El uso de los almanaques y lunarios por las clases populares ha sido constante a lo largo de los siglos. Los almanaques, también conocidos desde antiguo como piscatores, apelativo popular hoy en desuso y cuyo origen remonta a un astrólogo milanés que hacía predicciones meteorológicas, obedecen a la necesidad inmemorial de predecir y medir el tiempo. La cultura campesina siempre ha prestado singular atención a las estaciones y a las fases de la luna para los trabajos agrícolas de siembras y cosechas. También a las festividades religiosas de precepto y movibles, de importancia en las comunidades agrarias, recogidas en los almanaques junto a los datos astronómicos básicos de clara finalidad educativa con consejos prácticos para la vida diaria, donde tampoco faltaban orientaciones morales o versos para ser recitados o cantados o tablas para las purgas o sangrías, beneficiosas o perjudiciales, conforme a las fases lunares o signos zodiacales.
Por lo general, los almanaques antiguos se concebían para ser utilizados por las gentes sencillas, con un lenguaje claro y de fácil comprensión. La temática de los almanaques suele ser variada dependiendo del público al que van dirigidos y renovándose a lo largo del tiempo. Los títulos, a modo de reclamo, ya lo expresan: almanaque 'del campesino', 'del labrador y ganadero', 'rustico', 'higiénico', 'profético', 'de las señoritas', 'del gastrónomo', 'popular', 'juicio del año', etc.
Durante los siglos XVII y XVIII y parte del XIX, los almanaques se regían prácticamente por los siguientes códigos: el descriptivo astronómico-matemático; el astrológico o 'judiciario', sobre las conjunciones del sol y la luna con los planetas, que servían para formular los pronósticos; y el eclesiástico, donde se incluía el santoral, las celebraciones festivas y las referencias detalladas a los ciclos litúrgicos.
Con el desarrollo de la prensa escrita, los almanaques fueron evolucionando y convirtiéndose en almanaques 'sectoriales' para uso de instituciones, asociaciones o para actividades específicas con información especializada que incrementaba la cohesión de los grupos sociales. Hacia mediados del siglo XIX y a principios del XX se convirtieron en verdaderos almanaques 'enciclopédicos', donde se recogían pequeños poemas, refranes, artículos literarios, medidas higiénicas, recetas, efemérides y, en definitiva, todo aquello considerado arbitrariamente como 'información práctica' para atender a las expectativas de distintos grupos sociales.
Durante los siglos XVII y XVIII y parte del XIX, los almanaques se regían prácticamente por los siguientes códigos: el descriptivo astronómico-matemático; el astrológico o 'judiciario', sobre las conjunciones del sol y la luna con los planetas, que servían para formular los pronósticos; y el eclesiástico, donde se incluía el santoral, las celebraciones festivas y las referencias detalladas a los ciclos litúrgicos.
Con el desarrollo de la prensa escrita, los almanaques fueron evolucionando y convirtiéndose en almanaques 'sectoriales' para uso de instituciones, asociaciones o para actividades específicas con información especializada que incrementaba la cohesión de los grupos sociales. Hacia mediados del siglo XIX y a principios del XX se convirtieron en verdaderos almanaques 'enciclopédicos', donde se recogían pequeños poemas, refranes, artículos literarios, medidas higiénicas, recetas, efemérides y, en definitiva, todo aquello considerado arbitrariamente como 'información práctica' para atender a las expectativas de distintos grupos sociales.
De los almanaques antiguos, uno de los más famosos, y reeditado de forma continua, es el de Jerónimo Cortés, cuya primera edición data de 1594 donde se recogen las distintas divisiones del tiempo y la influencia de los planetas sobre los hombres, todo ello ilustrado por bellos grabados alusivos de fácil comprensión para aquellos que carecían de la instrucción necesaria para leer.
La conocida imprenta vallisoletana de Fernando Santarén, una de las más prolijas editoras de pliegos de cordel, también editó este Lunario y pronóstico perpetuo en el 1863.
Uno de los aspectos más interesantes en este tipo de publicaciones son las predicciones o pronósticos (de todo tipo) que contienen, alimentando la fantasía y augurando acontecimientos bajo una pretendida base pseudocientífica. Todo ello con pretensiones de universalidad y perpetuidad, como el editado en Madrid en 1852 y que, por dos reales, contenía las predicciones ¡hasta el año 3800!.
El papel de los ciegos y de los vendedores ambulantes contribuyó a la difusión de estos impresos por toda la geografía española salidos de imprentas donde los pliegos de cordel eran a su vez una fuente importante de ingresos.
Como ejemplo de estos pliegos de cordel que recogen los vaticinios 'para el presente año y el próximo venidero' (fórmula para asegurarse su venta a lo largo del tiempo), reproduzco el editado en Madrid en 1857, donde se puede apreciar, en la segunda parte la burla de un soldado (representante de un estamento netamente popular) a las predicciones catastrofistas del astrólogo japonés, constituyendo un subgénero propio que puede rastrearse en coplas, disparates y en la prolija temática de 'el mundo al revés'.
Reproduzco también la portada del mismo asunto en edición de la imprenta valenciana de Laborda, s.a.
Añado completo un curioso pliego, reimpreso en Murcia por Pedro Belda en 1858, donde se desarrolla un inverosímil diálogo entre un anciano pastor y un astrólogo extranjero sobre las posibles consecuencias debidas a la aparición de un cometa como anunciador de desgracias y conflictos.
Estas publicaciones conectan con unas estructuras mentales que recuerdan el concepto de 'larga duración', según desarrolló acertadamente F. Braudel al hablarnos de la historia de las mentalidades, donde se conjugan y entremezclan lo racional, lo emotivo, lo imaginario y lo inconsciente en la permanencia de una sabiduría popular que calcula y predice lluvias o acontecimientos, al margen de la ciencia oficial, como soporte del ritmo vital de la existencia.
Pero, sin duda, el más popular de los redactores de almanaques durante el siglo XVIII fue Diego de Torres y Villarroel (1693-1770), de vida aventurera y catedrático de matemáticas, conocido como 'El gran Piscator salmantino', editor desde el año 1725 hasta el 1770 de un almanaque muy popular, donde se entremezclan y conviven en su estrategia comunicativa las ficciones astrológicas y lo burlesco.
Torres utiliza en sus vaticinios una sabia mezcla de recursos narrativos: diálogos, versos, descripciones o monólogos entremezclados con historias fingidas, noticias sobre mundos exóticos y sorprendentes, donde aparecen monstruos, hazañas en países lejanos o veladas alusiones a la vida palaciega, que hacían las delicias de su numeroso público.
Estos piscatores fueron duramente criticados por el benedictino Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) en su Teatro crítico universal (Tomo I, discurso VIII) por considerar sus predicciones engañosas e insustanciales.
Estos piscatores fueron duramente criticados por el benedictino Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) en su Teatro crítico universal (Tomo I, discurso VIII) por considerar sus predicciones engañosas e insustanciales.
En sus Discursos a la Astrología Judiciaria y a los Almanaques, apunta:
1. No pretendo desterrar del mundo los Almanaques, sino la vana estimación de sus predicciones, pues sin ellas tienen sus utilidades, que valen por lo menos aquello poco que cuestan. La devoción y el culto se interesan en la asignación de fiestas, y Santos en sus propios días; el Comercio, en la noticia de las ferias francas; la Agricultura y acaso también la Medicina, en la determinación de la Lunaciones. Esto es cuanto pueden servir los Almanaques; pero la parte judiciaria que hay en ellos es una apariencia ostentosa, sin sustancia alguna. Y esto no sólo en cuanto predice los sucesos humanos, que dependen del libre albedrío; más aún en cuanto señala las mudanzas del tiempo, o varias impresiones del aire.
Las tendencias políticas que poco a poco se fueron integrando en los distintos almanaques, hicieron que el rey Carlos III, prohibiese su publicación en el 1767 por considerar que 'eran nocivos para la sociedad'. Como se siguieron imprimiendo más o menos clandestinamente, Fernando VII los volvió a prohibir en el 1814, a la vuelta de su exilio, limitando su difusión al almanaque oficial editado por el Observatorio Astronómico de San Fernando. La liberación de la publicación de almanaques se promulgó en 1856 por Proposición de Ley dictada por las Cortes Constituyentes.
Lejos de la desaparición de estas sencillas publicaciones pueden encontrarse fácilmente en los tiempos que corren, si bien con otras perspectivas, como lo demuestra año tras año la publicación, entre otros, del celebérrimo Calendario Zaragozano, editado desde el año 1840, donde se recogen, al margen del juicio astronómico-meteorológico, las ferias y mercados de España, el santoral y la explicación del porqué de la variabilidad de las fechas de la Semana Santa.
Nota: hace ahora tres años dediqué precisamente una de las primeras entradas de esta bitácora a los almanaques populares, entrada que puede consultarse a través del siguiente enlace. Aprovecho para desear un feliz año 2016 a todos los amigos, lectores y visitantes ocasionales.
Antonio Lorenzo
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