Es indudable que María Antonia Vallejo y Fernández, conocida por «La Caramba», poseyó el don de la fascinación en un tiempo muy alejado entonces de las reivindicaciones feministas, y que paseó e hizo gala de su dotes interpretativas y forma de vida desde su Andalucía natal hasta los teatros de La Cruz y del Príncipe en la capital madrileña, donde triunfaron sus extravagantes atuendos y los adornos que lucía sobre su cofia. Su reivindicación de lo popular-nacional frente a las modas extranjerizantes conectó con la aquiescencia de los espectadores y del público en general. Su debut en la Corte universalizó la tonadilla La Caramba, representando a una maja que se resistía al insinuante cortejo de un petimetre, al que respondía: "Usted quiere..., ¡Caramba! ¡Caramba!", lo que valió para que se propagase el estribillo y se adjudicase a la tonadillera el célebre apodo.
El 10 de marzo de 1781 se casó en secreto con Agustín Sauminque, con la oposición de la familia del escritor francés. La tonadillera, por motivos desconocidos y haciéndose pasar por quien no era, hizo fabricar una cédula de defunción de sus padres, que aún vivían, cambiando sus nombres y llamando a su padre Benito Fernández y a su madre Manuela Rodríguez. El matrimonio pronto se fue a pique y, ya separados, María Antonia se fue a vivir con su madre.
Emilio Cotarelo y Mori, en el tomo segundo de sus imprescindibles Estudios sobre la historia del arte escénico en España, dedicado a María del Rosario Fernández, «La Tirana». Primera dama de los teatros de la corte, publicado en 1897, nos ofrece una serie de noticias sobre el personaje que da pie a este pliego y a su ajetreada vida. No hay que confundir a Mª del Rosario, la originaria «Tirana», a la que dedica el ensayo, con «La Caramba», que es la tonadillera que nos ocupa y sobre la que nos ofrece valiosísimos datos.
Un señoritoTal fue el éxito de la tonadillera que, con su sobrenombre, puso de moda los aderezos y adornos que lucía en su cabeza y que pasaron a designarse como «carambas». La caramba era una especie de complicado lazo en forma de moña donde podían colocarse objetos de orfebrería o carísimas telas de variados colores con el fin de resaltar la belleza de las damas. De este modo, hizo decir al pueblo que en vez que bailaba «carambeaba», que los caramelos eran «carambelos» o que Carabanchel se llamaba «Carambalchel». Goya nos dejó muestras de las damas que lucían esas carambas en sus pinturas.
muy petimetre
se entró en mi casa
cierta mañana,
y asi me dijo al primer envite:
—¿Oye usted... ? ¿Quiere usted ser mi maja
Yo le respondí con mi sonsonete,
con mi canto, mi baile y soflama:
—¡ Qué chusco que es usted, señorito!
Usted quiere..., ¡caramba!, ¡caramba!
¡Que si quieres, quieres, ea!
¡Vaya, vaya, vaya !
Me volvió a decir muy tierno y fino:
—María Antonia, no seas tan tirana:
mira, niña, que te amo y te adoro
y tendrás las pesetas a manta.
Yo le respondí con mi sonsonete,
con mi canto, mi baile y soflama:
—iQué porfiado es usted, señorito !
Usted quiere..., ¡caramba!, ¡caramba!
El 10 de marzo de 1781 se casó en secreto con Agustín Sauminque, con la oposición de la familia del escritor francés. La tonadillera, por motivos desconocidos y haciéndose pasar por quien no era, hizo fabricar una cédula de defunción de sus padres, que aún vivían, cambiando sus nombres y llamando a su padre Benito Fernández y a su madre Manuela Rodríguez. El matrimonio pronto se fue a pique y, ya separados, María Antonia se fue a vivir con su madre.
Emilio Cotarelo y Mori, en el tomo segundo de sus imprescindibles Estudios sobre la historia del arte escénico en España, dedicado a María del Rosario Fernández, «La Tirana». Primera dama de los teatros de la corte, publicado en 1897, nos ofrece una serie de noticias sobre el personaje que da pie a este pliego y a su ajetreada vida. No hay que confundir a Mª del Rosario, la originaria «Tirana», a la que dedica el ensayo, con «La Caramba», que es la tonadillera que nos ocupa y sobre la que nos ofrece valiosísimos datos.
Sobre «La Caramba», escribe Cotarelo, pág. 37 y ss.
«Mayor ruido que todas éstas promovía entonces en la corte la tercera de música, María Antonia Fernández, sobrenombrada la Caramba, célebre por su belleza, su canto desgarrado y gitanesco, donde acumulaba toda la voluptuosidad andaluza, su alegre conducta y su extravagancia en el vestir, lo que no impidió que el enorme lazo de la cabeza, por ella ideado, que tomó su nombre y sacó en 1778, fuese luego de uso general. A este adorno, y quizá pintando también la inventora del mismo, aludió Jovellanos en una de sus sátiras contra aquellas encopetadas damas de su tiempo que, á pesar de su alcurnia, no desdeñaban imitar á la Caramba.
Baja vestida al Prado cual pudiera
Una maja con trueno y rascamoño,
Alta la ropa, erguida la caramba,
Cubierta de un cendal más transparente
Que su intención, á ojeidas y meneos
La turba de los tontos concitando.
Era granadina, nacida en Motril en 1751. De Cádiz, escuela entonces de los principales artistas de Madrid, vino como sobresalienta de música en 1776. Dos años más tarde se la nombró tercera de cantado, con sólo la obligación de hacerlo así y con partido de 22 reales y 9 más de ración. La tonadilla y el sainete cantado fueron desde el principio su gran triunfo. El público corría precipitadamente á oir aquellos ayes interminables y al parecer tan hondamente sentidos. Todo el arte de la Caramba se reducía á esto; mas por nada del mundo se atrevería la Junta á excluirla: el pueblo se hubiera sublevado. Toleraba, pues, sus desafueros y extravagancias, dentro y fuera del teatro, á trueque de que la terrible mosquetería estuviese contenta».
Más adelante, sigue relatando Motarelo, las circunstancias que dieron lugar a su alejamiento de la vida disipada y su acercamiento a una vida de oración. (pág. 133):
«Como inopinadamente descargase una fuerte tempestad, huyendo de ella refugióse la Caramba en el convento de capuchinos del Prado (estaba en la Carrera de San Jerónimo) en ocasión en que uno de los padres se hallaba predicando. El susto causado por la tormenta se acrecentó de tal suerte con las palabras del fraile, á las que daría más fuerza la contemplación de aquel cuadro de Jordán representando á la Magdalena penitente que allí existía, que la cómica, viéndose ya en el infierno si un momento dilataba la enmienda de su vida, no quiso poner más los pies en el teatro. Desprendióse de todas sus galas y atavíos, y vistiendo sólo sayales y cilicios, como aquella famosa Francisca Baltasara, actriz del siglo XVII trajo en adelante vida de mortificación y penitencia.
Veíasela pobrísimamente vestida, el rosario en las manos, la frente siempre inclinada al suelo, seca de carnes, arrugada y sin ninguna de aquellas gracias de que había hecho escandaloso alarde, salir de una iglesia sólo para entrar en otra, causando la admiración de cuantos la conocían, que era todo Madrid, ante cambio tan radical de existencia.
Pronto las enfermedades completaron la obra que las maceraciones y ayunos habían empezado, y antes de los dos años, en 10 de Junio de 1787, falleció en la calle del Amor de Dios esta extraña mujer, siendo enterrada en la capilla de la Novena de la iglesia de San Sebastián de esta corte».
No cabe duda de que la vida de esta célebre tonadillera ha logrado trascender el tiempo en que vivió llegándose a plasmar su ajetreada vida tanto en libros, zarzuela, película y canciones.
María Antonia, la Caramba, es el título de la zarzuela en tres actos, dividida en cinco cuadros, con libreto de Luis Fernández Ardavín y música de Federico Moreno Torroba. Estrenada en el Teatro de la Zarzuela de Madrid el 10 de abril de 1942.
El hermoso Pasodoble de la Caramba, interpretado, entre otras, por la gran Concha Piquer, con música del maestro Quiroga y letra de Rafael de León, puede escucharse en sus dos versiones a través del siguiente enlace donde se resume muy bien la popularidad de la tonadillera.
La Caramba era una rosa
cuando vino de Motril
a sentar plaza de maja
en la villa de Madrid.
El pelo como las moras,
los ojos como los celos,
y en la cabeza temblando
un lazo de terciopelo.
Y el Madrid de aquel entonces
que por ella enloquecía,
entre Caramba y Caramba
a la Caramba decía:
Ay María Antonia Fernández,
Te quiero a ti,
Ay Caramba, Caramba mía,
Ay Maria Antonia Fernández,
todo Madrid por ti canta
de noche y día.
Y los manolos que van al Prado
se han vuelto locos y enamorados,
que la Caramba cuando va andando
canela en rama va derramando.
¡Viva el jaleo, que viva!,
¡Viva la Alhambra!,
¡Que vivan los ojos negros,
negros, negritos,
de la Caramba!.
Hablaron de que era un duque,
juraron que era un marqués,
murmuraron del monarca,
dijeron de un portugués.
Lo cierto es que Maria Antonia
renegó de los Madriles
y cambió el traje de maja
por unas tocas monjiles.
Y el Madrid de aquel entonces
que sin ella no vivía,
entre Caramba y Caramba
a la Caramba decía:
Ay María Antonia Fernández,
Pobre de ti,
Ay Caramba, Caramba mía,
Ay María Antonia Fernández
todo Madrid por ti llora
de noche y día.
Que a tu persona no hay quien la vea
ni por ventanas ni por zoteas,
y los manolos te están buscando
y por las calles pasan gritando.
¡Viva el jaleo, que viva!,
¡Viva la Alhambra!,
¡Que vivan los ojos negros,
negros, negritos,
de la Caramba!.
No podía dejar de mencionar al "artífice" de la conversión de la tonadillera, que no fue otro que el predicador capuchino Fray Diego José de Cádiz (1743-1801) llegando a ser beatificado el 22 de abril de 1894 por el papa León XIII.
Es sabido que la predicación era la principal actividad de los capuchinos. Solían recorrer los pueblos evangelizando a los lugareños en las llamadas «misiones populares». Antes habían adquirido una estudiada técnica retórica para convulsionar conciencias y atraer mediante objetos, signos o gestos estudiados a los fieles. En esto destacó Fray Diego de Cádiz, sintiéndose escogido para desarrollar una labor intransigente ante cualquier conato de apertura del signo que fuese. Uno de sus sermones, cuya portada reproduzco, trata precisamente sobre las comedias y bailes... «para desengaño de incautos, mal instruidos, o preocupados de las máximas del mundo».
¿Qué poder de sugestión no tendría el fraile capuchino con sus palabras y gestos para convencer a la tonadillera de que abandonara todo? ¿En qué estado emocional se encontraba entonces María Antonia? Es algo que tiene difícil respuesta, pero este cambio radical en la vida de la tonadillera incrementó de hecho su fama y la perdurable atracción hacia su persona y su vida.
Es sabido que la predicación era la principal actividad de los capuchinos. Solían recorrer los pueblos evangelizando a los lugareños en las llamadas «misiones populares». Antes habían adquirido una estudiada técnica retórica para convulsionar conciencias y atraer mediante objetos, signos o gestos estudiados a los fieles. En esto destacó Fray Diego de Cádiz, sintiéndose escogido para desarrollar una labor intransigente ante cualquier conato de apertura del signo que fuese. Uno de sus sermones, cuya portada reproduzco, trata precisamente sobre las comedias y bailes... «para desengaño de incautos, mal instruidos, o preocupados de las máximas del mundo».
¿Qué poder de sugestión no tendría el fraile capuchino con sus palabras y gestos para convencer a la tonadillera de que abandonara todo? ¿En qué estado emocional se encontraba entonces María Antonia? Es algo que tiene difícil respuesta, pero este cambio radical en la vida de la tonadillera incrementó de hecho su fama y la perdurable atracción hacia su persona y su vida.
Los copleros advirtieron enseguida el poder de atracción de la tonadillera, publicándose pliegos alusivos sobre su vida. El primero de los que recogemos data de Barcelona y fue impreso por Juan Serra y Centené a finales del siglo XVIII o primeros años del XIX; y el segundo, en Málaga, por Félix de Casas y Martínez, ambos sin año de edición.
©Antonio Lorenzo