viernes, 9 de noviembre de 2018

Coplas por folías y otras por el A, B, C. + Folías para cantar a las damas


El término «folía» puede referirse a una danza, a un tipo de copla o a un canto popular, fuertemente arraigado y característico de las Islas Canarias. Hay estudios con diferentes hipótesis sobre el origen del baile de la folía que se pueden rastrear en obras literarias del siglo XVI y en distintas obras dramáticas de la época.

El nombre de folía proviene, según distintos autores, de la palabra toscana «folle» y de la corrupción de la palabra francesa «folie», que significa locura. Como danza, se practicaba en gran parte de Europa desde el siglo XVI convirtiéndose más adelante en un género musical culto en el Barroco. Durante el siglo XVIII se hizo muy popular entre los instrumentistas y compositores

Sobre el uso y la etimología del término «folía» Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española (Madrid, 1611) [edición moderna por Martín de Riquer (Barcelona: Alta Fulla, 2003), pág. 603], la define del siguiente modo:
«Es una cierta danza portuguesa de mucho ruido; porque resulta de ir muchas figuras a pie con sonajas y otros instrumentos, llevan unos ganapanes disfrazados sobre sus hombros unos muchachos vestidos de doncellas, que con las mangas, de punta van haciendo tornos y a veces bailan, y también tañen sus sonajas; y es tan grande el ruido y el son tan apresurado, que parecen estar los unos y los otros fuera de juicio. Y así le dieron a la danza el nombre de folía, de la palabra toscana folle, que vale vano, loco, sin seso, que tiene la cabeza vana».
En un iluminador trabajo sobre el canto y la danza de la folía del musicólogo canario Lothar Siemens Fernández (1941-2017), con el título La folía histórica y la folía popular canaria, (Revista de El Museo Canario, Las Palmas de Gran Canaria, 1965, Nos. 93-96, Año XXVI, págs. 19-46), escribe (págs 28 y ss):
«Varios bailes populares de la propia Península llegaron a sufrir también tal adaptación a lo culto en el siglo XVI. Tal ocurrió incluso con la folía, cuya evolución paralela a la de esos bailes exóticos es bien palpable. De su evolución de baile popular a danza cortesana se encuentran ya muestras en la segunda mitad del siglo XVI. [...] Esto sucedió con la folía, cuya forma de danza en el siglo XVII en poco se parecía ya a aquella pantomímica mascarada popular del XVI, al sustituir la verdadera dama al hombre ataviado con indumentaria femenina. Por otra parte, la variable música popular —de son a veces estruendoso— que solía acompañarla fue sustituida por un único tema musical, culto y de interesante tradición, que llegó a robar el nombre a la danza, a apropiárselo, paseándose con él por toda Europa, principalmente durante los siglos XVII y XVIII». 
En sus conclusiones argumenta que la folía popular canaria es el resultado de una adaptación y desciende con toda seguridad, en sus dos aspectos de danza y música, de la folía histórica en su acepción barroca. La folía canaria no procede, por tanto, de la evolución directa del baile descrito por Covarrubias, de carácter loco, sino que tanto la danza como su música derivan de la forma aristocrática y cortesana de la folía, danza que desde finales del siglo XVI ya era conocida en toda Europa como «Folías de España» y que fue introducida en las islas durante el primer tercio del siglo XVIII adquiriendo y consolidándose mediante un patrón armónico y melódico propio.

La folía como copla

La folía, en cuanto a forma poética, fue descrita por Gonzalo Correas, erudito profesor de griego y hebreo en la universidad de Salamanca, en su Arte de la Lengua Española Castellana (1626).



Según Correas, la palabra «folía» puede referirse a distintos tipos de versos asociados al genérico y viejo tipo de seguidillas, sin dependencia de un número cerrado de versos o de sílabas, ya que la folía puede referirse a cualquier copla para ser cantada aunque figuren con desigual número de versos, ya sean de ocho o de más o menos sílabas.



Tras esta somera contextualización sobre el encabezamiento de los pliegos que nos ocupan, reproduzco dos de ellos: el primero, carente de pie de imprenta; y el segundo, impreso en Barcelona por los Herederos de Juan Jolis, sin año. En ambos se desarrolla un conjunto de coplas de carácter amoroso.









©Antonio Lorenzo

sábado, 3 de noviembre de 2018

Sobre el carácter de los naturales de algunas provincias de España


Los pliegos reproducidos en esta ocasión están orientados a resaltar las características generales de los naturales de las distintas provincias españolas. Desde una perspectiva actual resultan hirientes y provocadores, aunque en el primero de ellos, que se aparta un tanto de los demás, se trate de justificar en la cabecera esos razonamientos aludiendo a:
«la verdadera intención y sentido de esta composición no es ciertamente insultar, ni motejar a ninguna provincia, sino tan solo reunir en medio pliego de papel impreso la mayor parte de las zumbas y chanzonetas, que unas provincias se dan á otras, con las antiguas y festivas matracas que todos conocemos».
Los términos «prejuicio» y «estereotipo» están cargados de un significado negativo y resulta difícil encontrar a quien reconozca abiertamente que piensa o actúa en base a ellos, pero sin duda resultan fundamentales para entender la relevancia social de los comportamientos humanos. En nuestro caso, ofrecen un interés añadido por el mecanismo y funcionamiento de estos impresos populares en el imaginario colectivo de sus consumidores en cuanto que reflejan una mentalidad instigada y favorecida desde los centros urbanos, origen en último término de la proliferación de este tipo de productos de consumo popular.

Tanto los prejuicios como los estereotipos no han perdido terreno ni son resabio de un pasado lejano, aunque se encuentren extendidos de una forma más implícita en un intento de disimularlos mediante valores de tolerancia y racionalismo o bien combatidos en declaraciones de principios generales. Hay que señalar también la consolidación de numerosos tópicos sobre el carácter de los españoles debido a los escritores y viajeros románticos, donde primaba una imagen de lo español basada en el exotismo y en lo pintoresco, que acabó calando en la propia percepción de la conciencia nacional.

Un prejuicio no es sino un principio previo a la experiencia, lo que implica una valoración errónea de los hechos o juicios de todo tipo que nacen de las costumbres e interacción de los seres humanos y sus formas de pensar alimentadas por las tradiciones negativas de unos sobre otros.

Tanto el prejuicio como el estereotipo se alimentan de una imagen mental basada en una simplificación burda y acrítica frente a una una realidad compleja. Las imágenes mentales sobre determinados grupos sociales, atribuyen de forma arbitraria características que pueden conducir de alguna forma a una discriminación social.

Este interés por delimitar y comparar los llamados caracteres nacionales, tuvieron una especial relevancia a finales del siglo XIX como elementos definitorios y consustanciales de nuestra historia cultural. Hoy en día, la psicología social camina por otros derroteros. José Antonio Maravall publicó en la Revista de Occidente un enjundioso artículo al que tituló «El mito de los caracteres nacionales» [Revista de Occidente, nº 3, 1963], donde los consideraba productos de las ideologías y como arma de las luchas políticas.

No es este el lugar para desarrollar más pormenorizadamente estos conceptos, sino para sugerir que la literatura popular impresa, en sus variadas manifestaciones y junto a las imágenes que las ilustran, constituye un campo de estudio, apenas tenido en cuenta, para iluminar la llamada «memoria cultural o colectiva» de la época donde se consumían estos efímeros impresos.

Julio Caro Baroja, en «El sociocentrismo de los pueblos españoles» (en Razas, pueblos y linajes, Madrid, Revista de Occidente, 1957), entendía por sociocentrismo «la facultad de creer y sentir que un grupo humano al que se pertenece es el más digno de tenerse en cuenta entre los existentes»  En cualquier caso, analizaba con la agudeza que le caracterizaba la dimensión valorativa, más que la descriptiva, de los diferentes contornos sociales de unas poblaciones respecto a otras, generalmente asociadas a connotaciones peyorativas o de burla. Por ello, preconizaba la idea de que había que huir de la psicología de los pueblos o de generalizaciones sin fundamento, aún a pesar de su poder de evocación para historiadores y literatos.

Sin embargo, y como continuación de la obra de Rafael Altamira «Psicología del pueblo español» (1902), tengo ahora entre mis manos el pretencioso volumen de más de setecientas páginas, publicado un par de años antes del comienzo de la guerra civil escrito por José Bergua, bajo el título de Psicología del pueblo español. Ensayo de un análisis del alma nacional (Librería Bergua, Madrid, 1934), donde se nos habla de las razas actuales con estadísticas sobre índices cefálicos y nasales, donde la región "galaicoasturcántabra" tiene tendencia a la braquicefalia; la región "vasconavarra" y otra balear, mesocéfalas; la mayor parte de Portugal, León, Castilla la Vieja, Aragón, Valencia y Cataluña, decididamente dolicocéfalas... (pág. 12 y ss.). Prosigue considerando otros elementos como el color (cabello y ojos), la estatura y si la región donde se nace condiciona por la fertilidad de su suelo o la dulzura de su clima. De todo ello deduce el carácter nacional español y las diferencias observadas entre las distintas regiones a través de su historia con el fin:
«De presentar todo lo más fielmente posible la psicología de los españoles en sus más peculiares facetas, parécenos indispensables recoger, espigadas en la exuberante manigua de su historia, aquellas flores más destacadas que sirvan de ejemplo y piedra de toque para conocer el carácter del pueblo». (pág. 95)
Más inquietante resulta la descripción del carácter de los habitantes de las distintas regiones españolas en el capítulo dedicado al «Alma» y especialmente en el subcapítulo «Psicología regional. Las Españas de Iberia» (págs. 346 y ss.)

Pues bien, en esta línea de tratar de caracterizar a los habitantes de las distintas regiones es de lo que tratan los pliegos que reproduzco a continuación. Al haberse editado con profusión por diferentes imprentas, nos sugiere la idea de la popularidad que alcanzaron en su momento.













©Antonio Lorenzo

sábado, 27 de octubre de 2018

Nuevas seguidillas para satisfacer dudas y quejas


Parece claro que la estrofa de la seguidilla, con sus muchas variantes y diversos modos de manifestarse, es una de las estrofas con más presencia en los pliegos de cordel. Al margen de las fluctuaciones métricas en cuanto a los versos heptasílabos y pentasílabos, considerados canónicos de la estrofa, la seguidilla se asocia con el baile y se ha adaptado a los «tempos» y giros propios de la música bailada.

Por lo general, las distintas estrofas aparecen sin ninguna conexión temática y frecuentemente desligadas o, a lo sumo, con un «leitmotiv» que sirve para enlazar sin un orden preestablecido unas estrofas con otras.

La seguidilla, tal y como la conocemos actualmente, está indisolublemente asociada al baile y a su forma cantada. La seguidilla es un claro ejemplo de interferencias entre lo popular y lo culto y muy presente en la literatura popular impresa, como ocurre en este pliego, sin pie de imprenta, donde se satisfacen las dudas y quejas de los amantes.






©Antonio Lorenzo