lunes, 7 de octubre de 2019

Pliegos de cordel y zarzuela: "Doña Juanita"


Las adaptaciones de las operetas foráneas y su entrecruzamiento con las zarzuelas para un público español fue una práctica habitual por los empresarios de los teatros en la avanzada segunda mitad del siglo XIX. La realidad teatral española de esos años no puede entenderse sin tener en cuenta estas adaptaciones por los autores de zarzuelas. La modificación del texto original o la reorquestación de determinados pasajes musicales eran frecuentes y se adaptaban a la plantilla de los músicos ejecutantes, así como el acortamiento o supresión de determinadas escenas en la idea de que de esa forma se ganaría una mayor atención por parte del público.

La obra que da pie a estos comentarios y a su presencia en el pliego es la ópera Donna Juanita, cuyo libreto original es de Camillo Wenzel y de Richard Genèe y la música del célebre compositor austriaco Franz von Suppé (1819-1895). La ópera fue estrenada en el Carl-Theater de Viena el 21 de febrero de 1880 y entre nosotros el estreno absoluto, bajo la etiqueta de zarzuela grande, se produjo en el Teatro Español de Barcelona el 30 de julio de 1881.

Los responsables de la adaptación española fueron el autor dramático Juan Manuel Casademunt en el libreto y Guillermo Gereoeda en la música. El hecho de que Donna Juanita estuviese ambientada en un episodio bélico donde los españoles salen victoriosos fue un motivo añadido para la aceptación de una obra de corte nacionalista con el agrado de un público general.


El año 1910 la ópera fue adaptada en un acto y tres cuadros con el título de La alegre doña Juanita y estrenada en el Teatro Eslava de Madrid. La adaptación del texto corrió a cargo de Manuel Fernández Palomero y la música de Suppé arreglada por Vicente Lleó. La acción se desarrolla en la isla de Menorca durante la guerra de 1781.


Julia Fons: protagonista de "La alegre doña Juanita"

El éxito de esta adaptación operística no se debió en su totalidad a la propia obra en sí, sino en gran medida a la interpretación de la que posteriormente fuera considerada como la reina del cuplé debido a su singular belleza, a la alegría que destilaba y a sus movimientos provocativos que alborotaban el ritmo de los corazones de los hombres, provocando a su vez la envidia de las mujeres en una sociedad marcadamente anclada en una mentalidad conservadora en sus costumbres de cara al exterior.

Julia Fons de Checa nació en Sevilla en 1882 trasladándose a Madrid cuando contaba ocho años. Tras su debut en el teatro de la Zarzuela en 1899 alcanzó una notable popularidad que la llevó a interpretar como tiple cómica, bailarina y actriz, célebres obras como «La gatita blanca» (1905) o «La corte del faraón» (1910), entre otras muchas. Realizó giras y estrenos en La Habana y Buenos Aires. Sus últimos años artísticos la llevaron a introducirse en el mundo de las variedades, donde cosechó enormes aplausos y el reconocimiento de innumerables admiradores por sus interpretaciones de corte sicalíptico (picardía erótica y textos de doble sentido).

Máxima estrella del teatro Eslava, el 11 de julio de 1907 revolucionó Valencia al subirse al globo "Duque de Alburquerque" en los comienzos de la industria aeronáutica siendo la primera artista española en montarse en globo ante la presencia de cientos de personas.


El año de 1908 publicó su libro Lo que yo pienso. Confidencias de una tiple del género chico donde abordaba temas como la emancipación femenina, el divorcio o el sufragio femenino, lo que la convirtió en una adelantada a su época y en pionera de las reivindicaciones feministas.


Selección de imágenes de Julita Fons































El pliego que ha dado pie a estos comentarios podía encontrarse en Barcelona en el depósito de J. Clara. El impreso se completa con la buenaventura de una gitanilla.





©Antonio Lorenzo

domingo, 29 de septiembre de 2019

La azarosa vida del general Belisario

Mosaico con Belisario a la diestra de Justiniano
El pliego reproducido recrea la figura del general Belisario tomando como base la ópera Belisario, cuya música fue compuesta por Gaetano Donizetti basada en el libreto de Salvatore Cammarano. Se estrenó el cuatro de febrero de 1836, con éxito de público y crítica, en el Teatro La Fenice de Venecia.


Interior de "La Fenice" de Venecia, hacia 1837
El éxito de Belisario se extendió de forma inmediata a lo largo de diversas ciudades del mundo, como Viena, Madrid, Londres, Lisboa, La Habana, México, París, Berlín, Río de Janeiro, Filadelfia, Nueva York, Buenos Aires, etc. Estas ciudades la conocieron en su texto original y posteriormente se representó traducida a los diversos idiomas.

Considerado como uno de los más importantes generales de la antigüedad, Belisario nació en Tracia (antigua provincia del imperio romano, que corresponde a parte de los actuales territorios de Bulgaria, Grecia y Turquía europea) alrededor del año 500 de nuestra era. De origen campesino se incorporó siendo muy joven a la guardia de Justiniano, quien fuera nombrado emperador de Bizancio. El ascenso militar de Belisario fue debido a sus importantes victorias contra los persas, vándalos y ostrogodos y contra las revueltas hacia el emperador en sitios alejados, como África o Sicilia y, en suma, a su exitosa participación en la reconquista de gran parte del imperio romano de occidente, perdido hacía aproximadamente un siglo.

La obra narra los últimos años del general bizantino Belisario al servicio del emperador Justiniano. Acusado falsamente por su esposa Antonina de haber dejado morir a su hijo Alessi (Alejo en el pliego), cuando apenas era un bebé. Justiniano lo destierra y hace que le saquen los ojos, a lo que siguen numerosas vicisitudes acompañado por su hija Irene en el destierro. La imagen de Belisario como un mendigo ciego ha prosperado en las leyendas y ha servido de inspiración a pintores que han hallado en su destierro motivos de inspiración.

Jacques-Louis David - Belisario pidiendo limosna (1781)

François-André Vincent - Belisaire (1776)

Nicolas René Jollain - Belisario pidiendo limosna (1767)
Anthony van Dyck - Date obolum Belisario

Belisario, convertido en arquetipo de la desgracia humana, es comparable en algunos aspectos al Edipo de Sófocles. Hay historiadores que mantienen que ni fue cegado ni cayó en la mendicidad, pero la incidencia sobre estos aspectos confiere al personaje una aureola propia de personajes legendarios, tan del gusto popular, donde lo de menos es perseguir la verdad histórica. Sin duda, las peripecias e injusticias sufridas a lo largo de su vida alimentaron su leyenda, así como su deambular por las calles de Constantinopla mendigando monedas para subsistir.

La trayectoria literaria de su figura es amplia. Hacia el siglo XVII el personaje aparece en el teatro. Antonio Mira de Améscua (1577-1644), en su El ejemplo mayor de la desdicha (1632), obra atribuida también erróneamente a Lope de Vega o a Pérez de Montalbán, lo convierte en su personaje central. Ya en el siglo XVIII Belisario fue inspirador de la pluma de Carlo Goldoni (1707-1793) en su tragicomedia Belisario (1734). También Jean-François Marmontel (1723-1799), utilizo al personaje en su novela Bélisaire (1767), fuente principal del libreto operístico, a lo que siguieron otras obras inspiradas en el mismo personaje. Hay que destacar también la influencia de la vida y hechos del personaje en los posteriores escritos de Isaac Asimov o Borges.

Belisario representa, pues, la figura de un antihéroe, víctima de la envidia de los poderosos, tal y como lo concibieron en la Revolución francesa como símbolo de la deslealtad de los monarcas.

El decaimiento de esta ópera y sus escasas representaciones posteriores tienen que ver con el cambio de mentalidad que se iba produciendo en la sociedad. El drama de Belisario, donde la venganza, la injusticia, la intriga o el amor filial, reflejaba un espíritu cada vez más alejado de los nuevos tiempos. El mayor interés fue decantándose por las pasiones amorosas y el sentimentalismo romántico, ausentes en la obra, y que poco a poco iban alejando el interés del público hacia lo épico y moralista que representaba el Belisario.

Contexto histórico

Resulta muy significativo, según anota Gema León Ravina en su tesis doctoral: La ópera en Cádiz en el siglo XIX: un estudio cualitativo, Universidad de Alicante, marzo, 2018, pág. 51, que la ópera de Donizetti se estrenase en Cádiz apenas seis meses después de su estreno mundial en La Fenice el 4 de febrero de 1836, si bien con un éxito relativo. Resulta también significativo que apenas un año después del estreno se recreara en el pliego que reproducimos, editado en Barcelona por Ignacio Estivill en 1837. El rápido estreno de la obra en Cádiz se explica por la importancia y el enriquecimiento que adquirió la ciudad en el siglo XIX a causa del intercambio marítimo y económico con tantas ciudades europeas y americanas.

El contexto histórico que atravesaba España el año del estreno de la ópera en el Cádiz de 1836, y el 22 de noviembre del mismo año en Madrid, en el teatro de La Cruz, se desarrolla en uno de los periodos más convulsos de la historia de España. En 1836 ejercía la regencia, debido a la minoría de edad de Isabel II, su madre María Cristina, viuda del fallecido Fernando VII. Todo ello coincide con la contienda civil de la primera guerra carlista (1833-1840), la más violenta y dramática de todas ellas. Coincide también con el pronunciamiento de los sargentos de la Guardia Real en La Granja el 12 de agosto, lo que obligo a la regente a restaurar la Constitución de Cádiz y a nombrar un nuevo gobierno para que convocase elecciones. El mismo año de 1836 supuso también el inicio de las desamortizaciones o expropiaciones por parte del estado de las posesiones de las tierras y bienes eclesiásticos y la supresión de los mayorazgos, primer paso de la conocida desamortización de Mendizabal. Coincide también con el fin del segundo sitio de Bilbao por el general Espartero sobre las tropas carlistas.

Desde el punto de vista cultural, se estrena en Madrid el drama histórico El trovador, de García Gutiérrez y Mesonero Romanos funda la publicación literaria Semanario pintoresco español, de cuño romántico. El teatro lírico atravesó este año numerosas dificultades debidas a los acontecimientos y circunstancias políticas y a la precaria situación económica, lo que afectó a los presupuestos de los teatros y a sus representaciones. No obstante, en la vida teatral madrileña las temporadas operísticas se mantuvieron, ya que el mundo operístico era entonces uno de los espectáculos favoritos de los madrileños. Solo así se entiende que las óperas puestas en escena en este año convulso fueran Il Barbiere di Siviglia, de Rossini el 3 de enero de 1836 en el teatro de la Cruz o La Cenerentola, también de Rossini, el 6 de febrero del mismo año en el teatro del Príncipe, (criticada esta última, por cierto, por Mariano José de Larra, en uno de sus artículos, ya que era gran conocedor y aficionado a estas representaciones y que acabaría suicidándose al año siguiente). El 12 de agosto de 1836 se representó l'Esule di Roma, de Donizetti, que coincidió con «La sargentada»; el 15 de octubre se representó la ópera Chiara di Rosemberb, de Luigi Ricci; el 22 de noviembre el Belisario, cuya música al igual que l'Esule di Roma, fue compuesta por Donizetti.

Un dato de interés es el relativo a la representación el 12 de agosto de 1836 de L'Esule di Roma, de Donizetti, al coincidir con la sublevación de los sargentos en La Granja (Segovia). Parece ser que los sargentos sublevados conocían de antemano que la alta oficialidad iba a hallarse ese día asistiendo a la representación en el teatro de la Cruz, lo que aprovecharon para sublevarse debido a la ausencia de los altos mandos. En cualquier caso, estos hechos contribuyeron a que la reina regente María Cristina, se viese obligada a restaurar la constitución de 1812 y a promover la nueva constitución de carácter más liberal en 1837 otorgando un mayor poder a las cortes.

La diversión favorita de la burguesía y nobleza madrileñas siguió siendo la ópera, donde en los teatros seguía asistiendo una aceptable afluencia de público. Las capas populares se decantaban más por los salones de baile donde se entremezclaban con gentes de posición social más elevada y que buscaban una vía de escape ante los acontecimientos que se iban produciendo.





©Antonio Lorenzo

jueves, 19 de septiembre de 2019

El antes y el después de la famosa tonadillera "La Caramba"


Es indudable que María Antonia Vallejo y Fernández, conocida por «La Caramba», poseyó el don de la fascinación en un tiempo muy alejado entonces de las reivindicaciones feministas, y que paseó e hizo gala de su dotes interpretativas y forma de vida desde su Andalucía natal hasta los teatros de La Cruz y del Príncipe en la capital madrileña, donde triunfaron sus extravagantes atuendos y los adornos que lucía sobre su cofia. Su reivindicación de lo popular-nacional frente a las modas extranjerizantes conectó con la aquiescencia de los espectadores y del público en general. Su debut en la Corte universalizó la tonadilla La Caramba, representando a una maja que se resistía al insinuante cortejo de un petimetre, al que respondía: "Usted quiere..., ¡Caramba! ¡Caramba!", lo que valió para que se propagase el estribillo y se adjudicase a la tonadillera el célebre apodo.
                              Un  señorito
                              muy  petimetre
                              se  entró  en  mi  casa
                              cierta  mañana,
                              y  asi  me dijo  al  primer  envite:
                              —¿Oye  usted...  ? ¿Quiere  usted  ser  mi  maja
                              Yo  le  respondí  con  mi  sonsonete,
                              con  mi  canto,  mi  baile  y  soflama:
                              —¡ Qué  chusco  que  es  usted,  señorito!
                              Usted  quiere...,  ¡caramba!,  ¡caramba!
                              ¡Que  si  quieres,  quieres,  ea!
                              ¡Vaya,  vaya,  vaya !
                              Me  volvió  a  decir  muy  tierno  y  fino:
                              —María  Antonia,  no  seas  tan  tirana:
                              mira,  niña,  que  te  amo  y  te  adoro
                              y  tendrás  las  pesetas  a  manta.
                              Yo le  respondí  con  mi  sonsonete,
                              con  mi  canto,  mi  baile  y  soflama:
                              —iQué  porfiado  es  usted,  señorito !
                              Usted  quiere...,  ¡caramba!, ¡caramba!
Tal fue el éxito de la tonadillera que, con su sobrenombre, puso de moda los aderezos y adornos que lucía en su cabeza y que pasaron a designarse como «carambas». La caramba era una especie de complicado lazo en forma de moña donde podían colocarse objetos de orfebrería o carísimas telas de variados colores con el fin de resaltar la belleza de las damas. De este modo, hizo decir al pueblo que en vez que bailaba «carambeaba», que los caramelos eran «carambelos» o que Carabanchel se llamaba «Carambalchel». Goya nos dejó muestras de las damas que lucían esas carambas en sus pinturas.

El 10 de marzo de 1781 se casó en secreto con Agustín Sauminque, con la oposición de la familia del escritor francés. La tonadillera, por motivos desconocidos y haciéndose pasar por quien no era, hizo fabricar una cédula de defunción de sus padres, que aún vivían, cambiando sus nombres y llamando a su padre Benito Fernández y a su madre Manuela Rodríguez. El matrimonio pronto se fue a pique y, ya separados, María Antonia se fue a vivir con su madre.

 Emilio Cotarelo y Mori, en el tomo segundo de sus imprescindibles Estudios sobre la historia del arte escénico en España, dedicado a María del Rosario Fernández, «La Tirana». Primera dama de los teatros de la corte, publicado en 1897, nos ofrece una serie de noticias sobre el personaje que da pie a este pliego y a su ajetreada vida. No hay que confundir a Mª del Rosario, la originaria «Tirana», a la que dedica el ensayo, con «La Caramba», que es la tonadillera que nos ocupa y sobre la que nos ofrece valiosísimos datos.

Sobre «La Caramba», escribe Cotarelo, pág. 37 y ss.
«Mayor ruido que todas éstas promovía entonces en la corte la tercera de música, María Antonia Fernández, sobrenombrada la Caramba, célebre por su belleza, su canto desgarrado y gitanesco, donde acumulaba toda la voluptuosidad andaluza, su alegre conducta y su extravagancia en el vestir, lo que no impidió que el enorme lazo de la cabeza, por ella ideado, que tomó su nombre y sacó en 1778, fuese luego de uso general. A este adorno, y quizá pintando también la inventora del mismo, aludió Jovellanos en una de sus sátiras contra aquellas encopetadas damas de su tiempo que, á pesar de su alcurnia, no desdeñaban imitar á la Caramba.
                            Baja vestida al Prado cual pudiera
                            Una maja con trueno y rascamoño,
                            Alta la ropa, erguida la caramba,
                            Cubierta de un cendal más transparente
                            Que su intención, á ojeidas y meneos
                            La turba de los tontos concitando.
Era granadina, nacida en Motril en 1751. De Cádiz, escuela entonces de los principales artistas de Madrid, vino como sobresalienta de música en 1776. Dos años más tarde se la nombró tercera de cantado, con sólo la obligación de hacerlo así y con partido de 22 reales y 9 más de ración. La tonadilla y el sainete cantado fueron desde el principio su gran triunfo. El público corría precipitadamente á oir aquellos ayes interminables y al parecer tan hondamente sentidos. Todo el arte de la Caramba se reducía á esto; mas por nada del mundo se atrevería la Junta á excluirla: el pueblo se hubiera sublevado. Toleraba, pues, sus desafueros y extravagancias, dentro y fuera del teatro, á trueque de que la terrible mosquetería estuviese contenta».
Más adelante, sigue relatando Motarelo, las circunstancias que dieron lugar  a su alejamiento de la vida disipada y su acercamiento a una vida de oración. (pág. 133):
«Como inopinadamente descargase una fuerte tempestad, huyendo de ella refugióse la Caramba en el convento de capuchinos del Prado (estaba en la Carrera de San Jerónimo) en ocasión en que uno de los padres se hallaba predicando. El susto causado por la tormenta se acrecentó de tal suerte con las palabras del fraile, á las que daría más fuerza la contemplación de aquel cuadro de Jordán representando á la Magdalena penitente que allí existía, que la cómica, viéndose ya en el infierno si un momento dilataba la enmienda de su vida, no quiso poner más los pies en el teatro. Desprendióse de todas sus galas y atavíos, y vistiendo sólo sayales y cilicios, como aquella famosa Francisca Baltasara, actriz del siglo XVII trajo en adelante vida de mortificación y penitencia.
Veíasela pobrísimamente vestida, el rosario en las manos, la frente siempre inclinada al suelo, seca de carnes, arrugada y sin ninguna de aquellas gracias de que había hecho escandaloso alarde, salir de una iglesia sólo para entrar en otra, causando la admiración de cuantos la conocían, que era todo Madrid, ante cambio tan radical de existencia.
 Pronto las enfermedades completaron la obra que las maceraciones y ayunos habían empezado, y antes de los dos años, en 10 de Junio de 1787, falleció en la calle del Amor de Dios esta extraña mujer, siendo enterrada en la capilla de la Novena de la iglesia de San Sebastián de esta corte».
No cabe duda de que la vida de esta célebre tonadillera ha logrado trascender el tiempo en que vivió llegándose a plasmar su ajetreada vida tanto en libros, zarzuela, película y canciones.



María Antonia, la Caramba, es el título de la zarzuela en tres actos, dividida en cinco cuadros, con libreto de Luis Fernández Ardavín y música de Federico Moreno Torroba. Estrenada en el Teatro de la Zarzuela de Madrid el 10 de abril de 1942.


El hermoso Pasodoble de la Caramba, interpretado, entre otras, por la gran Concha Piquer, con música del maestro Quiroga y letra de Rafael de León, puede escucharse en sus dos versiones a través del siguiente enlace donde se resume muy bien la popularidad de la tonadillera.

                               
                   La Caramba era una rosa
                   cuando vino de Motril
                   a sentar plaza de maja
                   en la villa de Madrid.
                   El pelo como las moras,
                   los ojos como los celos,
                   y en la cabeza temblando
                   un lazo de terciopelo.
                   Y el Madrid de aquel entonces
                   que por ella enloquecía,
                   entre Caramba y Caramba
                   a la Caramba decía:

                       Ay María Antonia Fernández,
                       Te quiero a ti,
                       Ay Caramba, Caramba mía,
                       Ay Maria Antonia Fernández,
                       todo Madrid por ti canta
                       de noche y día.
                       Y los manolos que van al Prado
                       se han vuelto locos y enamorados,
                       que la Caramba cuando va andando
                       canela en rama va derramando.
                       ¡Viva el jaleo, que viva!,
                       ¡Viva la Alhambra!,
                       ¡Que vivan los ojos negros,
                       negros, negritos,
                       de la Caramba!.

                   Hablaron de que era un duque,
                   juraron que era un marqués,
                   murmuraron del monarca,
                   dijeron de un portugués.
                   Lo cierto es que Maria Antonia
                   renegó de los Madriles
                   y cambió el traje de maja
                   por unas tocas monjiles.
                   Y el Madrid de aquel entonces
                   que sin ella no vivía,
                   entre Caramba y Caramba
                   a la Caramba decía:

                       Ay María Antonia Fernández,
                       Pobre de ti,
                       Ay Caramba, Caramba mía,
                       Ay María Antonia Fernández
                       todo Madrid por ti llora
                       de noche y día.
                       Que a tu persona no hay quien la vea
                       ni por ventanas ni por zoteas,
                       y los manolos te están buscando
                       y por las calles pasan gritando.
                       ¡Viva el jaleo, que viva!,
                       ¡Viva la Alhambra!,
                       ¡Que vivan los ojos negros,
                       negros, negritos,
                       de la Caramba!.
No podía dejar de mencionar al "artífice" de la conversión de la tonadillera, que no fue otro que el predicador capuchino Fray Diego José de Cádiz (1743-1801) llegando a ser beatificado el 22 de abril de 1894 por el papa León XIII.​

Es sabido que la predicación era la principal actividad de los capuchinos. Solían recorrer los pueblos evangelizando a los lugareños en las llamadas «misiones populares». Antes habían adquirido una estudiada técnica retórica para convulsionar conciencias y atraer mediante objetos, signos o gestos estudiados a los fieles. En esto destacó Fray Diego de Cádiz, sintiéndose escogido para desarrollar una labor intransigente ante cualquier conato de apertura del signo que fuese. Uno de sus sermones, cuya portada reproduzco, trata precisamente sobre las comedias y bailes... «para desengaño de incautos, mal instruidos, o preocupados de las máximas del mundo».

¿Qué poder de sugestión no tendría el fraile capuchino con sus palabras y gestos para convencer a la tonadillera de que abandonara todo? ¿En qué estado emocional se encontraba entonces María Antonia? Es algo que tiene difícil respuesta, pero este cambio radical en la vida de la tonadillera incrementó de hecho su fama y la perdurable atracción hacia su persona y su vida.


Los copleros advirtieron enseguida el poder de atracción de la tonadillera, publicándose pliegos alusivos sobre su vida. El primero de los que recogemos data de Barcelona y fue impreso por Juan Serra y Centené a finales del siglo XVIII o primeros años del XIX; y el segundo, en Málaga, por Félix de Casas y Martínez, ambos sin año de edición.







©Antonio Lorenzo