Murillo - La adoración de los pastores (1668) |
De la imprenta madrileña de Alejo López García, situada en la calle de los Abades y de la que no conozco más datos, estos villancicos, fechados en el año 1820, de aires muy populares y acompañados por la Pastorela de las Ballecanas, cuya composición la considero del siglo XVIII por la razones que expongo, y por cuyo estribillo permite suponer que era cantada:
A cerner, a cerner, Ballecanas,
run, run, tan, run, run, tan
run, run, tan, tan,
pues del cielo a la tierra
run, run, tan,
la lluvia baja, run, run, tan, tan
En la pastorela del pliego se hace repetida mención al trabajo de las Ballecanas cerniendo harina para la elaboración del pan. La alusión a esta actividad tiene pleno sentido, pues en el reinado de Carlos III el camino obligado para Valencia pasaba por el Camino de Ballecas (1760), nombre antiguo cuya división administrativa desde el año 1987 comprende los actuales distritos del Puente y de la Villa de Vallecas. En el siglo XVIII, como lugar de tránsito y de paso para Madrid sólo existía un camino hacia la villa de realengo llamada Ballecas, siendo uno de los sexmos (división administrativa de origen medieval que equivalía a la sexta parte de un territorio y que comprendía diversos pueblos asociados) teniendo bajo su jurisdicción a los términos de Vicálvaro, Velilla, Rivas, Canillejas, Hortaleza y Fuencarral, entre otros.
A finales de los años veinte del siglo XVIII, y para salvar el arroyo Abroñigal, caudaloso en días de tormenta y lluvias copiosas, linde natural entre Madrid y Vallecas, la Villa encargó la construcción de un puente en el Camino de Ballecas al arquitecto que construyó el Puente de Toledo. El puente de fábrica de albañilería y mampostería se concluyó hacia 1731, hoy desaparecido, pero que ha dejado su recuerdo en el topónimo del Puente de Vallecas.
Pues bien, el nombre de Vallecas, desde mediados del siglo XVIII y hasta finales del siglo estuvo asociado a la popularidad de sus tahonas y a la de sus afamados panes, llegando a contabilizarse hasta setenta establecimientos, cuya actividad fue una de sus señas de identidad, pues en la Villa de Madrid se acostumbraba a esperar a las recuas de mulas para comprar sus ricos panes a los vendedores ambulantes que llegaban diariamente de Vallecas. El propio Tirso de Molina hace mención a los panaderos de Vallecas como mensajeros de cartas y misivas en su obra Don Gil de las calzas verdes y anteriormente en La villana de Vallecas, de las que muestro unas portadas antiguas.
El abastecimiento de pan a Madrid fue un motivo de preocupación para el gobierno. La política sobre el abastecimiento varió en 1743 cuando el rey ordenó la creación de una Junta de Abastos que prohibía introducir en la capital el pan hecho en las cercanías de Madrid con el fin de potenciar y promover el consumo interior mediante un gremio que inició su andadura en 1757, si bien la Hermandad de Tahoneros y Panaderos de la corte elaboró una ordenanza que impedía la venta de pan procedentes de todos los pueblos madrileños excepto de Vallecas.
Con el tiempo la especialización laboral de las tahonas fue decayendo y la actividad se dirigió a la explotación de canteras para las construcciones de la capital junto a los yeseros y vendedores de leña, carbón, ladrillos, tejas y cal que se acercaban a vender sus productos a la capital, lo que fue cambiando progresivamente la economía de los vecinos vallecanos.
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