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En entradas anteriores nos hemos detenido en los distintos subtipos orales e impresos sobre los mandamientos de amor: como canción de ronda y galanteo y como la confesión de amor de una dama ante un sacerdote que resultó ser su amante.
En esta nueva entrada haré una pequeña incursión en la comparación de los mandamientos con la simbología de las flores en la tradición oral y en la impresa.
Comienzo con la reproducción del final de dos pliegos provenientes de la misma casa (Juan Llorens, padre y Antonio Llorens, hijo), de distintas fechas, cuyo título común dice contener unos «Trovos nuevos y los diez mandamientos de amor para cantarse con acompañamiento de guitarra».
El primero se compara con un jazmín
El segundo con un palo amargo
El tercero con la violeta
El cuarto con el lirio
El quinto con la flor del melocotón
El sexto con la rosa de Jericó
El séptimo con la flor de la maravilla
El octavo con una sarta de madroños
El noveno con el verdor de los ajenjos
El décimo con la flor de la aceituna.
La tradición oral ha conservado estos mandamientos de las flores recogidos por sus recopiladores en cancioneros peninsulares e iberoamericanos. Las versiones consultadas difieren muy poco entre ellas, lo que nos hace pensar de que se trata de una canción muy ritualizada y con escasa vida tradicional si la comparamos con otras manifestaciones.
Por poner un ejemplo representativo, reproduzco la partitura de una versión de Liébana (Cantabria) recogida en el folleto publicado al año siguiente de la conferencia ofrecida por el jesuita Nemesio Otaño, pronunciada en el teatro principal de Santander el 19 de abril de 1914. En la introducción del folleto, el conocido músico e investigador Felipe Pedrell alaba y se detiene expresamente en esta manifestación oral. Otaño considera la melodía de los mandamientos emparentada con los cantos de Marzas, del folklore montañés, y señala su relación con líneas melódicas de origen religioso, aunque adaptadas y recreadas por el pueblo.
La simbología de las flores y sus diversas asociaciones es fundamentalmente una tradición literaria donde se combinan el folklore, la mitología, la religión y las características físicas de cada planta. La inclinación por asociar determinadas flores con sentimientos o virtudes puede considerarse universal. Obviamente, cada cultura interpreta y asocia las flores con significados diversos, lo que ha sido puesto de manifiesto tanto por escritores como por artistas en general.
El llamado «lenguaje de las flores» cuenta con una amplia y diversa literatura, sobre todo desde finales del siglo XVIII en adelante, como lo prueba la gran cantidad de libros y folletos que lo recogen.
Parece ser que la tradición escrita en idioma español proviene principalmente de traducciones de obras francesas donde se recogieron en forma de libro las asociaciones que solían ilustrar los almanaques y calendarios y que se convirtieron en libros de regalo donde se resumía el lenguaje de las flores y sus correspondencias.
Uno de los primeros libros (si no el primero) editado en Barcelona por la imprenta de José Gorgas en 1854 es el titulado Lenguaje de las flores aumentado sobre todos los que se han publicado hasta el día, y mejorado con un diccionario de las pasiones, cuyo autor firma con las iniciales J.M.C. del que no hemos podido recabar más datos.
El lenguaje simbólico de las flores alcanzó un rotundo éxito, como demuestran las numerosísimas ediciones, compilaciones y añadidos diversos identificando y asociando a las plantas y flores determinados usos, a lo que se unió más adelante el lenguaje del abanico, del pañuelo o de la sombrilla como modos de comunicación al que también se asociaban gestos y miradas. El pensamiento romántico igualaba como vínculo asociativo a la mujer con la flor.
Pero sin duda, el libro que ha ejercido más influencia y sobre el que se han ido añadiendo a lo largo del tiempo originales artículos, copias y traducciones diversas, así como composiciones poéticas es el titulado El lenguaje de las flores y el de las frutas con algunos emblemas de las piedras y los colores, por D. Florencio Jazmín. Obviamente, el que figura como autor de este compendio es un claro seudónimo para ocultar su verdadera personalidad y que los editores pudiesen engordar o añadir más textos con la seguridad de no verse implicados en ningún inconveniente.
El éxito de esta compilación, con sus posteriores añadidos a lo largo de los años, ha llegado incluso hasta nuestros días, según se desprende de las reimpresiones, no solo para bibliófilos o coleccionistas, de las realizadas por editoriales como la de José J. de Olañeta, de Palma de Mallorca, (facsímil de la edición de 1894) y reimpresa en el 2004.
La asociación simbólica del amor con las flores no solo se expresa en impresos de todo tipo, sino en conocidísimas canciones de generaciones pasadas. ¿Quién no recuerda el famoso bolero «Dos gardenias» de la autora y pianista cubana Isolina Carrillo, compuesto en 1945 y que alcanzó una enorme popularidad entre nosotros por la interpretación de Antonio Machín?.
Dos gardenias para ti
con ellas quiero decir:
te quiero, te adoro, mi vida...
El éxito de las asociaciones de los sentimientos con las flores se recogió también en folletos muy baratos o en colecciones de estampas cromolitografiadas sobre cartulina y conservadas en la Biblioteca Nacional de España.
Volviendo a los pliegos de cordel añado un par de ellos donde el lenguaje de las flores está presente con sus oportunos significados. El pliego continúa con una curiosa habanera con el título «¡Eh! Calamares con tupé». El colofón del pliego señala que está reimpreso en Guadalajara el año 1870 en la imprenta de José Ruiz y Hermano.
Añado también otra relación asociativa con las flores del final del pliego cuya portada lleva por título «La gitanilla vaticinando la buena ventura», impreso en Barcelona [s.a.] por la viuda del conocido impresor Antonio Llorens, que se hizo cargo del negocio familiar tras la muerte de su marido en ¿1884?.
©Antonio Lorenzo