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Jerónimo Jacinto Espinosa - Vendedores de frutas (ca. 1650) |
Los pregones de los vendedores ambulantes no se han de considerar en exclusiva como reclamo para atraer y vender sus mercancías. La utilización del pregón como recurso poético-musical aporta interesantes aspectos a tener en cuenta. De hecho, hay estudiosos que destacan el conocimiento de los pregones como referentes de determinados cantes o palos flamencos. Ello no quiere decir que determinados pregones cantados, sobre todo en Andalucía, sean el origen de determinados cantes, pero sí que han influido y dejado rastros en algunos de ellos.
En un reciente y documentado estudio y recopilación de Rafael Cáceres y Alberto del Campo: Pregones y flamenco. El cante de los vendedores ambulantes andaluces (Athenaica ediciones, Sevilla, 2020), repasan y desarrollan estas influencias a través de los fragmentos de pregones que salpican palos tan recurrentes como las bulerías, tangos, caracoles, mirabrás o cantiñas, así como su recorrido por otras regiones y países.
Algunos de estos pregones se recogen en pliegos de cordel donde se manifiesta y desarrolla un doble lenguaje mediante alusiones burlescas con clara intención satírica.
No es extraño que tanto las frutas y verduras se utilicen como sinónimos de los órganos sexuales masculinos (el nabo, por ejemplo) o femeninos (higo).
Por citar alguno de ellos:
«Ya llegó la mujé del jigo gordo, del jigo gordo, ¡gordo y colorao!»
«Higos, higos... la perdición de los hombres»
Estos códigos humorísticos, propios sobre todo de la cultura andaluza, aunque sin desdeñar a la madrileña ni a los recogidos en los países de la América Latina, se empleaban para atraer a la concurrencia mediante lo que constituye un verdadero arte o ingenio verbal.
Como antecedente literario podríamos citar al mismo Lazarillo de Tormes (1554), quien en diversos pasajes ejerció el oficio de aguador como pregonero del capellán a quien sirvió en Toledo.
Los pregones de los vendedores ya fueron recopilados desde finales del siglo XIX por ilustres folkloristas, como Alejandro Guichot y Sierra o por Antonio Machado y Álvarez («Demófilo»), padre de los hermanos Machado.
Los pregones no deberían ser solo una mera referencia histórica, sino un motivo para su estudio como vínculo entre el pasado y el presente, ya que no dejan de ser códigos de comunicación que forman parte de nuestra memoria oral y formando parte de la banda sonora de nuestra vida cotidiana no tan alejada.
Con su presencia aparecen también en conocidas zarzuelas, como en Agua, azucarillos y aguardiente, La tempranica, La manta zamorana o La del manojo de rosas, entre otras, donde los vendedores ambulantes aportaban a las escenas picardía, alegría y colorido.
Los pregones en la literatura popular impresa
Aunque no se han tenido suficientemente en cuenta, los pliegos de cordel constituyen una fuente y referente de indudable valor para enmarcar y contextualizar algunos de los pregones de los vendedores.
Ejemplos de ellos son estos que reproduzco.
Algunas de las láminas de aleluyas que conocemos tenían una función didáctica. A través de sus imágenes se promovía un aprendizaje destinado a los niños. La Historia Sagrada, la Historia de España o El Abecedario, se utilizaron como recurso didáctico complementario ante la escasez de libros escolares de aquellos años. Ejemplo de ello es esta aleluya, editada en Madrid por Marés el año 1873, donde cada letra del alfabeto se asocia con oficios tradicionales donde se incluyen también los vendedores ambulantes.
Los oficios tradicionales también fueron motivo de inspiración para dibujantes y grabadores. Desde el siglo XVIII conocemos grabados de oficios conviviendo con la «imaginaria» indumentaria típica de las comarcas o con los trajes y adornos para resaltar la posición social de los protagonistas donde puede apreciarse su evolución en el tiempo.
Un referente de estos grabados son los realizados por Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, recogidos en su Colección de trages de España, cuya primera serie publicada es del año 1777, muy reproducidos, coloreados y copiados en numerosas ocasiones, no solo en España sino también por grabadores y dibujantes extranjeros.
A modo de ejemplo reproduzco algunos de ellos con referencia a vendedores ambulantes.
Otra importante colección de calcografías sobre vendedores ambulantes fue la realizada por el grabador Miguel Gamborino (Valencia, 1760-Madrid, 1828), publicadas con el título Los gritos de Madrid (1809-1816), colección de setenta y dos pregones reunidos en dieciocho láminas de cobre voceados por los vendedores callejeros que recorrían Madrid ofreciendo sus mercancías.
Esta serie nos ofrece una sugerente descripción de los célebres mercados callejeros decimonónicos en Madrid donde se recogen las diversas actividades de los vendedores ambulantes y artesanos que desplegaban su actividad por las calles de la ciudad. Al pie de las imágenes se recogen los «gritos» que proferían los vendedores para atraer a su clientela.
Reproduzco ejemplos de algunas muestras representativas.