La industria tabaquera cubana tuvo un importante despegue desde mediados del siglo XIX a consecuencia de la liberación del comercio. Durante el periodo de 1835 al 1843 la isla de Cuba exportaba de forma masiva sus tabacos manufacturados tanto a Europa como a Estados Unidos. Se envasaban en grandes cajones de madera, lo que hizo que se produjeran fraudes y falsificaciones en su comercialización. Ello propició el que los fabricantes adoptaran medidas para defenderse, como la de establecer la forma de envasado en cajas más pequeñas y distinguirlas con las llamadas habilitaciones o marquillas diferenciadoras de cada fabricante. Todo ello coincide con las nuevas mejoras de las técnicas litográficas utilizadas en etiquetas, carteles y anuncios de productos como jabones, perfumes, dulces o cerillas.
En esta y en sucesivas entradas iremos viendo la evolución de estas estampas litográficas conocidas por marquillas tabaqueras (o consideradas en su conjunto como habilitaciones) que a partir de mediados del XIX se utilizaron como motivos decorativos para los envases de los cigarros producidos en Cuba para garantizar su calidad, el embellecimiento de su presentación y su procedencia. Estas marquillas contienen una amplia gama de temas y motivos que representan fundamentalmente variados aspectos de la vida cotidiana. La sensibilidad, la técnica y los detalles que acompañan a estas imágenes las podemos considerar, sin lugar a dudas, como, un ejemplo más de «el arte de los envoltorios».
Hay que recordar que Cuba siguió siendo una colonia española hasta su independencia definitiva en 1898. Estas marquillas, utilizando la cada vez más desarrollada tecnología litográfica (estampación obtenida a partir de una matriz de piedra). A partir de 1861 se desarrolló la cromolitografía, lo que permitió cambiar las estampaciones a una sola tinta con vivos colores y con dorados relieves en su caso. Todo este recorrido puede considerarse como destacados elementos que caracterizan las señas de identidad cultural y nacional de la isla.
Hacia 1838 ya estaban implantados en Cuba un gran número de talleres litográficos compitiendo entre ellos por ofrecer las más vistosas etiquetas para incorporarlas a las cajas de habanos. Las más elaboradas ilustraciones se desarrollan a partir del 1860 hasta bien entrado el siglo XX, siendo un claro ejemplo de la estrecha colaboración entre la actividad industrial y publicitaria que ha merecido importantes estudios.
La intención de este blog no es hacer un recorrido histórico sobre todo ello, sino simplemente incidir sobre la importancia de estas imágenes como elementos de cohesión de un imaginario social o identitario. Para adentrarse en este singular mundillo de las habilitaciones tabaqueras existen, entre otros, importantes estudios, como el de Núñez Jiménez, Antonio: Marquillas cigarreras cubanas, ed. Tabapress, 1989, sobre el que nos hemos basado y nos declaramos deudores.
Durante las décadas del cuarenta y cincuenta, estas ilustraciones eran impresas a una sola tinta. En principio, la impresión resultaba bastante rudimentaria, no más de uno o máximo dos colores sobre papel de diversas tonalidades: azul, sepia, verde, granate, etc. Tras el descubrimiento de la cromolitografía la competencia entre las distintas fábricas tabaqueras hizo que se imprimiesen cientos de series temáticas para diferenciarse unas de otras. El resultado de esta competencia ha permitido conservar estas finas y cuidadas composiciones para nuestro disfrute y estudio.
No hay que confundir la marquilla (distintivo utilizado por las distintas fábricas de tabaco para diferenciarse), con la vitola o anilla (tira de papel que envolvía el habano y utilizado también como elemento diferenciador), muy valoradas por coleccionistas y que remitirían a otros estudios.
La Biblioteca Nacional de España conserva algunas colecciones bajo la etiqueta de Ephemera/subcolecciones/fines decorativos, que utilizaremos en parte para ilustrar esta y las siguientes entradas.
Hacia 1838 ya estaban implantados en Cuba un gran número de talleres litográficos compitiendo entre ellos por ofrecer las más vistosas etiquetas para incorporarlas a las cajas de habanos. Las más elaboradas ilustraciones se desarrollan a partir del 1860 hasta bien entrado el siglo XX, siendo un claro ejemplo de la estrecha colaboración entre la actividad industrial y publicitaria que ha merecido importantes estudios.
La intención de este blog no es hacer un recorrido histórico sobre todo ello, sino simplemente incidir sobre la importancia de estas imágenes como elementos de cohesión de un imaginario social o identitario. Para adentrarse en este singular mundillo de las habilitaciones tabaqueras existen, entre otros, importantes estudios, como el de Núñez Jiménez, Antonio: Marquillas cigarreras cubanas, ed. Tabapress, 1989, sobre el que nos hemos basado y nos declaramos deudores.
Durante las décadas del cuarenta y cincuenta, estas ilustraciones eran impresas a una sola tinta. En principio, la impresión resultaba bastante rudimentaria, no más de uno o máximo dos colores sobre papel de diversas tonalidades: azul, sepia, verde, granate, etc. Tras el descubrimiento de la cromolitografía la competencia entre las distintas fábricas tabaqueras hizo que se imprimiesen cientos de series temáticas para diferenciarse unas de otras. El resultado de esta competencia ha permitido conservar estas finas y cuidadas composiciones para nuestro disfrute y estudio.
No hay que confundir la marquilla (distintivo utilizado por las distintas fábricas de tabaco para diferenciarse), con la vitola o anilla (tira de papel que envolvía el habano y utilizado también como elemento diferenciador), muy valoradas por coleccionistas y que remitirían a otros estudios.
Los primeros tiempos, como ocurre con las litografías conservadas de la fábrica de tabacos J. Esclapet, en la década de 1860-1870, las marquillas se estructuraban en dos partes diferenciadas: una imagen central sobre la que se pegaba la fotografía de un personaje y se anotaba de forma manuscrita a quien correspondía. A su derecha, una figura alegórica con trompeta, atributo de la fama y el cuerno de la abundancia a sus pies, representativa de la marca.
La técnica de la cromolitografía fue poco a poco avanzando y depurándose hasta lograr bellísimas ilustraciones. La temprana incorporación de motivos satíricos puede apreciarse en estas primeras marquillas de la marca La charanga de Villergas, donde en la reproducida en primer lugar una mujer entrega o recoge disimuladamente un billete de un caballero que se encuentra escondido.
©Antonio Lorenzo
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