No son muchos los pliegos de
cordel que contienen composiciones de autores consagrados. En esta entrada
damos a conocer un rarísimo pliego suelto cuyo autor es nada más y nada menos
que don Francisco de Quevedo. Y resulta raro no solo por lo avanzado de su
impresión en el primer cuarto del siglo XIX (1822), aun habiendo sido compuesto
casi 200 años antes, sino también por la
temática que contiene y porque no hemos encontrado en nuestras pesquisas otras
ediciones de este pliego.
Sabido es que los pliegos de
cordel eran degustados por todo tipo de público, tanto por el ‘vulgo’ como por
los ilustrados. La llamada literatura de cordel es un género fronterizo y
semipopular que participa y se entremezcla con los otros géneros conocidos. Aún
está por completar con nuevos datos una ‘sociología de la literatura’ que tenga
en cuenta las preferencias y los ‘gustos’ del pueblo y el público a quien
supuestamente van dirigidas estas composiciones y los ‘valores’ ideológicos,
morales o de todo tipo que subyacen en ellos dejando aparte la ‘valoración
estética’ y subjetiva de esta literatura.
Lope de Vega, junto a otros
dramaturgos, se quejaba de que sus obras fuesen pasto del pueblo y enmendadas y
alteradas sin citar su procedencia. En un Memorial
dirigido al rey, sacado a la luz y estudiado magistralmente por Mª Cruz García
de Enterría (del que se conserva ejemplar custodiado en el British Museum de
Londres, sig. 1322.1.3), Lope arremete con dureza contra los mercaderes de
relaciones, coplas y versos que atentan contra la moral y las buenas
costumbres, aunque tampoco hay que olvidar que el mismo Lope fue durante un
tiempo una especie de censor moral al servicio del poder establecido.
Si bien es cierto que algunas
composiciones de Quevedo, Góngora o el propio Lope figuraron en pliegos, estos no
son muy abundantes. En el caso que nos ocupa de Quevedo sabemos que circuló como
pliego suelto una celebérrima jácara que fue inspiradora de un largo recorrido.
‘Carta de Escarramán a la Méndez: ya está guardado en la trena…’. Aquí se contiene la adversa fortuna del valiente Escarramán, natural de Sevilla, al cual prendieron por muchos delitos que cometió… Compuesto por don Francisco de Quevedo. Impreso en Barcelona. Año 1613.
Las jácaras pertenecen a los
llamados géneros menores cuyo origen estructura lenguaje y su relación con la
música y el teatro aún suscitan discusiones entre los estudiosos. Se trata de composiciones
que desarrollan una narración lineal de sucesos relacionados con el hampa, la
marginación, la prostitución y la delincuencia. Esta especie de subgénero
poético, aunque métricamente es similar al romance, se solía representar en los
corrales de comedias o bien en los entreactos o al final de la representación como
breves piezas de marcado carácter
burlesco y jocoso a modo de sátira social.
También conocemos un pliego,
fechado en 1677, con unas ‘Sátiras graciosas de don Francisco de Quevedo’ donde
se recoge su tantas veces repetida composición ‘Poderoso caballero es don
Dinero’, donde refleja con su agudeza acostumbrada y su humor desencantado la
angustia económica en los tiempos de Felipe IV.
Pero vayamos al pliego que nos
ocupa:
‘Relación nueva burlesca, de don Francisco de Quevedo, que declara un Cabildo que celebraron los Gatos en el ala de un tejado, sobre el modo cómo habian de vivir, y lo que á cada uno le pasaba con su amo’. Valencia, imprenta de Laborda, 1822.
Parece ser que este romance
fue compuesto por Quevedo alrededor de 1627 y aparece en sus obras bajo el
título de ‘Consultación de los gatos, en cuya figura también se castigan
costumbres y aruños’. Es de destacar en el pliego la advertencia de que se
trata de una ‘relación nueva’ para dar sensación de actualidad, aunque fuera
escrita doscientos años antes, recurso muy usado en la poética de la literatura
de caña y cordel.
En el romance se nos narra cómo
en el tejado de Aminta se reúnen en ‘consultación’ o ‘cabildo’ gran cantidad de
gatos. La disposición escénica sitúa a los gatos según su edad y condición: en
los caballetes, los más viejos y canos; los negros a mano izquierda y a la
derecha los blancos. Cada uno de ellos se lamenta de lo ladrones que son sus
amos y lo mal que les tratan.
Quevedo nos presenta en el
romance a un total de once gatos con desigual participación en sus comentarios.
La relación de los diferentes amos discurre fundamentalmente por un letrado, un
mercader, un rico avariento, un pastelero, un boticario y un alguacil. El
romance concluye con la aparición de un perro alano que, atraído por el olor,
desbarata rápidamente la ‘junta’ gatuna, huyendo todos espantados y lamentándose
de su precaria condición.
Mediante la utilización de la
hipérbole y el equívoco como recurso de gracia y humor la idea que subyace en
todo el romance es que el robar de los gatos lo han aprendido de las prácticas
y el afán lucrativo de sus amos y por extensión de los humanos. Todo ello se
articula en una especie de poema dialogado que lo entronca vagamente con las
representaciones teatrales de tanto éxito en el Siglo de Oro y que recuerda a
los entremeses y a las imitaciones burlescas de las parodias.
El éxito de este romance fue tan
grande que hasta su amigo Lope de Vega retomó la temática gatuna en su
Gatomaquia, donde urde una curiosa trama de amor y celos y donde el mundo gatuno
es también el protagonista.
Antonio Lorenzo