lunes, 14 de diciembre de 2015

Santos protectores y sanadores: Genoveva de Brabante

Litografía de Ginés Ruiz: Genoveva en la selva
Genoveva de Brabante (no confundir con santa Genoveva de París), ni existió, ni fue santa ni es protectora o abogada de nadie (que yo sepa), ni figura en ningún calendario litúrgico ni martirologio oficial. El hecho de traerla a esta bitácora obedece a su dimensión popular que se ha traducido en leyendas, cuentos o gozos populares que han arraigado en la tradición.

En la historia de Genoveva se entremezcla la leyenda, el mito, la devoción y la arqueología. Genoveva es la protagonista de diferentes historias con un fondo común y en fechas completamente desiguales. La mujer inocente, falsamente calumniada, víctima de un castigo injusto, intervención de providenciales animales protectores en su vida salvaje y el reconocimiento final de su inocencia, no deja de ser un arquetipo conocido en otros muchos relatos y cantera de la producción impresa de pliegos, cuentecillos, etc. en soportes diversos.

Según la leyenda, Genoveva de Brabante era la esposa de Siegfried de Tréveris. Fue acusada falsamente de adulterio por el mayordomo Golo al no acceder a sus pretensiones amorosas mientras su marido estaba en la guerra. El desleal asistente insta a dos criados para que maten a Genoveva y a su hijo recién nacido. Pero estos se compadecen de ella y del pequeño y los dejan en libertad en el bosque, presentando al malvado Golo la lengua de una perra como prueba ficticia de su ejecución. Genoveva y su hijo vivieron durante seis años en una cueva alimentados por la leche de una cierva o gacela. Siegfried, que mientras tanto había descubierto la traición de Golo, estando un día de cacería descubrió la gruta que le servía de escondite y la restituyó a su antigua dignidad con el consiguiente castigo al perverso mayordomo.

Se dice que su historia se basa en la de María de Brabante, la esposa de Louis II, duque de Baviera y conde palatino de Renania Palatinado. María de Brabante, sospechosa de infidelidad, fue juzgada y declarada culpable siendo decapitada en el 18 de enero 1256.

Esta leyenda, que ya se encontraba en el imaginario colectivo, se popularizó aún más a consecuencia de su adaptación por varios autores, entre los que destacan la del padre jesuita René de Cerisiers (1603-1662) con L'Innocence reconnue ou vie de Sainte Geneviéve de Brabant publicado en 1669, quien también la adaptó al castellano, así como las recreaciones del canónigo Cristóbal Schmid, entre otros.

Un trabajo desmitificador sobre la formación y difusión de la leyenda de Genoveva es el escrito por Coens, Maurice, Geneviève de Brabant, une sainte? Le terroir de sa légende, in «Bulletin de la Classe des Lettres et des Sciences Morales et Politique [de l’]Académie Royale de Belgique», 5 série, tome XLVI, 1960.


Los pliegos


Los pliegos se encuentran citados por Durán con los números 1309 y 1310 (primera y segunda parte respectivamente) en su clásico «Romancero General o colección de romances castellanos anteriores al siglo XVIII» (Tomo I: 1849 y Tomo II: 1851). En el comienzo de la historia se hace hincapié en que lo que se cuenta son hechos probados e históricos y no falsas novelas, tal vez para justificar la 'santidad' de Genoveva tal y como se anuncia en el título.






Segunda parte





Otras portadas de pliegos


Impreso en Valencia por A. Laborda
Impreso en Valencia por A. Laborda



Auca sobre la vida de Genoveva



Genoveva de Brabante, cuento tradicional

La leyenda de Genoveva se ha incorporado a la memoria colectiva como cuento tradicional, obviamente con distintas variantes y motivos. Según el catálogo internacional elaborado por Aarne-Thompson: The Types of the Folktale, corresponde al tipo 712 del que se han recogido por tradición oral, entre otras, versiones en Cantabria, Extremadura, Ciudad Real, Sevilla y Murcia. Reproduzco el cuento recogido de ésta última con el título de Juanita: Carreño, Elvira et al., Cuentos murcianos de tradición oral, Murcia, Publicaciones de la Universidad, 1993.




Diversas ilustraciones y portadas













































La historia de Genoveva también ha sido llevada al cine y hasta aparece en algunos de los cromos de los envoltorios de chocolates. En el cartel anunciador que reproduzco a continuación se hace hincapié en la 'bella leyenda de la mujer que fue madre, mártir y santa', con el concurso de artistas americanos para otorgarle mayor notoriedad.











Proust, la linterna mágica y Genoveva de Brabante

La popularidad de la leyenda de Genoveva se encuentra presente en la evocación de la infancia de Marcel Proust en el volumen primero ('En el camino de Swann'), publicado en 1913, formando parte de su emblemático En busca del tiempo perdido. En este primer volumen se recoge también el proverbial recuerdo de su infancia al comer una magdalena, convertido en el símbolo proustiano por excelencia sobre el poder evocador de los sentidos.

Aunque la cita es larga, la creo de interés para ilustrar las escenas de la vida de Genoveva tal y como la recordaba Proust de aquellos años de su infancia.


"En Combray , todos los días, desde que empezaba a caer la tarde y mucho antes de que llegara el momento de meterme en la cama y estarme allí sin dormir, separado de mi madre y de mi abuela, mi alcoba se convertía en el punto céntrico, fijo y doloroso de mis preocupaciones. A mi familia se le había ocurrido, para distraerme aquellas noches que me veían con aspecto más tristón, regalarme una linterna mágica; y mientras llegaba la hora de cenar, la instalábamos en la lámpara de mi cuarto; y la linterna, al modo de los primitivos arquitectos y maestros vidrieros de la época gótica, substituida la opacidad de las paredes por irisaciones impalpables, por sobrenaturales apariciones multicolores, donde se dibujaban las leyendas como en un vitral fugaz y tembloroso. Pero con eso mi tristeza se acrecía más aún porque bastaba con el cambio de iluminación para destruir la costumbre que y o y a tenía de mi cuarto, y gracias a la cual me era soportable la habitación, excepto en el momento de acostarme. A la luz de la linterna no reconocía mi alcoba, y me sentía desosegado, como en un cuarto de fonda o de «chalet» donde me hubiera alojado por vez primera al bajar del tren.

Al paso sofrenado de su caballo, Golo, dominado por un atroz designio, salía del bosquecillo triangular que aterciopelaba con su sombrío verdor la falda de una colina e iba adelantándose a saltitos hacia el castillo de Genoveva de Brabante. La silueta de este castillo se cortaba en una línea curva, que no era otra cosa que el borde de uno de los óvalos de vidrio insertados en el marco de madera que se introducía en la ranura de la linterna. No era, pues, más que un lienzo de castillo que tenía delante una landa, donde Genoveva, se entregaba a sus ensueños; llevaba Genoveva un ceñidor celeste. El castillo y la landa eran amarillos, y y o no necesitaba esperar a verlos para saber de qué color eran porque antes de que me lo mostraran los cristales de la linterna y a me lo había anunciado con toda evidencia la áureo- rojiza sonoridad del nombre de Brabante. Golo se paraba un momento para escuchar contristado el discurso que mi tía leía en alta voz y que Golo daba muestras de comprender muy bien, pues iba ajustando su actitud a las indicaciones del texto, con docilidad no exenta de cierta majestad; y luego se marchaba al mismo paso sofrenado con que llegó. Si movíamos la linterna, yo veía al caballo de Golo, que seguía, avanzando por las cortinas del balcón, se abarquillaba al llegar a las arrugas de la tela y descendía en las aberturas. También el cuerpo de Golo era de una esencia tan sobrenatural como su montura, y se conformaba a todo obstáculo material, a cualquier objeto que se le opusiera en su camino, tomándola como osamenta, e internándola dentro de su propia forma, aunque fuera el botón de la puerta, al que se adaptaba en seguida para quedar luego flotando en él su roja vestidura, o su rostro pálido, tan noble y melancólico siempre, y que no dejaba traslucir ninguna inquietud motivada por aquella transverberación.

Claro es que yo encontraba cierto encanto en estas brillantes proyecciones que parecían emanar de un pasado merovingio y paseaban por mi alrededor tan arcaicos reflejos de historia. Pero, sin embargo, es indecible el malestar que me causaba aquella intrusión de belleza y misterio en un cuarto que yo había acabado por llenar con mi personalidad, de tal modo, que no le concedía más atención que a mi propia persona. Cesaba la influencia anestésica de la costumbre, y me ponía a pensar y asentir, cosas ambas muy tristes. Aquel botón de la puerta de mi cuarto, que para mí se diferenciaba de todos los botones de puertas del mundo en que abría solo, sin que yo tuviese que darle vuelta, tan inconsciente había llegado a serme su manejo, le veía ahora sirviendo de cuerpo astral a Golo. Y en cuanto oía la campanada que llamaba a la cena me apresuraba a correr al comedor, donde la gran lámpara colgante, que no sabía de Golo ni de Barba Azul, y que tanto sabía de mis padres y de los platos de vaca rehogada, daba su luz de todas las noches; y caía en brazos de mamá, a la que me hacían mirar con más cariño los infortunios acaecidos a Genoveva, lo mismo que los crímenes de Golo me movían a escudriñar mi conciencia con mayores escrúpulos".


01_Geneviève, hija del duque de Brabante, se casa con Siffroy

02_Tras el casamiento, Siffroy parte para la guerra

03_Genevìève, es acusada de que su hijo recién nacido es fruto de adulterio

04_Siffroy escucha la noticia y, enfurecido, ordena la muerte de Genevieve y su hijo

05_Siffroy, yendo de cacería, encuentra la cueva donde se esconden

06_Geneviève y su hijo regresan a vivir al palacio
Ya hemos visto la popularidad de la leyenda de Genoveva de Brabante en pliegos, gozos, estampas, cromos, cine y hasta en la linterna mágica recordada por Proust. Pues bien, también ha servido como soporte textual de una danza de paloteo en la comarca leonesa de la Cabrera Baja recogida por la ilustre etnóloga leonesa Concepción Lobato: Danza de Santa Genoveva, en Revista de Dialectología y Tradiciones populares, T. 49, cuaderno 1, 1994, págs. 251-269. Dicha danza, al igual que sucede con otras como la de San Antonio de Padua o la Carlomagno, se apoyan en su ejecución por los danzantes en estos textos romanceados que seguramente provengan de algún pliego o del ingenio de algún desconocido poeta popular.

Antonio Lorenzo

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