viernes, 22 de octubre de 2021

La tijera pinchante y afilada

 

Pliego de tono e intención satírica donde se desarrollan una serie de enrevesadas disquisiciones mal estructuradas y versificadas. El impreso está editado en Reus (Tarragona), sin fecha.

El nombre de Juan Grau, que aparece al final como de su propiedad, hace referencia a la que fue una dinastía familiar de libreros, y en su etapa final de editores, establecidos en Reus (Tarragona). El iniciador de la dinastía fue Joan Grau i Vernis (1818-1882), librero catalán, quien comenzó a vender y a distribuir romances en su tienda "La Panadería" desde mediados del siglo XIX encargando su confección a talleres de impresores locales. El más conocido de ellos fue el taller de Juan Bautista Vidal, uno de los impresores más activos y conocidos de entonces, quien desde su establecimiento hizo de impresor-colaborador para la tienda de Joan Grau, sobre todo entre 1854 y 1857. Aunque Grau trabajó con otros talleres no se puede acreditar la fecha exacta de los pliegos, ya que solo aparece como referencia final que "Es propiedad de Juan Grau".

Joan Grau i Vernis tuvo dos hijos continuadores de su labor: Joan Grau Gené y Josep Grau Gené, quienes abrieron otra librería en 1880 en la calle Monterols. A raíz de la muerte de su padre (a comienzos de 1882), los hijos se enemistaron a causa de la herencia y el mayor, Josep, se quedó con la tienda de la calle Monterols y el pequeño, Joan, continuó con 'La Panadería', fundada por su padre en 1856, y conocida posteriormente como "La Fleca". Esta conocida librería estaba surtida de material diverso, así como centro de suscripción de diarios y folletos, pasando posteriormente a contar con una pequeña imprenta hacia 1886. Desde el taller y librería "La Fleca" editaron y distribuyeron un nutrido número de pliegos de cordel, aparte de la venta de devocionarios, libros de divulgación histórica o de enseñanza, comedias, sainetes o sobres para cartas.

En la xilografía que ilustra el pliego puede apreciarse un cambio cualitativo respecto a las más tradicionales o conocidas, donde el detallismo se manifiesta de una forma más trabajada como puede observarse en las expresiones de las caras del auditorio.





©Antonio Lorenzo

jueves, 14 de octubre de 2021

Literatura popular ilustrada: Gimnástica del bello sexo para las jóvenes (1827)

El columpio
Las imágenes entresacadas de este librito, editado en una segunda edición en 1827 y donde no se señala el autor, es otro ejemplo relevante de la consideración de la naturaleza femenina dentro del orden social imperante en la primera mitad del siglo XIX. En una sociedad tan jerarquizada y clasista como la española de entonces, a través de la higiene y la gimnasia de pasatiempos encaminados hacia la mujer, se esconde un argumentario de adoctrinamiento social. Con la expresión tan socialmente aceptada del "bello sexo" se trataba de asociar la belleza a la condición femenina desde un punto de vista claramente masculinizado para apartar a la mujer de un fortalecimiento del cuerpo bajo la idea subyacente de que pudiera asumir con mejores garantías su futuro papel en la crianza de los hijos. Dicha expresión dio nombre a lo largo del tiempo a diversas revistas dirigidas a las mujeres: El Bello Sexo (Madrid, 1821), La Iris del Bello Sexo (1841), El Pensil del Bello Sexo (1845), Gaceta del Bello Sexo (Madrid, 1851), El Gran Mundo: revista dedicada al bello sexo (Sevilla, 1872), etc.

Bajo una orientación higiénica y pedagógica se perfila una muestra más de una literatura de género para consolidar la labor de la mujer como subsidiaria social y mantenerla en una posición accesoria. Mediante una serie de actividades lúdicas, basadas en juegos tradicionales, se procuraba un mantenimiento y un mínimo desarrollo de las facultades y capacidades físicas de las mujeres para no interferir en su importante misión de ser un "ángel del hogar". Mediante estos ejercicios recreativos se trataba de combatir la pereza, propia de la mujer burguesa sedentaria, con el fin de mejorar el vigor, la destreza y su salud para cumplir con su futuro cometido de ser esposa y madre. 

La misión educativa otorgada a los juegos populares, de acuerdo a las capacidades de quienes los practicaban, se entendía entonces como gimnástica, término entonces de amplio significado. La gimnástica, en sus múltiples variedades, venía a ser una parte de la higiene donde se incluían los juegos al aire libre a modo de preludio del deporte moderno. Los juegos corporales desarrollados al aire libre para la mujer se desarrollaron bajo una óptica pedagógica de construcción de valores higiénicos y hasta morales, con el fin de llegar a ser una mujer sana, bella, dócil y fértil y que fuera complaciente compañera del hombre.

Un precedente de estos juegos corporales, cuatro años antes de la primera edición de la Gimnástica del bello sexo es la Descripción de los juegos de la infancia (1818) de Vicente Naharro (1750-1823), donde se incorporaban juegos tradicionales como la peonza, la cometa, la rayuela o la gallina ciega, a modo de guía para la educación física escolar encaminada sobre todo hacia los niños. De esta precedente obra no me resisto a entresacar y agrupar las estampas que la acompañaban.





Volviendo al librito dedicado a los ejercicios al aire libre que debían practicar las señoritas, la idea subyacente era que la mujer pudiera asumir con mejores garantías su futuro papel en la crianza de los hijos.

Entresaco de la introducción:
«Con el designio de inspirar a las jóvenes el deseo de practicar unos egercicios cuyos resultados son tan ventajosos, les presentamos, las estampas de esta colección, acompañadas de algunas reflexiones, consejos y anécdotas que las ilustren. No hemos descuidado la parte moral, que es un ingrediente tan indispensable en la buena educación, mas no por esto aspiramos a hacer el papel de severos pedagogos. Recrear y ser útiles, he ahi nuestro obgeto». (prefacio, XI)
Antes de reproducir las sugerentes láminas donde aparecen las señoritas con vaporosos vestidos propios de las familias acomodadas cuyo fin era el ir construyendo una feminidad burguesa desde la gimnasia, creo necesario comentar algo sobre el editor y sobre José Joaquín de Mora, presunto autor del librito en su primera edición de 1822, edición no encontrada, así como la contextualización de todo ello. 


Esta segunda edición, donde como he comentado no aparece el nombre del autor ni se da noticia de la primera, se publicó en Londres el año 1827 siendo distribuida en España, México y en otros países.

Cabe preguntarse: ¿Cuál fue el año de la primera edición y el nombre de su autor? ¿Cómo fue que se editara en Londres? ¿Quién era el editor Ackermann?

El alemán Rudolph Ackermann (Stollberg, Alemania, 1764-Finchley, Reino Unido, 1834) fue un conocido librero, editor y litógrafo germano-londinense que desarrolló una importante labor editorial en español sobre todo en América Latina. Hay que recordar que en aquellos años nos encontramos con la reciente creación de nuevas repúblicas de Hispanoamérica ya emancipadas de España. Ahondar en estas circunstancias contribuyen a recorrer un escaso e inexplorado camino de la historia cultural del mundo hispánico. La importancia del exilio liberal español del 1823 en Londres y su participación, bien como traductores o creadores, al servicio de la empresa editora transatlántica de Ackermann, ha sido fundamentalmente estudiada por Fernando Durán López en Versiones de un exilio. Los traductores españoles de la casa Ackermann (Londres, 1823-1830), Madrid, Escolar y Mayo Editores, 2015.

Un resumen de su labor editora en español recoge obras y recopilaciones de autores tan significativos como Blanco White o de Nicolás y Leandro Fernández de Moratín, quienes ejercieron un papel de mediadores culturales participando activamente en el incipiente mercado editorial de la América hispana emancipada. 



Para comprender a grandes rasgos las circunstancias que rodean a estas publicaciones resulta necesario recurrir al contexto histórico de aquellos años, que es más o menos como sigue: tras la segunda restauración del absolutismo fernandino en 1823 se produjo un exilio masivo de liberales hacia Francia y el Reino Unido donde desarrollaron múltiples actividades de carácter científico, plasmadas en colaboraciones en revistas, como El Museo Universal de Ciencias y Artes, editada y dirigida por José Joaquín de Mora, quien con casi seguridad fuese el autor del librito que nos ocupa teniendo en cuenta su trayectoria y sus variadas publicaciones. 

La llamada Década Absolutista (1823-1833), conocida también como Década Ominosa por los liberales, fue un periodo de la historia de España en el que se restauró por segunda vez el absolutismo, con Fernando VII como rey, persiguiendo con saña a todos los liberales. Las medidas represivas desatadas por esta segunda restauración absolutista forzaron a muchos liberales a tomar el camino del exilio como forma de salvar sus vidas. La colonia inglesa de Gibraltar fue un punto estratégico de partida y principal destino de los liberales andaluces para exiliarse a Inglaterra. En Londres se agruparon junto a reconocidos intelectuales figuras militares clave, como los generales Espoz y Mina y Torrijos, quien fuera fusilado este último en una playa de Málaga el 11 de diciembre de 1831 junto a sus compañeros, fusilamiento rememorado en el conocido y excelente cuadro de Antonio Gisbert.

Antonio Gisbert - Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros (1888)

Tras la derrota española en Ayacucho (1824), se puso fin a la dominación española en gran parte de América hispana, a excepción de Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico.

Los movimientos independentistas de los criollos fueron aprovechados por Inglaterra al reconocer prontamente el independentismo potenciando sus intereses comerciales y su influencia en la zona. Tanto el Reino Unido como Estados Unidos suplantaron a España en el control del mercado americano. Ello explica el avance editorial de Rudolph Ackermann y la poderosa influencia que ejerció en la distribución de obras editadas en Londres y repartidas con profusión por los países independizados.

En cuanto al anónimo autor de la Gimnástica del bello sexo, parece ser que corresponde a José Joaquín de Mora, dada la estrecha colaboración con el editor y el variado conjunto de su obra personal. Una clara referencia, también atribuible a su pluma, aunque enmascarado como una señora americana, es la obra que se publicó con el título de Cartas sobre la educación del bello sexo por una señora americana, Londres, R. Ackermann, Impreso por Carlos Wood, 1824.

José Joaquín de Mora (1783-1864), político, periodista, escritor de comedias y hábil constructor de versos, fue uno de tantos expatriados liberales españoles que se estableció en el Reino Unido donde entabló una estrecha relación con el editor Ackermann. Su estancia en Londres se sitúa de 1823 hasta finales de 1826 colaborando estrechamente con el editor y ejerciendo de director y redactor del Museo Universal de Ciencias y Artes (1824-1826) y del Correo Literario y Político de Londres, dirigido especialmente a la población americana. Su colaboración con Ackermann, se tradujo en la divulgación de los llamados Catecismos (manuales de diversas materias) que sirvieron como libros de texto en Hispanoamérica.

En 1827 recae en Buenos Aires dirigiendo publicaciones al servicio del presidente Rivadavia; en su paso por Chile, entre 1828 y 1831, fundó El Mercurio chileno, revista de difusión cultural y científica, y hasta participó en la redacción de la Constitución chilena de 1828. Posteriormente se trasladó a Perú, donde fundó el Ateneo, y en su paso por Bolivia (1834-1837), ejerció de catedrático de literatura. Tras su regreso a España, en 1844, fue nombrado académico de la Real Academia Española en 1848, así como cónsul de España en Londres en tres ocasiones. Tras una agitada vida y creativa actividad literaria y política, falleció en Madrid a la edad de 81 años en 1864.

Las imágenes reproducidas en el libro sirven para ilustrar una serie de recomendaciones y sugerencias, recreaciones corporales y ejemplos prácticos acompañados de versos alusivos.

La balanza (La palanca)

El volante

El diablo y el solitario

En cuanto al juego del diablo (conocido posteriormente como «diábolo») aparece su descripción en el siguiente comentario, seguido posteriormente por una fábula alusiva.
«El mueble principal del juego es una pieza de madera hueca, compuesta de dos partes que se unen en un cuello estrecho, de la misma figura que los vasos de cristal que sirven para los reloges de arena. El jugador tiene en cada mano un pedazo de madera de una toesa de largo: de un palo a otro hai una cuerda, en que se coloca el diablo, por su parte mas angosta. Toda la habilidad consiste en manejar de tal modo los palos, que el diablo corra por la cuerda en perfecto equilibrio, hasta que adquiere bastante para ser arrojado a una gran altura, volviendo a caer en la cuerda.
Es circunstancia indispensable que las dos partes mas gruesas tengan cada una un agugero del diámetro de cuatro o cinco lineas, por donde el aire se introduce formando un ruido a manera de silvido de huracán. El ruido es la salsa de muchas diversiones, y por lo común, la divisa de los que creen valer mucho, y valen poco». (pág. 15-16)
Sobre el baile, considerado como una actividad de adorno, pero sobre la que había que estar precavidos, aunque no se adjunta ilustración que lo acompañe, se apunta:
«Aora bien, por mas que lo sientan las aficionadas al bolero, al fandango, a la cachucha y a la gavota, nos atrevemos a decir que esta clase de baile no es el que corresponde a mugeres modestas y virtuosas. Serán sin duda modestas, y virtuosas todas las que lucen estas habilidades; mas no por esto dejará de ser cierto que su modestia, y su virtud se hallan en un continuo peligro. [...] Desde que una jovencita empieza a sobresalir en estos egercicios, empieza al mismo tiempo a recoger a manos llenas el tributo de la admiración, y de los aplausos de los parientes, y de los amigos. Asi se emponzoñan los sentimientos, y se introduce en el alma el deseo de lucir, y con el, el despecho que causan la rivalidad, y el mérito ageno. La infeliz a quien se han dado estos principios prácticos, no tarda en aplicarlos a toda su conducta. Acostumbrada a llamar la atención, nada le será tan duro como permanecer en la oscuridad ; acostumbrada a los vivas, y a las palmadas, nada agriará tanto su corazón como el ser testigo de los vivas, y de las palmadas que se dan a otras. De este modo, un corazón inocente, dispuesto a alimentar sentimientos suaves y benévolos, coge el fruto prematuro del odio, y de la desesperación, y aprende a aborrecer, antes de saber amar». (págs. 42-43)
Sobre la muchacha varonil, tampoco acompañada de ilustración, se nos dice:
«Una muger dada a las diversiones que requieren violentas agitaciones, es una monstruosidad tan chocante, como un hombre que solo se ocupa en acicalarse, y en parecer bien. Los inconvenientes que traen consigo semejantes abusos son tan opuestos a la moral como al orden publico. Cada sexo debe moverse en la esfera que le trazan sus respectivas atribuciones. Fuera de estos limites, solo se hallan excesos, dignos de censura, y fecundos en resultados funestos». (pág. 52)
Concluyo reproduciendo el resto de ilustraciones del librito con el fin de obtener una visión general del mismo.

La gallina ciega

Otro juego (juego de prendas)

El instinto filial

Juego de la candela (Las cuatro esquinas)

Los aros

Los bolos

Los saltos (La comba)
©Antonio Lorenzo


sábado, 9 de octubre de 2021

El chasco de siete novias al zapatero Camorra


De la madrileña Imprenta Universal, (ca. 1866-1870), esta relación donde se narra el chasco sufrido por el zapatero Camorra por haberse querido mantener a costa de sus siete novias.

El pliego contiene al final una advertencia a las mujeres que intentan conseguir novios a costa de mantenerlos.





©Antonio Lorenzo

martes, 5 de octubre de 2021

Literatura popular ilustrada: Escenas matritenses [II]

 

De la segunda época de los artículos editados en las Escenas matritenses de Mesonero Romanos (1836-1842), recogidos en el volumen recopilatorio editado por Gaspar y Roig en 1851, entresaco algunas de las imágenes que los ilustran y añado algunas consideraciones sobre el llamado género costumbrista.

En estas Escenas matritenses se recogen las costumbres, tradiciones y gentes de Madrid, su ciudad natal, donde el autor reconstruye un conjunto de escenas típicas de la vida madrileña del momento, tales como El día de toros, El martes de Carnaval o el entierro de la sardina o Las costumbres literarias. Pero es en su artículo El romanticismo y los románticos, donde critica de forma irónica los gustos del llamado movimiento literario romántico, movimiento cambiante y en revisión al que se le achaca una peculiar estética, como su afición por lo lúgubre y misterioso, su exaltación de los sentimientos: desengaños y fracasos amorosos, el fatalismo de los ambientes nocturnos, su interés por seres fantasmales y fúnebres composiciones, por la exaltación de la imaginación y del yo con lenguaje efectista y exagerado...

«La necedad se pega» ha dicho un autor célebre. No es esto afirmar que lo que hoy se entiende por romanticismo sea necedad, sino que todas las cosas exageradas suelen degenerar en necias; y bajo este aspecto la romántico-manía se pega también. Y no so o se pega, sino que al revés de otras enfermedades contagiosas que a medida que se trasmiten pierden en grados de intensidad, esta, por el contrario, adquiere en la inoculación tal desarrollo, que lo que en su origen pudo ser sublime, pasa después a ser ridículo; lo que en unos fue un destello del genio, en otros viene a ser un ramo de locura. (pág. 125)

Desde un punto de vista literario las relaciones entre el romanticismo y el costumbrismo se entrecruzan y no existe pleno consenso entre los estudiosos por deslindarlos como dos géneros separados. Se ha venido señalado una aparente desigualdad entre el llamado romanticismo y el costumbrismo en el sentido de la incapacidad de los primeros en describir la realidad que les rodea, lo que contrasta con el interés de los artículos costumbristas que tratan de describir la realidad circundante. Los artículos de costumbres están ligados en su origen al periodismo de entonces donde se procuraba describir y recrear una realidad social bajo una perspectiva más bien inmovilista, aunque buscando la amenidad y la gracia mediante un lenguaje popular y expresivo. En realidad, se trata de dos concepciones estéticas, pero entremezcladas, que difieren por su forma de describir el mundo exterior o interior.

Apartándonos un tanto del tema de las ilustraciones, creo de interés el señalar las observaciones de los estudiosos al considerar cómo el género costumbrista excede, sin duda, los límites de lo literario, siendo asociado de forma un tanto apresurada con una visión o ideología conservadora por parte de sus representantes. Mesonero Romanos, en sus Memorias de un setentón, natural y vecino de Madrid, trató de alejarse de esta visión utilitaria y partidista aludiendo a su independencia y despolitización, algo que, analizado a través de sus escritos, no es posible separar la memoria de sus recuerdos al evocarlos y valorarlos.

Mesonero trata de presentarse como un mero observador de la realidad y sin ningún propósito o matiz ideológico, aunque no puede evitar alusiones sobre las circunstancias sociales y políticas sobre los años a los que se refiere en sus memorias. Observador de la entonces evanescente clase media (entendida como fronteriza entre la aristocracia y el pueblo bajo) constituye el objeto central de observación de la estructura social de su tiempo histórico, como claramente expresó en la Revista Española del 10 de noviembre de 1832:
«en mis discursos, si bien no dejan de ocupar su lugar las costumbres de las clases elevada y humilde, obtienen naturalmente mayor preferencia las de los propietarios, empleados, comerciantes, artistas, literatos y tantas otras clases como forman la medianía de la sociedad».

Contextualizando a grandes rasgos la actitud de Mesonero al escribir estos artículos y tratando de desmarcarse de quienes le achacaron de adoptar una actitud conservadora respecto a los cambios sociales de la época, en sus Memorias de un setentón, recogidas primeramente en un volumen, con cambios, en 1880 y corregido de nuevo en 1881, el propio autor se desmarca de que se le achaque una trascendencia política a su obra. En la introducción reivindica su posición de mero observador de la realidad.

«Habrá, sin duda, alguno y aun algunos de los que tengan la mala idea de leer estas líneas, que digan, encarándose con el autor: ー«Conformes, señor setentón; ábranos V. ese Memorándum de sus añejas reminiscencias personales; cuéntenos, si así le place, esos episodios, esos sucesos, esos pormenores de V. solo conocidos, que le ofrece su exquisita memoria: dispuestos estamos a prestarle atención; aunque, a decir la verdad, ¿qué interés de novedad han de podernos inspirar los recuerdos de un hombre que, según confesión propia, no ha figurado para nada en el mapa histórico ni político del país; no ha vivido lo que suele llamarse la vida pública; no ha entrado jamás en intrigas cortesanas ni en conspiraciones revolucionarias; no le fueron familiares ni los clubs tenebrosos ni los cubiletes electorales; no ha sido, en fin, ni orador parlamentario; ni tribuno de plaza pública; ni periodista de oposición, ni de orquesta; ni, por consecuencia, ministro ni cosa tal; no ha probado el amargo pan de la emigración, ni el dulcísimo turrón del presupuesto; ni firmado en toda su vida una mala nómina, ni recibido la más humilde credencial?
Alto ahí, señores míos, contestará el autor; todo eso que ustedes dicen es verdad, pero también lo es que esta misma insignificancia política de su persona, combinada con su independencia de posición y de carácter, le brindan con mayor dosis de imparcialidad, al mismo tiempo que le reducen a considerar los sucesos políticos únicamente bajo su aspecto exterior, digámoslo así, fijando particularmente su atención en los que corresponden a la vida literaria y a la cultura social, a que dedicó su especial estudio».
Sin embargo, Mesonero menciona de pasada y sin darle importancia su contribución a las tareas públicas de las que formó parte tratando de fijar su atención con preferencia en la vida literaria y la cultura social. En sus memorias trata de evocar la vida social que conoció en su búsqueda de un ideal colectivo de identidad nacional, fundamento del género costumbrista.

Al margen de estas generalizaciones y retomando de nuevo la idea inicial de otorgar crecida importancia al papel desempeñado por las ilustraciones, entresaco algunas de ellas de la recopilación de artículos de la segunda época de Mesonero (1836-1842) reunidos en el libro Escenas matritenses editado por Gaspar y Roig en 1851.

Añado al final el índice completo de los artículos de las dos épocas recogidos en la compilación de 1851 de las Escenas matritenses.

La librería (pág. 108)

El banderillero (pág. 109)

Corrida de toros (pág. 110)

El coche simón (pág. 132)

La almoneda (pág. 133)

La exposición de pinturas (pág. 168)

El entierro de la sardina (pág. 180)

La posada (pág. 181)

La cucaña ministerial (pág. 204)

El cofrade (pág. 218)


Índice de los artículos de la primera y segunda época



©Antonio Lorenzo

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Literatura popular ilustrada: Escenas matritenses [I]

Retrato de Mesonero Romanos por Rosario Weiss (1842)
 
Los primeros artículos de cuadros de costumbres escritos por un entonces jovencísimo Mesonero Romanos (1803-1882), aparecieron primeramente en periódicos, posteriormente se publicaron reunidos y editados por el impresor Eugenio Álvarez en 1822 con el título Mis ratos perdidos o ligero bosquejo de Madrid en 1820 y 1821, en doce capítulos correspondientes a los doce meses del año. La obra se publicó de forma anónima como folleto siendo considerada como la primera muestra costumbrista, una vez que Mesonero admitiera su autoría en sus memorias. En 1831 publicó Manual de Madrid y al año siguiente empezaron a aparecer sus artículos costumbristas sobre Madrid en las revistas Cartas Españolas (1831-1832), Revista Española (1832-1833), El diario de Madrid (1835), El Liceo artístico y literario (1837), etc. Todos estos artículos se reunieron en 1842 en el libro Escenas matritenses, reeditado posteriormente por los editores Gaspar y Roig el año 1851 (en su quinta edición, que es la manejada), formando parte de su Biblioteca ilustrada. En ella aparecen los artículos escritos por Mesonero Romanos, tanto de la primera época (de 1832 a 1836) como de la segunda (de 1836 a 1842), informando en la portada de que se trataba de la «única completa, aumentada y corregida por el autor».

Ramón de Mesonero Romanos fue colaborador asiduo de periódicos y revistas, fundando El Semanario Pintoresco español (1836-1857) referente dominical de gran proyección posterior durante sus veintidós años de vida y conocido con el apelativo de «patriarca de los periódicos españoles».

En el apéndice de la obra (nota 27, pág. 241), el propio Mesonero detalla y comenta cómo fue el proceso de su contribución a la obra:
«Tratando de dar alguna novedad a la presente edición de las Escenas, me propusieron los señores Gaspar y Roig, sus editores, que aumentase por vía de apéndice algunos de mis artículos de costumbres escritos en distintas ocasiones, y deseoso de complacerlos, di un vistazo por mi revuelta mesa de escribir, sacudí el polvo de diez años de sus cartapacios, recogí trozos de papeles añejos y de trabajos en embrión , y a vueltas de cien memorias y proyectos concejiles, de asociaciones literarias, o de juntas de beneficencia, pude reunir esas cuantas obrecillas de mala prosa y peores versos, que en distintos sitios y periodos vieron la luz pública, partos de mi pobre ingenio y mal cortada péñola, y que por su objeto y argumento tienen o pueden tener íntima relación con las Escenas Matritenses, o sea la pintura de costumbres de nuestra sociedad. Hubiera deseado también dar cabida entre ellas a los dos artículos que escribí para la obra titulada Los Españoles pintados por sí mismos, y son los que llevan los títulos de La Patrona de huéspedes, y El Pretendiente; pero los editores, señores Gaspar y Roig, me hicieron presente que acababan de publicar esta obra, en su Biblioteca ilustrada, y que sería acaso mal tomado por los suscriptores el recibir de nuevo algunas de sus páginas».
Aparte de su labor de escritor de artículos, su trayectoria vital estuvo también marcada por inquietudes urbanísticas y de modernización, ya que se esforzó por aplicar a la ciudad de Madrid, en los cinco años en que fue concejal de su Ayuntamiento, en la redacción de textos como el Proyecto de mejoras generales o las Ordenanzas municipales, documentos que supusieron una auténtica remodelación del Madrid de la segunda mitad del siglo XIX.

Fue también promotor y fundador del Ateneo de Madrid (1835), reactualizando la que fuera Sociedad Económica Matritense, y del Liceo artístico y literario (1837) llegando a ocupar, como miembro de número, un sillón en la Real Academia de la Lengua Española durante más de treinta años.


En esta primera entrega entresaco de su primera época una serie de ilustraciones significativas. Los grabados se atribuyen a Vallejo, Vilaplana, Rico, Giménez, Coderch, Toro, Capuz, Severini, Carnicero, Martí, Cochar, Llopis y Cibera.

La calle de Toledo (pág. 8)

La comedia casera (pág. 12)

Las visitas de días (pág. 13)

El Salón del Prado (pág. 24)

El paseo (pág. 25)

El amante corto de vista (pág. 36)

Máquina Tutti li mondi (pág. 43)

Una Manola (pág. 59)

El baile del Candil (pág. 60)

El sombrerito y la mantilla (pág. 97)

©Antonio Lorenzo