domingo, 10 de febrero de 2013

Bandoleros, contrabandistas y valentones


Los pliegos que vamos a reproducir de forma parcial corresponden a lo que podríamos considerar de forma genérica como pliegos de aventuras.  En ellos se superponen y entremezclan realidades e invenciones, temas y motivos, y orígenes y desarrollos variopintos. 

En este apartado me voy a detener en aquellos pliegos de jaques y valentones, de contrabandistas y de bandoleros que constituyen una especie de mosaico con características comunes.

El término guapo, en el sentido de chulo, rufián y arrogante se documenta en los entremeses de Quiñones de Benavente (1589-1651). Estos jaques y valentones se refieren a personajes cuyos rasgos serían el desmedido orgullo, la jactancia, el arrojo, el machismo y la bravuconería, y cuya relación con el teatro del Siglo de Oro ha sido puesta de manifiesto.

Bandolero con su maja, por Doré

A su vez, los pliegos sobre bandoleros, trufados a veces con actividades contrabandísticas, son muy abundantes en los pliegos de cordel, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX.

Contrabandistas por Doré

Dada la amplitud del tema y su estrecha relación con los pliegos dedicados a las mujeres matadoras y justicieras dedicaré otras entradas a esta temática para desarrollar algo más estas conexiones.

Existe una distinción teórica entre bandolero y bandido. El bandolerismo no es en todos los casos bandidaje. Bandolero es aquel que asalta a viajeros y caminantes, que actúa en partidas o cuadrillas y cuyo principal fin es el robo. El bandido es generalmente un criminal que está perseguido por un ‘bando’. Aunque en la práctica ambos términos resulten sinónimos, y así sucede en la mayoría de los pliegos consultados, esta distinción habría que matizarla en cada caso y situación.

El bandido tiene tras de sí una orden judicial de detención (un bando, edicto o pregón) con sentencia firme ya acordada y cuyos hechos delictivos ya se han probado y se halla en paradero desconocido. Al bandolero, en cambio, se le asocia más con un salteador de caminos que por lo general no ha cometido delitos de sangre y cuya actividad es básicamente el robo. Por precisar aún más, el bandido tendría el agravante de usar la violencia contra personas y cosas, mientras que el bandolero sólo usará la violencia en caso de necesidad manifiesta o persecución, lo que de alguna forma lo justifica socialmente.

Duelo a navaja por Doré

El imaginario colectivo considera al bandolero como perteneciente a la sociedad campesina, que los idealiza y les transfiere cualidades heroicas y rasgos de nobleza, valor, honradez, bondad y un fondo sentimental y galante que les hace atractivos más allá de su medio originario. Pero, obviamente, la figura del bandolero es mucho más compleja y no se trata siempre del pobre que se rebela contra los ricos ni del insatisfecho social que trata de cambiar las relaciones de poder de una sociedad, como señalaba Caro Baroja en su espléndido y seminal Ensayo sobre la literatura de cordel, Madrid, Revista de Occidente, 1969, p. 387. Esa figura ‘idealizada’ del bandolero social corresponde por lo general a una visión intelectualizada de escritores o historiadores más cerca de los núcleos urbanos que de los rurales.

El complejo mundo del bandolerismo, aunque arranca literariamente desde muy antiguo, alcanza gran éxito en las novelas y en las representaciones teatrales del Siglo de Oro. Autores tan representativos como Lope de Vega, por poner un ejemplo, utilizaron la figura del bandolero como atrayente reclamo para sus obras, como sucede en: Antonio Roca o la muerte más venturosa o Roque Dinarte, ambas de ambiente catalán.

El bandolerismo, como fenómeno social, no se puede considerar aisladamente sin tener en cuenta el territorio donde se produce y las circunstancias y contextos sociales que lo enmarcan. Aunque el bandolerismo está asociado a situaciones políticas y sociales propias, tiene también unas constantes que son comunes, independientemente de la época que estudiemos, que articulan una imagen del mismo como arquetipo del bandido generoso y de héroe popular.

Goya - Ataque a un coche (Colección particular)

Eric Hobsbawm, en sus ya célebres obras Rebeldes primitivos, estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX (1974) y Bandidos (1969), analiza a los “delincuentes” y “salteadores”, no como criminales, sino como personajes históricos cuyas actividades son fruto de las tensiones sociales. Hobsbawm incorpora el concepto del bandolero social, a diferencia del delincuente común, como canalizador del descontento popular e instrumento de la protesta social.

El bandolerismo depende de la geografía, de la época y de las circunstancias concretas de la sociedad donde se produce. No es lo mismo el bandolerismo catalano-aragonés que el bandolerismo andaluz. El primero ha sido estudiado por Joan Reglà en El bandolerisme català del Barroco, Barcelona, 2ª ed., Edicions 62, 1966. En dicho estudio, Reglà distingue un mayor desarrollo del bandolerismo catalán durante los siglos XVI y XVII, debido a peculiares circunstancias socio-económicas, frente al bandolerismo romántico andaluz del XIX.

Establecer relaciones mecánicas entre planos de realidad que valgan para todo, aunque no resulten falsas en conjunto, no deja de ser una visión reduccionista y parcial, aunque invita a nuevas miradas sobre el complejo mundo del bandolerismo.

Obviamente no es este el lugar para desarrollar estos y otros aspectos, pues de lo que se trata es de mostrar y dar a conocer unos pliegos de cordel que guardan estrecha relación con este enmarañado mundo. Dada su complejidad sería casi conveniente el estudiar individualmente cada pliego y el entramado de sus circunstancias y relaciones.

Veamos en esta primera aproximación unas cuantas portadas alusivas.


Juan Portela. Barcelona,
Impr. Narciso Ramírez, 1876
Andrés Vázquez y sus hermanos.
 S.l., Impr. Ignacio Estivill, s.a.



















Como ejemplo de romance disparatado reproduzco la portada de don Juan de la Tierra, natural de la villa de Illescas, valentón que se enamora en Nápoles de la hija de un mercader. Tiene con ella un hijo y regresa  de nuevo a Illescas donde se establece con lo robado al padre de su amante. Éste lo persigue y al final todo se arregla por la intervención del propio Felipe IV.

Don Juan de la Tierra. Barcelona, Imprenta Herederos de Juan Jolis, s.a.

Reproduzco la portada de la trágica historia de Lorenzo de Texado, de la que ya publiqué el pliego completo, aunque diferente, editado por otro impresor en la entrada dedicada a crímenes horrorosos.

Lorenzo de Texado. Barcelona,
Herederos Viuda de Pla, 1833.
Lorenzo de Texado. Barcelona,
Herederos Viuda de Pla, 1833.



















Palma, Tienda de M. Borras, s.a.
Madrid, Despacho de M. Minuesa, 1876.


















Para no alargar en demasía esta primera entrada publico la portada de un pliego con el romance de Los bandidos de Toledo. Es romance curioso porque desarrolla una trama novelesca donde el protagonista consigue liberar a una doncella catalana que estaba en poder de una banda de facinerosos y acaba siendo nombrado virrey de Cataluña.

Los vandidos (sic) de Toledo. Barcelona,
 Impr, Ignacio Estivill, s.a.



Antonio Lorenzo

lunes, 4 de febrero de 2013

'Más orgullo que don Rodrigo en la horca'



El pliego de cordel que comento en esta entrada se refiere a don Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, conde de La Oliva de Plasencia, etc., cuyo ajusticiamiento ha dado pie supuestamente a la expresión ‘Tener más orgullo que don Rodrigo en la horca’, frase que no parece corresponder a la realidad, pues Rodrigo Calderón no fue ahorcado sino degollado. Sobre el citado dicho volveremos al final.

La azarosa vida de don Rodrigo se desarrolla en pleno reinado de Felipe III, en el marco de un Imperio en el que el monarca se inhibe de sus funciones de gobernante y delega sus funciones en un valido o primer ministro ambicioso que actúa por cuenta propia sosteniendo a la monarquía frente a enemigos exteriores y a la corrupción interior.

Rodrigo Calderón nació en Amberes alrededor de 1570, hijo natural del capitán de los Tercios de Flandes Francisco Calderón y de una noble alemana de origen español llamada María de Aranda. Tras la muerte de la madre, cuando contaba unos 5 años, se traslada con su padre a España, donde éste contrae nuevas nupcias, y coloca a Rodrigo como paje del Vicecanciller de Aragón. En breve pasa a formar parte como paje al servicio del duque de Lerma, primer ministro y valido de Felipe III. Poco a poco fue ganando la confianza del duque y ocupando puestos de mayor importancia, como Ayuda de cámara del rey y, posteriormente, Secretario de la misma Cámara.

Lerma presentó a su protegido a una noble extremeña, doña Inés de Vargas Carvajal, Señora de la Oliva, con quien se casó en marzo de 1601 y con la que tuvo cinco hijos. Felipe III regaló a Rodrigo por su matrimonio la Encomienda de Ocaña y el hábito de Santiago. Con gran prontitud fue adquiriendo títulos, fortuna y dignidades, así como pinturas (varias de Rubens, al que conoció en Valladolid en 1603), armas, joyas, caballos y toda clase de riquezas.

Rubens, La adoración de los magos. Museo del Prado. Anteriormente de Rodrigo Calderón

Sus delirios de grandeza y su ambición desmedida llegaron a tal punto que hasta se cuenta que en ciertos momentos renegó de su propio padre, simple capitán de los Tercios, y urdió una historia donde se proclamaba hijo del mismo duque de Alba, fruto de la relación que mantuvo en Flandes con su madre. Este intento de defender la hidalguía de su protector se recoge en la novela ‘La pícara Justina’ (Medina del Campo, 1605) atribuida a Francisco López de Úbeda, médico y amigo de Rodrigo a quien dedica el libro.


Poco a poco fue ganándose enemigos entre los nobles y entre una gran parte de la Iglesia, siendo víctima de numerosas intrigas palaciegas que trataban de indisponer a Rodrigo con la propia reina. La muerte de la reina por sobreparto en octubre de 1614 fue el detonante aprovechado por sus enemigos para acusarle de ser el causante promotor de la desgracia. El rey, no obstante, le envió en misión diplomática a Flandes para alejarle de la Corte y le concedió el título de marqués de Siete Iglesias.

Las intrigas para apartarle del favor del rey fueron acrecentándose por el duque de Uceda, hijo de su mentor el duque de Lerma, y sobre todo por el conde-duque de Olivares, junto a la complicidad de los religiosos confesores del rey.

El que fuese valido de Felipe III y protector de Rodrigo, el duque de Lerma, ya viudo y sospechando lo que se avecinaba decide abrazar la carrera eclesiástica y, por intercesión real, el Papa le nombra cardenal de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, dignidad ésta que le otorgaba el privilegio de la inmunidad. Alejado de la corte (1618), Lerma permanecerá intocable por ser un príncipe de la Iglesia, habiéndose llevado las riquezas amasadas y expoliadas al Erario Público. Fallecería en 1623, aunque no pudo sustraerse a la sátira que le dedicó el conde de Villamediana:

  Para no morir ahorcado
  el mayor ladrón de España,
  se vistió de colorado.

Al retirarse Lerma de la vida pública, dejando desprotegido a quien fue su hombre de confianza, Rodrigo  se instala en Valladolid, pudiendo haberse salvado de su inmediata detención si hubiese hecho caso a los vaticinios de una monja del monasterio de Porta Coeli (convento del que fue gran protector), en el sentido de que era mejor que se mantuviese quieto y esperase la sentencia de la justicia.

Su vertiginoso declive político y personal comienza en febrero de 1619 con su encarcelamiento en el castillo de la Mota, en Medina del Campo y posteriormente en Montánchez (Cáceres), luego en Santorcaz (Madrid) y finalmente en la capital madrileña. Los motivos de su encarcelamiento pasan por las acusaciones de prácticas de hechicería, de su complicidad en la muerte de enemigos y por las sospechas sobre el envenenamiento que acabó con la vida de la propia reina Margarita de Austria.

La clemencia y el perdón real que anhelaba por parte del monarca Felipe III nunca llegó, pues el monarca falleció en marzo de ese mismo año, lo que parece ser que hizo exclamar a Rodrigo: ‘el rey es muerto, yo soy muerto también’.

A los pocos meses de subir al trono Felipe IV, Rodrigo no pudo librarse de su dramático final y fue  degollado en la Plaza Mayor de Madrid el veintiuno de octubre de 1621.




















A raíz del proceso y de la muerte del que fuera poderoso e influyente marqués, su vida fue despertando paulatinamente una creciente admiración, transformando su mala imagen y convirtiendo a su figura en una especie de víctima, acrecentando así una simpatía y un aprecio del que no gozó en vida.


Años después de su muerte, las monjas de Porta Coeli en Valladolid, convento del que fue patrón don Rodrigo, pidieron el traslado del cuerpo, y allí se conserva momificado e incorrupto, como puede verlo quien tenga interés a través del siguiente enlace:

http://vallisoletvm.blogspot.com.es/2010/04/la-momia-de-don-rodrigo-calderon.html

Estatua orante de don Rodrigo Calderón


Literatura

En vida de Rodrigo Calderón circularon numerosísimas sátiras políticas e invectivas contra él y contra su mentor el duque de Lerma, como las dedicadas por el conde de Villamediana, donde en una de sus sátiras expresa su indignación ante el éxito social de alguien que salió de la nada y alcanzó altas cimas de poder.

                Que venga hoy un triste paje
                a alcanzar la señoría
                y a tener más en un día
                que en mil años su linaje,
                bien será señor se ataje;
                que es grandísima insolencia
                que venga a ser excelencia
                un bergante, ¡gran locura!,
                si su majestad lo apura,
                tendrás, Calderón, pendencia.

Las críticas de sus coetáneos le tachan de un individuo sin escrúpulos y capaz de todo para conservar sus privilegios y cargos.

El tono general de los siete romances incluidos en este pliego, editado en Barcelona por los herederos de la viuda Pla sin que figure el año, tiende a despertar la compasión por el ejecutado, sin detenerse a juzgar los actos que hizo en vida, salvo el reconocimiento de Rodrigo en el segundo romance sobre su responsabilidad en numerosos crímenes, pero negando su culpabilidad en la muerte de la reina. Se aprecia una trasmutación de compasión en alivio ante el desenlace feliz por la muerte como camino de salvación para alcanzar la verdadera felicidad, muy a tono con la mentalidad barroca. Los pliegos que se conservan sobre Rodrigo Calderón tratan su figura con benignidad, a medida en que su castigo se iba prolongando y endureciendo. Los romances que se le dedicaron son clara copia de los dedicados en su día a don Álvaro de Luna, valido de Juan II de Castilla, decapitado en Valladolid en 1453.

Observando en conjunto, tanto en estos como en otras composiciones sobre la muerte de Calderón, apreciamos la focalización en la gran devoción mostrada por don Rodrigo y la valentía y serenidad a la que se enfrenta y su estoicismo ante la desgracia, que contrasta con las invectivas en las que se vio envuelto en su vida pública.

La vida y muerte de Rodrigo Calderón inspiró sendas obras teatrales en el siglo XIX, en clave de dramas históricos tan del gusto romántico, como Don Rodrigo Calderón o la caída de un ministro (1841) de Ramón de Navarrete y Landa o Un hombre de Estado (1851) de Adelardo López de Ayala. El interés por su biografía alcanza fechas recientes del siglo XX y aún del XXI, como protagonista de sendas novelas históricas Don Rodrigo Calderón: entre el poder y la tragedia (1997) de Federico Carrascal, con una cierta condescendencia a su figura como víctima de las circunstancias que le tocó vivir o Del sitial al cadalso: crónica de un crimen de estado en la España de Felipe IV (2003) de Manuel Vargas-Zúñiga, donde Rodrigo aparece como víctima de una conspiración dirigida y protagonizada por Olivares. Muy reciente es también Rodrigo Calderón. La sombra del valido (2009) de Santiago Martínez Hernández.

Resumen

Si hacemos un balance desde una perspectiva actual sobre Rodrigo Calderón la apreciación general sobre su figura es la de que fue en gran medida una víctima propiciatoria que sirvió para calmar las tensiones sociales de su época y la desastrosa situación económica. Un juicio actual sobre su figura rebasa lo puramente histórico y anecdótico, siendo necesario abrir el campo de investigación hacia otros aspectos de índole psicológica, sociológica, etc., aparte de los puramente literarios.

La expresión ‘Tener más orgullo que don Rodrigo en la horca’

El escritor navarro José María Iribarren, en El porqué de los dichos (1955), obra de la que manejo una 5ª edición, Gobierno de Navarra, 1993, comenta a propósito de esta expresión que alude a la serenidad y a la entereza de la que dio muestras en el patíbulo Rodrigo Calderón, que anteriormente ya existía en castellano el refrán ‘Tiene más fantasía que Rodrigo en la horca’, según da noticia el erudito Julio Monreal. Pudiera ser que dada la coincidencia entre el antiguo refrán y lo acontecido con don Rodrigo Calderón tiempo después, se asociara con este personaje. Iribarren también se decanta por esta explicación al comentar que Rodrigo no murió en la horca, sino degollado. Sea como fuese, la frase ha hecho fortuna y se asocia a la altivez que mostró en el cadalso el Marqués de Siete Iglesias.

Antonio Lorenzo

martes, 29 de enero de 2013

Quevedo y el cabildo de los gatos


No son muchos los pliegos de cordel que contienen composiciones de autores consagrados. En esta entrada damos a conocer un rarísimo pliego suelto cuyo autor es nada más y nada menos que don Francisco de Quevedo. Y resulta raro no solo por lo avanzado de su impresión en el primer cuarto del siglo XIX (1822), aun habiendo sido compuesto casi 200 años antes,  sino también por la temática que contiene y porque no hemos encontrado en nuestras pesquisas otras ediciones de este pliego.

Sabido es que los pliegos de cordel eran degustados por todo tipo de público, tanto por el ‘vulgo’ como por los ilustrados. La llamada literatura de cordel es un género fronterizo y semipopular que participa y se entremezcla con los otros géneros conocidos. Aún está por completar con nuevos datos una ‘sociología de la literatura’ que tenga en cuenta las preferencias y los ‘gustos’ del pueblo y el público a quien supuestamente van dirigidas estas composiciones y los ‘valores’ ideológicos, morales o de todo tipo que subyacen en ellos dejando aparte la ‘valoración estética’ y subjetiva de esta literatura.

Lope de Vega, junto a otros dramaturgos, se quejaba de que sus obras fuesen pasto del pueblo y enmendadas y alteradas sin citar su procedencia. En un Memorial dirigido al rey, sacado a la luz y estudiado magistralmente por Mª Cruz García de Enterría (del que se conserva ejemplar custodiado en el British Museum de Londres, sig. 1322.1.3), Lope arremete con dureza contra los mercaderes de relaciones, coplas y versos que atentan contra la moral y las buenas costumbres, aunque tampoco hay que olvidar que el mismo Lope fue durante un tiempo una especie de censor moral al servicio del poder establecido.

Si bien es cierto que algunas composiciones de Quevedo, Góngora o el propio Lope figuraron en pliegos, estos no son muy abundantes. En el caso que nos ocupa de Quevedo sabemos que circuló como pliego suelto una celebérrima jácara que fue inspiradora de un largo recorrido.

‘Carta de Escarramán a la Méndez: ya está guardado en la trena…’. Aquí se contiene la adversa fortuna del valiente Escarramán, natural de Sevilla, al cual prendieron por muchos delitos que cometió… Compuesto por don Francisco de Quevedo. Impreso en Barcelona. Año 1613.



Las jácaras pertenecen a los llamados géneros menores cuyo origen estructura lenguaje y su relación con la música y el teatro aún suscitan discusiones entre los estudiosos. Se trata de composiciones que desarrollan una narración lineal de sucesos relacionados con el hampa, la marginación, la prostitución y la delincuencia. Esta especie de subgénero poético, aunque métricamente es similar al romance, se solía representar en los corrales de comedias o bien en los entreactos o al final de la representación como breves piezas  de marcado carácter burlesco y jocoso a modo de sátira social.

También conocemos un pliego, fechado en 1677, con unas ‘Sátiras graciosas de don Francisco de Quevedo’ donde se recoge su tantas veces repetida composición ‘Poderoso caballero es don Dinero’, donde refleja con su agudeza acostumbrada y su humor desencantado la angustia económica en los tiempos de Felipe IV.

Pero vayamos al pliego que nos ocupa:
Relación nueva burlesca, de don Francisco de Quevedo, que declara un Cabildo que celebraron los Gatos en el ala de un tejado, sobre el modo cómo habian de vivir, y lo que á cada uno le pasaba con su amo’. Valencia, imprenta de Laborda, 1822.


  
Parece ser que este romance fue compuesto por Quevedo alrededor de 1627 y aparece en sus obras bajo el título de ‘Consultación de los gatos, en cuya figura también se castigan costumbres y aruños’. Es de destacar en el pliego la advertencia de que se trata de una ‘relación nueva’ para dar sensación de actualidad, aunque fuera escrita doscientos años antes, recurso muy usado en la poética de la literatura de caña y cordel.



En el romance se nos narra cómo en el tejado de Aminta se reúnen en ‘consultación’ o ‘cabildo’ gran cantidad de gatos. La disposición escénica sitúa a los gatos según su edad y condición: en los caballetes, los más viejos y canos; los negros a mano izquierda y a la derecha los blancos. Cada uno de ellos se lamenta de lo ladrones que son sus amos y lo mal que les tratan.

Quevedo nos presenta en el romance a un total de once gatos con desigual participación en sus comentarios. La relación de los diferentes amos discurre fundamentalmente por un letrado, un mercader, un rico avariento, un pastelero, un boticario y un alguacil. El romance concluye con la aparición de un perro alano que, atraído por el olor, desbarata rápidamente la ‘junta’ gatuna, huyendo todos espantados y lamentándose de su precaria condición.


Mediante la utilización de la hipérbole y el equívoco como recurso de gracia y humor la idea que subyace en todo el romance es que el robar de los gatos lo han aprendido de las prácticas y el afán lucrativo de sus amos y por extensión de los humanos. Todo ello se articula en una especie de poema dialogado que lo entronca vagamente con las representaciones teatrales de tanto éxito en el Siglo de Oro y que recuerda a los entremeses y a las imitaciones burlescas de las parodias.

El éxito de este romance fue tan grande que hasta su amigo Lope de Vega retomó la temática gatuna en su Gatomaquia, donde urde una curiosa trama de amor y celos y donde el mundo gatuno es también el protagonista.

Antonio Lorenzo