sábado, 22 de noviembre de 2025

Limosna a los pobres ciegos puesto en quintillas para cantar en guitarra

La figura del ciego como rezador de oraciones o vendedor de almanaques y pliegos de cordel se remonta a siglos atrás prolongándose, incluso, hasta el siglo XIX y comienzos del XX. El ciego cantor, como mediador cultural, se asocia a su carácter itinerante, lo que les permitía conocer mejor la realidad social que aquellos que permanecían en sus casas y sin habituales traslados. Sobre la autoría de lo que cantaban o transmitían se conocen dos alternativas: la de ser ellos mismos los autores, como ocurre en el pliego reproducido, o como trasmisores de los textos compuestos por otros, que es sin duda la más prolífica. Su trashumante actividad le sitúa en una especie de medio camino entre su actividad legal, amparada por las hermandades de ciegos, donde contaban con privilegios, o bien por su actividad clandestina al margen del consentimiento aprobatorio de las autoridades.

La animadversión de los ciegos pertenecientes a hermandades respecto a los mendigos que no estaban asociados y carecían de prerrogativas comerciales viene de muy antiguo. Los mendigos indigentes no estaban autorizados para la venta de papeles divulgadores de todo tipo, puesto que los ciegos integrantes de la hermandad eran quienes estaban autorizados para vender y transmitir romances y variadas coplas como noticias, milagros y todo tipo de chismorreos y fantasías. Solían acompañarse preferentemente de una guitarra, aunque también podían hacerlo con zanfona, violín, acordeón o con un simple pandero para obtener limosnas o donativos.

Las cofradías y hermandades de ciegos ya se conocen desde épocas medievales hasta el siglo XIX, sobre las que existen documentados estudios particularizados. La creación de estas hermandades tenía una clara finalidad, no solo caritativa, sino también defensiva con el propósito de ser una ayuda comercial y económica al estar exenta, en su caso, de cargas fiscales. Con el paso del tiempo, estas hermandades ejercieron todo un control sobre la difusión de estos impresos populares otorgando a sus miembros el monopolio para su venta ambulante, lo que ocasionó enfrentamientos con aquellos que carecían de dicho privilegio siendo considerado como formas de intromisión por las autoridades.

La relación de estas hermandades o cofradías con los libreros o impresores, constituyen también una fuente de interés al tener la posibilidad de negociar o asumir lo que se tenía que difundir, siendo aprovechado por unos y por otros como incipiente negocio. El desacuerdo entre las congregaciones de ciego con aquellos impresores que no cumplían con lo acordado previamente, desencadenó pleitos jurídicos, lo que ha merecido documentados trabajos que contribuyen al conocimiento de la sociedad pasada, como el desarrollado por Cristóbal Espejo en Pleito entre ciegos e impresores (1680-1755), en la Revista de la Biblioteca Archivo y Museo (Ayuntamiento de Madrid, abril, 1925, t. II, núm. VI.  En dicho trabajo da noticias, entre otras, de la demanda por parte de la congregación de ciegos al impresor que les surtía de almanaques y calendarios que utilizaba diferentes tipos y géneros de papel, dando a los ciegos el papel malo y quedándose con los mejores como argucia para venderlos libremente y sacar un mayor beneficio.
[...] la  pretensión  de  los ciegos,  reducida  a un  derecho  de  venta  con  ribetes  de  preferencia  y  al  respeto  a  la  tasa  que  creían  vulnerada,  deriva  además  a  un  derecho  de tanteo  y  a  otro  de  impresión  privilegiada,  y  se  extiende,  por  estos  momentos,  desde  los almanaques y  calendarios hasta  las relaciones  de  los buenos  sucesos  y  novedades  que  las  restricciones y  costumbres  legales  de  la  época  impedían,  como  es  sabido,  el  conocimiento al  público  de  cualesquier  noticias  exactas  como  no fuesen  de  buen  gobierno o  las supiera  la  colectividad  de  modo  subrepticio. (pág. 209)
Para salvar estas posibles controversias, en una gran mayoría de pliegos no aparece el nombre del autor de los textos ni tampoco el año de impresión, lo que daba la opción de difundirlos por numerosos territorios sin que se tuviera que pedir las licencias correspondientes al ampararse en el anonimato de los mismos o bien defenderlos como propios.

Los ciegos cantores y difusores de pliegos o estampas no deben considerarse como afines o comparables con los mendigos videntes, aunque puedan convivir con ellos, pues gozaban de unas prerrogativas de las que carecían los mendigos marginales, puesto que no pedían a cambio de nada, sino que vendían de alguna forma lo que transmitían en papeles. Ello era una forma de que no se asociara a estos ciegos con los vagabundos o con comunidades gitanas.

Todo ello hay que encuadrarlo en un contexto socio-histórico, aunque en este caso lo que se pretende es simplemente el reproducir un pliego como propiedad de su autor y cuya finalidad era la de conseguir limosna o donativos a cambio de lo cantado o recitado acompañado por la guitarra.

La figura del ciego cantor no solo aparece en novelas picarescas o en piezas teatrales, como comedias, entremeses o pasillos, sino que también aparece en alguna zarzuela donde se solicita "Una limosnita para el pobre ciego", incluido en la zarzuela La alegría de la huerta, en un acto y tres cuadros, estrenada en el Teatro Eslava de Madrid el 20 de enero de 1900, con libreto de Enrique García Álvarez y Antonio Paso y música de Federico Chueca (1846-1908). 

En la recopilación de artículos recogidos en Los españoles pintados por sí mismos (2ª ed., 1851), donde se recogen numerosos artículos de carácter costumbrista publicados entre 1843-1844, uno ellos se dedica ampliamente a la figura del ciego, escrito por Antonio Ferrer del Río y Juan Pérez Calvo. En dicho artículo al personaje del ciego se le adjudican una serie de características con el fin de aprovecharse de su carencia de visión.
«Camastrón de por vida, bachiller en embustes, licenciado en malicia y doctor en charla sin haber asistido a seminario, universidad y colegio: charlan de noticias, mercader de jácaras y baratillero de fenómenos sin que se le incluya en las listas del subsidio, saludémosle con la afabilidad y cortesía de que seamos capaces, por advertirse en él toda la perfección, toda la belleza, toda la bizarría del modelo. [...] Por supuesto es rarísimo el Ciego que pide limosna de casa en casa, salvo los que han perdido su vista en la última fratricida guerra».

Ciego popular en Cádiz, acuarela del siglo XIX del pintor argentino Prilidiano Pueyrredón

El poeta mexicano Francisco de Icaza paseando con su mujer en su visita a la Alhambra de Granada le salió al encuentro un ciego que les tendió la mano para pedirles una limosna. Ello le inspiró unos escuetos versos que se han convertido en todo un patrimonio de la ciudad y que pueden leerse en numerosos sitios y reproducidos a la venta en piezas cerámicas.

Dale limosna, mujer,
que no hay en la vida nada
como la pena de ser
ciego en Granada.

Granada está considerada como una de las ciudades más bellas de España, por lo que carecer de visión es una gran pena al no poder contemplar tanta belleza, lo que inspiró de forma espontánea al mexicano estos emocionales versos que actualmente son recurrentes en toda la ciudad.

Francisco de Icaza (Ciudad de México, 1863 - Madrid, 1925) fue un poeta e historiador que se afincó en España, y ministro plenipotenciario en Berlín y en Madrid, a donde llegó como exiliado tras la Revolución mexicana. Autor de libros sobre la literatura del Siglo de Oro, fue Premio Nacional de Literatura por su obra Lope de Vega, sus amores y sus odios.

Cuando Antonio Gallego Burín fue nombrado como director general de Bellas Artes en 1951 pidió que se grabaran estos versos en una placa de mármol para ponerla en la muralla cerca de la Puerta del Vino de la Alhambra.  Se recuerda su trayectoria como crítico e historiador al figurar su nombre en una de las calles Madrid y recordado igualmente por ser el padre de la periodista y escritora Carmen de Icaza.


En la cabecera del pliego reproducido aparece como Romance Nuevo titulado Limosna a los pobres ciegos, puesto en quintillas para cantar en guitarra. Al titularlo como romance nuevo subyace la intención de atraer a un mayor público al escuchar el término de nuevo, aunque luego se trate de unas malogradas quintillas compuestas por un pobre ciego mallorquín. 

El ciego, que se encuentra alojado en un hostal, pide limosna para comer un guisado. Alude a que, si le dan limosna, no será en vano, pues Dios lo tendrá en cuenta. La alusión a Dios y a los beneficios que les aportará a quienes den limosna a los carentes de visión se desarrolla en estas defectuosas quintillas, pero que son un recurso utilizado por el ciego mallorquín, donde dice que no cantaría si la vista tuviese. La alusión de dar limosna, como ejemplo de caridad cristiana y como forma de asegurarse una silla en el gran Reino del cielo, como se indica en el pliego, es un argumento recurrente y utilizado de forma eficaz por los ciegos cantores.

El pliego fue impreso por la imprenta mallorquina de Bartolomé Rotger, quien fuera el tercer socio de la empresa "Imprenta y Librería de Juan Colomer", constituida el 14 de julio de 1868.





©Antonio Lorenzo

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