La historia amorosa entre Abelardo
y Eloísa, tan mitificada sobre todo durante el romanticismo, ha promovido a lo largo de los años distintas interpretaciones sobre su desarrollo y desenlace en pleno siglo XII.
Los amores de los jóvenes Abelardo
y Eloísa, que se amaron intensamente y a escondidas, remiten a todo un
referente literario con connotaciones religiosas de la literatura medieval y
estudiados desde numerosos puntos de vista e inspiradores de creaciones
literarias. Su principal antecedente es la Historia
calamitatum, obra autobiográfica del propio Abelardo redactada
hacia el año 1132 y escrita para un amigo anónimo o supuesto, lo que supuso un giro radical en los tratados morales de su
época al reivindicar la intencionalidad y la libre voluntad del individuo en contraposición a la visión ortodoxa de las instituciones eclesiales imperantes de entonces.
Abelardo, nacido en 1079, comenzó
su relación con Eloísa, nacida hacia el 1100, cuando el primero ya rondaba cerca de los cuarenta años y la joven Eloísa no llegaba a los veinte. Su vida amorosa queda
reflejada en las cartas que se intercambiaron a lo largo de su vida religiosa y que
tan fecunda proyección han tenido a lo largo de los siglos hasta llegar incluso
a estas muestras de la literatura popular impresa como aparecen en estos pliegos de cordel que reproduzco.
La historia de su correspondencia ha dado pie a todo un caudal de ediciones y estudios desde la Edad Media hasta la actualidad, lo
que ha fomentado controversias sobre su autenticidad e interpretación según los numerosos acercamientos de los
especialistas en su relación con lo religioso, lo ético y lo moral.
Al margen de las cartas que intercambiaron Abelardo y Eloísa, es fundamental reseñar la importancia de Abelardo como autor de una cuantiosa producción de obras dogmáticas, de teología moral y filosófica que resultan fundamentales para enmarcar las polémicas sobre estos aspectos que contribuyen a considerarlo como un tratadista y pensador racionalista medieval adelantado a su tiempo.
Eloísa, perteneciente a una gran familia de la aristocracia francesa, fue educada en un convento de monjas donde adquirió una importante formación clásica. Abelardo, reconocido teólogo, filósofo y maestro, se encontró con Eloísa más de una vez en sus viajes didácticos, lo que propició un ardoroso encuentro de amantes como se constata en la correspondencia que mantuvieron en sus respectivos destinos tras su enardecido y apasionado amor, como expresó Abelardo en uno de los capítulos de su Historia calamitatum:
«Bajo el pretexto de estudiar nos entregamos enteramente al amor. Los libros permanecían abiertos, pero el amor, más que la lectura, era el tema de nuestros diálogos; intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían con más frecuencia a sus senos que a los libros. El amor se buscaba en nuestros ojos, uno al otro, más veces que la atención se dirigía al texto […]; […] Nuestro ardor conoció todas las fases del amor y experimentamos todos los refinamientos insólitos que la pasión imagina. Cuanto más nuevos eran para nosotros esos placeres, con más fervor los prolongábamos, y no conocimos nunca el hastío».
La pasión amorosa de Abelardo, como
amante y posterior esposo de Eloísa, pasó por serias dificultades, pues a
instancias del preceptor de Eloísa, su tío y canónigo Fulberto, quien encargó y confió en Abelardo la educación de su sobrina, propició el que se amaran profunda e intensamente, aunque manteniendo su relación de una forma escondida.
Descubierta su apasionada relación y el embarazo de Eloísa por su tío Fulberto, se casaron en secreto y huyeron a Le Pallet, ciudad próxima a Nantes donde había nacido Abelardo, dejando a su hijo, llamado curiosamente Astrolabio (instrumento para conocer las estrellas), al cuidado de una de sus hermanas. El niño murió tempranamente y ellos regresaron a París donde Fulberto emprendió
tal represalia y venganza contra Abelardo que sobornó a un sirviente y a otros cómplices, para hacerle una
emasculación o castración de sus órganos genitales. Tras el trauma que ello le supuso, Abelardo decidió
hacerse monje ingresando en una orden monástica para dedicarse a la enseñanza y al estudio de cuestiones teológicas hasta llegar a
convertirse en abad. Eloísa, por su parte, decidió hacerse monja a instancias y por amor a
Abelardo, donde sostuvieron una sostenida correspondencia conservada en varios
manuscritos rescatados y copiados a fines del siglo XIII ciento cincuenta años después de
los hechos que se relatan.
La correspondencia entre Abelardo y Eloísa, mal conocida y desvirtuada, aunque impactante como documento literario, adquiere un especial interés por la presencia de motivaciones y rasgos femeninos adelantados a su época y que desde un punto de vista actual resultan altamente significativos si tenemos en cuenta que sus orígenes se remontan al siglo XII donde se confrontaba el espíritu y la visión femenina con lo masculino. En sus escritos, Eloísa se considera libre e individual frente a los estereotipos grupales de sus compañeras de la congregación de la que ella misma era la abadesa siendo Abelardo la guía espiritual de la congregación. En las formas de enfrentarse a su relación amorosa, una vez distanciados cada uno en su retiro religioso, se aprecia por parte de Eloísa una forma de expresar su realidad desde una perspectiva libre y al margen de la vida conventual en el sentido de expresar la relación vivida con Abelardo como de amante a amante. La pasión y el deseo que expresa en sus cartas se desvincula de una visión más grupal propio del papel atribuido a la mujer subordinada desde antiguo y de forma misógina a lo masculino. Eloísa se expresa desde una postura de libertad moral e individual donde la plegaria y la confesión no logra desechar de su mente ni el deseo ni la pasión. Así lo expresa sin pudor en una de sus cartas, donde reivindica su libertad de pensamiento, propia también de Abelardo, para expresarse libremente frente a la tradición misógina medieval, tan extendida hasta tiempos recientes, abriendo todo un camino de reflexión y debate.
«Por mi parte, he de confesar que aquellos placeres de los amantes -que yo compartí contigo- me fueron tan dulces que ni me desagradan ni pueden borrarse de mi memoria. Adondequiera que miro siempre se presentan ante mis ojos con sus vanos deseos. Ni siquiera en sueños me dejan sus fantasías. Durante la misma celebración de la misa -cuando la oración ha de ser más pura- de tal manera acosan mi desdichadísima alma, que giro más en torno a esas torpezas que a la oración. Debería gemir por los pecados cometidos y, sin embargo, suspiro por lo que he perdido. Y no sólo lo que hice, sino que también estáis fijos en mi mente tú y los lugares y el tiempo en que lo hice, hasta el punto de volver a hacerlo todo contigo otra vez, incluso durante el sueño».
Desde un punto de vista filosófico, las ideas expresadas y difundidas por Abelardo provocaron una enorme animadversión en amplios sectores de la dogmática teológica católica, por lo que sus tesis y escritos fueron condenados en dos concilios: Soissons (1121) y en el de Sens (1141), donde sus libros fueron quemados y él excomulgado. Eloísa, por su parte, encontraba una contradicción entre la exaltación por el cristianismo de la continencia y la castidad respecto a los deseos propios de su sentimiento amoroso. Desde un punto de vista actual, algunas de las ideas centrales, tanto Abelardo como Eloísa, se adelantan en siglos a la visión propia del siglo XII y posteriores. Sus ideas morales consideran que son las intenciones las que definen a los actos como buenos o malos en cuanto que el ser humano no deja de ser libre y responsable de sus acciones, lo que no deja de ser una secularización igualitaria liberal propia de lo democrático.
La búsqueda libre de la razón entraba en contradicción con la fijación de las doctrinas cristianas por la fe. La sabiduría, según Abelardo, ha de basarse en el cuestionamiento y en la duda para alimentar la búsqueda del conocimiento propiciando los debates con preguntas y respuestas razonadas base de la escolástica como método de aprendizaje tan desarrollado por Abelardo en su intento de armonizar la fe y la razón. En su tratado De unitate e trinitate divina, referido a la Santísima Trinidad, sostiene que no se puede creer en nada si antes no se entiende. Dicho tratado fue quemado en el concilio de Soissons de 1121.
Pero retomando de nuevo la romántica relación amorosa entre Abelardo y Eloísa observamos que, desde un punto de vista popular, ha trascendido a lo largo del tiempo en papeles sueltos divulgativos destinados a un amplio sector de público donde se recoge el triste final de su relación.
Eloísa murió en 1164 a los sesenta y un
años en la abadía de Paraclet, veintidós años después del fallecimiento
de Abelardo en 1142, siendo enterrada según su deseo junto a Abelardo en la
abadía de Paraclet que el propio Abelardo fundó.
Tras este primer pliego editado en Barcelona en 1864 en la imprenta de Juan Llorens, añado como singular referencia el conjunto de tres pliegos vendidos de forma conjunta según la madrileña edición de José María Marés de 1862. Hay que señalar que estas cartas o canciones fueron editadas a lo largo de los años por otros talleres conocidos por su producción de pliegos de cordel.
Para saber más
©Antonio Lorenzo