Aunque la carta ya no cumpla la función comunicativa de antaño, sí la tuvo ¡y mucho! en épocas pasadas. La carta representa una de las prácticas de escritura de mayor tradición y estabilidad como expresión de la comunicación escrita entre personas de toda clase de condición social.
Un antiguo oficio, ya desaparecido, era el de los antiguos amanuenses o los más modernos «memorialistas». Durante la Edad Media, en los monasterios, los amanuenses eran los encargados de hacer copias de los manuscritos más valiosos. El oficio de memorialista o escribiente nació y se desarrolló en la calle y en las plazas. Su labor era la de servir de puente entre quien solicitaba sus servicios y su receptor. En las grandes ciudades solían establecerse en pequeñas casetas cerca de los mercados o de las oficinas de correos para recibir y redactar los encargos que les solicitaban.
Antiguas casetas numeradas de memorialistas |
Los memorialistas no solo redactaban cartas o notificaciones al dictado, sino que también leían las cartas de los familiares a aquellos que carecían de instrucción. Es por ello que los memorialistas eran receptores de mentiras piadosas y de secretos inconfesables. El memorialista podía escribir sobre diferentes temas: ya fueran de cuestiones familiares, dando noticia de nacimientos, muertes inesperadas, herencias o amores desdichados, correspondidos o imposibles, por lo que necesitaba disponer de buenas aptitudes psicológicas, facilidad y talento para escribir dramatizando o suavizando los encargos recibidos.
Pío Baroja recuerda la figura del memorialista dejando escrito en sus memorias Desde la última vuelta del camino, publicadas primero en entregas semanales y reunidas posteriormente en sendos volúmenes:
Cabinas numeradas de memorialistas aguardando clientes |
Pío Baroja recuerda la figura del memorialista dejando escrito en sus memorias Desde la última vuelta del camino, publicadas primero en entregas semanales y reunidas posteriormente en sendos volúmenes:
«En mi tiempo de chico en Madrid daba sus últimas bocanadas el oficio de memorialista. El memorialista era el escribiente del pueblo ínfimo, el secretario particular de criadas, nodrizas, pinches, cigarreras. Yo recuerdo uno de la calle de la Luna, en un tugurio oscuro, con un cartel blanco escrito con letras negras, y dos o tres en portales estrechos de las proximidades del Rastro, que hace sesenta años, por su confusión, por su abigarramiento y su chulería desgarrada, era cosa seria y pintoresca. En Barcelona, había también memorialistas en el centro de la ciudad, en la Rambla, al lado de una antigua casa barroca llamada de la Virreina».
En la célebre obra colectiva y costumbrista Los españoles pintados por sí mismos, publicada por primera vez en Madrid en dos tomos durante 1843 y 1844, se recoge la figura del «escribiente memorialista» redactada por Antonio García Gutiérrez.
El memorialista es uno de los oficios populares que también aparece en obras de teatro breve, como en esta comedia de gracioso en dos actos, de Luis Coloma o en el juguete cómico-lírico de Enrique Muñoz y con música de Alejandro García.
Añado un curioso cartel anunciando la representación de la obra de Olona en los teatros Principal y Princesa, de Valencia el 8 de noviembre de 1864, conviviendo con el concertista ciego de bandurria don Juan Vailati «El Paganini de la bandurria», que amenizará, tras el acto primero, con una fantasía de la ópera «Norma». Terminada la comedia, el mismo músico ejecutará en la "guitarra de una sola cuerda", ¡¡El Carnaval de Venecia!!, a lo que seguirá un baile y otras piezas musicales.
Otra obrita de cierto éxito, de un desconocido D.M.P. de título El memorialista o lo que vale un buen hombre, en un acto y en verso, añade que se trata de una pieza bilingüe. El dato tiene interés, pues las divisiones lingüísticas se dibujan con cierta precisión: los personajes hablan en catalán entre ellos y cambian al español cuando el interlocutor no domina el idioma catalán, lo que en principio parece un signo de cortesía, pero que en mi opinión habría que tener en cuenta, además, el hecho de que la utilización del bilingüismo o hibridación es un signo de buena convivencia, aunque también como recurso comercial añadido para lograr una mayor venta entre un amplio sector de público.
Discrepo de quienes consideran que, desde la Guerra de Sucesión (1700-1714) y la obligatoriedad en 1768 de la enseñanza del español en las escuelas, los autores que utilizan el procedimiento del bilingüismo o doble lectura en sus obras lo hacían con el propósito de reivindicar la lengua catalana y oponerse al uso obligatorio del castellano.
La pieza está editada en Barcelona por Juan Llorens en 1852, siendo cinco los personajes que intervienen en ella: Gregori (el memorialista), doña Clara, don Eugenio, Pauleta (la sirvienta) y Jepet.
También aparece el memorialista entre los personajes de la llamada «tonadilla escénica», que alcanzó su máximo esplendor en la segunda mitad del siglo XVIII, interpretadas en un principio en los intermedios de las representaciones teatrales. Dichos personajes, de condición humilde o de profesiones modestas, conviven al mismo tiempo con petimetres, usías, letrados u otras personas de distinción y autoridad. También son frecuentes la presencia de majos y abates, como afirmación popular y respuesta y señal de protesta ante las modas extranjeras. Por citar tan solo un ejemplo, Luis Misón (ca. 1720-1776) utiliza el personaje en su tonadilla a 3: del memorialista, un sargento y una dama (1763).
El pliego está editado en Barcelona, sin año, por la conocida imprenta «El abanico».
©Antonio Lorenzo