lunes, 11 de febrero de 2019

Impresos populares: el Sexenio Democrático y la 1ª República (1868-1874) [IV] (El duelo cuyo precio fue el trono de España)


Tras el triunfo de la revolución La Gloriosa y la salida hacia el exilio de la reina Isabel II, nos encontramos en pleno año 1870. La principal labor del gobierno, con la oposición de los republicanos y de relevantes figuras políticas, era encontrar un rey que se adaptara al papel reservado por la nueva constitución de 1869: un monarca constitucional que reine pero no gobierne. 

En mayo de 1870, ante la inviabilidad de encontrar un candidato idóneo para el trono de España, el general Prim, con el apoyo de Pascual Madoz, pese a no estar muy convencido, escribe al general Espartero para tantear su disposición a ser rey, propuesta que el ilustre general rechazó de forma inmediata. Hubo hasta coplas populares que recogían la idoneidad de su candidatura:

                                                      Dichosa sería España
                                                      bajo demócrata mando,
                                                      altivo, no tolerado,
                                                      la corona en sien extraña;
                                                      de los Borbones la saña
                                     
                 olvidar nunca debemos,
                                                      Montpensier, no lo queremos,
                                                      Espartero es popular,
                                                      Rey lo debemos alzar.

El duelo cuyo precio fue el trono de España

Entre las opciones posibles para ocupar el trono de España se encontraba con muchas posibilidades la candidatura de Antonio María de Orleans, duque de Montpensier. Antonio María de Orleans (1824-1890) era hijo del rey de Francia Luis Felipe de Orleans, quien dispuso por razones políticas que se casara con la hermana de la reina española Isabel II, María Luisa Fernanda, enlace que se hizo coincidir con la de la propia Isabel II con Francisco de Asís el día 10 de octubre de 1846. El mismo día de la boda Isabel II le concedió el grado de capitán general y el título de infante.

María Luisa Fernanda tenía entonces quince años y el novio veintidós y ni ella hablaba francés ni su esposo español. Montpensier era un hombre de gustos exquisitos, a diferencia de su esposa, que era una persona sencilla y poco dada al boato; por ello, en la corte de los Orleans Luisa Fernanda era conocida familiarmente como “la petite sauvage” (“la pequeña salvaje”).

Como militar, se distinguió en la campaña de Argelia, estableciéndose en España tras la revolución de 1848. Con la caída de la reina Isabel II tras el triunfo de la Revolución de 1868, se convirtió en uno de los candidatos más serios a la Corona española, pero pronto malogró sus pretensiones al matar en un desgraciado duelo a Enrique María Fernando de Borbón, hermano del rey consorte Francisco de Asís, por sentirse injuriado por unos folletos y declaraciones y ser tachado de desleal en un escrito. 

En 1869 y 1870, Enrique María de Borbón, infante por nacimiento y no por matrimonio, publicó varios panfletos y artículos contra su primo, el duque de Montpensier. El 10 de Marzo de 1870, en el periódico "La Época" apareció un artículo firmado por el Infante donde se declaraba "el más decidido enemigo del duque francés mientras viviera". En su escrito lo llamó "hinchado pastelero francés", acusándolo de conspirar para conseguir el trono de España. Parece ser que de todas estas declaraciones lo que más molestó al duque fue que lo llamara "hinchado pastelero francés". El duque le envió a su primo una nota exigiendo que se retractara, a lo que el infante respondió lo siguiente: «Muy Sr. Mío: el papel que me ha remitido y le devuelvo adjunto, está escrito por mí y por consiguiente respondo de él». Tras esa respuesta, el duque lo retó a un duelo a muerte.

Dehesa de Carabanchel, 12 de marzo de 1870

El 12 de marzo de 1870 tuvo lugar el enfrentamiento a pistola que iba a cambiar el futuro político de la España del siglo XIX. El enfrentamiento se produjo en la llamada "Dehesa de los Carabancheles". El lugar exacto del duelo se desconoce, pero la dehesa pertenecía entonces al término de Carabanchel Alto que compró el Ministerio de la Guerra para establecer una escuela de tiro. El duelo pudo producirse, según distintas hipótesis, en lo que actualmente se conoce por el Pinar de San José, al lado del aeródromo de Cuatro Vientos, o bien en un bosquecillo cercano a la actual localidad de Alcorcón.

Reproduzco dos planos: el primero de 1856 y el segundo de 1927.

Dehesa de Los Carabancheles según plano de 1856

Plano del campo de tiro y maniobras de Carabanchel (1927)
Sea como fuere, se conserva el acta del enfrentamiento, que paso seguidamente a reproducir por considerarlo de interés o simplemente como mera curiosidad.

Acta del duelo
"En Madrid a 12 de marzo de 1870, siendo las ocho de la tarde, reunidos los que suscriben en la casa morada del Excmo. Sr. Teniente General don Fernando Fernández de Córdova, acordaron levantar acta de todo lo ocurrido en el lance de honor concertado en la noche de ayer y llevado a término en la mañana de hoy en la forma siguiente.
Siendo las diez del día, se presentaron en el exportazgo de las ventas de Alcorcón, el Sr. Infante D. Enrique de Borbón y el Sr. Duque de Montpensier, acompañados de los infraescritos y los doctores D. José Sumsi y Luis Leira.
Acto continuo, se dirigieron todos los referidos a la Escuela de Tiro en la dehesa de los Carabancheles y, obtenida la licencia del Sr. Comandante jefe de aquel puesto militar para probar unas pistolas, se eligió un lugar próximo al blanco de los tiros de cañón.
Medida entre el Sr. General Córdova y D. Federico Rubio con un metro la distancia de nueve metros en cumplimiento del acuerdo número primero, pareció a ambos que resultaba corta en el campo y propusieron alterar en este punto lo pactado, alargando un metro más la distancia; cuya proposición fue aceptada sin discusión y con el mayor gusto por todos los demás testigos; en cuya virtud se midió y rayó, a uno y otro extremo, la distancia de diez metros, fijándola además con dos piquetes.
Acto seguido, se procedió a echar suerte para que ésta designara quién debía disparar primero, resultando corresponder al Sr. Infante D. Enrique.
De igual manera se procedió para elegir el punto en que se habían de colocar los combatientes y correspondió la elección al Sr. Infante D. Enrique.
Entregadas a dicho señor y al Sr. Duque de Montpensier sus armas respectivas, se dio la voz de “atención” y perteneciendo al Sr. D. Enrique disparar primero, hizo fuego sin resultado y respondió con su disparo el Sr. Duque, con igual suceso.
Cargadas nuevamente las pistolas, conferenciaron los infraescritos sobre la condición establecida número 2 que disponía acortar en un metro la distancia si el primer disparo no daba resultado, y sin discusión se acordó unánimemente que no se diese cumplimiento al artículo y no se disminuyese la distancia de los diez metros.
Disparó por segunda vez el señor Infante, sin que ocurriera novedad.
Hizo su disparo el señor duque y la bala, dando entre la caja y la llave de la pistola de su adversario, se partió en dos: media quedó incrustada entre los muelles y la otra mitad, chocando en la levita por encima de la clavícula derecha, rompió el paño sin penetrar en el chaleco. Reconocido el señor infante por los facultativos y preguntado con la debida solicitud por los testigos de una y otra parte si sentía molestia en algún punto o alguna dificultad que le estorbase, contestó negativamente repetidas veces; y examinado, no obstante, con la atención oportuna, no resultó que estuviese herido ni contuso.
En este momento, el señor general Alaminos se acercó al señor Rubio preguntándole si aquel accidente no sería bastante a dejar en lugar honroso a las partes, sin ser necesario que continuase el duelo; contestado afirmativamente por el señor Rubio, pasaron a proponer esta opinión a sus demás compañeros y, después de discutida con el mejor ánimo por parte de todos, se convino unánimemente en que la condición establecida en el número 6 prescribía que el combate no había de terminar hasta resultar herida y que, de haberla por pequeña que fuese, podría aprovecharse benignamente dicha circunstancia; pero que no existiendo ni tampoco contusión y declarando el infante con insistencia que no había recibido ningún daño ni sentido molestia que le dificultase el manejo de su arma, dada la publicidad del caso, el carácter de las personas, el hecho de haberse alterado benignamente las dos condiciones más duras del combate, y lo ocasionados que son estos sucesos a ser objeto de prolongadas Interpretaciones que dejan peor parado el decoro de los combatientes, aun habiendo sufrido todos los peligros del duelo, se acordó por unanimidad que continuase.
Hizo su tercer disparo el infante don Enrique, sin resultado.
Disparó en su turno el señor duque y cayó en tierra el infante don Enrique.
Reconocido por los doctores Sumsi, Leira y Rubio, resultó tener una herida penetrante en la región temporal derecha; las arterias temporales estaban rotas; la masa cerebral, perforada; la vida de relación y de sensibilidad, abolida; la respiración, estertorosa.
Acompañado por testigos de una y otra parte hasta que vino una camilla que, recogiéndolo, llevó el cuerpo del señor infante al próximo campamento, se convocaron los infrascritos para la sesión presente y acordaron levantar este acta, en cumplimiento de la ley y de los usos y costumbres de los lances de honor, disponiendo, además, se escriban en el número necesario para entregar, una a los herederos del infante don Enrique de Borbón, otra al duque de Montpensier, una a cada testigo y otra para que el señor Teniente General Don Fernando Fernández de Córdova se encargue de depositarla, en tiempo oportuno, en alguno de los establecimientos públicos encargados de la custodia de papeles.
Firman: Federico Rubio. Juan de Alaminos y de Vivar. Fernando Fernández de Córdova. Emigdio Santamaría. Andrés Ortiz y Arana. Felipe de Solís y Campuzano.
12 de marzo de 1870".
La trágica muerte del infante causó una general y profunda consternación. El duque de Montpensier tuvo que enfrentarse a un Consejo de Guerra, de cuyo resultado se desprendió que la muerte del infante fue accidental, aunque se impuso al duque un mes de destierro y el pago de una indemnización a la familia del muerto, indemnización, por cierto, que fue rechazada por el hijo mayor del fallecido.


Don Enrique recibió sepultura en el cementerio de San Isidro de Madrid. Al entierro, organizado con gran aparato por la masonería a la que pertenecía, se dice que asistieron unas diez mil personas. Sus hijos fueron adoptados por su hermano y marido de Isabel II don Francisco de Asís de Borbón.


Este desgraciado episodio perjudicó notablemente a sus aspiraciones para hacerse con el trono español. La revista satírica La Flaca, de marcado corte republicano, aprovechó el 'lance' entre los dos borbones para criticar y ridiculizar la situación mediante una mordaz sátira en verso, recogida a los pocos días de su enfrentamiento.

La Flaca, nº 39, 20 de marzo de 1870
La votación para elegir al nuevo rey se celebró el 16 de noviembre de 1870 con el siguiente resultado: Amadeo de Saboya, 191 votos; Republicanos, 60 votos; duque de Montpensier, 27 votos; General Espartero, 8 votos y el príncipe Alfonso, que sería más tarde Alfonso XII, solo 2 votos, con 29 ausencias, 4 diputados enfermos y 19 votos en blanco.

Tras estos resultados el duque de Montpensier se negó a reconocer al nuevo rey, perdió su grado de capitán general y fue desterrado a Baleares, aunque volvería a Madrid al ser elegido diputado por San Fernando (Cádiz). No cesaron sus conspiraciones contra Amadeo, como antes había hecho contra su cuñada Isabel II.

El 27 diciembre del mismo año, el general Prim, firme valedor de la candidatura de Amadeo, sufrió un atentado que le costó la vida tres días después. Aún se discute si la muerte del militar fue a consecuencia de la infección causada por las heridas o por un estrangulamiento durante su convalecencia. Circuló la sospecha de que el autor intelectual del magnicidio era achacable al propio duque de Montpensier, lo que no se pudo demostrar de forma convincente.

Reacio a desaparecer del mapa político, tras la abdicación de Amadeo y el fracaso de la I República, se presentó más tarde como diputado a Cortes, pero no resultó elegido. Más tarde, colaboró en la subida al trono de Alfonso XII (1874), quien se casó con una de sus hijas: María de las Mercedes, fallecida a los pocos meses de su boda y que ha pasado al imaginario popular en forma de romancillo, que no es sino la adaptación discursiva del viejo romance de "La Aparición o el Palmero" (conocido desde el siglo XVI), y que se popularizó como repertorio de los juegos infantiles, y más adelante mediante la conocidísima película ¿Dónde vas, Alfonso XII?, rodada en 1958 y protagonizada por Vicente Parra como el rey Alfonso XII y por Paquita Rico como María de las Mercedes.

La azarosa vida del duque de Montpensier, en suma, siempre estuvo salpicada por su deseo insatisfecho de acceder al trono español, por lo que contó con partidarios y detractores. De estos últimos, el más significativo por su férrea oposición a su candidatura fue el general Prim.

Reproduzco la lámina, impresa en Barcelona por Llorens, y a la venta en la tienda de Palma de Mallorca de M. Borrás.



Sin embargo, no todo en la vida del duque es negativo, pues nuevos estudios se han detenido en señalar su labor de mecenas de obras de arte, firme defensor de las tradiciones sevillanas y promotor de la restauración de monumentos civiles y religiosos revitalizando cultural y económicamente la Sevilla romántica tan alabada por los viajeros ilustrados. Su residencia sevillana del palacio de San Telmo se convirtió en un importante lugar de encuentro de artistas y de personalidades extranjeras.

Tras este repaso a la azarosa vida de Antonio de Orleans, añado una lámina donde los duques de Montpensier visitaron Barcelona y fueron aclamados con gran éxito en 1857. Sin duda faltaba mucho tiempo aún para que las intrigas del duque en pos de la corona española se materializasen en toda su amplitud.



©Antonio Lorenzo

martes, 5 de febrero de 2019

Impresos populares: el Sexenio Democrático y la 1ª República (1868-1874) [III]

Caricatura política aparecida en el  semanario barcelonés "La Flaca" (20 de junio de 1868)
La caricatura que ilustra esta entrada nos presenta a un intrigante Salustiano Olózaga manejando unos cubiletes de trilero sobre una mesa, donde figura el cartel de "Constitución de 1869", en su afán de buscar aspirantes al trono de España. Bajo la mesa, se ve a un mono haciéndole burla. También aparece Laureano Figuerola (ministro de Hacienda) tocando el organillo y, a su lado, se ve a Juan Prim tocando el tambor del "turrón", esto es, como símbolo de los cargos y prebendas a cuenta del estado. Más arriba se ve al hercúleo Nicolás María Rivero (presidente del Consejo) llevando en una de sus manos la campana de la Presidencia y en la otra el pastel de la "Monarquía Democrática". Sobre sus hombros aparece Posada Herrera (redactor de la Constitución) con su paquete de turrón, el regente Francisco Serrano y el almirante Topete con un incensario. Más arriba, en un globo con forma de calabaza, aparece la cara del duque de Montpensier. A la derecha de la caricatura se aprecia una especie de cucaña que sostiene como premio a alcanzar la corona real, por donde suben Alfonsito (el futuro Alfonso XII) y el pretendiente carlista. Abajo de la caricatura aparece un grupo de políticos disputándose diferentes carteras gubernamentales bajo el cartel anunciador de "grandes luchas cartero-ministeriales". Echado en el suelo y como dormitando, un león (alegoría de España) lleno de condecoraciones, aunque, eso sí, con un bozal. 

La Constitución de 1869 no puede entenderse fuera de su marco histórico. Tras el éxito del pronunciamiento de septiembre de 1868, la mayor parte del territorio peninsular se adhirió a la causa de «La Gloriosa». Para el 6 de diciembre de 1868 se convocaron unas Cortes constituyentes que fueron las encargadas de redactar una nueva Constitución, proceso constituyente que duró cinco meses.
Aunque salió adelante, la constitución del 69 no satisfizo a ninguno de los partidos del parlamento: para unos, era muy revolucionaria y para otros se quedaba muy corta. Los republicanos se oponían a su carácter monárquico, los católicos la rechazaban por su legislación sobre la libertad religiosa, etc.

La Constitución de 1869 resultó ser contradictoria, pues habiendo surgido como una revolución contra la monarquía establecía como forma de estado una monarquía parlamentaria, aunque le reservaba una influencia similar a la que tenía en otros países europeos avanzados dentro de un nuevo contexto democrático.

En efecto, la mayoría de  las  Cortes de 1869 se  decantó  por  la monarquía,  pero  la  alternativa  republicana  no  se  desechó  de  forma contundente, sino con importantes matices, precisamente por aceptarse el principio de soberanía nacional, que llevaba implícito la posibilidad de que Las Cortes estableciesen  la  forma  de  gobierno.

Para los republicanos, el principio  de soberanía  nacional  era  incompatible  con  cualquier  forma  de monarquía y con todo poder hereditario y permanente, tal y como expresó Estanislao Figueras, quien fuera el primer presidente del poder ejecutivo de la 1º República Española en 1873.

En fin, las discrepancias sobre la conveniencia de una república o monarquía se expresan en el siguiente ventall o abanico reproducido a continuación.


Las siguientes láminas y pliego son un claro ejemplo de crítica a la monarquía y exaltación de la república, lo que invita a un estudio más detallado, aunque alejado del propósito meramente divulgativo de este blog.








©Antonio Lorenzo

lunes, 28 de enero de 2019

Impresos populares: el Sexenio Democrático y la 1ª República (1868-1874) [II]


La Revolución de 1868, conocida como «La Gloriosa», fue una sublevación militar con elementos civiles que tuvo lugar en España en septiembre de 1868 y supuso el destronamiento y exilio de la reina Isabel II y el inicio del período denominado Sexenio Democrático.

El pronunciamiento militar coincide con una de las etapas más difíciles en España, no solo por la creciente inestabilidad política, sino también por los tres grandes conflictos del momento: la guerra carlista, la sublevación cantonal y el conflicto con la isla de Cuba.

Los principales protagonistas de la sublevación fueron el general Serrano, el almirante Topete y Juan Prim.


Tras el triunfo de la revolución se estableció un gobierno provisional presidido por el general Serrano. Una vez constituidas las Cortes constituyentes y tras dar cumplimiento a la convocatoria de nuevas elecciones, se aprobó la Constitución de 1869, con Serrano como regente y con Prim como presidente del gobierno. Su labor principal estuvo encaminada a buscar un rey para cumplir con lo aprobado en la nueva Carta Magna, ya que exigía como requisito el establecimiento de una monarquía constitucional. La siguiente etapa se caracteriza por la llegada al trono de Amadeo I como rey de España (1871-1873) y, tras su renuncia, por la proclamación de la Primera República Española el 11 de febrero de 1873. 

La Constitución de 1869, expresión de las más importantes ideas políticas de la Revolución de septiembre de 1868, parte de principios básicos y del reconocimiento de los derechos individuales. En ella desaparece la confesionalidad y se proclama la libertad de cultos públicos y privados. La resistencia a la Constitución, como era previsible, fue notable por parte de la oligarquía económica (debido a las reformas sociales) y por el clero en general (por la libertad de culto).


La Constitución se promulgó el 6 de junio de 1869, pero las Cortes no se disolvieron hasta el 3 de enero de 1871, un día después de la jura del nuevo rey Amadeo I, elegido por ellas.

Al margen de las abundantes ilustraciones que aparecen en las revistas de la época, considero de interés llamar la atención sobre la más desatendida literatura popular impresa, de las que reproduzco algunas muestras.

Comienzo con una lámina que conmemora el inicio de la revolución en Cádiz en 1868 protagonizada, entre otros, por el general Prim.




Continúo con un pliego, de corte patriótico y de clara exaltación a la Revolución, reimpreso en Lérida en 1869, donde se exalta el triunfo de la libertad (referido lógicamente a los rebeldes progresistas) frente a los moderados realistas. 

Merece un comentario el repetido coro del himno donde, de forma conjunta, se alaba a las dos tendencias republicanas sostenidas principalmente por Emilio Castelar y José María Orense.

                                           Libertad españoles valientes
                                           dice nuestro Emilio Castelar
                                           Viva D. José María Orense
                                           gloria, gloria al General Pierrad


Un sector de Partido Republicano, al no establecerse en la recién aprobada Constitución la forma republicana de gobierno, adoptó dos posturas no conciliables: El republicanismo unitario, favorable a una república centralista (defendida por Emilio Castelar) frente a una República Federal (representada por José María Orense y por el menos conocido general Blas Pierrard)

Los enfrentamientos entre los dos sectores todavía no se habían materializado de forma expresa. Al no establecerse en la recién aprobada Constitución la forma republicana de gobierno, se produjo dos posturas enfrentadas: de una parte: el republicanismo unitario, favorable a una república centralista (defendida por Emilio Castelar) frente a una república federal, que propugnaba otorgar un amplio margen de autogobierno a los distintos territorios.

Muestra de estas dos posiciones es esta caricatura publicada en la revista satírica La Flaca.

Caricatura de La Flaca entre dos opciones de la República
En el pliego también se menciona humorísticamente, las heridas que recibió Manuel Pavía y Lacy (marqués de Novaliches) en su enfrentamiento con el ejército de Serrano en la batalla de Alcolea. El episodio reseñado sobre que perdió una quijada, pasó como copla al acervo popular:

                                                 El general Novaliches
                                                 en Córdoba quiso entrar
                                                 y en el puente de Alcolea
                                                 le volaron las «quijás».


En la segunda parte, en forma de un recurrente testamento, el sector moderado (protagonizado básicamente por González Bravo y Arrazola), se lamentan de su situación y de la pérdida de sus beneficios (prebendas conocidas sarcásticamente en la época como «turrón»).






©Antonio Lorenzo

lunes, 21 de enero de 2019

Impresos populares: el Sexenio Democrático y la 1ª República (1868-1874) [I]


Nada mejor que esta caricatura del ilustrador Tomás Padró, publicada en la revista satírica "La Madeja política" (1873-1874), vinculada ideológicamente al republicanismo federal, para ilustrar cronológicamente el periodo conocido por el Sexenio Democrático (1868-1874).

El Sexenio Democrático constituye, sin duda, una de las etapas más sugerentes y atractivas para la investigación histórica del siglo XIX español, lo que ha tenido su reflejo en la abundante historiografía del periodo.

Desde hace relativamente poco tiempo contamos con excelentes estudios sobre la prensa más o menos periódica y sobre la labor que desarrollaron los caricaturistas en las revistas satíricas de la época, una vez recuperada la ley de Libertad de imprenta por la Constitución de 1869. La prensa periódica alcanzó por entonces centenares de nuevas publicaciones a lo largo del periodo reseñado (1868-1874). Sin embargo, los impresos populares de aleluyas, estampas, grabados, hojas volanderas, relaciones o pliegos de cordel, que convivieron con esa ingente prensa satírica, apenas se han tenido en cuenta en los estudios para ilustrar esa agitada y convulsa época. Ello se debe, sin duda, a lo efímero de su conservación y a las escasas características técnicas de su impresión, frente a las mucho más desarrolladas mejoras técnicas de las publicaciones periódicas.

El interés de este blog radica en rescatar y en dar a conocer, si bien parcialmente y a falta de un mayor número de ejemplos, estos efímeros impresos populares, ya sea en su forma de láminas, pliegos o ventalls, que convivieron con la ingente producción de prensa de aquel convulso periodo.

El Sexenio suele dividirse en tres etapas: la primera, la del Gobierno provisional español 1868-1871; la segunda, el reinado de Amadeo I (1871-1873); la tercera, la Primera República Española, proclamada en febrero de 1873, tras la abdicación del rey Amadeo de Saboya, dando lugar al periodo de una república federal a la que puso fin el golpe de Pavía en enero de 1874, poniendo prácticamente fin a la convulsa aventura de la Primera República Española.



La sublevación en Cádiz del almirante Topete, en septiembre de 1868 (conocida por la "Septembrina"), a la que se sumaron, entre otros, personajes tan destacados como como Prim y el general Serrano, se considera el inicio de los acontecimientos posteriores. Tras la victoria de los sublevados en el Puente de Alcolea (Córdoba) el 28 de septiembre de 1868 sobre el ejército leal a la reina Isabel II, esta se vio obligada a abandonar España dando fin a su reinado por la llamada Revolución de 1868 o «La Gloriosa».

Reproduzco la lámina de un ventall (abanico) sobre la importancia de esta batalla y añado a continuación un auca o aleluya que describe de forma partidaria estos sucesos.



Historia de «La Gloriosa» 


El auca en secciones






Sin embargo, no todos los impresos populares enaltecen la llegada de «La Gloriosa», como ocurre con la aleluya reproducida o con la rara lámina, aparejada con una satírica ilustración, donde se desarrolla una mordaz crítica contra los principales responsables que la llevaron a cabo y se reivindica la figura de quien debería ser el rey carlista don Carlos VII de Borbón.



A través de las mandas testamentarias de la "Revolución de septiembre", dictadas por un tal "Perico, el de los palotes", se aprovecha para criticar a distintos personajes que participaron o tuvieron protagonismo en la revolución septembrina. 

Desde la perspectiva actual no resulta fácil el identificar a determinados personajes a través de su caricatura o mote. En su tiempo, el receptor que «leía» la imagen contaba con una información interpretativa que le hacía identificar o suponer a qué personaje estaba dirigida la crítica. Los dibujantes, conocedores de un sistema más o menos común de códigos y referentes, proporcionaban una serie de pistas para que los lectores pudiesen identificar con facilidad a los personajes caricaturizados.

No se escapa de sus críticas el querido Paquito, «la cotorrita enjaulada», suponemos que en alusión al general Francisco Serrano, al que Prim, tanto en esta lámina como en el auca anterior pagaba a sus partidarios con dinero público (el conocido como turrón), en este caso al «general bonito», como también se conocía popularmente al que supuestamente fuera amante de Isabel II, que así lo llamaba. También se critica al «Pesetero de Reus» (en clara alusión a Prim), achacándole su traición al juramento de fidelidad que hizo a la reina Isabel mientras recibía condecoraciones, títulos y mercedes. Tampoco se escapa al que denomina «Caín II» (que no es otro sino el duque de Montpensier) en sus aspiraciones al trono de España. Ni tampoco se salva «Zoquete» (es decir, el almirante Topete) a quien conmina a recorrer con sus barcos las costas españolas enarbolando la bandera del rey legítimo de España don Carlos VII de Borbón. Otra crítica se refiere a «Salustio» (Salustiano Olózaga) a quien recrimina por sus repetidas calumnias contra los carlistas y por ser sirviente de los intereses franceses dirigidos por "Nap-paletó" (Napoleón). También se detiene en sus críticas contra «Mortero Rios» (es decir, Eugenio Montero Ríos, ministro de Gracia y Justicia en el gobierno de Prim en 1870), a quien reprocha ser el promotor de la separación de la iglesia y el Estado y el haber obligado al clero a acatar la constitución.

La última manda de la "Gloriosa Revolución", se dirige a S.M. don Carlos VII de Borbón, deseando que venga pronto a esta infortunada España "sentándose en el alcázar de sus mayores, que por derecho y méritos declaro que le corresponde, y lave de este modo para siempre tanta desgracia, tanta afrenta y tanta ignorancia".

Carlos de Borbón y Austria-Este (1848-1909), autotitulado "duque de Madrid", fue un pretendiente carlista al trono de España bajo el nombre de Carlos VII entre 1868 y 1909.

La lámina está impresa en Barcelona en 1870 por la imprenta de Luis Tasso en calle del Arco del Teatro 21 y 23.

Luis Tasso Goñalons (1817-1880) fue el creador de un importante negocio editorial de carácter familiar conjugando su labor de impresor y editor. Nacido en Mahón, se trasladó a Barcelona en 1835 editando hasta 1877. A partir de dicha fecha se hizo cargo su hijo, Luis Tasso y Serra, continuando con el negocio, tras su muerte en 1906, su viuda y posteriormente su yerno, Alfonso Vilardell, hasta ca. 1918.



©Antonio Lorenzo

martes, 15 de enero de 2019

¡Guerra, guerra contra don Simón!


El catarro y la tos afectan a todo tipo de personas sin respetar ni distinguir género, edad o rango, y se manifiesta en cualquier tipo de situaciones o escenarios. Y todo ello, según el pliego, por culpa de un personaje estrafalario denominado don Simón, al que se identifica como la personificación del resfriado y la tos.

El tono general del pliego es de carácter satírico y burlón, todo ello salpicado de veladas alusiones, como la mención al afamado elixir de Hoffman. Este elixir, famoso al parecer como remedio contra el resfriado, fue elaborado por el médico alemán Friedrich Hoffmann (1670-1742), aunque en el pliego se alude burlonamente a su reelaboración por un boticario que añadió otros ingredientes con nulos resultados. La fórmula magistral de la cura del catarro queda resumida irónicamente a través de la frase del pliego: «No hay remedios que valgan aquí; a la cama, a sudar y chitón».

El pliego, impreso en Barcelona por J. Tauló en 1853, impresor que trabajaba para distintas firmas, se hallaba a la venta en la conocida Casa de Juan Llorens en la calle de la Palma de Stª Catalina.





©Antonio Lorenzo