domingo, 28 de junio de 2015

Ejemplar castigo a un caballero avariento al que se lo llevaron los demonios a los abismos


Pliego dieciochesco fechado en 1758 y editado por la imprenta valenciana de Agustín Laborda, impresor que desarrolló su actividad entre 1746 y 1774, siendo continuada por su viuda (Vicenta Devis) a partir de 1780, según se desprende de los pies de imprenta donde aparece como Viuda de Agustín Laborda. Dicha viuda editó hasta 1819, año probable de su fallecimiento, ya que a partir de 1820 figura en los pies de imprenta el nombre de Hija de Agustín Laborda (María Teresa Laborda y Devis).

El enunciado del pliego trata de predisponer el ánimo del oyente o lector y atraer su atención al fijar lo sucedido en la fecha del 4 de marzo de 1757, un año antes de la fecha de edición. En realidad es una variante que no se aparta de la práctica habitual que observamos en una gran cantidad de pliegos al usar expresiones indeterminadas, pero cercanas, para situar convenientemente los hechos, como las conocida expresión formulística 'caso sucedido en el presente año'. En esta ocasión, y dado que la edición del pliego se data al año siguiente de los hechos narrados, su finalidad es actuar como reclamo comercial de cara a los virtuales compradores. Si a todo ello añadimos la justificación moral del castigo al caballero por su avaricia y soberbia y su no arrepentimiento, ya tenemos los ingredientes adecuados para despertar la atención del público.

La acción se sitúa en Toledo durante el reinado de Fernando VI actuando como mediador un ángel del cielo enviado por Dios en traje de sacerdote para anunciarle su muerte si proseguía en su actitud. El caballero desoye sus consejos por lo que unos demonios se llevaron su alma en un jumento. La desmesura es tanta que hasta intervienen dos gigantes 'echando llamas de fuego'. El pliego es ejemplo recurrente de los castigos ejemplares acompañados generalmente de terribles padecimientos.






Antonio Lorenzo

domingo, 21 de junio de 2015

Casamiento del sol y la luna

En los pueblos antiguos y en casi todas las culturas se ha asociado el sol a lo masculino y la luna a lo femenino. La luna ha ejercido enorme influencia por su asociación con las mareas, sus distintas fases asociadas a la menstruación de la mujer, las diferentes interpretaciones de sus cicatrices o manchas, etc.

Numerosos mitos y relatos desarrollan historias pobladas por dioses o personajes legendarios. Dentro de la mitología greco-latina Selene es la diosa que representa la luna, aunque a veces se le ha asociado también con Diana y Artemisa.

Se cuenta que Selene era la hermana de Helios, el dios Sol, y como él, debía iluminar los cielos durante la noche. Pero una de esas noches divisó al pastor Endimión dormido en el monde Latmo, y quedó prendada de él. Así, desapareció de los cielos para recostarse junto al pastor, lo que enfureció a Zeus, quien castigó a Endimión a dormir eternamente. Pero luego, conmovido por las peticiones de Selene, consintió en dejar que la luna desapareciese del cielo varias noches al mes para hacer compañía a su amado, y el resto de los días, Selene se conforma con verle desde lo alto y acariciarle desde ahí.

Este es uno de los mitos más conocidos a los que se podrían añadir otros de diferentes culturas donde se simboliza en general la oposición tinieblas-luz.

La hierogamia o matrimonio sagrado, ya sea entre dioses y mortales o uniones cosmológicas como el cielo y la tierra o como en el caso que nos ocupa, constituyen arquetipos propios de religiones mistéricas así como del simbolismo alquímista. Dado que tanto el sol como la luna alumbran alternativamente por el día y la noche, su encuentro, amoroso o agresivo (según su interpretación), se produce en la formación de los eclipses. Ciertas comunidades mayas tienen un temor ancestral a que ‘se apaguen’, bien sea el sol durante el día o la luna por la noche. El encuentro entre el sol y la luna en los eclipses se considera en estas comunidades como una especie de agresión de uno al otro, ya que parecen ‘morderse’, lo que les atemoriza según se ha recogido en leyendas y relatos. Los eclipses, pues, en su doble vertiente agresiva o amorosa, conlleva funestas consecuencias según las creencias mayas, pues la carencia de luz y de calor afecta singularmente a la vida en general.

El pliego que reproduzco, alejado de estas disquisiciones, tiene una clara finalidad de entretener, pues se detiene en el solemne banquete donde la junta de los dioses asistentes consideran que deben casar a la luna, a lo que ella responde que hace más de cinco meses ha dado palabra de casamiento al sol, relación aceptada al fin gracias a la intervención de Venus. Para celebrar el enlace mandan traer a un sastre de la tierra para cortarle un bello vestido a la luna, pero se ve obligado a modificarlo porque en las pruebas la luna se encuentra en una distinta fase lunar, ya en menguante o en creciente, lo que da pie al autor del pliego a expresar consideraciones morales.

Este interesante pliego está editado en Barcelona por Ignacio Estivill, impresor al que dediqué una entrada que puede consultarse a través del siguiente enlace.





Antonio Lorenzo

domingo, 14 de junio de 2015

Reñida pendencia entre un viejo y una vieja

Leonardo da Vinci - Dibujo de cabezas grotescas de viejo y vieja
De la imprenta madrileña de la calle Juanelo, sin año, esta reñida pendencia entre dos viejos. La imprenta de la madrileña calle de Juanelo no es otra sino la dirección donde tuvo el despacho el impresor José María Marés desde 1845 a 1873-74 y a partir de 1875 el impresor Manuel Minuesa.

Pérez Galdós, en su novela La desheredada, publicada en 1881, como buen conocedor de los entresijos madrileños, se inspira en el editor de romances y aleluyas José María Marés o más bien en su sucesor Manuel Minuesa, para describir aquella afamada imprenta de la calle Juanelo, que menciona, pero asociándolo al ficticio tipógrafo catalán Juan Bou.

El personaje de Juan Bou, cuyo apellido significa en castellano buey o toro, le sirve muy bien a Galdós para caracterizar al tipógrafo catalán enamorado de Isidora Rufete, la protagonista de la novela, bajo un aspecto exterior fiero pero con un interior bondadoso y tierno. Galdós lo describe de esta manera: 'Juan Bou era un barcelonés duro y atlético, de más de cuarenta años, dotado de esa avidez de trabajar y de esa potente iniciativa que distinguen al pueblo catalán' (II, IV, 292). De esta forma, Galdós caracteriza al personaje y lo sitúa en un ambiente y escenario propicio para describir las reivindicaciones obreras de finales del siglo XIX y fundamentar las ideas anarquistas y liberales propias de los trabajadores de las imprentas, sobre todo de la entonces más industrializada Cataluña, y que en la trama de su novela traslada a Madrid. Recordemos también que Pablo Iglesias, fundador del Partido Socialista, fue también tipógrafo.

Galdós conocería de primera mano la imprenta de la calle de Juanelo y aprovecha su conocimiento para dotar de verosimilitud al relato e incidir en los convulsos movimientos de corte anarquista del último tercio del siglo XIX.



En relación al pliego que reproduzco y a las noticias que ofrece sobre la distribución de pliegos entre los ciegos y vendedores ambulantes copio, por su interés, un fragmento de dicha novela (Capítulo IV de la segunda parte).

El único vicio de Juan Bou, si vicio puede llamarse, era la Lotería. No había extracción en que no comprase su par de décimos. Era para él este juego nacional una forma hipócrita de la administración socialista. Tenía muy mala suerte; pero no desmayaba, y sabía escoger siempre los números más bonitos. Con todo, no había tenido más ganancias que las de su trabajo. Así, desde que sacó adelante el negocio de las cenefas, estableciose en la calle de Juanelo, donde tenía un taller grande, aunque incómodo. Compró algunas piedras más de gran tamaño, una hermosa máquina de Janiot, guillotina, glaseadora, buenas tintas, aparatos de reducciones y otras cosas. Su iniciativa no descansaba. Comprendiendo que algo de imprenta no venía mal como auxilio de la litografía, adquirió cajas y máquinas, y se quedó con todas las existencias de una casa que trabajaba en romances de ciegos y aleluyas. El material de planchas y grabados era inmenso, y se lo dieron por un pedazo de pan. Montó también esta especulación en gran escala, y los ciegos pudieron comprar la mano de romances a un precio fabulosamente barato. Las cacharrerías, las tiendas de arena y estropajo y los vendedores ambulantes se surtían por muy poco dinero de aleluyas del antiguo repertorio, y de otras nuevas con soldados franceses o españoles, moros o cristianos.
El establecimiento era un verdadero laberinto, como formado de distintas piezas, que se habían ido agregando poco a poco, según las necesidades de ensanche lo pedían. Ocupaba la imprenta destinada a romances y aleluyas la peor y más lóbrega parte. Todo allí era viejo, primitivo y mohoso. La máquina, sonando como una desgranadora de maíz, tenía quejidos de herido y convulsiones de epiléptico. Consagrada durante seis años a tirar un periódico rojo, subsistía en ella un resto, un dejo de la fiebre literaria que por tanto tiempo estuvo pasando entre sus rodillos y su tambor. Las cajas, donde yacía en pedazos de plomo el caos de la palabra humana, eran desvencijadas, polvorientas y sudaban tinta. Habían servido para componer papeles clandestinos, y conservaban el aspecto de la negra insidia, que trama sus actos en la sombra. La horrible guillotina, cuya enorme cuchilla lo mismo podía cortar un librillo de papel de fumar que una cabeza humana, ocupaba el ángulo más sombrío de la sucia estancia, que más parecía una bodega o sótano que taller del Arte de imprimir, soberano instrumento de la Divinidad, vicario de la Providencia en la Tierra. Viendo aquellos trebejos, se podría sospechar que el tal Arte había sido encarcelado allí para expiar las culpas que alguna vez, por andar en malas manos, ha podido cometer.




Antonio Lorenzo

viernes, 5 de junio de 2015

Testamento de Luzbel cuando cayó arrojado del cielo

Grabado de Hieronymus Wierix (1584)
Leyendas y narraciones, tanto orales como escritas y de muy diversa procedencia, conforman el entramado de los llamados seres espirituales, formados por tres jerarquías o tríadas que agrupan a los llamados nueve órdenes o coros celestiales.


Los ángeles de la religión cristiana son herederos directos de la tradición hebrea, a los que se unen influencias gnósticas y mágico-populares, lo que dificulta en gran medida el tratar de definir tanto su naturaleza como sus funciones.

Según la leyenda, Luzbel era un ángel muy hermoso que se rebeló por soberbia contra el mismo Dios queriendo ser como él. Fue expulsado del cielo junto a sus partidarios por el Arcángel Miguel conociéndose desde entonces como el Ángel Caído identificándose posteriormente en la tradición cristiana con el Diablo (en sus muy diversas acepciones) al que se le fueron añadiendo distintos elementos e  interpretaciones conformando una multiplicidad de leyendas.

Este adversario, el Ángel Caído, recibe en la tradición cristiana nombres como el de Príncipe de las Tinieblas, Belcebú, Satán, Lucifer, etc.

El Apocalipsis (12:7-9) relata así los hechos:
12.7. Y hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles,
12.8. pero no prevalecieron, ni fue hallado más su lugar en el cielo.
12.9. Y fue lanzado fuera aquel gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, quien engaña a todo el mundo; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.
El arcángel Miguel fue quien arrojó del cielo a Lucifer y a los ángeles rebeldes que le seguían y el que mantiene la batalla contra Satanás. Si bien el judaísmo consideraba a Lucifer y a Satanás como dos entidades diferentes (el primero antes de su expulsión y el segundo como príncipe de los infiernos), el cristianismo los identificó bajo un sólo concepto asociado al diablo.

La iconología religiosa sobre el ángel caído es muy abundante, sobre todo en la pintura, aunque la ciudad de Madrid presume de contar en el parque del Retiro con una de las pocas reproducciones escultóricas dedicadas al ángel caído, obra del escultor Ricardo Bellver, formando parte de una fuente inaugurada oficialmente en el año 1885.


Como curiosidad, hay quienes creen que la altura topográfica de la fuente que se encuentra a 666 metros sobre el nivel del mar, y que coincide justamente con el número de la bestia, obedece a un extraño homenaje al diablo según determinadas creencias esotéricas. A su vez, la serpiente que arrastra a Lucifer hacia los abismos tiene siete cabezas, número considerado mágico.

Las imágenes del arcángel Miguel blandiendo una espada o lanza y pisoteando al vencido Lucifer es lugar común en pinturas, grabados y retablos y cuya inicial popularización la debemos al pintor flamenco Martín de Vos (1532-1603), tan imitado posteriormente, como el grabado que encabeza esta entrada por Hieronymus Wierix en 1584 dedicada a Benito Arias Montano.

Otro aspecto interesante es la ambivalencia o indefinición sexual, tanto del arcángel como de Lucifer, sobre todo si observamos el pecho izquierdo del arcángel o a Lucifer cruzando los brazos y cubriendo sus senos como avergonzado y las miradas que se dedican y que tantas discusiones bizantinas han suscitado sobre la ambigüedad del sexo de los ángeles. Por otra parte, el andrógino fue tema común entre los gnósticos al considerar que el espíritu original era la conjunción de varón-hembra como arquetipo primordial de la unión de los contrarios (luz y sombra, bien y mal...).


Grabado de Hieronymus Wierix (1584) [detalle]
A san Miguel se le asocia también con la llamada psicostasis o pesaje de las almas, donde mediante una balanza (símbolo de la justicia) se pesan en el juicio final las acciones buenas y malas en orden a la salvación o a la condenación eterna y donde suele aparecer el diablo para inclinar la balanza a su favor mediante artimañas por medio de ganchos o pequeños diablillos.

Pintura sobre tabla conservada en el Museo Nacional de Arte de Cataluña
Reproduzco primeramente la portada de una edición dieciochesca, sin año, de la imprenta valenciana de Cosme Granja, del que sabemos que su actividad impresora se desarrolló entre 1734 y 1765.



De la imprenta vallisoletana de Santarén reproduzco el 'infernal testamento' de Luzbel, editado en 1830.





Antonio Lorenzo