Agustín Durán, en su célebre Romancero general o colección de romances castellanos anteriores al siglo XVIII, Vol I, (1849), cita en en el catálogo que ofrece de pliegos sueltos el Testamento de la zorra, si bien nos adelanta sólo el comienzo: 'atención, todos me escuchen'. Sabida es la animadversión del erudito a los romances que el denomina 'vulgares', de los que suele ofrecer en muchos casos solamente los primeros versos, pero que visto ahora desde la perspectiva actual se nos antoja en noticia provechosa.
El autor del Testamento de la zorra es el poeta ciego cordobés Cristóbal Bravo, autor asimismo del Testamento del gallo que ya comenté en una entrada anterior y de un Testamento de Celestina basado en la célebre hechicera de la obra de Rojas.
Sabemos que los impresores establecidos en Barcelona de igual nombre: Sebastián Cormellas (padre e hijo) regentaron el más importante taller tipográfico del siglo XVII en dicha ciudad situado en la calle del Call, en pleno barrio judío. La imprenta del padre tuvo supuestamente el honor de recibir la visita de Cervantes (nacido, como el impresor, en Alcalá de Henares) en el verano de 1610, según puede inferirse, con las debidas cautelas, teniendo en cuenta los libros que se citan y estaban dispuestos para la imprenta y dada la importancia de su taller, como se describe en el capítulo LXII de la Segunda Parte del Quijote.
Sucedió, pues, que, yendo por una calle, alzó los ojos don Quijote, y vio escrito sobre una puerta, con letras muy grandes: Aquí se imprimen libros; de lo que se contentó mucho, porque hasta entonces no había visto emprenta alguna, y deseaba saber cómo fuese. Entró dentro, con todo su acompañamiento, y vio tirar en una parte, corregir en otra, componer en ésta, enmendar en aquélla, y, finalmente, toda aquella máquina que en las emprentas grandes se muestra. Llegábase don Quijote a un cajón y preguntaba qué era aquéllo que allí se hacía; dábanle cuenta los oficiales, admirábase y pasaba adelante. Llegó en otras a uno, y preguntóle qué era lo que hacía. El oficial le respondió:-Señor, este caballero que aquí está -y enseñóle a un hombre de muy buen talle y parecer y de alguna gravedad- ha traducido un libro toscano en nuestra lengua castellana, y estoyle yo componiendo, para darle a la estampa.
Según eminentes estudiosos y biógrafos Cervantes estuvo residiendo en Barcelona en el verano de 1610 donde seguramente se inspiró para redactar la Segunda Parte del Quijote (1615), cuya Primera Parte (1605) ya había sido objeto de nueve ediciones.
La actividad impresora del padre y del hijo no sólo se redujo en publicar importantes y conocidas obras como La Araucana de Ercilla, el Lazarillo, el Guzmán de Alfarache, la Diana de Montemayor, la Galatea de Cervantes, etc. sino que también atendieron a la publicación obras menores como catecismos, devocionarios, hagiografías y sermones, sin descuidar los pliegos de cordel que, como en el caso que nos ocupa, salió de su imprenta este Testamento de la zorra en quintillas en 1597 y reproducida de nuevo por la imprenta de Antonio Rodríguez Figueroa (1679-1713) en Valladolid.
El gusto de Cristobal Bravo por escribir testamentos burlescos queda reflejado también en El Testamento de Celestina, pliego poco conocido publicado en Barcelona por Valentín Vilomar en 1597, según anota Rodríguez Moñino, Antonio en su Diccionario bibliográfico de pliegos sueltos, 1970.
«Aqvi se con / tienen dos testa / mentos muy graciosos / El vno es de la Zorra, y el otro de Celestina, / de Duarte, juntamente el Codicillo, / y el Inuentario. / Impresso en Barcelona en casa / Valentin Vilomar. / Año 1597».
El tratamiento burlesco del pliego es evidente, aunque también es interesante observar la materia hechiceril y mágica que contiene. Como ejemplo, transcribo parte del inventario que la moribunda Celestina lega a Elicia con acumulación de objetos o legados hiperbólicos. Para profundizar en el testamento de Celestina remito al fundamental estudio, entre otros suyos, de Lara Alberola, Eva: «'Testamento de Celestina': una burla de la hechicera», en 'Celestinesca', 30, 2006.
... Aquesta cama en que duermo,
dos sillas viejas y un banco,
vna arqueta pequeñica,
tres botas y cuatro jarros,
la cadena de Calisto
que harto caro me ha costado,
el arca de mis tesoros
que es aquel cofre encorado
donde están los aparejos
para bien y para daño.
Barbas de un cabrón bermejo
y soga de un ahorcado,
dos ojos de un gato negro,
un corazón de venado,
y el hueso que tiene dentro
que sirve al enamorado;
cinco granos del helecho
cogidos por propia mano,
parias de mujer morena,
una culebra y un sapo,
un pedazo de la tela
que saca el niño en el parto
las orejas de una mula,
dientes de
un desesperado,
un
galápago marino,
barbas de
un descomulgado,
tierra de
una encrucijada
que no
poco me ha costado,
que en
cogiéndola en candelas,
por ella me han encorozado;
tuétanos
de higuera lozana,
un bote de
sesos de asno,
la lupia
de un potro nuevo,
pelos de
perro rabiando...
Pero ciñéndonos al testamento de la zorra, impreso repetidamente durante siglos, viene atestiguado su éxito por la edición, sin año, salida del prolífico taller cordobés de Rafael García Rodríguez, que reproduzco.
Antonio Lorenzo
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