domingo, 5 de abril de 2020

Milagros atribuidos al santo Ángel de la Guarda


Los pliegos que reproduzco en esta entrada contienen unos inverosímiles milagros de un no menos inverosímil Ángel de la Guarda, sorprendente y figurado acompañante en la vida de todo cristiano, según la versión católica de la iglesia, y ampliamente difundido mediante los catecismos escolares que muchos hemos conocido.

Antes de comentar algo sobre el Ángel de la Guarda, detallo de forma rápida los milagros que aparecen en el pliego y que vienen a ser ejemplos de manifestaciones de una religiosidad o catolicismo popular.
Milagro uno: la intercesión del ángel impide que un lobo ataque a los niños indefensos.
Milagro dos: el ángel proporciona dinero y comida a una viuda bien parecida para que rechazara recibir dinero externo con el fin de comprar sus favores.
Milagro tres: el ángel auxilia a un labrador convirtiendo a unos ladrones en piedras de mármol.
Milagro cuatro: el ángel ayuda a un anciano a transportar un fajo de leña y que no se sabe cómo aparece en su habitación.
Milagro cinco: el ángel contraviene los deseos de un hombre de hacerse ladrón dándole dinero.
Milagro sexto: por mediación del ángel se salva un navío amenazado de hundirse por una tormenta.
Tras la oración donde se relatan estos sorprendentes milagros debidos a la mediación del santo, se incluye para completar algunos de los pliegos una extravagante oración para los ajusticiados, a la que sigue otra oración y milagros de la Virgen de las Nieves, «abogada de rayos y centellas y de malas nubes de tribulación» auxiliando a todos aquellos que lleven encima su estampa.











Para la iglesia católica la existencia de los ángeles como seres espirituales, no corporales, es una verdad de fe operando como servidores o mensajeros de Dios donde se reconoce su ayuda misteriosa.

El vigente catecismo oficial de la iglesia católica recoge lo siguiente:
Desde su comienzo (cf. Mt 18, 10) hasta la muerte (cf. Lc 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (cf. Sal 34, 8; 91, 10-13) y de su intercesión (cf. Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12). "Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida" (San Basilio Magno, Adversus Eunomium, 3, 1: PG 29, 656B). Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios. 
Su existencia no es una creencia dogmática de la Iglesia Católica, en el sentido de constituir una verdad absoluta y completamente segura sobre la que no cabe ninguna duda, pero se admite su existencia siguiendo otras enseñanzas que se han transmitido a lo largo de los siglos y que serían consistentes con las palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo (18:10), donde se lee respecto a los ángeles guardianes: «porque os digo que sus ángeles en los cielos contemplan siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos».

La difusión devocional al Ángel de la Guarda se propagó en siglo XVI en el fragor de las luchas religiosas: los católicos de adhirieron a su devoción, mientras que Lutero y Calvino la condenaron. Ya en el siglo XVII su devoción estaba tan generalizada que el papa Clemente X (en 1670) lo impuso para la iglesia católica universal. La idea fundamental es que un ángel nos acoge al nacer y nos guía y ama desde nuestra infancia, camina a nuestro lado, vela por nosotros y nos acompaña hasta la muerte.

Pero donde más ha arraigado en la mentalidad popular la presencia del Ángel de la Guarda ha sido a través de las enseñanzas de los catecismos a lo largo de los siglos.

La tradición popular del Ángel de la Guarda

Los catecismos han tratado de inculcar, mediante la repetición memorística, un conjunto de doctrinas a través de preguntas y respuestas, que es como desde antiguo se cree que de este modo el pensamiento avanza para fijarse en la mente de los niños según la acreditada técnica catequística de fomentar la memoria a base de la repetición. De una forma u otra, desde los inicios de la era cristiana se conoce este sistema de preguntas y respuestas trabadas, a modo de síntesis teológicas, que han llegado hasta nuestros días.

En la época del conocido como nacional-catolicismo, donde se confundía y entremezclaba la religión y la política, no se tuvo en cuenta la indicación del papa Pío XII donde reconocía «la sana y legítima laicidad del Estado» como propia de los tiempos modernos. El Concordato de 1953 suscrito con la Santa Sede no lo tuvo en cuenta ni se hizo cargo de esta indicación sosteniendo que no se permitieran otras manifestaciones que las de la religión del Estado, identificada con la única religión verdadera que era la católica.

El ángel protege a los niños en un peligroso acantilado o en su travesía por un puente roto
La obligada enseñanza dictada por el Ministerio de Instrucción Pública en todas las escuelas españolas incluía el conocido como catecismo, cuyas consignas se fueron dulcificando con el paso de los años y ya no se contestaba a la pregunta recogida en el catecismo patriótico español: ¿cuáles son los enemigos de España?: los enemigos de España son siete, el liberalismo, la democracia, el judaísmo, la masonería, el capitalismo, el marxismo y el separatismo. Aún así, nuestro fabuloso acompañante en la sombra, se recogía los conocidos catecismos del Padre Claret, el Astete o el Ripalda. 

Los catecismos para niños se conocen desde antiguo donde se enseña la doctrina cristiana mediante un juego de preguntas y respuestas. Para un adulto, no digamos para un niño, resulta inentendible y asombroso que la Trinidad se refiere a tres personas divinas, pero que no son dioses, porque solo hay una naturaleza divina única. A la pregunta en el «Nuevo Ripalda»: ¿Son por ventura, tres Dioses? No, sino uno en esencia y trino en persona. Aceptar sin discusión y el consabido mareo que nos producía todo aquello que se enseñaba en los catecismos tradicionales se resolvía diciendo que no era otra cosa que cuestión de fe, lo que actuaba a modo de talismán para soslayar o cerrar cualquier pregunta, duda o interpretación.


A los catecismos más populares se les agregaron añadiduras a lo largo de los años o entremezclando pasajes de otros. Pero saberse el catecismo era requisito indispensable para hacer la «Primera Comunión», antes incluso de los siete años, tras la catequesis obligatoria.

Catecismo de la doctrina cristiana, 2º Grado, (6ª ed., 1965)
Hablamos, claro está, de los años anteriores a la transición democrática y a la aprobación de la constitución de 1978 donde estos pequeños manuales tuvieron un mayor protagonismo y vigencia al ser de carácter obligatorio.

Es en este contexto donde hay que situar los pliegos, así como en la época de su difusión, en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX. Estos pliegos son claros ejemplos de religiosidad o catolicismo popular donde se mezcla en ellos elementos doctrinales con aparentes intervenciones milagrosas de santos, vírgenes o ángeles custodios que nos  acercan más a una visión politeísta que a un teología propiamente dogmática.

La religión popular elige como intermediarios aquellos santos que consideran cercanos a su vida cotidiana. El problema de las diferencias entre un catolicismo oficial o hegemónico y el popular es realmente complejo y, si aceptamos esta diferenciación, no podemos olvidar el sincretismo y el carácter ambivalente de muchas de sus manifestaciones. Esta religiosidad popular, si es que aceptamos el concepto, tiene unas especiales características, como la búsqueda más sencilla y directa con lo que se considera divino. La piedad popular suele entender o percibir el milagro desde un punto de vista más emotivo en contraposición a una racionalidad teológica. La iglesia no ha sido indiferente a estas tendencias y las ha aprovechado y canalizado como arma estratégica al servicio de su implementación doctrinal.

Estos milagros han sido cantados y se han recogido por tradición oral. Se encuentran asociados al fondo musical de la conocidísima melodía de Los campanilleros.

Los campanilleros, por zonas preferente rurales de Andalucía, eran grupos de personas que iban en cuadrilla y cantaban por la madrugada el Rosario de la Aurora, a la patrona o algún otro evento religioso, acompañados de guitarras, zambombas, los collares de campanillas con que se adornaba a las caballerías y percusiones. Dicha tradición se conoce desde finales del siglo XVII cuyos textos cantados ofrecen variaciones, tanto en las versiones de carácter religioso o laico, siendo una de las más conocidas:

                                             En los campos de mi Andalucía
                                             los campanilleros en la "madrugá"
                                             me despiertan con sus campanillas
                                             y con sus guitarras me hacen llorar,
                                             me hacen llorar...
                                             me despiertan con sus campanillas
                                             y con sus guitarras me hacen llorar.


Ha sido su utilización por las cofradías, principalmente andaluzas, así como las versiones aflamencadas que fueron grabadas por reconocidos intérpretes, como la «Niña de la Puebla» o anteriormente por Manuel Torre, etc., lo que ha consolidado su pervivencia hasta nuestros días.

©Antonio Lorenzo

No hay comentarios:

Publicar un comentario