martes, 18 de abril de 2017

Imágenes para leer: Juego de preguntas y respuestas


Un entretenimiento para damas y galanes ociosos de la primera mitad del siglo XIX fueron las barajas o juegos de naipes. En este caso reproduzco una baraja compuesta por un conjunto de naipes donde se representan figuras aisladas de caballeros y damas. En cada una de los caballeros se plantea una pregunta y en la de ellas una respuesta. Al repartirlas a azar se originaba una situación más o menos comprometida que, de seguro, sería motivo de diversión y de imaginativas combinaciones.

Ante preguntas como: ¿Querrá V. que sepan de nuestro amor? o ¿Me querrá V. más que al otro? o ¿Puedo creer lo que V, me diga?; lo que podría originar respuestas como: "Lo veremos más despacio" o "No me da V. mucho gusto", entre otras muchas combinaciones.

El dibujante de esta peculiar baraja fue José Aparici (1773-1838), más conocido por sus cuadros de temas históricos de carácter patriótico, y por el grabador José Asensio (1759-ca. 1820). Está datada en los primeros años del siglo XIX, sin que podamos precisar más, y se conserva en el Museo de Historia de Madrid (antiguo Museo Municipal).

La baraja con preguntas y respuestas ha gozado desde antiguo de una gran aceptación. Antes de dar paso a una pequeña selección de la baraja que nos ocupa, reproduzco un ejemplo de otra, más moderna, donde la estructura y el desarrollo del juego parece similar.




Entresaco algunas de las preguntas que se incluyen en ellas: ¿Cómo lograré lo que deseo? ¿Amas con frenesí? ¿Sabes guardar un secreto? ¿Quieres que te mimen? ¿Quieres que te besen?... preguntas que, combinadas con determinadas las respuestas, producirían situaciones hilarantes y seguramente embarazosas en algún caso.

Selección gráfica de la baraja de comienzos de siglo

























































































©Antonio Lorenzo


martes, 4 de abril de 2017

Pisaverdes, petimetres, lechuguinos, currutacos, gurruminos, linajudos, mariposones, gomosos... [VIII]

Ilustración de "La moda elegante ilustrada" (editada de 1842 a 1927)

Continúo en esta ocasión dando noticia de un curioso ejemplar, muy poco tenido en cuenta, editado en Madrid en 1791 con el título de Muestras de trages y muebles decentes y de buen gusto. Dicha obra, de la que reproduzco las escasas estampas conservadas, tuvo una vida efímera y al parecer complicada. Recojo la noticia de su aparición y descripción de la misma por el Diario de Madrid del día 5 de enero de 1791 donde se exponía la forma de suscribirse a la misma.

La falta de suscriptores fue la causa de su pronta desaparición, pues el mismo diario, con fecha del 1 de abril del mismo año anunciaba el cese de su publicación por este motivo y remitía a los suscriptores a acudir al despacho central del diario para recoger las cantidades anticipadas por las estampas pendientes de publicación.

Dicha obra es clara continuadora, a la española, de publicaciones tanto italianas como francesas, donde se conjugaba la presencia de figurines vestidos a la moda con utensilios o mobiliario considerado en nuestro caso como "decente" y "de buen gusto".

Magasin des modes nouvelles, françaises et anglaises (1786-1789)

El siglo XVIII se  ha considerado como el siglo del "gusto". Es difícil enmarcar en qué consiste eso del "buen gusto". Lo que parece claro es que este sintagma se refiere a la asimilación de unos códigos de comportamiento, más o menos generalizados, entre las clases pudientes . Esos códigos de comportamientos regulan tanto las actividades íntimas como las externas, que son asumidas y asimiladas por lo que se entiende un código no escrito de "buenas maneras". Su relación con la "moda" es estrecha, pues la vestimenta opera como aceptación de los códigos imperantes. Esta publicación incluye además el término "decente", por lo que se asocia y se identifica además con lo "honesto" en un claro sentido de calificación moral entre la clase adinerada de la sociedad.

Las descripciones que aparecen al pie de cada estampa son buena muestra del "buen gusto" que pretenden reflejar.











©Antonio Lorenzo

martes, 28 de marzo de 2017

Pisaverdes, petimetres, lechuguinos, currutacos, gurruminos, linajudos, mariposones, gomosos... [VII]


La importancia del peinado y el cuidado del cabello a lo largo de la historia no ofrece la menor duda, ya que, por su apariencia, ha sido siempre símbolo de belleza y de status social.

La influencia francesa en la vida cotidiana de los personajes a los que nos estamos refiriendo en el siglo XVIII es muy conocida. Estos personajes concedían una enorme importancia a los peinados. Prueba de ello es la obra de referencia del francés Mr. de Garsault, Arte del Barbero-Peluquero-Bañero, traducida por Manuel García Santos en 1771. En ella se relatan los mejores polvos para las pelucas (siendo estos los de harina de trigo y la pomada de manteca de cerdo), la forma de realizar el empolvado, así como los cabellos más apreciados para su fabricación (los blancos y rubios).


Otra de las obras de referencia es el divertido Ensayo de una historia de las pelucas, de los peluquines y de los pelucones, obra del doctor Akerlio Rapsodia, dedicado a su peluquero don Torbellino Polvareda, editado en Madrid en 1806, donde se ridiculiza la moda de los peinados.


El autor dedica la obra a su peluquero, que, tras aprender el oficio en París, se estableció en la corte y fue el inventor del corte de pelo a navaja. Su pericia le llevó a echar los polvos con fuelle y dar el aceite más lustroso y con esmero. Ridiculiza a quienes en la Puerta del Sol, El Prado o en los teatros se presentaban con un almohadón de pelo en forma de pirámide a modo de tupé o de rueda de molino con cinco o seis grandes canutos colgando de las orejas, advirtiendo que si la vista de tales peinados asombra, más admiración merecen los pacientes para lucirlos por el sufrimiento que conllevan. Comenta un tipo de peinado llamado "ala de pichón" y cómo el peluquero tenía que servirse de un hierro candente para darle forma, lo que podía tostar la nuca y las orejas, comenta entre otras divertidas observaciones.


Para alcanzar el blanco deseado, los hombres empolvaban sus pelucas cubriendo su rostro con un cono de papel grueso. Los hogares de las familias nobles contaban con una estancia o "toilette", dedicada especialmente para que los hombres se acondicionaran y empolvaran diariamente la peluca, espolvoreando sobre ella almidón de arroz o de patata con la ayuda de un peluquero.

Una crítica al uso de las pelucas y peluquines es esta "aleluya" del tío Peluquín. Sirve esta para ironizar y criticar abiertamente y sin mencionar su nombre al general Narváez, conocido por El espadón de Loja. Ramón María Narváez (Loja, Granada, 1799 - Madrid, 1868) fue un personaje muy destacado por su defensa del trono de Isabel II en la Primera Guerra Carlista (1833-1840) y sus posteriores victorias en Mendigorría, 1835 y Arlabán, 1836, así como en el Maestrazgo y en La Mancha y Andalucía. Su enfrentamiento político con Espartero le obligó a exiliarse a Francia durante su regencia (1841-1843). Dirigió la sublevación militar que derrocaría a Espartero en 1843, iniciando en 1844 nada menos que una serie de siete periodos como primer ministro de Isabel II. El impreso menciona, entre otros episodios, la matanza de la conocida como Noche de San Daniel o Noche del Matadero (10 de abril de 1865), donde se reprimió de forma sangrienta a los estudiantes de la Universidad Central de Madrid, quienes estaban en contra de la destitución del rector Juan Manuel Montalbán, quien se negó a su vez a cesar a Emilio Castelar de su cátedra de historia. Dichas medidas provocaron una reacción inmediata de solidaridad con Castelar y Montalbán por parte del profesorado y de los alumnos.

Por su carácter de exagerado autoritarismo reprimiendo sublevaciones populares y censurando a la prensa fue objeto de sátiras y críticas, como la reflejada en la aleluya que reproduzco.


Hay otra aleluya, con el título de "Escenas del siglo de las pelucas", dedicada más bien a diferentes oficios, donde se satiriza a aquellos que dedican su improductivo tiempo en acicalarse y vestir a la moda sin tener "oficio ni beneficio". 


Algunos sainetes también recogieron como argumento el tema de las pelucas, como este del prolífico autor dramático (también letrista de tonadillas) Luciano Francisco Comella (1751-1812)


Pequeño repertorio gráfico de peinados

La moda de peinados extravagantes fue mucho más pronunciada en las mujeres. Se da el caso de que la moda de las pelucas empolvadas de la aristocracia francesa e inglesa en el último cuarto del siglo XVII alcanzó tal magnitud, que las pelucas podían sobrepasar fácilmente el metro de altura y se decoraban hasta con pájaros embalsamados, estructuras metálicas, almohadillas y trenzas de cabello, platos de frutas o réplicas de jardines... y hasta barcos en escala. Como no se las quitaban en días (incluso en semanas), el volumen de estas pelucas y su falta de higiene ocasionaba la proliferación de piojos y pulgas... y hasta de pequeños ratones que en ellas encontraban guarida.






©Antonio Lorenzo

martes, 21 de marzo de 2017

Pisaverdes, petimetres, lechuguinos, currutacos, gurruminos, linajudos, mariposones, gomosos... [VI]


Traigo aquí unas sencillas y prácticas lecciones que deben observarse para conseguir ser un buen y perfecto currutaco utilizando la máquina calzonaria.

Nada mejor para ello que servirnos del Libro de moda en la feria, que contiene un ensayo de la historia de los Currutacos, Pirracas, y Madamitas del nuevo Cuño, y los elementos, o primeras nociones de la ciencia currutaca. La obra es debida a un "filósofo currutaco", seudónimo que esconde a Juan Fernández de Rojas (1750-1819), autor  también de una Crotalogía o ciencia de las castañuelas (1792) y de Currutaseos. Ciencia currutaca o ceremonial de currutacos (1799), de la que comenté algo en una anterior entrada.


La descripción que hace de estos personajes no tiene desperdicio:
"El hombre piensa, medita y estudia, ama la solidez. El Currutaco delira, es superficial e inconstante. Su espíritu se exhala y evapora. Carece de reminiscencia. Jamás piensa lo que va a hacer. No hay razón ni reflexión. Al contrario, todo en él es locura, extravagancia.
Es brillante, florido, chistoso, agradable; pero falso, superficial, inconsequente. No se fixa. En todo toca, en nada profundiza. Su espíritu está en una agitación continua. Se le borran y desaparecen prontamente las ideas. Vuela en continuo giro, como la mariposa. Es sutil como el viento; veloz como el pensamiento mismo. Se mueve sin cesar como el azogue. Como él penetra y se introduce en todas partes. Todo lo divide y desune. Es malvado y dañoso sin ser cruel. Su corazón engañoso, y al parecer franco. Su alma agradable, hermosa en el exterior; pero horrible, espantosa en el interior. La superficie brillante; el fondo ninguno. Su alma reside ya en los ojos, ya en la extremidad de la lengua, ya en las manos, ya en los pies; jamás en el cerebro. Es cobarde, vengativo, mañoso, astuto y engañoso como todos los animales débiles [...] Los bayles, los expectáculos, el juego, llenan sus deliciosos instantes: pero no obstante bosteza continuamente de fastidio, de inanición, de insultez. Está en un estado de inapetencia, o disgusto. Nada le agrada. Se desmaya, o se disipa".
El procedimiento para utilizar la máquina calzonaria para ajustarse los estrechos calzones sin forro, sin costura y sin pretina, es el siguiente:


"El Currutaco se coloca en medio, trepa sobre una silla hasta alcanzar a los primeros correones, mete allí los brazos, y se queda media vara elevado del suelo. Dos criados le entran los calzones, teniendo cuidado de ligarle antes los muslos por medio de una cuerda que estará colocada en la Sala; y servirá también para faxar bien apretado al señorito. Los calzones han de ser dos dedos más estrechos que el muslo, sino no valen. Quando a fuerza de tirar, y apretar se ha logrado hacer subir los calzones a la mitad del muslo, le ata, o prende a los correones de en medio. Se tira con fuerza, y se les hace subir hasta tocar con la tabla del pecho. Otro criado, valiéndose siempre de la cuerda, aprieta la hebilla de la pretina de modo que parezca rebentar. Se sueltan los primeros correones de los que penden de las barretas, se les sujeta a los hombros, y ved aquí ya al Currutaco embaynado en sus calzoncitos, y con el gusto de que no hagan arruga alguna".

Continúa con el modo de hacer unas patillas barbudas, señalando sus exactas dimensiones:
"1.La patilla debe nacer desde la frente, y venirla cerrando y estrechando hasta extenderse por la llanura de las mexillas, y finalizar precisamente en medio de la quixada, lo más cerca de la boca que sea posible.
2. Su forma ha de ser de cabo de hacha, ancha, poblada y crecida.
3. El Peluquero ha de tener cuidado de rizarla y entraparla bien, de modo que forme dos grandes mechones, o barbas, pues por eso las llamamos barbudas".
Respecto al riguroso método del tocador:
1. El Currutaco saldrá de la cama con pantalón, y desgreñado.
2. Comenzará por labarse con las pomadas que dan blancura y suavidad al cutis.
3. Se siguen las opiatas que limpian la dentadura.
4. Luego viene el colorete.
5. El Peluquero que arregla, entrapa, embalsama, empomada, empolva el pelo.
6. Luego la terrible operación de ponerse pantalón o calzones.
7. La almohadilla con resortes y goznes elásticos, que forma el alma o fondo de la hinchada corbata.
8. El lazo y las puntas.
9. Por último la colocación de reloxes, sortijas, y demás bonitas bagatelas.
Tampoco debe olvidarse la Ciencia del espejo:
"La Ciencia del Espejo es la que enseña por medio de aquella superficie reberberante que nos ofrece la imagen exacta de nuestra Currutaca figura, a presentarnos con gallardía, y a executar todos los movimientos del cuerpo, hasta los más imperceptibles, con gracia y primor".
Para conseguir la adecuada postura de un Currutaco parado,  conviene observar cuidadosamente:
"1. Es consiguiente dexar caer un poco el cuello sobre la espalda, levantar la cabeza, y elevar la frente.
2. El cuerpo ha de estar perfectamente derecho, el pecho y trasero sacado, el vientre escondido.
3. Los muslos y los pies bien estirados para que luzca el calzón, las medias y los zapatos.
4. El pie derecho en tercera, postura de minué, el izquierdo un sí es no en desviado.
5. El brazo izquiero estará escondido debaxo de la casaca, elevándola para que haga gracia, en el parage preciso que ocupa el talle.
6. El derecho, libre, desembarazado, pronto y ágil para arreglar la corbata, quitar el sombrero, o hacer besamanos".
Ponerse el corsé tampoco parece que fuera algo 'para unas prisas'. Una estampa de la primera mitad del siglo XIX recoge el delicado momento de la armadura del buen gusto o el corsé.

Lector mira esas figuras, que son criticas morales; y retratos vien cabales de vanidosas locuras. Ese Joben a infinitos en el dia Representa, que lleban errada cuenta, por parecer puliditos, con sus locos kalendarios resultan muchos perjuicios; pues son fomentos de vicios, y martires boluntarios. El criado a incapie tirando ajusta bien el corsé: sabe muy bien el porque pero se burla callando. A hombres afeminados miramos en nuestros dias. pués todas sus valentias son por berse acicalados. Bestid (jovenes pudientes) sin tretas artificiales; y creed que prendas morales son los trajes mas decentes."
Las mujeres tampoco escapaban a tan molesto trance, según recoge esta graciosa estampa de la máquina corsaria o modo de ajustarse el corsé

"Mi talle mas resistencia aún tiene: apretad Señores: que su martirio y dolores sufro con grande paciencia. Son ficciones y artificios redes y anzuelos de amor; y as modeo el pescador, de majos, onzas y vicios; Así á muchos bobalicones ponemos electrizados, mui rellenos de cuidados, y vacios de doblones. El diablo en forma de mico, desde los pies de la cama, vá dirigiendo vá dirigiendo la trama, para hacerse también rico. Page, criada y vejete, el negrillo y el perrillo, van tirando el cordelillo, porque á todos les compete. ciegos viciosos amantes mi elgorica invencion corrija vuestra pasion en los casos semejantes".
©Antonio Lorenzo

martes, 14 de marzo de 2017

Pisaverdes, petimetres, lechuguinos, currutacos, gurruminos, linajudos, mariposones, gomosos... [V]


Siguiendo con estos personajes tan proclives a las apariencias y a las modas, reproduzco un curioso folleto, original de 1798 y reimpreso sucesivas veces, que lleva por título Don Líquido o el currutaco vistiéndose.

El folleto, obra del gallego Juan Jacinto Rodríguez Calderón (1770-1840), consiste en una pequeña pieza teatral donde el currutaco trata de vestirse con los incómodos trajes de moda de la época para un simple paseo matutino. Don Líquido, que es el nombre del currutaco, tiene un criado llamado Roque, que es el encargado de ayudarle en la complicada tarea de vestirle.

El autor, que se anuncia como cadete del Regimiento de Infantería de Órdenes Militares, lo es también de un folleto de corte hispanófilo titulado La bolerología o Quadro de las escuelas del bayle bolero, tales quales eran en 1794 y 1795, en la Corte de España, donde critica los excesos y malas prácticas derivadas de los cambios de moda de fines del siglo XVIII.

La escena se dedica exclusivamente al ritual de ponerse los adornos y la vestimenta necesaria para dar un paseo matutino. Nada más levantarse, el currutaco se queja del desarreglo en que se encuentra todo y comienza a pedirle al criado las prendas necesarias para vestirse:
"¡Quanto los hombres que sufrir tenemos con estos insensatos! Y si ignoran que es CorbataCamisetaPetoSitoyen, y otros muchos nombres propios que todo Currutaco fino y diestro debe saber".
Tras la descripción pormenorizada de cada prenda y adorno pregunta por el peluquero, personaje que considera indispensable para un currutaco que se precie.
"Sin peluquero, el Currutaco es nadie, con él es hombre al cabo de provecho".
Pero el momento más angustioso es el colocarse los estrechos calzones. Pero un hecho inesperado sucede: ¡se le rompen los calzones al tratar de ponérselos, siendo, además, los únicos que le quedaban por estrenar!

¡Gran tragedia para don Líquido, que pretendía cortejar a su amada Isabel!

Esta escena unipersonal guarda una estrecha relación, en cuanto a su estructura, con el llamado melólogo, Con esta acuñación tardía suele designarse a la obra que desarrolla un monólogo donde los pasajes más representativos pueden ir subrayados por un acompañamiento musical. Este subgénero, de presencia efímera en España, era una clara invitación a la parodia, cuya conocida técnica consiste en resaltar la condición ridícula del protagonista y la situación absurda en la que se ve envuelto, lo que provoca la risa de los espectadores.

Estas representaciones, desarrolladas en casas particulares, adquirieron notable auge en el último tercio del siglo XVIII y el primero del XIX, lo que refleja un interesante fenómeno cultural en los ambientes urbanos de aquellos años.









©Antonio Lorenzo