios realizados el cuerpo correspondería a un varón, de entre 35 y 45 años, con una estatura entre 167 y 186 centímetros y con signos o características propias de grupos afrodescendientes, lo que para la iglesia no contradice para nada la vida y trayectoria de San Isidro. A grandes rasgos, los estudios llevados a cabo señalan a que su antebrazo izquierdo está desarticulado por el codo, que faltan cuatro vértebras torácicas de las que se desconoce su paradero, falta de algunos huesos (pies, manos y vértebras), así como la presencia de dientes en otras localizaciones fuera de la boca. Como sugerencia plausible, su muerte se produjo a los 48 años coincidiendo con la bula papal de Benedicto XIII. 

La reconstrucción facial llevada a cabo tras estos estudios a partir de la morfología del cráneo, nos sugiere la siguiente fisonomía de Isidro:


Los estudios realizados contribuyen a la reafirmación por la iglesia de que los restos del cuerpo momificado y estudiado corresponden al santo a pesar de los desgastes y la falta de piezas, como pequeños huesos o dientes que en su día sirvieron como amuletos para curar las enfermedades de personajes importantes.

Ya el gran Mesonero Romanos, en un sustancioso artículo escrito en 1851 titulado Recuerdos de San Isidro Labrador, patrón de Madrid, publicado en El Semanario Pintoresco Español, revista de la que él mismo fue el creador en 1836, da constancia de que al cuerpo momificado le faltaban tres dedos de sus pies señalando también el habitual uso de las reliquias por las personas reales para lograr la intercesión del santo y combatir enfermedades.


Hay relatos donde se da la noticia de que se le arrancó uno de sus dientes para depositarlo bajo la almohada de Carlos II y así facilitar su curación. En otro se comenta que Juana, esposa del rey Enrique II, le arrancó uno de los brazos, pero se arrepintió al salir de la iglesia y enseguida lo restituyó. Desde entonces el brazo se encuentra unido al resto del cuerpo mediante una cinta. También se relata que una de las damas de la Corte de Isabel II le arrancó mientras lo besaba un dedo pulgar del pie, aunque lo devolvió rápidamente al sentir una serie de trastornos.

El total distanciamiento de la vida de Isidro (en el siglo XII) respecto a los relatos, rogativas, curaciones y milagros atribuidos al santo sanador y hacedor de manantiales como fundamental mediador de tan variadas peticiones, son una forma de reivindicación de un santo local, madrileño en este caso, con los consiguientes beneficios que reportan para la iglesia el mantenimiento de su culto, así como a la ciudad con sus concursos, casticismo, actuaciones, pasacalles y verbenas.

La difusión popular de su culto ha ido pasando por diversas etapas, desde las breves hagiografías para ser leídas ante un público iletrado hasta las más consistentes obras destinadas a las clases pudientes en lecturas privadas y acabando en lo que nos ocupa, en estas muestras de literatura popular impresa distribuidas y puestas a la venta por los ciegos durante el siglo XIX a un módico precio en las plazas de los pueblos.

La reproducción de estos dos pliegos, donde se narran conocidos milagros del santo como expresiones de la religiosidad popular, se relacionan con las novenas, refranes, pinturas y estampas, comedias de santos, aleluyas o canciones alusivas infantiles a modo de juego, como cauces de difusión, recreación y propaganda del personaje y del mundo campesino.

Obviamente, la devoción a un determinado santo no deja de ser una respetable cuestión de fe, al margen de que se ampare en una ambigua documentación en la mayoría de los casos.














©Antonio Lorenzo

miércoles, 10 de mayo de 2023

Ventajas de la vida de un soldado respecto a la de un labrador

 

Pliego dividido en dos partes donde se nos ofrece un recorrido sobre las ventajas de dedicarse al ejército como soldado en contraposición a la precaria situación de un jornalero o a la algo mejor de aldeano, de posición social inferior a los hidalgos, y aunque en su día consiguiera llegar a serlo por conseguir una saneada economía nunca sería bien visto ni bien recibido en la corte, lo que viene a reforzar la diferencia de trato según el nacimiento o la actividad desarrollada en el imaginario colectivo.

El sargento, mediante un extenso coloquio con el soldado, hace hincapié en las ventajas de incorporarse al ejército como forma de asegurarse el sustento, la vestimenta y el alojamiento, pudiendo ser tratado con honor o premiado por sus servicios sin descartar las posibilidades de ascenso, ya fuera en época de paz o de guerra en contraposición a la dura vida del labrador en su aldea.

La labor tipográfica del siglo XVIII alcanzó una notable calidad debido a la competencia entre las distintas imprentas. Este pliego, fechado en 1770, fue impreso en el taller de Antonio Marín. Antonio Marín, impresor zaragozano y maestro tipógrafo, desarrolló su actividad impresora en Madrid a partir del año 1726 dirigiendo la imprenta establecida en el propio palacio cuando aún era infante Carlos III, quien fuera posteriormente rey de España tras regresar de ejercer su reinado en Nápoles en 1759. Fue afamado Impresor de Cámara de la Real Academia de Bellas Artes y editor de numerosos encargos oficiales, tanto de reales provisiones como de ordenanzas militares. Era hermano de la madre de quien fuera luego el más renombrado y reconocido impresor, Joaquín Ibarra, recordado por su magnífica edición del Quijote en el año 1780. Tras la muerte de Antonio en 1770 se hizo cargo del taller su hijo Pedro Marín quien continuó con la reconocida actividad de la imprenta.








©Antonio Lorenzo

lunes, 1 de mayo de 2023

Máximas, proverbios y refranes por "El buen Sancho de España" [Mayo]

 

Continuando con ejemplos de refranes propios de la sabiduría popular recogidos en la temprana obra de José María Sbarbi y Osuna (1834-1910), Colección metódica de máximas, proverbios, sentencias y refranes, publicada en 1862, aunque oculto bajo el pseudónimo de "El Buen Sancho de España", entresaco lo relativo al mes de mayo bajo las etiquetas de meteorognosia (conocimiento de los fenómenos atmosféricos), labranza, zootecnia, moral, economía, higiene y administración.











©Antonio Lorenzo