martes, 9 de noviembre de 2021

Conclusiones burlescas. El maestro, el sustentante y tres estudiantes


Este pliego, de clara intención burlesca, nos retrotrae a una antigua práctica que fue habitual en las universidades en siglos pasados para comprobar la idoneidad de los saberes del llamado sustentante. En una especie de ceremonia académica, el llamado sustentante (defensor de una tesis o posición ideológica en una discusión y aspirante a cierto grado de reconocimiento), tenía que defender (sustentar) en un acto académico más o menos solemne y de forma argumentada una determinada tesis. Los estudiantes o graduados que asistían al acto trataban, mediante sus preguntas, de poner en dificultades al defensor de la tesis quien debía contestar adecuadamente a sus objeciones.

Mediante estas discusiones sobre temas académicos se comprobaba la soltura y la capacidad de respuestas y argumentaciones a las opiniones contrarias que tenía que hacer el sustentante. La práctica habitual más antigua consistía en que el sustentante debía presentar sus argumentos por escrito al maestro unos días antes para ser discutidas posteriormente en el debate. Cada universidad establecía sus normas, plazos y debates según la materia de que se tratase. La conocida como disputa escolástica, además de justificar la posición que cada uno defiende en un debate, consistía en la refutación del punto de vista defendido por nuestros oponentes. Cada argumento podía ser refutado o debilitado, lo que daba pie para señalar errores o contradicciones, plantear objeciones y aclaraciones o solicitar pruebas verosímiles del mantenimiento de opiniones.

Una lección medieval de Laurentius de Voltolina

La Escolástica, doctrina del pensamiento teológico-filosófico medieval como evolución de la antigua Patrística de la antigüedad tardía, tuvo un especial desarrolló en el medievo como la principal corriente de enseñanza tanto en universidades como en escuelas diversas. La Escolástica jugó un importante papel en la construcción de un discurso académico que soportara las refutaciones y críticas hechas por terceros como modelo de enseñanza y defensa de las ideas expuestas.

La figura del estudiante acabó convirtiéndose en un personaje folklórico, patrón muy conocido en romances, teatro, cuentos y versos: pícaros, graciosos instruidos, amantes de las mujeres y hábiles protagonistas de disputas alegóricas.

La disputa burlesca cuenta con una enorme tradición literaria. Para contextualizar esta práctica habitual me detengo como ejemplo reciente en la nota de Vicente de la Fuente (1817-1889) incluida en el Tomo I de Escritos de Santa Teresa, Madrid, M. Rivadeneira, 1861, pág. 525, nota 5:

«Dábase el nombre de Vejamen a la censura o calificación, a veces burlesca, de los méritos o escritos de una persona. En la Universidad de Alcalá formaba parte de los actos académicos para la investidura de Doctor en Teología. El objeto era, según se decía, acostumbrar al graduando a llevar con igual ánimo los honras y las afrentas, sin engreírse con sus honras, a la manera que los romanos ponían al lado del triunfador un esclavo que le insultara. En los colegios se solía dar vejamen a los nuevos colegiales, sujetándoles a farsas, a veces harto indecentes, y que hubieran de prohibir los Visitadores regios.
En la Universidad de Alcalá duraron hasta fines del año de 1834, y tuve ocasión de asistir a varios de ellos. Los estudiantes y la gente de buen humor concurrían a los vejámenes con avidez. El Claustro pleno asistía de ceremonia y con insignias doctorales. Dos estudiantes, sentados al lado del doctorando, recitaban composiciones en verso castellano, el uno echándole en cara todos sus defectos físicos, morales e intelectuales, y el otro elogiándole hiperbólicamente. El padrino resumía el debate en composición latina, en que dirigía al graduando consejos oportunos».

De las muchas y muy conocidas disputas burlescas literarias que se pueden rastrear, me detengo a comentar a grandes rasgos la aparecida en la Segunda Parte del Lazarillo, muy desconocida para el público en general, aunque cada vez más apreciada dentro del ámbito de los especialistas. Dicha obra fue recluida en el índice inquisitorial de 1559, aunque traducida pocos años después al inglés, francés, italiano y holandés en ediciones donde incluían conjuntamente las dos partes, ya que estaba prohibido editar el Lazarillo en su lengua original, aunque no su traducción a otras lenguas.

La Segunda Parte del Lazarillo, impresa en casa del impresor Martín Nucio (Amberes, 1555) apareció por primera vez, junto a la clásica edición primigenia del Lazarillo de 1554 en un solo volumen, lo que venía a suponer una continuación del original castellano en numerosos aspectos. Tanto la originaria edición de 1554 como su Segunda Parte, continúan hasta la fecha siendo anónimas a pesar de sus distintas atribuciones por parte de los investigadores, como Rosa Navarro, quien atribuye la autoría de la continuación del Lazarillo primigenio, aunque sin consenso académico, a Diego Hurtado de Mendoza. [Navarro, Rosa: Diego Hurtado de Mendoza, autor de La Segunda Parte de Lazarillo de Tormes. Revista Clarín, 85, 2010, pp. 3-10].

La Segunda Parte concluye con el capítulo XVIII (Cómo Lázaro se vino a Salamanca, y la amistad y disputa que tuvo con el rector, y cómo se hubo con los estudiantes) que es, precisamente, el capítulo que guarda una mayor relación con las disputas académicas. Es en este último capítulo donde Lázaro alcanza su deseo de lograr el grado de doctor disputando de forma inverosímil con el mismo rector de la universidad de Salamanca de una forma burlesca y paródica, lo que se interpreta como una minusvaloración a la academia salmantina.

Lázaro llega a las aulas salmantinas, vestido para la ocasión, con el propósito de engañar a los licenciados, tal y como se describe en el libro:
«Estando ya algún tanto a mi placer, muy bien vestido y muy bien tratado, quíseme salir de allí do estaba por ver a España y solearme un poco, pues estaba harto del sombrío del agua. Determinado a dó iría, vine a dar conmigo en Salamanca, a donde, según dicen, tienen las ciencias su alojamiento. Y era lo que había muchas veces deseado por probar de engañar alguno de aquellos abades o mantilargos que se llaman hombres de ciencia». 
Las absurdas preguntas formuladas por el rector fueron las siguientes: ¿Cuántos toneles hay en el agua del mar?; ¿Cuántos días han pasado desde que Adán fue criado?; ¿Dónde estaba el fin del mundo?; ¿Cuánta distancia había desde la tierra hasta el cielo? Ante estas preguntas ridículas del rector, Lázaro consigue realzar su dignidad para el regocijo de sus contemporáneos y sus posteriores lectores, que es en definitiva la oculta intención del anónimo autor de esta Segunda Parte en su pretensión de realizar una sátira de los saberes universitarios y del sistema en general. La victoria de Lázaro sobre el rector ha de entenderse como la simbólica victoria de un ser intelectual y socialmente inferior, frente a otro superior en rango. Una vez conseguido su propósito Lázaro acabará cenando y bebiendo con los estudiantes, a los que también acabará desplumando sus dineros por su hábil manejo con los naipes.

La edición digital de la obra completa puede consultarse en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:

http://www.cervantesvirtual.com/obra/la-segunda-parte-de-lazarillo-de-tormes-y-de-sus-fortunas-y-adversidades--0/

El pliego

Tras la invitación a un nutrido auditorio el maestro y el sustentante invitan a escuchar las conclusiones haciendo hincapié en el vestuario de los participantes y utilizando un latín macarrónico de clara intención burlesca.

Una vez que regresan los estudiantes, que se encontraban bebiendo en la taberna y ya graduados "in tabernis", a tomar posesión de sus asientos el sustentante comienza a exponer sus conclusiones para ser luego rebatidas. La primera de ellas sostiene que los hombres de mal pelo, los calvos, son gente baja. Su segundo argumento se centra en la consideración en la poca valoración de las viejas y su acendrado interés por acechar lo ocurrido en una casa. En su tercer argumento afirma que tanto los médicos como los cirujanos se amparan y justifican sus predicciones en la suerte y no en sus previsibles conocimientos.

Los estudiantes tratan de argumentar lo contrario a lo expuesto por el sustentante. Tras todo ello, a lo que se une la teatralidad de la ceremonia, el maestro acaba preguntándose: ¿de aquestas conclusiones qué hemos sacado? La respuesta no se hizo esperar: el tener lindas ganas de haber cenado, acabando todos ellos cantando coplas y bailando.

Este curioso pliego fue impreso originalmente en Valencia en la segunda mitad del siglo XVIII (1758) y reimpreso posteriormente por los sucesores de su primer impresor, Agustín Laborda, en 1822, nada menos que 64 años más tarde, que es la reproducida.









©Antonio Lorenzo

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