domingo, 3 de abril de 2016

Atrocidades del famoso bandolero Manuel Manchón 'el Catalán' (1ª parte)


Siguiendo con la tradición de los ciegos copleros ambulantes, que solían dejar en suspenso la continuación de sus romances para asegurar la compra de la primera parte del pliego que cantaban o leían, reproduzco el comienzo de las atrocidades y crueldades del bandolero Manuel Manchón, alias 'el Catalán'. En unas siguientes entradas daré fin al relato con las dos partes faltantes 'con todo lo demás que verá el curioso lector'. Para ello me he permitido la licencia de difuminar los comienzos de la segunda y tercera parte para imitar de alguna forma la práctica comercial de los ciegos cantores y crear una cierta expectativa sobre la continuación de los episodios, que daré a conocer en las próximas entradas.

                                           'Y en otra segunda parte
                                           proseguiré los arrestos
                                           mas notables que han oido
                                           cuantos han pisado el suelo'.

Según el pliego y la leyenda, Manuel Manchón, apodado 'el Catalán' porque su abuelo se casó con una catalana y a  las dos hijas que tuvieron las llamaron las catalanas. Según el pliego, nació en Crevillente en 1735 y fue ejecutado en 1779 a los 44 años de edad. Los escenarios donde se desarrollaron sus crímenes y atrocidades transcurren principalmente por los municipios del sureste de la provincia de Alicante. Las sierras que los rodean se componen de una compleja red de sendas y caminos que sirvieron en tiempos para facilitar el desarrollo comercial de ganaderos y agricultores.

Cuenta la leyenda que nuestro bandolero, tras sus hurtos, se ocultaba en la 'cova del Catalá', cerca de la Lloma Afonguda y el Pico de la Lloma Mala. Para acceder a dicha cueva contaba con un perro sabiamente adiestrado que, tras silbarle de la forma convenida, le arrojaba una cuerda para que subiese su amo a modo de escalera y recogiéndola después. Dicen también que, tras el chivatazo de un adversario, cuando tras una jornada fructífera quiso subir a descansar a la cueva, lo que se encontró no fue el perro como solía, sino un número considerable de agentes de la autoridad que lo prendieron y acabaron de esa forma sus andanzas.

El bandolero Manuel Manchón no alcanzó la fama legendaria de su paisano Jaime Alfonso 'el Barbudo' o Jaume 'el Barbut' (Crevillente, 1783-Murcia, 1824), salteador y guerrillero que luchó contra las tropas napoleónicas y fue defensor de la causa realista de Fernando VII, forjando tras de sí una leyenda recogida en pliegos, novelas y hasta en una zarzuela, estrenada en 1956 con música de Julián Santos Carrión y libreto de Lorenzo Guardiola.  

En la segunda mitad del sigo XVIII proliferaron en Valencia numerosas cuadrillas de bandoleros que campaban a sus anchas por los pueblos y comarcas de la zona. Es por ello que, en 1774, se creó la llamada Compañía de Fusileros del Reino de Valencia, debido a las presiones ejercidas sobre la conveniencia de su creación al gobierno de Carlos III y cuyo fin era el mantenimiento del orden público y la persecución de malhechores y desertores del ejército. Los siguientes datos están extraídos del trabajo de Palot Ramos, José Miguel: 'Militares y civiles ante el control del orden público: la Compañía suelta de Fusileros del Reino de Valencia', en Estudis: revista de historia moderna, 2006, Nº. 32: 321-364.


En un informe de la Audiencia valenciana de 1780 se recogen cinco áreas donde proliferaba la incidencia del bandolerismo como importante foco de bandidaje. Una de ellas se refería a la meridional de Orihuela, que incluía las poblaciones de Crevillente, Elche, Aspe y otras, donde actuaban los prófugos de la justicia o desertores del ejército al encontrar un fácil refugio. Unos resúmenes estadísticos de las actuaciones de esta Compañía de Fusileros a lo largo de esos años son los siguientes:



El pliego está impreso en Valencia en 1822 en el taller de Ildefonso Mompié de Monteagudo, fallecido en Valencia en 1855. Reproduzco la primera parte del pliego, que tendrá continuación en las siguientes entradas.







Antonio Lorenzo

martes, 29 de marzo de 2016

Coplas del gigante llegado a Sevilla

Ciego coplero vendedor de pliegos con lazarillo
Ejemplo curioso de un vendedor de pliegos que relata en tono burlesco las características de un supuesto gigante llegado a Sevilla donde juega con su nombre, procedencia, sus pantagruélicas comidas y otras habilidades.

El pliego está impreso en Sevilla [s.a.], por el afamado impresor José Padrino.

Este impresor desarrolló su actividad en la segunda mitad del siglo XVIII. No sólo se dedicó a la impresión de pliegos de cordel, sino que diversificó mucho su oferta publicando libros de moral cristiana o de historias locales. Carmen Espejo, en su trabajo sobre El romancero vulgar del siglo XVIII en Sevilla, nos ofrece noticias concretas sobre la gran producción de este impresor a raíz del terremoto sufrido por la ciudad de Sevilla en el 1755 y que causó gran impacto en la población. En apenas dos meses Padrino publicó hasta 21 impresos sobre estos sucesos para satisfacer la curiosidad de la gente sobre este acontecimiento.

José Padrino publicó su primera obra tipográfica en 1748, según anota Escudero y Pedrosso, Francisco, en su Tipografía hispalense... desde el establecimiento de la imprenta hasta fines del siglo XVIII, obra editada en Madrid en el 1894. En los años siguientes continuó editando obras de asunto teológico e histórico. En 1773 estampó las Memorias de la Academia de Buenas Letras de Sevilla y en 1775 unos villancicos al nacimiento del Señor.

La imprenta la heredó su hijo, José Padrino y Solís, continuador en el establecimiento de la calle Génova. Hacia 1812 hay referencias a una imprenta regentada por María del Carmen Padrino, tal vez hija del sucesor o nieta del fundador, de la que no tengo noticias.





Antonio Lorenzo

martes, 22 de marzo de 2016

Crímenes cometidos por la hija enamorada de su padre y celosa de su madre


Traigo dos pliegos del mismo asunto editados por diferentes imprentas. En primer lugar, reproduzco el editado por la imprenta madrileña de Marés en 1849 donde se nos cuentan los horrorosos crímenes cometidos por una desalmada hija, enamorada de su padre y celosa de su madre. Si en el pliego de Marés la acción se sitúa en Castellón de la Plana, en el editado en Valencia por Mompié, el escenario de los crímenes se localiza en Roma.

El primer establecimiento del impresor José María Marés estuvo situado en la calle Preciados de Madrid en 1842, según se desprende de los pies de imprenta de los primeros pliegos que editó. Su actividad impresora se prolongó, bien con su nombre o asociado con el de su sucesor Manuel Minuesa, hasta el 1873-1874, estando establecidos desde 1861 en la calle Juanelo, nº 19.






El mismo pliego, con ligeras variantes textuales, es el editado [s.a.] por Ildefonso Mompié de Monteagudo. Sabemos que este impresor nació en Lorca en 1785 o 1786 y falleció en Valencia en 1855. Mompié ya imprimía al menos desde el 1815 y en el 1817 se asoció con el también impresor Miguel Domingo hasta el año 1821. A partir de ese año ya figuran separadamente en los pies de imprenta de sus publicaciones.







Antonio Lorenzo

viernes, 18 de marzo de 2016

Impresores y estamperos populares: Agustín Roca y sucesores

Ciego con zanfona y su lazarillo
El pliego que da origen y motivo a esta entrada está editado en Barcelona por los herederos de Roca en el año 1845.

La industria editorial en los comienzos del siglo XIX en Barcelona iniciaba un proceso de transformación muy notable por las nuevas normativas y legislaciones sobre la circulación de libros y folletos y sus relaciones con el poder, pues era importante para el negocio el recibir encargos de la administración de carácter institucional (facturas, cédulas, libros de registros, etc.). A su vez, la circulación clandestina de libros y de papeles impresos fue especialmente importante durante la Guerra de la Independencia, sobre todo en el ámbito catalán, donde las vinculaciones familiares entre imprentas son notables y de difícil seguimiento.

Para conocer a grandes rasgos la historia de la imprenta de Roca y sucesores tenemos que referirnos a su creador: Agustín Roca. Los datos que he podido consultar provienen en su mayor parte de la tesis doctoral de Montserrat Comas i Güell: La impremta catalana i els seus protagonistas a l’inici de la societat liberal (1800-1833). Este impresor figura como nacido en 1754 y fallecido en 1819. Su actividad se inicia primeramente anunciándose como librero el año 1796 en el Diario de Barcelona. Pero es a partir de 1798 cuando inicia su actividad como impresor, si bien trabajando también para otros. Establecida su tienda en la calle Llibreteria imprime comedias fáciles de ejecutar para ser representadas en casas particulares, en lo que se ha venido llamando obras 'de sala y alcoba'. En el 1808 aparece como miembro de una comisión del gremio de libreros creada por el Ayuntamiento de Barcelona.

Agustín Roca participó muy activamente en la lucha clandestina contra las tropas francesas, lo que le condujo a que fuera amenazado de muerte y tuviese que huir de la ciudad. 

Los franceses, en una batida nocturna efectuada el 9 de diciembre de 1808, registraron la casa de Agustín Roca encontrando un fusil, un puñal, sables, espadas y 10 escarapelas conde se leía 'Viva Fernando VII'. Según el relato de Raimon Ferrer (Ferrer, Raimon, Barcelona cautiva, ó sea, diario exacto de lo ocurrido en la misma ciudad mientras la oprimieron los franceses… 7 vols.. Barcelona, Oficina de Antonio Brusi, 1815-1821), la casa fue despojada de muebles, libros y enseres y hubo de escapar del registro saltando con riesgo a la casa del vecino.

Ya en enero del año siguiente, y pasado momentáneamente el peligro, se trasladó a Tarragona, entre cuyos objetivos se encontraba el de incorporarse a la resistencia y a las conspiraciones antifrancesas. Bien trabajando conjuntamente o trabajando solo formó compañía con los impresores Miquel Gaspar y Joan Ignasi Jordi hasta aproximadamente el año 1813. Es a partir de este último año cuando lo encontramos ya en Mallorca dedicado plenamente al oficio de impresor.

Visto desde la perspectiva actual resulta cuando menos sorprendente la adhesión sin fisuras a la causa del rey Borbón, ejemplo de centralismo. Puede entenderse si lo consideramos en su contexto como una guerra de liberación y reacción popular frente a la invasión francesa y como respuesta 'patriótica' a la misma.

Prueba de ello son las publicaciones salidas de su oficina en aquellos años.


















Adjunto ejemplos de escarapelas de la época que servían para reconocer a los de la misma facción o bando frente al invasor francés, grabadas por Joseph Coromina durante la Guerra de la Independencia (1808-1814), defendiendo todas ellas la causa de Fernando VII 'el deseado'.

Por la religión, el rey y la patria
Por la religión, el rey y la patria














Vencer o morir por Fernando VII
Mi vida fallecerá o Fernando reynará














Viva Fernando, la patria y la religión y muera Napoleón
Agustín Roca debió morir a finales de 1819 o a principios de 1820, haciéndose cargo de la imprenta su viuda, cambiando el nombre social en los pies de imprenta por la de 'Viuda de Agustín Roca'. 

La viuda de Agustín Roca falleció en el 1832, ya que a partir de 1833 solo aparece en los pies de imprenta 'Imprenta de Roca' y a partir de 1834 figura como 'Herederos de Agustín Roca'.

Con este último pie de imprenta, fechado en 1845, reproduzco esta relación sobre el hijo de un mercader de Zaragoza al que no le gustaba nada trabajar.





Antonio Lorenzo

martes, 8 de marzo de 2016

Coplas y triunfo del miriñaque

Pliego editado en Barcelona por Llorens
Traigo en esta ocasión unos curiosos pliegos donde adquiere gran protagonismo el miriñaque. El miriñaque, término del que se desconoce su origen, llamado también crinolina o armador, se refiere por extensión a una falda amplia sostenida por un armazón de tela rígida y reforzado generalmente por aros de metal, con el fin de mantenerla abierta y abombada a la altura de las caderas permitiendo un cierto balanceo con los movimientos de la mujer. Aunque esta moda proliferó en los ambientes de gente acomodada, hacia la segunda mitad del siglo XIX, tiene claros antecedentes en otros tipos de armazones para ahuecar las faldas: como su inmediato antecesor, llamado 'verdugado', de aspecto cónico; los 'guardainfantes' de los siglos XVI y XVII, propios del reinado de Felipe IV, llamados así porque permitían, entre otras cosas, ocultar el embarazo. Recordemos las aparatosas faldas mostradas en el cuadro de 'Las meninas' de Velázquez, faldas sujetas por armazones de alambres con cintas.

La nueva moda, que vino de Francia, sustituyó el guardainfante por el 'tontillo' a finales del siglo XVII, en tiempos del reinado de Carlos II (1665-1700) y hasta aproximadamente la segunda mitad del siglo XVIII. Así lo recogen algunas coplas:

                                             Albricias, zagalas,
                                             que destierran los guardainfantes,
                                             albricias, zagalas,
                                             que ha venido uso nuevo de Francia.

El uso de estos verdaderos artefactos tenían como misión la de resaltar la figura femenina, si bien se requería la asistencia de sirvientas o camareras para ponérselos.

Dato curioso es el decreto de excomunión promulgado en Valladolid contra las mujeres que se vistiesen con gorgera y caderas anchas y a los hombres que llevasen camisones con cabezones labrados. Pues bien, ratificando y dando la razón a este edicto el obispo Hernando de Talavera (1428-1507), confesor y consejero de Isabel la Católica, en su Tratado sobre la demasía en vestir y calzar, comer y beber, escrito en 1477, ratificaba con detenimiento y numerosos ejemplos la bondad de la medida de excomunión. Bien es cierto que, a pesar de las críticas, esa indumentaria se prolongó y se mantuvo durante mucho tiempo sin hacer mucho caso de la pena impuesta. La labor moralista de la iglesia en esos años, y obviamente también en los sucesivos, fue un elemento activo de dominación política y social.
“'So pena de excomunión no trajesen las mujeres cierto traje deshonesto, ni grandes ni pequeñas, casadas ni doncellas, hiciesen verdugos de nuevo ni trajes en aquella demasía que ahora usan de caderas, y a los sastres que no le hiciesen dende adelante, so esa misma pena'”.
Tampoco se tuvo en cuenta la prohibición dictada por el rey Felipe V sin lograr que las mujeres abandonaran esta indumentaria con sus numerosas variantes de estilos, tamaños y curvas, que convertían a la mujer en una especie de maquinaria andante.

Catalina de Médici con verdugado 
Goya - Mª Luisa de Parma con tontillo



















Velázquez - Infanta Mª Teresa con guardainfante

Quevedo, haciendo gala de su conocida y fina ironía, satirizó esa moda en su soneto 'mujer puntiaguda con enaguas', cuyo comienzo dice:


                                                Si eres campana, ¿dónde está el badajo?;
                                                si pirámide andante, vete a Egito;
                                                si peonza al revés, trae sobrescrito;
                                                si pan de azúcar, en Motril te encajo...


Moda francesa del siglo XVIII

Indumentaria de finales del siglo XIX

Esta moda fue la causante de muchas muertes: pues una chispa o el mero acercamiento a un brasero incendiaba rápidamente la falda por su material inflamable. También resultaba un elemento de tropiezo al subir a los carruajes, con el peligro que ello suponía, así como las dificultades para sentarse o atravesar puertas. El propio Oscar Wilde perdió a dos hermanas que murieron abrasadas por dicha causa.

El miriñaque se sustituyó por el 'polisón', hacia el 1870, consistente en un armazón de mimbre o formado con telas rígidas que se colocaba en la parte trasera y se ataba a la cintura con unas cintas. De este modo, la importancia del vestido fue poco a poco 'echándose hacia atrás' dando volumen a la parte trasera.


Pero dejando al margen la evolución del vestido femenino en España, con sus añadiduras y complementos (peinetas, mantillas, abanicos, sombrillas, guantes, etc.), quiero detenerme en cómo se recoge y valora la moda del miriñaque en los pliegos de cordel del siglo XIX.

En este pliego, editado en el 1867 por Pedro Belda en Murcia, recoge en coplas la desaprobación que merece el uso de esta prenda por una serie de razones.






En el diálogo entre la madre y la hija que recoge este otro pliego editado en Madrid [s.a.] por Minuesa, la hija amenaza a la madre con arrojarse a las llamas o al canal si no accede a comprarle un miriñaque para igualarse, de este modo, a las damas de toda condición. La argumentación de la madre para negarse en un principio a complacer a su hija es la de que ya posee treinta vestidos de seda fina y treinta mantillas, a lo que la hija responde que lo que quiere verdaderamente es un miriñaque de clase superior para competir con la vestimenta de hortelanas o mozas de servicio, que, aún siendo de inferior clase social, lo poseen. En el diálogo se resalta la visión tradicionalista de la madre que considera el miriñaque como moda perniciosa e indecorosa.






Pliegos, en suma, que recogen en tono burlesco la moda del miriñaque como signo de distinción y donde puede observarse el rechazo de las clases populares a una moda importada y ajena a las costumbres y al sentir del común de los ciudadanos. Pero esto no solo sucede en relación a la indumentaria, sino que también ocurre con la valoración de los bailes y de la música autóctona, como el bolero, la seguidilla y la tonadilla en general, en afirmación nacionalista frente a los bailes foráneos, tal y como recogen otros pliegos de cordel.

Antonio Lorenzo

martes, 1 de marzo de 2016

Niños devorados por un lobo hambriento

Intérpretes populares
De la imprenta leridana de la Viuda de Corominas reproduzco este pliego [s.a.] donde se nos narra la trágica muerte de dos niños devorados por un lobo hambriento.

La imprenta original de Buenaventura Corominas (Oristà, 1763-Lleida, 1841), cuya actividad comienza en los primeros años del siglo XIX, fue continuada por su viuda (la que fuera su tercera mujer: Teresa Parré i Palau) continuando al cargo del negocio familiar hasta su fallecimiento en 1876. La actividad editora la prosiguió su hijo Lorenzo hasta el 1890, y por la hija de este último, hasta ya entrado el siglo XX, casada con el que fuera reconocido impresor Luis Abadal.





Antonio Lorenzo