domingo, 23 de mayo de 2021

La cotorra parlera

 

«Hablas más que una cotorra» es una locución expresiva muy extendida en el habla cotidiana en el sentido de hablar demasiado, muy seguido y, por lo general, de forma indiscreta; «hablando por los codos», como también se dice.

Intentado contextualizar el posible autor del pliego, lo que habitualmente es normal que no se consiga por las características de estos impresos, tuve la fortuna de acceder a su nombre, que no es otro que Lucas Alemán. Tras este nombre se oculta quien fuera el entonces conocido escritor Lucas Casal y Aguado (1751-1837), médico de profesión y autor prolífico de composiciones de corte satírico y jocoso en variados periódicos de la época.


Consultando El Correo. Periódico literario y mercantil del lunes 5 de octubre de 1829, aparece como introducción a las coplas de la cotorra parlera, tal y como aparecen en el pliego, lo siguiente:

Fastidiado hasta no poder más me tenía un ciego hace pocos días, repitiendo desaforadamente un infernal canterío enfrente de mis balcones, y no dejándome escribir un artículo en que me hallaba muy empeñado, cuando me asaltó la idea, siquiera por legítima venganza, de mudar de materia, y asestar un buen párrafo contra las indecentes coplas, y el más indecente tono con que los ciegos suelen por esas calles ofender el pudor de sus oyentes, y quebrantar con los desatinos que venden impresos todas las reglas de la racionalidad y del buen gusto. Y ya con efecto había dado principio a mi dichoso artículo, que nada tenía de blando, inspirado por los gestos y voces de mi buen ciego, cuando hete aquí que un amigo, que venía de la calle, abre la mampara de mi cuarto, trayendo en la mano el cuerpo del delito, y destornillándose de risa. Ese cuerpo del delito ya conoce el inteligente lector que eran las mismísimas coplas con que el ciego estaba aturdiendo el barrio, y entreteniendo a una buena porción de muchachos y mozos de cordel que le rodeaban, amén de otra jovial comparsa, que en la taberna inmediata celebraba al compás de los medios chicos las fatigosas entonaciones de tan descomunal cantor. Mi amigo, invitándome a que leyese las coplas, me las arrojó sobre el bufete; y yo, velis nolis, merced a sus instancias, y viéndole reír, hube de ceder, y soplarme al coleto los versecillos que en aquel momento resonaban en la esquina de la calle. ¿Cuál fue mi admiración cuando en vez de las sandeces e insustanciales chocarrerías en que abundan por lo regular estas ridículas composiciones, me encontré con una satirilla, que si bien no puede presentarse como modelo en su género, contiene sin embargo algunos pasajes festivos, tolerables, y no desprovistos de gracejo y de conceptos agudos? Así es que di corte al comenzado artículo, reservándolo para ocasión más oportuna; y por consejo de mi amigo determiné que las coplas, que ambos leímos de nuevo, sirviesen de apéndice y corolario a este párrafo, que dirijo a mis amables lectores. En ellas, repito, nada hay de particular; pero se dejan leer sin pena, y cierta malignidad ligera con que están escritas hace creer que no son parto de esos adocenados copleros que infestan las plazuelas y callejones, y contribuyen poderosamente al fomento de la ociosidad y de la ignorancia. Los que la lean dirán lo que les parezca: El Correo lo que quiere es entretenerlos agradablemente; con que por esta vez vaya de coplas de ciegos.

Los editores de pliegos consideraron estas o parecidas coplas como una especie de reclamo para su venta al incluirlas en las ediciones de sus pliegos por su carácter festivo y, en este caso, con el añadido de su intención crítica al pronunciarse sobre las argucias usadas para conseguir beneficios.





Tras las verdades de la cotorra parlera se incluye como final del pliego una letrilla satírica titulada Las verdades de don Lucas, escritas precisamente por el mismo autor, aunque editadas en 1789, cuarenta años antes, en el Diario de Madrid del día 10 de diciembre de 1789 con el título de Satirilla festiva.


Como podemos observar, algunas de las coplas publicadas en la prensa periódica de la época y desgranadas de las mismas, tuvieron su adecuación y correspondencia con algunos pliegos de cordel como el que nos ocupa. Esta correlación de coplas con las publicadas en la prensa periódica no ha merecido la atención que, sin duda, merecería por parte de los investigadores.

Respecto al autor de estas coplas, cuyo nombre se encuentra desaparecido en el pliego, podemos decir que su trayectoria de escritos satíricos se encuentra desarrollada principalmente en La Pajarera literaria (1813-1814) y El mochuelo literario (1820). Escribió también la comedia burlesca Don Lucas y Don Martín solos en su camerín (1832), la zarzuela Las vendimiadoras o segunda parte de la Espigadera (1779), la comedia pastoral Cuando miente una sospecha (1778) y el sainete El doctor Zorrilla (1827).

Su gran labor de coleccionista de obras ajenas resulta también apreciable, ya que reunió en su casa gran número de ellas, indicando en breve nota su resumen y opinión sobre las mismas, lo que da idea de la concepción dramática de la escena española de su época.

Teniendo en cuenta la poca discreción adjudicada metafóricamente a la cotorra, aprovecho esta entrada para copiar la composición de Samaniego. Félix María de Samaniego (1745-1801), autor recordado preferentemente por sus conocidas composiciones morales: Fábulas en verso castellano para uso del Real Seminario Vascongado (1781). Sin embargo, mucho más desconocido es el hecho de que cultivó también una faceta de carácter clandestino y de claro sentido erótico y anticlerical recogida en su Jardín de Venus. Obra muy divertida y apreciada que hizo las delicias de sus lectores, obra que circuló de forma soterrada de mano en mano con el fin de entretener a sus amigos tertulianos de rebotica y provocar su risa.

Autor de chispeante ingenio y con manifiestas habilidades discursivas, supo compaginar sus fábulas morales con estos clandestinos escritos eróticos. En 1793 fue denunciado anónimamente a la Inquisición, no tanto por sus escritos escabrosos, sino por sus posturas anticlericales, viéndose obligado a permanecer internado en un convento durante ese año.

En agosto de 1801, poco antes de su fallecimiento, ordenó quemar estas composiciones de carácter erótico. Afortunadamente, se conservaban copias manuscritas que hacían las delicias de sus lectores y que han llegado hasta nosotros. Hábil en recursos para fomentar la risa, como el presentarnos algunas de sus composiciones con rimas inacabadas que el agudo lector u oyente tiene que completar, como Logroño y co..., entre otras. Invito al lector a sumergirse en estos cuentos y versos del genial autor alavés en cualquiera de las ediciones modernas que circulan hoy en día

 Del ejemplar de mi colección, del que reproduzco la portada y un retrato inédito de Samaniego, copio su hilarante composición que tiene que ver con la parlanchina cotorra.


                                                            El loro y la cotorra

Tenía una doncella muy bonita,
llamada Mariquita,
un viejo consejero
que en ella por entero,
cuando se alborotaba
su cansada persona, desaguaba
con tal circunspección y tal paciencia
como si a un pleito diese la sentencia.
Era de este señor el escribiente
un mozuelo entre frailes educado,
como ellos suelen ser, rabicaliente,
rollizo y bien armado,
que, cuando el consejero fuera estaba,
a doña Mariquita consolaba.
Sucedió, pues, que un día
la consoló en su cuarto, donde había
en jaulas diferentes
un loro camastrón, cuyo despejo
todo lo comprendía por ser viejo,
y una joven cotorra muy parlera,
que la conversación de los sirvientes
oyeron, la cual fue de esta manera:
– ¿Te gusta, Mariquita?
– Sí, mucho, mucho; estoy muy contentita.
– ¿Entra bien de este modo?
– Sí, mi escribiente… ¡Métemelo todo!
– Pues menéate más…, que estoy perdido.
– Y yo… que viene… ¡ay, Dios…!, ¡que ya ha venido!
Y en efecto, llegaba el consejero
en aquel mismo instante,
y apenas su escribiente marrullero
dejó regado el campo de su amante,
cuando, con la ganilla que traía,
al mismo cuarto entró su señoría.
Quitose en él la toga,
diose en la parte floja un manoteo,
y a la que su materia desahoga
manifestó su lánguido deseo.
Ella, puesta debajo
de un modo conveniente,
se acordó en su trabajo
del natural vigor del escribiente,
y empezó a respingar con tal salero
que por poco desmonta al consejero.
Éste, viendo el peligro que corría,
dijo: Basta… ¿Qué hacéis, doña María?
¡Guarde más ceremonia con mi taco,
o por vida del rey que se lo saco!
– De veros, el contento,
replicó la taimada,
me hace tener tan fuerte movimiento.
¡Perdón!
– Sí, dijo el viejo; perdonada
estás, si es que te alegra mi llegada.
La cotorra, que aquello estaba oyendo,
dijo entonces, sus alas sacudiendo:
– Lorito, contentita
está la Mariquita.
A que respondió el loro prontamente:
– ¡Sí, se lo metió todo el escribiente!

 ©Antonio Lorenzo

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