Dentro del genérico cajón de sastre de aventuras amorosas que se recogen en los pliegos de cordel podemos considerar una especie de apartado el referido a las mujeres fuertes y varoniles que no dudan en usar la violencia o cometer todo tipo de crímenes como consecuencia y venganza ante una inicial situación adversa a las que fueron sometidas.
Estas mujeres vengadoras
que se nos aparecen en los pliegos guardan cierta relación con las antiguas
serranas medievales y con las mujeres bandoleras, tan del gusto en las comedias
del Siglo de Oro. Es característica común a todas ellas un mecanismo de
inversión donde la mujer asume algunos de los rasgos propios que caracterizan a
los bandoleros y valentones, tales como la arrogancia y la valentía.
Un lejano antecedente
literario son las conocidas serranas, ejemplos de pastoras aguerridas que viven
solas y son guías y dueñas de los pasos de montaña. El personaje de la serrana
lo encontramos por vez primera en nuestra lengua en el Libro de buen amor del Arcipreste de Hita, de la primera mitad
del siglo XIV. Obviamente existen antecedentes de la mujer fuerte en la
mitología: Diana, las amazonas, la hechicera Circe, etc.
Las cuatro serranas que
aparecen en la obra del Arcipreste se nos presentan como personajes salvajes y
temibles (la Chata de Malangosto, Gadea de Riofrío, Menga Lloriente de Cornejo
y Aldara de Tablada). Destacan por su fama de luchadoras y su buen manejo de la
cayada y la honda como armas. Las serranas, como controladoras de las sierras,
solían exigir el pago de un peaje por pasar por sus caminos, o por mostrárselos
a los viajeros que se perdían por ellas.
La imagen de estas
serranas rudas y obscenas es muy distinta a las estilizadas serranillas del
Marqués de Santillana en el siglo XV, donde el encuentro entre el caballero y
la pastora se produce en un locus
amoenus donde lo que prima básicamente es el galanteo junto a unas
exquisitas actitudes de cortesía y de refinados matices eróticos.
Aunque obviamente
existen coincidencias entre ellas hay que deslindar entre el arquetipo de serrana y el arquetipo de bandolera como derivación
y adaptación teatral tan extendida en la comedia del Siglo de Oro.
En el desarrollo de la
intriga del arquetipo de la serrana aparecen los siguientes motivos:
- El acoso al caminante (mediante armas, golpes, posesión sexual o rapto por abuso o engaño).
- La huida/persecución de la serrana al caminante.
- La denuncia o divulgación de sus crímenes.
- El castigo ejemplar.
El modelo o
arquetipo de la bandolera que se desarrolla en las comedias del Siglo de Oro ya
no es el de esa mujer monstruosa cuyas apetencias sexuales han de ser
satisfechas por los caminantes que pasan por sus sierras, sino una mujer frágil
donde su rebeldía y su posterior fortaleza e instinto criminal suele venir dada
por el desacato a la autoridad paterna que quiso concertar a la fuerza su
matrimonio.
Este tipo de
mujer fuerte es el que aparece con más frecuencia en los pliegos de cordel. En
ellos la mujer no produce la fascinación de las serranas medievales sino que su
presencia sólo infunde temor por sus robos y por sus crímenes. Es un tipo de
mujer que no trata de seducir a los hombres para su satisfacción sexual, como
las serranas. El erotismo que mueve a las primeras desaparece en las historias
de estas mujeres aguerridas. Su carrera delictiva es consecuencia del despecho
y su principal motivación no es el robo en sí mismo, sino la venganza. Así como
las serranas representan una especie de estado salvaje y primitivo, estas
mujeres fuertes proceden de un entorno social normalizado y solo se arrepienten
de sus acciones cuando son detenidas o cuando van a ser ejecutadas.
Los pliegos
de cordel nos manifiestan que el bandolerismo no es exclusivo del mundo
masculino y que el papel de la mujer no se reduce a ser una simple amante o
confidente, ni se limita a ser mera espectadora de los hechos delictivos de la cuadrilla
o a servir de enlace con el mundo exterior, sino que adquiere un protagonismo
propio, tal y como manifiestan estos pliegos que presentamos como ejemplos.
El esquema
de estas composiciones suele partir de un matrimonio concertado por los padres
o familiares y no aceptado por nuestra heroína. Un ejemplo es el de doña Teresa
Llanos: nacida en familia noble, una vez fallecidos los padres, los hermanos
matan al amante de Teresa por no ser de su agrado. Ella se ‘viste de hombre’ y
da muerte a sus hermanos y emprende una larga e inverosímil carrera de
crímenes. Pasa por Cuenca y Zaragoza y en Barcelona se embarca para Gibraltar.
Regresa por Cádiz y Jerez matando a todo aquel que le sale al paso. Capturada y
condenada a morir en la horca se descubre su condición de mujer. El virrey la
perdona y ella toma los hábitos llevando desde entonces una vida ejemplar.
El resto de
composiciones, de las que ofrezco la portada,
giran en parecidos términos en torno a un rosario de crímenes donde no
es infrecuente el arrepentimiento final cuando van a ser ejecutadas. Las
atrocidades de estas heroínas dejan traslucir un cierto trasfondo de injusticia
al rebelarse contra la autoridad paterna y despiertan una cierta simpatía que
ha emocionado al público durante muchos años.
Tal fue la popularidad
del pliego de Margarita Cisneros, que Camilo José Cela, en su Viaje a la Alcarria (1948), pone en boca de un
buhonero que llega a Pareja, donde se encuentra el viajero (Cela), y le oye pregonar
su mercancía al son de una campanilla:
—¡La oración de la Virgen del Carmen y El sepulcro o lo que puede el amor! ¡El bonito tango del brigadier Villacampa y las canciones de la Parrala y la Pelona! ¡Las décimas compuestas por un reo estando en capilla en la ciudad de Sevilla, llamado Vicente Pérez, corneta de la Habana! ¡Siento renacer en mí tu amor al saber que volverás!, la última creación de la Celia Gámez. ¡Las atrocidades de Margarita Cisneros, joven natural de Tamarite! ¡A cinco! ¡Compre usted la bonita copla de moda, a cinco!
Por tradición oral el Romancero ha conservado ejemplos de un tipo de mujer que está emparentada con esa imagen varonil de las antiguas serranas. Los romances de La serrana de la Vera o el de La gallarda, y de forma más tangencial El veneno de Moriana, guardan con ellas ciertas similitudes, sobre lo que volveré en otra entrada.
Antonio Lorenzo
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