Comentaba en la anterior entrada dedicada a Santa María Egipciaca cómo el monje Zósimo, en su habitual incursión por el desierto para hacer penitencia con motivo de la Cuaresma, se encontró con una mujer desnuda y muy deteriorada físicamente a la que ofreció su manto. En su primer encuentro la penitente narró al sorprendido monje la historia de su vida. Quedaron en encontrarse de nuevo el Jueves Santo del año siguiente, donde Zósimo le administró la comunión (escena recogida ampliamente en la iconografía de la santa). Al año siguiente, Zósimo viajó en la misma fecha al lugar de su primer encuentro administrándole de nuevo la comunión. Al regresar de nuevo al tercer año se la encontró muerta y con su cuerpo incorrupto junto con una inscripción en la arena solicitando su enterramiento.
Según la leyenda, Zósimo enterró su cuerpo con la ayuda de un león (que al igual que aparece, súbitamente en la narración desaparece de forma insólita) que excavó la arena con sus garras para darle sepultura. A su regreso al monasterio, contó la historia de María a sus hermanos conservándose por tradición oral hasta que fue recogida por escrito por Sofronio. El motivo del león, que también se encuentra presente en el original francés y en las otras versiones de la leyenda, puede relacionarse con la vida de san Pablo el anacoreta, recogido en la Leyenda áurea como el primer ermitaño
El simbolismo del león es complejo y de significados ambivalentes. Desde la antigüedad fue considerado como imagen y encarnación de muy diversas deidades: desde el mundo egipcio (diosa Sekhet), a sus representaciones en el arte asirio y babilonio (diosa Isthar), o en la tradición griega como figura protectora y vigilante de espacios sagrados.
Plinio el viejo (23-79 d.C), en el octavo libro de su Historia Naturalis, vincula al león con la resurrección de Cristo, pues se apoya en la creencia legendaria de que los leones nacían muertos y que a los tres días volvían a la vida gracias a la insuflación del aliento paterno. Desde los inicios de la cristiandad la connotación positiva del león, frente a su imagen negativa (enfrentamientos con Sansón, David o Daniel), se pone de manifiesto en diversos pasajes de la Biblia y se configura como símbolo del evangelista san Marcos o como acompañante de santos (san Jerónimo). En los libros miniados, conocidos como bestiarios, la figura del león suele asociarse a Jesucristo como figura victoriosa, que es la que más ha pervivido a lo largo del tiempo.
El simbolismo del león es complejo y de significados ambivalentes. Desde la antigüedad fue considerado como imagen y encarnación de muy diversas deidades: desde el mundo egipcio (diosa Sekhet), a sus representaciones en el arte asirio y babilonio (diosa Isthar), o en la tradición griega como figura protectora y vigilante de espacios sagrados.
Plinio el viejo (23-79 d.C), en el octavo libro de su Historia Naturalis, vincula al león con la resurrección de Cristo, pues se apoya en la creencia legendaria de que los leones nacían muertos y que a los tres días volvían a la vida gracias a la insuflación del aliento paterno. Desde los inicios de la cristiandad la connotación positiva del león, frente a su imagen negativa (enfrentamientos con Sansón, David o Daniel), se pone de manifiesto en diversos pasajes de la Biblia y se configura como símbolo del evangelista san Marcos o como acompañante de santos (san Jerónimo). En los libros miniados, conocidos como bestiarios, la figura del león suele asociarse a Jesucristo como figura victoriosa, que es la que más ha pervivido a lo largo del tiempo.
Respecto a la figura seductora y atractiva de María de su anterior vida pecadora, su paso por el desierto fue transformándola en una mujer muy degradada físicamente donde el narrador establece un juego de contrastes entre lo desaforado de su vida erótica y la rigurosidad ascética practicada en su retiro en el desierto (recogido también en la iconografía).
Toda mudó d'otra figura,
qua non ha panyos nin vestidura.
Perdió las carnes e la color,
que eran blancas como la flor;
los sus cabellos, que eran rubios,
tomáronse blancos e suzios.
Las sus orejas, que eran albas,
mucho eran negras e pegadas.
Entenebridos abié los ojos;
abié perdidos los sus mencojos.
la boca era empelefida,
e derredor muy denegrida.
La faz muy negra e arrugada
de frío viento e de la elada
la barbiella e el su grinyón
semeja cabo de tizón.
Tan negra era su petrina,
como la pez e la resina.
En sus pechos no abiá tetas,
como yo cuido eran secas.
Braços luengos e secos dedos,
cuando los tiende semejan espetos.
Las unyas eran convinientes,
que las tajaba con los dientes.
El vientre abié seco mucho,
que non comié ningún conducho.
Los piedes eran quebraçados:
en muchos logares eran plagados,
por nada non se desviaba
de las espinas on las fallaba.
Semejaba cortes(a),
mas non le fallía hi res:
cuand' huna espina le fín'a,
de sus pecados uno perdía,
e mucho era ella gozosa
porque sufrié tan dura cosa (720-755).
qua non ha panyos nin vestidura.
Perdió las carnes e la color,
que eran blancas como la flor;
los sus cabellos, que eran rubios,
tomáronse blancos e suzios.
Las sus orejas, que eran albas,
mucho eran negras e pegadas.
Entenebridos abié los ojos;
abié perdidos los sus mencojos.
la boca era empelefida,
e derredor muy denegrida.
La faz muy negra e arrugada
de frío viento e de la elada
la barbiella e el su grinyón
semeja cabo de tizón.
Tan negra era su petrina,
como la pez e la resina.
En sus pechos no abiá tetas,
como yo cuido eran secas.
Braços luengos e secos dedos,
cuando los tiende semejan espetos.
Las unyas eran convinientes,
que las tajaba con los dientes.
El vientre abié seco mucho,
que non comié ningún conducho.
Los piedes eran quebraçados:
en muchos logares eran plagados,
por nada non se desviaba
de las espinas on las fallaba.
Semejaba cortes(a),
mas non le fallía hi res:
cuand' huna espina le fín'a,
de sus pecados uno perdía,
e mucho era ella gozosa
porque sufrié tan dura cosa (720-755).
Su ascensión a los cielos transportada por ángeles también es objeto de su iconografía, si bien son versos agregados por el poeta hispánico a partir de sus fuentes francesas.
Los ángeles la van levando,
tan dulçe son que van cantando.
Mas bien podedes esto jurar,
que el diablo no ý pudo llegar. (1336-1339)
tan dulçe son que van cantando.
Mas bien podedes esto jurar,
que el diablo no ý pudo llegar. (1336-1339)
Las dos siguientes ilustraciones recogen las escenas más significativas de la leyenda.
La fortuna de la leyenda fue tanta que la recogen autores como Gonzalo de Berceo en sus Milagros de Nuestra Señora, estrs. 521, 767, 583, entre otras obras suyas, o el propio rey Alfonso X el Sabio en la cantiga número 98 (adaptada) de sus Cantigas de Santa María.
Dejo para una siguiente entrada la reproducción de los pliegos de cordel que tratan sobre dicha leyenda y su relación con el teatro del Siglo de Oro.
Dejo para una siguiente entrada la reproducción de los pliegos de cordel que tratan sobre dicha leyenda y su relación con el teatro del Siglo de Oro.
Antonio Lorenzo
No hay comentarios:
Publicar un comentario