lunes, 18 de abril de 2022

El Catecismo Imperial de Napoleón y su incidencia en España

Jules Alexis Meunier - Enseñando el catecismo a los niños (ilustración de 1898)

No deja de ser una desconocida rareza para la mayoría de la gente que el mismísimo Napoleón Bonaparte propusiera un catecismo para el uso de todo el imperio donde ejerció de emperador y rey. En los absolutos años de protagonismo de Napoleón, desde su primer ascenso al poder en 1799, hasta su derrota en Waterloo en 1815, consolidó y expandió la fuerza de su ejército y de su poder en gran parte de Europa. Napoleón Bonaparte estableció un gobierno autoritario basado en un orden centralizado con enormes poderes donde mantuvo en los países europeos conquistados todo un predominio político y social. Su acreditada influencia en todos los órdenes también afectó al clero, que era el encargado de impartir la enseñanza religiosa, por lo que ególatra Napoleón ordenó confeccionar un catecismo generalista y obligado para todo su imperio para reformar el sistema educativo de manera que los niños y niñas tuvieran acceso a una dirigida educación. El Catéchisme Impérial, fue sancionado por el emperador en el Palacio de las Tullerías el año 1806 como la propuesta y confección de un texto de catequesis católica para todo el ámbito de las iglesias de imperio francés y ajustado al espíritu de los nuevos tiempos protagonizado por el emperador.

La influencia de Napoleón en la península corresponde a su idea de una Europa unificada que diera sentido al imperio, por lo que era necesario diseñar una legislación uniforme y un proyecto educacional común al servicio del estado. Para aumentar su autoridad buscó, una vez más, utilizar a la iglesia como soporte educativo propagandístico para difundir sus ideas. Ante su insistencia, el capítulo del nuevo catecismo sobre el cuarto mandamiento contenía declaraciones audaces sobre el respeto y la obediencia debida a su autoridad, como luego desarrollaremos. El entonces papa Pío VII se negó en un principio a conceder la necesaria aprobación eclesiástica, por lo que Napoleón se dirigió con artimañas al complaciente cardenal Caprara, que era el legado papal en París, fingiendo este último que su aprobación procedía de la Santa Sede.



La estructura común de todo catecismo se organiza mediante preguntas y respuestas, lo que confiere un fuerte sentido pedagógico y moralizante. No deja de sorprender la casi inmediata traducción del ejemplar francés al idioma español. Al año siguiente de la edición original francesa se publicó en España el Catecismo para el uso de todas las Iglesias del Imperio Francés. Aprobado por el Cardenal Caprara, legado de la Santa Sede y mandado publicar por el Emperador Napoleón. Publicado en Madrid por la Imprenta de Villalpando, en 1807.

Adjunto la portada, el decreto de la publicación obligatoria del catecismo para todas las iglesias del imperio francés y a continuación el suculento prólogo de la traducción española.






El prólogo inserto en la traducción española del Catecismo Imperial no tiene desperdicio, pues es todo un ejemplo de cómo se trataron de salvar determinados aspectos tradicionales del cristianismo español que no se ajustaban a la propuesta francesa del catecismo. Los comentarios breves del prologuista sorprenden por sus ágiles vaivenes y tiras y aflojas para defender la tradición cristiana española sin saltarse la obligatoriedad del catecismo aprobado por la Santa Sede de aquella manera.

Si hacemos una atenta lectura del contenido del prólogo observamos cómo deambula y se escurre con sutil sagacidad entre aceptar la obligatoriedad del catecismo francés y la salvaguarda de las creencias religiosas españolas ampliamente establecidas. Entresaco unas reflexiones significativas.
«Como la traducción de este Catecismo se dirige unicamente á los Españoles, nos ha parecido oportuno sustituir á la leccion VII de la segunda parte, otra que con los mismos términos, enseñe lo que nosotros debemos á nuestro Católico Monarca y á sus sucesores. Las obligaciones que allí se enseñan, son de todos los cristianos, baxo cualquier Gobierno que vivan».




Para apreciar las diferencias y omisiones en el desarrollo del cuarto mandamiento del original francés y su traducción española reproduzco en primer lugar lo recogido en el catecismo francés junto a su traducción.


P. ¿Cuáles son los deberes de los cristianos hacia los príncipes que les gobiernan y cuáles son, en particular, nuestros deberes hacia Napoleón I, nuestro Emperador?
R. Los cristianos deben a los príncipes que les gobiernan y nosotros, en particular, debemos a Napoleón I, nuestro Emperador: amor, respeto, obediencia, lealtad, servicio militar y los impuestos ordenados para la preservación y defensa del Imperio y de su trono; también le debemos nuestras fervientes oraciones por su seguridad y para la prosperidad espiritual y secular del Estado.
P. ¿Por qué debemos cumplir con todos estos deberes para con nuestro Emperador?
R. Primero, porque Dios, quien crea los Imperios y los reparte conforme a su voluntad, al acumular sus regalos en él, le ha establecido como nuestro soberano y le ha nombrado representante de su poder y de su imagen en la tierra. Así que el honrar y servir a nuestro Emperador es honrar y servir al mismo Dios. En segundo lugar, porque nuestro Salvador Jesucristo nos enseñó con el ejemplo y sus preceptos que nos debemos a nuestro soberano, porque nació bajo la obediencia a César Augusto, pagó los impuestos prescritos y en la misma frase donde dijo ‘Dad a Dios lo que es de Dios’ también dijo ‘Dad al César lo que es del César’.
P. ¿Hay alguna razón especial por la que debemos estar dedicados más profundamente a Napoleón I, nuestro Emperador?
R. Sí la hay: porque es él a quien Dios levantó en circunstancias difíciles para restablecer la adoración pública de la santa religión de nuestros ancestros y para ser nuestro protector. Es él quien restauró y preservó el orden público mediante su profunda y activa sabiduría; él defiende al Estado con la fortaleza de su brazo; él se ha convertido en el Ungido del Señor por la consagración que recibió del Soberano Pontífice, la cabeza de la Iglesia Universal.
P. ¿Qué debemos pensar de quienes no cumplen con sus deberes para con nuestro Emperador?
R. De acuerdo con el Apóstol San Pablo, se resisten al orden establecido por Dios mismo y se hacen merecedores de la condenación eterna.
P. ¿Nuestros deberes para con nuestro Emperador aplican por igual a sus legítimos sucesores en el orden establecido por las constituciones imperiales?
R. Sí, definitivamente; porque leemos en las Sagradas Escrituras que Dios, mediante una disposición suprema de Su voluntad, y por Su Providencia, confiere sus imperios no sólo a individuos en particular, sino también a las familias.

Vemos cómo en el original se amplía considerablemente la sumisión al emperador, mientras que en la traducción española se obvian muchos de los comentarios sobre el cuarto mandamiento. La clave de todo ello es que aún no se había producido la invasión francesa en España y, aunque aceptado el catecismo francés para un uso generalista, en el catecismo español se suprimieron las alabanzas y la absoluta sumisión a Napoleón, aunque conservando su espíritu global y la legítima obediencia que los hijos deben a sus padres.

La traducción española, pues, nos ofrece una importante y significativa referencia sobre el cómo se trató de ajustar a la catolicidad española un catecismo impuesto y cómo se ensalzaba la obediencia a quien fuera todavía el "Católico Monarca" español Carlos IV, obviando inteligentemente toda sumisión al emperador francés. Asistimos de esta forma, tanto en el prólogo como en la traducción, a los convulsos momentos vividos en aquel año como antecedentes de la llamada Guerra de la Independencia, sobre la que la historiografía más reciente ha sugerido otros acercamientos poco tenidos en cuenta y alejados de los tópicos imaginarios repetidos a lo largo del tiempo. No hay duda de la complejidad que engloba el conflicto bélico entre 1808 y 1814, pero tampoco hay que descartar el enfrentamiento civil ideológico entre los españoles partidarios de la restauración de la monarquía absolutista frente a quienes defendían las ideas liberales que postulaban la abolición del Antiguo Régimen. 

Hay que tener en cuenta que un importante sector de la población española no solo aceptó, sino que respetó la legitimidad de José I Bonaparte contando con el apoyo de los "afrancesados", partidarios de una modernización pacífica y sostenida en España, mientras que el otro frente aspiraba al retorno de Fernando VII, aunque coincidentes ambos sectores en su rechazo al invasor francés.

La historiografía franquista se ocupó de forma exhaustiva por presentarnos dicho conflicto como un ejemplo de propaganda patriotera y distorsionada elevando a los altares simbólicos a personajes más bien anecdóticos, como la artillera Agustina de Aragón (que, por cierto, era catalana) o Juan Martín Díez, "el Empecinado".

Entresaco de la traducción española estas sugerentes preguntas y respuestas.



El original Catecismo Imperial aprobado por Napoleón no deja de ser, obviamente, todo un ejemplo de sometimiento a su poder absoluto. Antes de la invasión francesa en 1808 y de la obligatoriedad de su utilización para todas las iglesias del imperio francés se encontraba establecido, según decreto del 9 de marzo de 1807 por la monarquía española, el que todos los maestros de primeras letras debían emplear, sin excusa alguna, el catecismo publicado en 1806 por el carmelita Manuel de San José, dedicado por cierto a la hija del ministro Manuel Godoy, con el título de El niño instruido por la divina palabra en los principios de la religión, de la moral y de la sociedad. Dedicado preferentemente a instruir a los hijos de los oficiales del ejército y a los hijos de personas distinguidas, aunque tuvo una efímera existencia debido a la inminente caída en desgracia de Godoy tras el Motín de Aranjuez y la llegada al trono de Fernando VII apoyado por una camarilla de nobles y eclesiásticos.

La utilización de la labor pedagógica de la iglesia católica por parte de Napoleón no fue sino una estrategia de puro pragmatismo político para ensalzarse, con la connivencia sumisa del entonces pontífice Pio VII que acató sin rechistar la promulgación de un catecismo generalista obviando las tradiciones de cada país. La autocoronación y consagración de Napoleón como emperador, con la presencia sumisa del papa Pío VII, que acabaría humillado y encarcelado más adelante en 1809, resulta altamente significativa como se aprecia en el famoso cuadro de Jacques-Louis David, donde el autoproclamado emperador aparece coronando a su entonces esposa Josefina.

Detalle del lienzo de Jacques-Louis David (1807)

Por contextualizar algo más ejemplos de los catecismos que circulaban en esos convulsos años, me detengo en este otro Catecismo Civil de España, donde se recoge y desarrolla un absoluto desprecio a la figura de Napoleón junto a la exaltación de un patriotismo exacerbado.

La evolución de los acontecimientos políticos en España supuso toda una toma de posición contra el considerado invasor francés, lo que quedó reflejado en este Catecismo Civil, mandado imprimir por orden de la Junta Suprema en Sevilla. Posiblemente sea de octubre de 1808 o de comienzos del año 1809 tras la abdicación del infausto Fernando VII a favor del emperador francés en mayo de 1808. En el catecismo se insta a la población a obedecerle sin discusión tras el levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid lo que dio inicio a la designada como Guerra de la Independencia.

Conocida la noticia en España de la abdicación de Fernando VII en Bayona a finales de mayo, los absolutistas monárquicos y la élite dirigente de la iglesia tradicionalista emprendieron una notable campaña propagandística para construir una imagen positiva del rey como víctima inocente del emperador exterior francés, así como del conspirador interior Godoy, incitando a la población a alzarse en armas contra el emperador.

La propaganda ejercida por parte de la élite religiosa resulta fundamental para entender toda esta ideologización del pueblo a través de folletos, imágenes o catecismos, como en este que nos ocupa y que reproduzco entero por su significación.








El evento histórico que explica toda esta fluctuación fue la abdicación de los Borbones en Bayona, en mayo de 1808, cediendo sus derechos al trono a Napoleón, quien luego los cedió a su hermano José Bonaparte bajo el nombre de José I (el "Pepe Botella", popular). Todos estos sucesos desencadenaron en el pueblo todo un "vacío de poder" donde, para hacer frente al invasor francés se constituyeron las Juntas Provinciales para asumir la soberanía del rey ausente y posteriormente la Junta Central Suprema que desembocó en la convocatoria a Cortes.

Abdicaciones de Bayona

Vemos, pues, cómo esta variedad de catecismos contradictorios que pulularon por la época, nos aportan valiosos datos documentales sobre el contexto y la situación política de entonces, al igual que sucede con los grabados y láminas publicadas y lo conservado en la memoria hasta épocas recientes en cantares y coplas populares transmitidas por tradición oral, como ha señalado y estudiado María Jesús Ruiz, coordinadora del volumen colectivo Crónica popular del Doce (Sevilla, ed. Alfar, 2014), donde desarrolla estos aspectos en su trabajo "La memoria del francés: romances y canciones en la tradición oral hispánica".
©Antonio Lorenzo


sábado, 16 de abril de 2022

Décimas nuevas de la sagrada pasión y muerte, resurrección y ascensión gloriosa a los cielos

Peter Paul Rubens - Santas mujeres ante la tumba de Cristo (1611)

Pliego reimpreso en Carmona (Sevilla) en la imprenta de José María Moreno [sin año], de autor o autores desconocidos, donde se recoge un recorrido de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Va acompañado al final por unos trobos [sic] místicos con la dolorosa despedida de Jesús y su madre.

El pliego aparece como reimpreso en la calle de las Descalzas, número 1, primera de las direcciones acreditadas entre los años 1851 y 1855 de los pliegos de este impresor. Expurgando otros pies de imprenta de los pliegos editados por José María Moreno en Carmona aparecen otras direcciones, como son: la calle Juan de la Cabra, número 5, aproximadamente entre 1856-1857; en la misma calle, pero en el número 4 (aproximadamente entre 1857 y 1859), y finalmente en la calle Madre de Dios a partir de 1859. 




©Antonio Lorenzo

jueves, 14 de abril de 2022

Relación de la vida, pasión y muerte de Cristo

Uno más de los muchos ejemplos de pliegos de cordel que tratan de la vida, pasión y muerte de Cristo.

El pliego fue impreso en Carmona (Sevilla) en la imprenta de D. J. M. M. (José María Moreno) en el año 1856.




©Antonio Lorenzo

lunes, 4 de abril de 2022

San Camilo de Lelis, patrón de los agonizantes y de la Buena Muerte


La iglesia católica considera a san Camilo de Lelis como el patrón de los enfermos y de los agonizantes. Fundador de la Orden de los Camilos, conocidos también como los Padres de la Buena Muerte, tanto su vida como su trayectoria fundacional se ha ido resignificado simbólicamente en el imaginario colectivo mediante estampas, oraciones o novenas dedicadas al santo que se han ido difundiendo progresivamente por numerosos hogares. La iconografía particular de san Camilo, con mayor incidencia en el siglo XIX, ha circulado como modelo de entrega a los desvalidos tanto en colecciones privadas como en museos nacionales e internacionales. Las estampas con su imagen, en llaveros o imanes a modo de objetos devocionales, han ido adquiriendo una notable utilidad práctica para los católicos en la creencia de que haciendo un acto de contrición con devoción y fe y acompañado de una oración se lograba la intercesión del santo para reconfortarnos. A ello se unía, como recurrente regalo añadido, las indulgencias dictadas por determinados obispos a quienes practicaran esa devoción al santo.

Su presencia en los pliegos de cordel o en otras manifestaciones de la literatura popular impresa no deja de ser un pretexto en esta ocasión para comentar de modo más extenso sus antecedentes gráficos en relación con las ilustraciones que reflejan las postrimerías de la vida.

Entresaco noticias sobre la vida del santo de distintas biografías, muchas de ellas de contenido fabuloso e inverosímil, algo habitual en las biografías tanto de los santos como de los mártires. Se dice que Camilo Lelis (Bucchianico, 1550-Roma, 1614), nació en un establo debido a que su madre, ya de edad avanzada, quiso imitar el nacimiento de Jesús. A los diecisiete años de edad, Camilo, que ya medía por entonces 1'90 metros (se cuenta que uno de sus viejos zapatos se exhibe hoy en Florencia a modo de reliquia), se enroló con su padre en el ejército veneciano para luchar contra los turcos. De carácter inquieto y travieso tuvo gran dependencia desde su infancia del pernicioso vicio del juego, lo que le hizo caer en la miseria una vez que fue expulsado del hospital de Santiago en Roma, donde acudió para tratarse el mal de su pierna, que tenía fracturada desde los treinta y seis años junto a dos llagas muy dolorosas en la planta del pie adquiridas en sus enfrentamientos contra los turcos. Dedicado a mendigar por las ciudades y acogido en un convento de los capuchinos, le asaltó una luz interior quedando abatido por la luz divina (algo también recurrente en las biografías de los santos), descubriendo que su verdadera vocación era auxiliar a los enfermos. Pasados unos años e iniciando sus estudios eclesiásticos, fue ordenado sacerdote en el año 1584. Creador de la Orden de los Ministros de los Enfermos, conocida luego como Los Camilos, tuvieron como misión el cuidado de los enfermos y la atención a los moribundos. El fundador eligió como insignia distintiva una "Cruz Roja" para que la incorporaran en sus sotanas negras, emblema que luego fue adoptado para proteger y señalar internacionalmente la ayuda y la atención médica.

Camilo de Lelis fue beatificado por el papa Benedicto XIV en 1742 y canonizado en 1746. El santoral católico conmemora su día cada 14 de julio. Fue proclamado patrono de los enfermos, junto a san Juan de Dios, por el papa León XIII.

Antes de comentar los antecedentes gráficos sobre las postrimerías de la vida reproduzco algunos pliegos de cordel y unos gozos dedicados al santo como ejemplos cercanos de devoción popular impresa.

En el primero de ellos, a la venta en la librería de Vidal en Reus, se añaden unas alabanzas y milagros atribuidos a la intervención del santo Ángel de la Guarda, muy difundidos y al que dediqué una anterior entrada.







Este segundo pliego fue editado por el conocido taller valenciano de Laborda.



En el siguiente pliego, reimpreso en Zaragoza, en la xilografía de la portada aparece un agonizante postrado en su lecho donde deambulan a su alrededor una serie de diablillos que tratan de hacerse con el alma del moribundo. En lo alto aparece san Camilo flanqueado por dos ángeles que portan unos lazos donde puede leerse: "San Camilo de Lelis" y "Abogado de los agonizantes", al tiempo que el agonizante clama ayuda al santo: "San Camilo defendedme".




Todas estas manifestaciones gráficas que tratan de moribundos y enfermos cuentan con antecedentes en los siglos pasados. Hay que recordar, de manera tangencial, algunas escenas sobre el tránsito que supone la muerte y que fueron tratadas en las magníficas pinturas de Jheronimus van Aken (h. 1450-1516), conocido en España por El Bosco.

Dentro de su amplia y fascinante producción pictórica pongo la atención en La mesa de los pecados capitales, y especialmente en su representación de la muerte como fuente iconográfica precursora que obtuvo un amplísimo desarrollo en la entonces América hispana y portuguesa durante el siglo XIX.

En este óleo sobre una tabla de madera de chopo, conservado en el Museo del Prado de Madrid y adquirido en un principio por Felipe II para el monasterio de El Escorial, aparece en el centro de la composición la figura de un Cristo que representa el ojo de Dios junto a una descripción en latín que dice "Cuidado, cuidado, Dios lo ve". Alrededor de la figura de Cristo se observa a modo de un tablero de mesa un círculo más grande dividido en siete partes que representan los siete pecados capitales.

A su vez, en cada una de las esquinas de la mesa aparecen unos pequeños círculos que representan "la muerte", "el juicio", "el infierno" y "la gloria". 


Si nos detenemos en la representación de la muerte en la esquina superior izquierda de la mesa, vemos representado a un moribundo con la cabeza vendada que se encuentra acompañado por un médico, tres religiosos, una monja, un ángel con un demonio a su vera y, tras la puerta semiabierta, aparece la muerte portando una flecha que señala al agonizante. Al fondo de la escena se encuentran los supuestos familiares del enfermo.


Esta representación de la muerte, junto a algunos de los personajes que aparecen, fue ampliamente desarrollada en los siglos posteriores, aunque diferenciando como novedad dos tipos de muertes: la muerte del justo y la del pecador. El Bosco se encontraba influenciado aún por el Ars moriendi (el arte del bien morir), textos conservados escritos en latín a finales de la Edad Media donde se contienen consejos de preparación para una buena muerte. El alma, una vez que ha abandonado el cuerpo, es recogida por un ángel. El Bosco introduce la figura de un esqueleto que aparece tras la cabecera de la cama señalando con la flecha que la muerte ya ha venido a por el moribundo mientras que el ángel y el demonio se muestran expectantes arriba de la cama a la espera del desenlace.

Otra importante contribución de El Bosco es la dedicada a la muerte del pecador, en este caso del avaro (o usurero). La escena, pintada en una tabla, debió de formar parte de un tríptico realizado entre 1490 y 1500 donde se representa simbólicamente el trance de la muerte de un hombre poderoso que se encuentra desnudo en la cama, pues aparecen a los pies de su lecho tras un pequeño muro los restos de lo que parece su armadura.


Esta pequeña tabla refleja el interés de El Bosco por representar la lucha entre ángeles y demonios con ocasión de la muerte de un hombre rico. Aparece así la muerte por la puerta de la estancia, mientras que el moribundo se incorpora tratando de coger una bolsa de oro que le ofrece un demonio por detrás del dosel de su cama.

Detalle

Detalle

Detalle

El moribundo descarta mirar hacia su ángel de la guarda, quien señala e indica a su derecha en lo alto el crucifijo del que emana un rayo de luz mientras es observado por otro diablo que asoma sobre el dosel. La figura del avaro, simbolizado por un anciano, extiende una de sus manos hacia un saco de monedas dentro de un cofre sostenido por un demonio. Bajo el cofre aparecen más demonios escondidos mientras que el anciano sostiene con su otra mano un rosario. En primer plano se observa otro demonio que sujeta varias telas. El moribundo no parece dar señales de arrepentimiento, lo que sugiere que los demonios conseguirán su propósito.

Detalle

Si en los textos del Ars Moriendi solo se contemplaba la figura del moribundo que entregaba su alma a Dios, buscando exaltar la muerte del justo, la dualidad iconográfica que poco a poco se fue desarrollando contempla, no solo la muerte del justo, sino también la del pecador que fue ganando terreno iconográfico y alcanzando notoriedad con el paso del tiempo y cuyo precedente ya lo encontramos en El Bosco.

La idea sobre la muerte se va asociando en sus representaciones gráficas mediante a una forma dual: el bien y el mal, lo bueno y lo malo, el cielo y el infierno o lo efímero y lo eterno. 

El desarrollo de las escenas diferenciales entre la muerte del justo y del pecador se propagan tras el Concilio de Trento (1545-1563) y por la consiguiente mentalidad contrarreformista donde alcanza mayor notoriedad la doble idea de la condenación o salvación de las almas usando el miedo a la muerte como pretexto y argumento simbólico. Unos ejemplos de ello son las siguientes imágenes de gran difusión en Francia.


Ilustración dual de un catecismo de finales del XIX

https://funjdiaz.net/museopapel/expo0106era_ficha.php?id=106210

Selección de imágenes de san Camilo de Lelis

Los grabados populares impresos forman parte de una cultura híbrida o de amalgama que asimila aspectos diversos se reproducen en una amplia diversidad de manifestaciones. De ahí su importancia como valor documental e histórico cada vez más tenido en cuenta por la historia cultural.

Las imágenes, si van acompañadas da algún texto, ayudan a la conceptualización del mensaje que se quiere transmitir, recurso muy utilizado en las estampas devocionales.

Toda caricatura, dibujo, viñeta o imagen general no deja de ser un relato visual que nos encamina a una historia o percepción, a una forma de extensión de la mirada. Las imágenes contienen una potencia descriptiva que en muchas ocasiones resulta, incluso, superior al propio lenguaje, pues su capacidad de significar interpretativamente resulta compleja en relación a lo percibido, ya que se trata de una construcción mental como ocurre con la metáfora.

Comienzo con una excelente estampa popular dedicada a san Camilo elaborada por José Guadalupe Posada (1852-1913), caso excepcional de creatividad como dibujante, ilustrador, caricaturista y litógrafo. Posada aportó una significación personalista al evocar en el conjunto de su obra el protagonismo de la dualidad vida-muerte.

Un padre camilo, portador de una vela encendida como símbolo de la luz divina, trata de exhortar al arrepentimiento al agonizante intercediendo por su alma ante la Santísima Trinidad representada en lo alto. El moribundo aparece perturbado al tiempo que su ángel de la guarda se muestra triste y lloroso. Una de las figuras demoníacas, además, le muestra un cuadro donde se ve a una mujer, que simboliza la lujuria, mientras que esparcido por el suelo se muestran botellas, sacos con dinero y una baraja como atributos del vicio. 


De la colección de "Vidas ejemplares", editadas en México en formato de comic, adjunto la portada y las hojas iniciales del folleto junto a las hojas finales donde se alude al símbolo de la Cruz Roja Internacional.
 
"Vidas ejemplares", Editorial Novaro, año IV, nº 38, México, 1957




Novena y oración a san Camilo de Lelis

Estampa y exvoto mexicano


Autor desconocido - Moribundo asistido por los Padres Camilos

Añado esta otra curiosa ilustración sobre san Camilo que nos recuerda al superhéroe "Supermán" de la película por los aires.


©Antonio Lorenzo