sábado, 10 de abril de 2021

Un padre aconseja a su hijo que se case por librarle de la quinta

 

A lo largo de todo el siglo XIX, el que un hijo ingresara a cumplir el servicio militar suponía que pudiera regresar herido o que encontrase incluso la muerte. Es por ello que la llamada a quintas era una de las mayores preocupaciones de las familias de las clases populares. Lo injusto del sistema de reemplazos se basaba en las fórmulas previstas por la ley para ser declarado exento. La más famosa es la conocida como la «redención a metálico», consistente en pagar una importante cantidad de dinero para quedar libre del «deber patriótico». Obviamente, solo las familias pudientes podían acogerse a esta injusta prerrogativa, siendo los más pobres o los mozos de extracción humilde quienes tenían que incurrir en delitos como la deserción o bien a otras vías de escape perseguidas por la ley. Mediante esta fórmula ignominiosa se aceptaba un «mercadeo» de personas para librase del servicio militar.


Hay que recordar los conflictos que enfrentaron al reino de España con Marruecos hacia la mitad del siglo XIX, donde murieron muchos soldados, no solo por las heridas sufridas, sino también por las defunciones causadas por la enfermedad del cólera, a lo que se añadía el largo periodo de actividad militar, que podía prolongarse durante varios años.

La primera Ley de Reclutamiento moderna, del año 1837, se considera como el modelo de las posteriores leyes de reclutamiento durante el siglo XIX: 1851, 1856, 1870, 1878, 1882, 1885 y 1896. Todas ellas, salvo pequeños cambios formales que no afectaban a su esencia, obligaba a los jóvenes a presentarse ante las comisiones de alistamiento para su incorporación a filas.

 La ley de 1856 fijaba la duración del servicio militar en 8 años, corroborada por la ley del 26 de junio de 1867, donde se distribuía en cuatro años en activo (primera reserva y otros cuatro en la segunda). En 1870 se redujo a seis años, duraciones que fueron cambiando en leyes sucesivas, pero que dan idea de la enorme duración del «deber patriótico» que tenían que soportar los quintos.

Otra de las formas para evitar la prestación personal del servicio militar era casarse, tal y como aconseja un padre a su hijo recogido en el pliego. Si no se tenía novia, una solución fácil era la de desposarse con una señora mayor o con una solterona o viuda. De ahí que aparezcan en los registros matrimoniales enlaces de jóvenes de veinte años con señoras de más de sesenta.

Para librarse del alistamiento y de la guerra también se practicaba la automutilación de los dedos índices de las manos, por lo que no se podía entonces disparar el fusil. Si se arrancaban los dientes de la boca también resultaba imposible preparar los cartuchos de pólvora, aunque las autoridades de entonces decidieron no redimirlos destinando a aquellos a labores auxiliares. Ser hijo de viuda pobre, tener los pies planos, tener poca talla, ser corto de vista o tener un hermano en la mili eran otras causas que podrían dar lugar a la exención del servicio militar. Causas que fueron cambiando con el tiempo. También existía la permuta de los destinos (Cuba, Marruecos, Guinea...) mediante una suma de dinero convenido entre los reclutas.

El tema da para mucho y no ha sido relevantemente tratado por la historiografía, aunque disponemos de variados elementos conservados por la literatura popular impresa que se detienen, bajo un aparente sentido burlón, en tratar de forma ignominiosa y perversa a las mujeres, achacándolas toda una serie de características propias conformes a la mentalidad de la época. Tanto en la literatura popular impresa conservada como en lo recogido por tradición oral se conocen numerosas muestras de los lamentos y despedidas del quinto, ya sea de su madre, familia o novia. 

Antes de dar paso a los pliegos, creo de interés el reproducir parte de esta especie de manual, de 1858, donde se detallan las exploraciones físicas o reconocimientos médicos a los que tenían que someterse los reclutas. Entresaco algunas de sus páginas.





El reconocimiento médico del que dependía la selección o exclusión del recluta fue evolucionando con los años dependiendo del contexto sociológico de la época, lo que abre un capítulo destacado y poco conocido de su evolución hasta fechas actuales.

Los pliegos

En este primer pliego el padre aconseja al hijo el casarse para librarle de la quinta. Pero resulta curioso que sea el hijo quien tenga una opinión lastimosa y repugnante sobre la mujer: frágil, inconstante, engañadora, naturalmente mala y vanidosa, traidora e hipócrita. Aunque el padre tiene una opinión más favorable sobre la mujer respecto a la animadversión que muestra su hijo, se pone de manifiesto y se trasluce la idea de la mujer como una especie de ángel y consoladora del hombre.





En este segundo pliego, Pedro Chinchón consulta mediante una carta a su amigo Paco Gil sobre las ventajas o desventajas del casamiento para librarse de la incorporación a filas. Ni qué decir tiene que, en el pliego, a pesar de su pretendido tono satírico y burlesco, se refleja y trasluce la valoración sobre la mujer en la mentalidad popular de entonces.




©Antonio Lorenzo


viernes, 2 de abril de 2021

El rastro divino y relación de la vida, pasión y muerte de Cristo

Xilografía de la Vida, Pasión y Muerte de Cristo editada en Madrid por Marés
 
Dos pliegos de distintos impresores que recogen diferentes composiciones sobre el itinerario de la Pasión de Cristo. Pliegos muy reimpresos a lo largo del tiempo con más o menos variantes.








©Antonio Lorenzo


jueves, 1 de abril de 2021

El Reloj de la Pasión

 

El Reloj de la Pasión de Jesucristo fue ideado por San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), sacerdote y religioso italiano, obispo católico y fundador de los redentoristas, como una meditación de la pasión de las últimas 24 horas de Jesús en la tierra.

Fue beatificado el 15 de septiembre de 1815 y canonizado por el papa Gregorio XVI el 26 de mayo de 1839. En 1871, Pío IX lo declaró doctor de la Iglesia.

A principios del siglo XX, Luisa Piccarreta (1865-1947), tras experimentar a los 17 años un «éxtasis religioso», similar a santa Teresa de Jesús, quedó postrada en la cama durante el resto de su vida recibiendo la eucaristía en su misa diaria y experimentando visiones a lo largo de los 64 años siguientes hasta su fallecimiento.

Luisa Piccarreta publicó, a través de su confesor y guía espiritual Aníbal María de Francia (1851-1927), el libro Las horas de la pasión, fruto de sus revelaciones y de sus propias experiencias, según se dice. 

Juan Pablo II canonizó a Aníbal María de Francia el 16 de mayo de 2004. Luisa sigue esperando su posible canonización como santa de la Iglesia católica.

El Reloj de la Pasión, ya sea recitativo o cantado, se ha recogido también por tradición oral debido a que se ha incorporado a la devoción popular de muchas localidades. Se canta o recita el Jueves Santo donde se repasa hora a hora la vida de Jesús. Se trata de un ejemplo más de los cánticos piadosos populares que alimentan el fervor religioso de la Semana Santa.

El pliego fue impreso en Valencia por Vicenta Devis, viuda de Agustín Laborda, quien edito, tras el fallecimiento de su marido, entre 1780 y 1819.





Desglose de las horas de la Pasión.

Aunque se conocen con ligeras variantes o cambios de acentuación y desarrollo, transcribo una de las recogidas por tradición oral como modelo sobre la que se asientan la mayoría de las consultadas.

Es la Pasión de Jesús
un reloj de gracia y vida,
reloj y despertador
que hace gemir a la vida.

Vuestro reloj, Jesús mío,
devoto quiero escuchar
y en cada hora contar
lo que por mí habéis sufrido.

Cuando a las siete os veo
humilde los pies lavar:
¿cómo, si no estoy muy limpio,
me atreveré a comulgar?

A las ocho instituisteis
la Cena de nuestro altar
y en ella, Señor, nos disteis
cuanto nos pudisteis dar.

A las nueve el gran mandato
de caridad renováis,
que si amasteis al nacer
hasta el fin, Jesús, amáis.

Llegan las diez en el huerto,
oráis al Padre postrado.
Que yo pida con acierto,
haced, mi Jesús amado.

Sudando sangre a las once
os contemplo en agonía:
¿Cómo es posible, mi Dios,
no agonice el alma mía?

A las doce de la noche
os prende la turba armada
y, luego, en casa de Anás
recibes la bofetada.

A la una de blasfemo,
impío Caifás os nota
y enseguida contra vos
la chusma vil se alborota.

A las dos falsos testigos
acusan vuestra inocencia
¡qué impiedad y qué descaro,
qué maldad y qué insolencia!

 

A las tres ya os conocen
e insultan unos villanos:

os dan lo que ellos merecen
con sus sacrílegas manos.

¡Qué dolor cuando a las cuatro
os niega, cobarde, Pedro:
mas vos, Jesús, lo miráis
y él reconoce su yerro.

Las cinco son y se junta
el Concilio malignante
que dice: “¡Muera Jesús,
muera en la cruz al instante!”

A las seis sois presentado
ante Pilatos, el juez,
y os declara inocente
hasta por tercera vez.

A las siete por Pilatos
a Herodes sois remitido,
como seductor tratado
y como loco vestido.

A las ocho otra vez
preso a Pilatos volvisteis
y entonces a Barrabás
pospuesto, Jesús, te viste.

A las nueve seis verdugos
os azotan inhumanos
y por eso a una cruz
os atan de pies y manos.

A las diez duras espinas
coronan vuestra cabeza,
espinas que en vuestras sienes
clavan con dura pereza.

Cuando a las once os cargan
una cruz de enorme peso,
entonces veo, mi Dios,
cuánto pesan mis excesos.

A las doce entre ladrones,
Jesús, os veo clavado
y se alienta mi esperanza
viendo al mundo perdonado.

Es la una y encomiendas
a Juan tu querida Madre
y, luego, pides perdón
por nosotros a tu Padre.

A las dos otra vez hablas
sediento como Israel
y al punto os mortifican
con el vinagre y la hiel.

A las tres gritas y dices:
“Ya está todo concluido”.
Mueres y llora tu Madre,
todo el orbe estremecido.

A las cuatro una lanzada
penetra vuestro costado
donde salió sangre y agua
para lavar mis pecados.

A las cinco de la cruz
os bajan hombres piadosos
y en los brazos de tu Madre
os adoran religiosos.

A las seis con gran piedad,
presente también María,
entierran vuestro cadáver
y ella queda en agonía.

Triste Madre de mi Dios,
sola, viuda y sin consuelo:
ya que no puedo llorar,
llorad, ángeles del cielo.

El reloj ha concluido.
Sólo resta, pecador,
que despiertes a los golpes
y adores al Redentor.

 


©Antonio Lorenzo