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lunes, 12 de julio de 2021

Divertida relación de Marcos, el de Guadarrama

Xilografía del pliego editado en Madrid por Marés en 1867
 
Pliego reimpreso en numerosas ocasiones donde se nos cuenta la variedad de partos de todo tipo a los que tuvo que atender Marcos, el de Guadarrama, como consecuencia de los regalos que obtuvo por su casamiento. Tras apenas tres meses de casado tuvo que prestar su atención a los ocho partos que se sucedieron en el mismo día.

El interés del pliego reside también en la relación de los bailes que acompañaron al casamiento, así como la procedencia de las variadas comidas y bebidas.

Este divertido pliego proviene de la imprenta barcelonesa de los Herederos de Juan Jolis, sin año, aunque sabemos que su actividad impresora se desarrolló entre los años 1760 y 1770.




©Antonio Lorenzo


domingo, 23 de mayo de 2021

La cotorra parlera

 

«Hablas más que una cotorra» es una locución expresiva muy extendida en el habla cotidiana en el sentido de hablar demasiado, muy seguido y, por lo general, de forma indiscreta; «hablando por los codos», como también se dice.

Intentado contextualizar el posible autor del pliego, lo que habitualmente es normal que no se consiga por las características de estos impresos, tuve la fortuna de acceder a su nombre, que no es otro que Lucas Alemán. Tras este nombre se oculta quien fuera el entonces conocido escritor Lucas Casal y Aguado (1751-1837), médico de profesión y autor prolífico de composiciones de corte satírico y jocoso en variados periódicos de la época.


Consultando El Correo. Periódico literario y mercantil del lunes 5 de octubre de 1829, aparece como introducción a las coplas de la cotorra parlera, tal y como aparecen en el pliego, lo siguiente:

Fastidiado hasta no poder más me tenía un ciego hace pocos días, repitiendo desaforadamente un infernal canterío enfrente de mis balcones, y no dejándome escribir un artículo en que me hallaba muy empeñado, cuando me asaltó la idea, siquiera por legítima venganza, de mudar de materia, y asestar un buen párrafo contra las indecentes coplas, y el más indecente tono con que los ciegos suelen por esas calles ofender el pudor de sus oyentes, y quebrantar con los desatinos que venden impresos todas las reglas de la racionalidad y del buen gusto. Y ya con efecto había dado principio a mi dichoso artículo, que nada tenía de blando, inspirado por los gestos y voces de mi buen ciego, cuando hete aquí que un amigo, que venía de la calle, abre la mampara de mi cuarto, trayendo en la mano el cuerpo del delito, y destornillándose de risa. Ese cuerpo del delito ya conoce el inteligente lector que eran las mismísimas coplas con que el ciego estaba aturdiendo el barrio, y entreteniendo a una buena porción de muchachos y mozos de cordel que le rodeaban, amén de otra jovial comparsa, que en la taberna inmediata celebraba al compás de los medios chicos las fatigosas entonaciones de tan descomunal cantor. Mi amigo, invitándome a que leyese las coplas, me las arrojó sobre el bufete; y yo, velis nolis, merced a sus instancias, y viéndole reír, hube de ceder, y soplarme al coleto los versecillos que en aquel momento resonaban en la esquina de la calle. ¿Cuál fue mi admiración cuando en vez de las sandeces e insustanciales chocarrerías en que abundan por lo regular estas ridículas composiciones, me encontré con una satirilla, que si bien no puede presentarse como modelo en su género, contiene sin embargo algunos pasajes festivos, tolerables, y no desprovistos de gracejo y de conceptos agudos? Así es que di corte al comenzado artículo, reservándolo para ocasión más oportuna; y por consejo de mi amigo determiné que las coplas, que ambos leímos de nuevo, sirviesen de apéndice y corolario a este párrafo, que dirijo a mis amables lectores. En ellas, repito, nada hay de particular; pero se dejan leer sin pena, y cierta malignidad ligera con que están escritas hace creer que no son parto de esos adocenados copleros que infestan las plazuelas y callejones, y contribuyen poderosamente al fomento de la ociosidad y de la ignorancia. Los que la lean dirán lo que les parezca: El Correo lo que quiere es entretenerlos agradablemente; con que por esta vez vaya de coplas de ciegos.

Los editores de pliegos consideraron estas o parecidas coplas como una especie de reclamo para su venta al incluirlas en las ediciones de sus pliegos por su carácter festivo y, en este caso, con el añadido de su intención crítica al pronunciarse sobre las argucias usadas para conseguir beneficios.





Tras las verdades de la cotorra parlera se incluye como final del pliego una letrilla satírica titulada Las verdades de don Lucas, escritas precisamente por el mismo autor, aunque editadas en 1789, cuarenta años antes, en el Diario de Madrid del día 10 de diciembre de 1789 con el título de Satirilla festiva.


Como podemos observar, algunas de las coplas publicadas en la prensa periódica de la época y desgranadas de las mismas, tuvieron su adecuación y correspondencia con algunos pliegos de cordel como el que nos ocupa. Esta correlación de coplas con las publicadas en la prensa periódica no ha merecido la atención que, sin duda, merecería por parte de los investigadores.

Respecto al autor de estas coplas, cuyo nombre se encuentra desaparecido en el pliego, podemos decir que su trayectoria de escritos satíricos se encuentra desarrollada principalmente en La Pajarera literaria (1813-1814) y El mochuelo literario (1820). Escribió también la comedia burlesca Don Lucas y Don Martín solos en su camerín (1832), la zarzuela Las vendimiadoras o segunda parte de la Espigadera (1779), la comedia pastoral Cuando miente una sospecha (1778) y el sainete El doctor Zorrilla (1827).

Su gran labor de coleccionista de obras ajenas resulta también apreciable, ya que reunió en su casa gran número de ellas, indicando en breve nota su resumen y opinión sobre las mismas, lo que da idea de la concepción dramática de la escena española de su época.

Teniendo en cuenta la poca discreción adjudicada metafóricamente a la cotorra, aprovecho esta entrada para copiar la composición de Samaniego. Félix María de Samaniego (1745-1801), autor recordado preferentemente por sus conocidas composiciones morales: Fábulas en verso castellano para uso del Real Seminario Vascongado (1781). Sin embargo, mucho más desconocido es el hecho de que cultivó también una faceta de carácter clandestino y de claro sentido erótico y anticlerical recogida en su Jardín de Venus. Obra muy divertida y apreciada que hizo las delicias de sus lectores, obra que circuló de forma soterrada de mano en mano con el fin de entretener a sus amigos tertulianos de rebotica y provocar su risa.

Autor de chispeante ingenio y con manifiestas habilidades discursivas, supo compaginar sus fábulas morales con estos clandestinos escritos eróticos. En 1793 fue denunciado anónimamente a la Inquisición, no tanto por sus escritos escabrosos, sino por sus posturas anticlericales, viéndose obligado a permanecer internado en un convento durante ese año.

En agosto de 1801, poco antes de su fallecimiento, ordenó quemar estas composiciones de carácter erótico. Afortunadamente, se conservaban copias manuscritas que hacían las delicias de sus lectores y que han llegado hasta nosotros. Hábil en recursos para fomentar la risa, como el presentarnos algunas de sus composiciones con rimas inacabadas que el agudo lector u oyente tiene que completar, como Logroño y co..., entre otras. Invito al lector a sumergirse en estos cuentos y versos del genial autor alavés en cualquiera de las ediciones modernas que circulan hoy en día

 Del ejemplar de mi colección, del que reproduzco la portada y un retrato inédito de Samaniego, copio su hilarante composición que tiene que ver con la parlanchina cotorra.


                                                            El loro y la cotorra

Tenía una doncella muy bonita,
llamada Mariquita,
un viejo consejero
que en ella por entero,
cuando se alborotaba
su cansada persona, desaguaba
con tal circunspección y tal paciencia
como si a un pleito diese la sentencia.
Era de este señor el escribiente
un mozuelo entre frailes educado,
como ellos suelen ser, rabicaliente,
rollizo y bien armado,
que, cuando el consejero fuera estaba,
a doña Mariquita consolaba.
Sucedió, pues, que un día
la consoló en su cuarto, donde había
en jaulas diferentes
un loro camastrón, cuyo despejo
todo lo comprendía por ser viejo,
y una joven cotorra muy parlera,
que la conversación de los sirvientes
oyeron, la cual fue de esta manera:
– ¿Te gusta, Mariquita?
– Sí, mucho, mucho; estoy muy contentita.
– ¿Entra bien de este modo?
– Sí, mi escribiente… ¡Métemelo todo!
– Pues menéate más…, que estoy perdido.
– Y yo… que viene… ¡ay, Dios…!, ¡que ya ha venido!
Y en efecto, llegaba el consejero
en aquel mismo instante,
y apenas su escribiente marrullero
dejó regado el campo de su amante,
cuando, con la ganilla que traía,
al mismo cuarto entró su señoría.
Quitose en él la toga,
diose en la parte floja un manoteo,
y a la que su materia desahoga
manifestó su lánguido deseo.
Ella, puesta debajo
de un modo conveniente,
se acordó en su trabajo
del natural vigor del escribiente,
y empezó a respingar con tal salero
que por poco desmonta al consejero.
Éste, viendo el peligro que corría,
dijo: Basta… ¿Qué hacéis, doña María?
¡Guarde más ceremonia con mi taco,
o por vida del rey que se lo saco!
– De veros, el contento,
replicó la taimada,
me hace tener tan fuerte movimiento.
¡Perdón!
– Sí, dijo el viejo; perdonada
estás, si es que te alegra mi llegada.
La cotorra, que aquello estaba oyendo,
dijo entonces, sus alas sacudiendo:
– Lorito, contentita
está la Mariquita.
A que respondió el loro prontamente:
– ¡Sí, se lo metió todo el escribiente!

 ©Antonio Lorenzo

sábado, 10 de abril de 2021

Un padre aconseja a su hijo que se case por librarle de la quinta

 

A lo largo de todo el siglo XIX, el que un hijo ingresara a cumplir el servicio militar suponía que pudiera regresar herido o que encontrase incluso la muerte. Es por ello que la llamada a quintas era una de las mayores preocupaciones de las familias de las clases populares. Lo injusto del sistema de reemplazos se basaba en las fórmulas previstas por la ley para ser declarado exento. La más famosa es la conocida como la «redención a metálico», consistente en pagar una importante cantidad de dinero para quedar libre del «deber patriótico». Obviamente, solo las familias pudientes podían acogerse a esta injusta prerrogativa, siendo los más pobres o los mozos de extracción humilde quienes tenían que incurrir en delitos como la deserción o bien a otras vías de escape perseguidas por la ley. Mediante esta fórmula ignominiosa se aceptaba un «mercadeo» de personas para librase del servicio militar.


Hay que recordar los conflictos que enfrentaron al reino de España con Marruecos hacia la mitad del siglo XIX, donde murieron muchos soldados, no solo por las heridas sufridas, sino también por las defunciones causadas por la enfermedad del cólera, a lo que se añadía el largo periodo de actividad militar, que podía prolongarse durante varios años.

La primera Ley de Reclutamiento moderna, del año 1837, se considera como el modelo de las posteriores leyes de reclutamiento durante el siglo XIX: 1851, 1856, 1870, 1878, 1882, 1885 y 1896. Todas ellas, salvo pequeños cambios formales que no afectaban a su esencia, obligaba a los jóvenes a presentarse ante las comisiones de alistamiento para su incorporación a filas.

 La ley de 1856 fijaba la duración del servicio militar en 8 años, corroborada por la ley del 26 de junio de 1867, donde se distribuía en cuatro años en activo (primera reserva y otros cuatro en la segunda). En 1870 se redujo a seis años, duraciones que fueron cambiando en leyes sucesivas, pero que dan idea de la enorme duración del «deber patriótico» que tenían que soportar los quintos.

Otra de las formas para evitar la prestación personal del servicio militar era casarse, tal y como aconseja un padre a su hijo recogido en el pliego. Si no se tenía novia, una solución fácil era la de desposarse con una señora mayor o con una solterona o viuda. De ahí que aparezcan en los registros matrimoniales enlaces de jóvenes de veinte años con señoras de más de sesenta.

Para librarse del alistamiento y de la guerra también se practicaba la automutilación de los dedos índices de las manos, por lo que no se podía entonces disparar el fusil. Si se arrancaban los dientes de la boca también resultaba imposible preparar los cartuchos de pólvora, aunque las autoridades de entonces decidieron no redimirlos destinando a aquellos a labores auxiliares. Ser hijo de viuda pobre, tener los pies planos, tener poca talla, ser corto de vista o tener un hermano en la mili eran otras causas que podrían dar lugar a la exención del servicio militar. Causas que fueron cambiando con el tiempo. También existía la permuta de los destinos (Cuba, Marruecos, Guinea...) mediante una suma de dinero convenido entre los reclutas.

El tema da para mucho y no ha sido relevantemente tratado por la historiografía, aunque disponemos de variados elementos conservados por la literatura popular impresa que se detienen, bajo un aparente sentido burlón, en tratar de forma ignominiosa y perversa a las mujeres, achacándolas toda una serie de características propias conformes a la mentalidad de la época. Tanto en la literatura popular impresa conservada como en lo recogido por tradición oral se conocen numerosas muestras de los lamentos y despedidas del quinto, ya sea de su madre, familia o novia. 

Antes de dar paso a los pliegos, creo de interés el reproducir parte de esta especie de manual, de 1858, donde se detallan las exploraciones físicas o reconocimientos médicos a los que tenían que someterse los reclutas. Entresaco algunas de sus páginas.





El reconocimiento médico del que dependía la selección o exclusión del recluta fue evolucionando con los años dependiendo del contexto sociológico de la época, lo que abre un capítulo destacado y poco conocido de su evolución hasta fechas actuales.

Los pliegos

En este primer pliego el padre aconseja al hijo el casarse para librarle de la quinta. Pero resulta curioso que sea el hijo quien tenga una opinión lastimosa y repugnante sobre la mujer: frágil, inconstante, engañadora, naturalmente mala y vanidosa, traidora e hipócrita. Aunque el padre tiene una opinión más favorable sobre la mujer respecto a la animadversión que muestra su hijo, se pone de manifiesto y se trasluce la idea de la mujer como una especie de ángel y consoladora del hombre.





En este segundo pliego, Pedro Chinchón consulta mediante una carta a su amigo Paco Gil sobre las ventajas o desventajas del casamiento para librarse de la incorporación a filas. Ni qué decir tiene que, en el pliego, a pesar de su pretendido tono satírico y burlesco, se refleja y trasluce la valoración sobre la mujer en la mentalidad popular de entonces.




©Antonio Lorenzo


lunes, 19 de octubre de 2020

Los once amores nuevos del estudiante y de la mujer

Xilografía del pliego editado en Madrid por Marés y Cía en 1873

Dos pliegos paralelos donde ambos protagonistas justifican la no aceptación de los amores nuevos y motivan las causas para no casarse.

En el primer pliego un joven andaluz de Arcos, que buscaba una mujer con la que casarse, decide irse a estudiar a Salamanca con la peregrina idea de aprender a saber elegir bien las cualidades de la señora y que no tuviera ninguna falta. El maestro que lo acogió, reprochándole su arrogancia, y tras el despliegue de las cualidades que debían adornar a la mujer elegida, le indicó que la única mujer que cumplía esos requisitos era la Virgen María. A su regreso, tras catorce meses de suculento estudio, recorre distintas ciudades andaluzas describiendo las faltas de las mujeres que iba encontrando y las causas para no aceptar el casamiento.





Si nos detenemos a grandes rasgos sobre los motivos del rechazo de la mujer para no casarse son, entre otros: por ser húmeda y poco aseada, bobona, de estómago muy flaca y de pelo algo bermeja que es una seña muy mala, fisgona, amiga de cuentezuelos, descolorida, golosa y derrochona... En fin, toda una sarta de atribuciones sobre las mujeres que va conociendo por las distintas poblaciones andaluzas. El final del pliego viene a ratificar la idea del maestro salmantino en el sentido de que la única mujer que se salva sería la Virgen María.
         «Y si acaso algún galán
         quisiera mujer sin falta,
         yo le venderé este libro
         que traje de Salamanca
         que por sobrescrito tiene
         destierro de la ignorancia».
En el segundo pliego es la mujer, también originaria de Andalucía, hija única de padres ricos, la que va exponiendo las faltas que aprecia en los pretendientes para no casarse. A diferencia del primer pliego donde el hombre va recorriendo diversas poblaciones, en este caso la mujer se detiene en los oficios que desempeñan los pretendientes y en sus características físicas que no le agradan. Conoce al final a un acaudalado pretendiente, motivo principal para casarse, por lo que cuenta con la aquiescencia de sus padres y de ella misma: «y yo también codiciosa el sí di con gran presteza». La engañosa riqueza del esposo es ocasión para burlarse del mismo y hasta para desearle la muerte, lo que acaba haciendo ahogándole entre los colchones.





Al margen de la intención burlesca de ambos pliegos, muy similar a otros tantos conocidos de la época, lo que trasciende de ellos es una profunda misoginia envuelta bajo el recurso de la sátira. En ambos pliegos subyace una mentalidad claramente distorsionadora de la imagen de la mujer, sobre todo en los once amores nuevos que el estudiante va desgranando de localidad en localidad.

Entrar a comentar toda la sarta de opiniones ofensivas para las mujeres no tiene sentido desde una perspectiva actual sin tener en cuenta el imaginario social de la época. Bajo la intención satírica y burlona se esconde un deleznable desprecio a la condición femenina, aunque del gusto de la época si consideramos la profusión de pliegos que circularon en este sentido. No dejan de ser ejemplos de una literatura popular donde la mujer representa una función social secundaria y refleja una ideología antifeminista disfrazada bajo el recurso del humor.

Otras portadas

Otras portadas de pliegos impresos por los herederos de Juan Jolis en Barcelona  y por Luis de Ramos en Córdoba

©Antonio Lorenzo


miércoles, 9 de septiembre de 2020

La que se quemo el qué sé yo qué + La criada laminera


Sátira donde se cuenta cómo una rebendedera [sic] (revenedora en catalán y revendedora en castellano) se vio afectada por diversas heridas que le produjo el brasero y las curiosas contestaciones a quienes le ofrecieron ayuda. 

Se acompaña el pliego con una sátira nueva sobre una criada laminera, en el sentido de criada glotona  a la que gusta comer dulces o golosinas.

El pliego fue editado en Barcelona por José Lluch [183-?].





©Antonio Lorenzo

jueves, 28 de mayo de 2020

Matraca de hombre y mujer


Ingenioso pliego donde el galán pasa del requiebro al insulto ante las contestaciones que le va dando la dama. El tono de la conversación, cada vez más ofensivo, nos ofrece una serie de adjetivos populares de gran calado interpretativo. 

Impreso en Barcelona, [s.a.], por F. Vallés.





©Antonio Lorenzo

martes, 12 de mayo de 2020

Chasco de siete mujeres a comerciante francés


Curioso pliego donde se nos cuenta cómo siete mujeres del popular barrio madrileño de Lavapiés, «geringaron» la bolsa y el trasero a un comerciante francés.

Ideológicamente podríamos enmarcar el pliego dentro del conocido como casticismo madrileño. Este casticismo, del que existe una enorme bibliografía de prestigiosos autores, refleja una postura antifrancesa en todos los órdenes y una exaltación de lo considerado como lo nacional español.

La tipología de lo castizo se asocia también, con diferentes matices, a las figuras de majos y majas, manolos y manolas o los chisperos. Toda esta amalgama de personajes fueron inspiradores de novelas, artículos y zarzuelas.

Las siete mujeres que intervienen de manera conjunta en el pliego, provienen precisamente del madrileño barrio de Lavapiés y su «víctima» no es otro sino un mercader francés.

La oposición nacionalista y castiza frente a lo afrancesado o extranjerizante, se ve reflejada en otros pliegos donde se ridiculiza a aquellos personajes venidos de fuera de nuestra patria.

El pliego cae en una serie de tópicos, donde un mercader acaudalado trata de conquistar a una joven recién casada aprovechando la ausencia de su marido. Pidió visitarla viendo «la breva tan verde y tan apretada». Concedido el derecho a visitarla, el francés la requiebra y le ofrece todo su dinero tratando de conseguirla.

Fingiendo la mujer aceptar sus proposiciones lo invita a una cena en su casa informando previamente a siete mujeres para preparar conjuntamente un escarmiento al mercader.

Invitado el francés a sacar aceite de una tinaja donde tenía que meter la cabeza, las mujeres aprovecharon la situación para ensartarle con una jeringa en su trasero el brebaje que habían preparado, por lo que a efectos de la purga y con fuertes dolores de tripa el francés «íbase de ballestilla y hubo churrete por barba». 

El final del romance, aunque de forma subrepticia, no oculta una crítica a los ardides de las mujeres para conseguir lo que desean.

                                                 «Abrid los ojos, franceses,
                                                 que las mugeres de España
                                                 con cañones de geringa
                                                 pueden conquistar a Francia.
                                                 Dios os libre de mugeres
                                                 que saben hacer la gata,
                                                 y luego dan con un perro
                                                 despues de tomar la plata».

El pliego carece de colofón, por lo que parece ser una reimpresión de algún taller más conocido y aprovecharse de su difusión.






©Antonio Lorenzo