Manuel García 'Hispaleto' (1836-1898) - Taller de modistas (1878) |
El oficio de costurera es una de las pocas actividades femeninas considerada desde antiguo como trabajo y como medio para subsistir. Dentro del escasísimo horizonte laboral de las mujeres en los tiempos pasados, el de costurera era una de las pocas actividades, que, aunque mal pagadas, permitía a las mujeres obtener alguna remuneración complementaria. Su actividad hay que entenderla, sin embargo, como una prolongación o extensión de las labores domésticas y como una actividad subalterna y mal remunerada.
La acepción del término "modista" es moderno, ya que va asociado
al mundo de la moda y aparece por primera vez en el Diccionario de la Real
Academia de 1817, siendo el término de costurera de más antigua y honda tradición, pues ya aparece recogido en el diccionario de Antonio de Nebrija (s. XVI), según documenta Corominas, Joan y Pascual, José Antonio: Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, Ed. Gredos, Tomo II:
221).
Las modistas, al igual que sus aprendizas modistillas, con su amplia gama de especialidades: zurcidoras, planchadoras, bordadoras, corseteras, encajeras, pantaloneras, y sastras de niños... constituyen personajes de gran proyección en zarzuelas, artículos costumbristas o cuplés, así como en dichos y refranes populares sobre aspectos de su actividad, a lo que se une su fama de habladoras y cotillas. Repasemos algunos:
* Costurera sin dedal, cose poco y cose mal
* Costurera sin dedal, no cose bien porque aprieta mal
* Haciendo y deshaciendo va la modistilla aprendiendo
* Mujer ventanera, poco costurera
* Hebra larga, costurera corta
* La mala costurera, cuando no pierde el dedal, pierde la tijera.
* Costurera tras el cristal, un pinchazo en la carne y tres en el dedal.
* Costurerita que te pinchas el dedo, no mires a la calle y te pincharás menos.
Este pliego sobre las modistas me da pie para reivindicar la figura de Isabel de Oyarzábal, quien luchó, mediante sus artículos periodísticos, por las mejoras salariales de los trabajos subalternos de las mujeres, y, en concreto, por el desarrollado por las modistas.
La penosa situación de las modistas en los primeros años del pasado siglo fue denunciada por Isabel de Oyarzábal a través de sus colaboraciones en el periódico madrileño El Día en su sección titulada "Presente y porvenir de la mujer en España", sección publicada desde el 5 de diciembre de 1916 hasta el 25 de octubre de 1917. La finalidad de esa sección consistía en analizar los medios de que disponían las mujeres para labrarse un porvenir independientemente de su situación familiar. En uno de sus artículos, titulado "Las modistas deben asociarse", alienta sobre la necesidad de sindicación de las mismas.
"...Desde que se empieza como aprendiza, sin retribución alguna, hasta que, escalando las distintas categorías del taller, se alcanza un puesto de oficiala con 3, 4, y, a lo sumo, 5 pesetas diarias, la modista ha de trabajar diez u once horas de las veinticuatro que tiene el día. Cuando se queda a la noche a velar, su trabajo queda, naturalmente, retribuido; pero no de manera que compense la falta de descanso, la tensión del espíritu que engendran las prisas de la entrega ni la fatiga de la vista...".
En su opinión, solo con la sindicación femenina podrían conseguirse logros sociales, tal y como había sucedido en el extranjero, recomendando a las modistas que fueran a la huelga como ya hicieron en París, donde consiguieron una jornada laboral de ocho horas, el aumento del jornal y otras mejoras.
Sirva este pequeño repaso, para reivindicar la figura de una activista femenina, muy desconocida en la actualidad, que asentó los principios básicos del feminismo en aquellos turbulentos años, al tiempo que luchó por conseguir el voto femenino, por la mejora de la educación de la mujer y por su independencia económica. Sus artículos, diseminados en diferentes medios (La Dama y la Vida, El Día, El Sol...) reflejan su claro compromiso a favor de ideales irrenunciables para la mujer: derechos civiles, independencia económica, mejora de su educación, justicia social y plena ciudadanía en una España igualitaria y libre.
El tono del pliego no es precisamente reivindicativo de la labor de las modistas, sino que se hace eco burlonamente de las mañas de estas mujeres para conseguir sus fines, mañas recurrentes que apuntan al imaginario social que se tenía sobre ellas en estos impresos populares.
El tono del pliego no es precisamente reivindicativo de la labor de las modistas, sino que se hace eco burlonamente de las mañas de estas mujeres para conseguir sus fines, mañas recurrentes que apuntan al imaginario social que se tenía sobre ellas en estos impresos populares.
El pliego está editado en Madrid, sin fecha, por la Imprenta Universal donde se recoge también una crítica a la nueva moda de entonces de empolvarse la cara. La tradición oral también se ha hecho eco de las nuevas modas, como en este texto que recogí en Cañamero (Cáceres) y que reproduzco:
©Antonio Lorenzo
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