sábado, 8 de febrero de 2014

Las guerras de España con Marruecos [Melillla y la 'Semana Trágica', 1909: 2ª parte]

Barricadas en Barcelona durante la 'Semana Trágica'
Al tiempo que se producía el desastre del Barranco del Lobo, en Barcelona y en otras localidades catalanas estallaba una insurrección social cuyo origen inmediato era la impopular medida de movilización de los reservistas de 1903 a 1905 para incorporarse a la guerra de África. La semana del 26 al 31 de julio, conocida como la Semana Trágica, constituye un punto de inflexión que tendría importantes consecuencias políticas, entre ellas la caída del gobierno de Maura.

Aparte de la impopular medida de movilizar a los reservistas, se podría aducir el enorme descontento entre las masas obreras ante el aumento de los precios y la falta de perspectivas de trabajo. Las injustas mil quinientas pesetas que libraban de la movilización a la guerra resultaban excesivas para los sectores más desfavorecidos. Este indigno sistema de "redención a metálico", que posibilitaba la exención del servicio militar, fue corregido parcialmente en 1912 donde previo pago de dos mil pesetas el recluta sólo servía durante cinco meses (el considerado periodo de instrucción), librándose de los treinta y un meses restantes previo informe de sus oficiales, con los previsibles abusos e injusticias de los sectores con mayor poder económico. Frases como “que vayan los ricos” o “hijo quinto sorteado, hijo muerto y no enterrado”, eran patrimonio común de amplios sectores sociales. El pueblo llano culpaba a los capitalistas, muchos de ellos altos cargos de la administración, como Romanones, de sostener la impopular guerra de África para mantener sus intereses económicos en la zona. Al antimilitarismo imperante hay que añadir la animadversión al estamento religioso. A la población, que tenía un elevado índice de analfabetismo, le molestaba que el clero estuviese favorecido y alineado con los sectores económicos y regentara una educación elitista en sus centros, centros que además operaban comercialmente con actividades lucrativas empleando a asilados y huérfanos como mano de obra barata, con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo entre el resto de la población. Estas actividades comerciales de la iglesia competían con ventaja con la mediana empresa, lo que obligaba a reducir salarios y personal trabajador. 

Este malestar se ve perfectamente reflejado en el pliego que reproduzco, sin pie de imprenta, aunque fechado en 1909.






Otro pliego, con el curioso título de "Tangos sevillanos de Melilla", impreso en fecha indeterminada en Salamanca, desarrolla parecidas reflexiones, aunque en un tono menos incisivo, sobre la presencia española en la guerra de Melilla. 






En el estamento militar existía una gran desproporción entre el número de soldados y el de oficiales. Muchos de éstos últimos carecían de mando en tropa y de responsabilidades definidas. Los bajos sueldos y las pocas perspectivas de ascenso en el escalafón propiciaron que ciertos sectores no viesen con malos ojos una intervención bélica en Marruecos que posibilitase un cambio de su situación.

Desde el punto de vista político, la situación en Barcelona registraba un recrudecimiento del malestar obrero. El 14 de abril de 1907 se proclama la Solidaritat Catalana, que abarcaba, entre otros, a los sectores genuinamente catalanistas y que obtuvieron 41 de 44 actas de diputados a cubrir en las primeras elecciones que se celebraron. Con ello se rompía el caciquismo electoral que imperaba hasta entonces. El 3 de agosto del mismo año se constituyó, como contrarréplica, un organismo federativo –Solidaridad Obrera– que agrupaba a las hasta entonces desorganizadas organizaciones obreras de anarquistas y socialistas y republicanos, distintos éstos últimos de los de los republicanos del Partido Radical comandado por Lerroux, y cuyo órgano de prensa, llamado igualmente "Solidaridad Obrera", lo promovía un pedagogo llamado Francisco Ferrer y Guardia, figura destinada a influir decisivamente en los acontecimientos de la última semana de julio de 1909.

En la semana del 26 al 31 de julio, la huelga general convocada por los movimientos obreros tuvo como resultado el enfrentamiento entre piquetes de huelguistas con las fuerzas de orden público, así como la quema generalizada de conventos en un intento espontáneo de revolución social caótico e incoherente y con evidente falta de coordinación y dirección de huelga. La revuelta, carente de dirección y de objetivos, se saldó con tres muertos entre la tropa y setenta y cinco civiles, aparte de gran número de heridos.

Ilustración del semanario parisino 'Le petit journal'
El gobierno de Madrid presentó esta revuelta ante la opinión pública como un intento separatista y desencadenó una férrea represión posterior con la detención de cientos de sospechosos acusados de instigadores de la revuelta. Entre ellos se encontraba Francisco Ferrer, al que se detuvo el 1 de septiembre con la acusación de ser el inductor principal del amotinamiento. En un juicio sumarísimo y que se instruyó con inusitada celeridad, se le declaró el culpable principal al tiempo que se le condenaba a muerte junto a otros cuatro acusados.

La detención de Francisco Ferrer originó una enorme repulsa que sobrepasó nuestras fronteras. La internacionalización del Caso Ferrer encontró eco en numerosos artículos de prensa, como en el diario francés 'L’Humanité' y en la prensa italiana e inglesa. Los historiadores parecen ponerse de acuerdo en que Francisco Ferrer, pedagogo de cierto prestigio y fundador de la Escuela Moderna de marcado carácter laico, no intervino directamente en los sucesos de julio. Ferrer fue ejecutado en los fosos del castillo de Montjuich, acusado de rebelión militar, el día 13 de octubre del mismo año.


Las protestas por la ejecución de Ferrer se canalizaron a través de numerosas manifestaciones en diversas capitales europeas que, a la postre, acabaron desencadenando la caída del Gobierno Maura. La injusta y precipitada decisión de buscar una cabeza de turco para hacerla responsable de unos hechos nunca demostrados, dio pie a mitificar a un hombre para convertirlo en un mártir de la causa obrera.

La memoria colectiva ha conservado unos textos sobre estos acontecimientos con curiosas incongruencias y errores debidos al paso de los años y que respeto. Estos textos, inéditos hasta ahora, han sido recogidos oralmente en las localidades de Caminomorisco y Las Mestas, en la comarca cacereña de Las Hurdes y que el equipo investigador del que formo parte pretende publicar, si las circunstancias nos son propicias, en una proyectada "Biblioteca de Tradiciones Orales" de la comarca.

Mataron sin causa ninguna  
al gran Francisco Ferré,
y sin causa ninguna mataron  
a otros mil hombres de gran valer.
Maura y La Cierva intrinchados,  
lo mandaron detener,
y en las fosas del Monjín  
se ha convertido a la fe.
Y dispués de convertirse,  
se ha ido a tomar café,
y luego lo fusilaron  
cuando iba a amanecer.
A España la han convertido  
en una casa de fieras,
que a los hombres más honrados  
los cazan con escopetas.
Si no habiera autoridad  
y un gobierno con obreros,
van a hacer de nuestra patria  
un campo de ciminterio.

Otro texto sobre los mismos acontecimientos es el siguiente:

¡Sin causa, sin causa mataron  
al gran Francisco Ferré!
¡Sin causa, sin causa mataron  
a otros hombres de gran valer!
Estaba Francisco un día  
y iba a coger el tren,
y se presentó su esposa  
y lo quiso malmeter.
–¿Por qué defiendes al pobre,  
si no te da de comer?
¿Por qué defiendes al pobre?  
Dímelo tú a mí, Ferré.–
Y le dio tres puñaladas,  
p’al suelo vino a caer.
Con la sangre derramada  
hizo una cruz a sus pies.
–A los pobres los defiendo  
por ser cristianos de fe,
y aborrezco de los ricos  
porque no se portan bien.–
Se enteró el general Maura  
y fue a buscar a Ferré.
Lo ha metido pa los fosos  
y nadie lo podía ver.
En el año del decinueve,  
es el año de la fe,
que en los fosos de Monjín  
fusilaron a Ferré.

Para dar fin a esta entrada he creído de interés el reproducir una serie de cromos sobre estos acontecimientos que venían en los envoltorios de los chocolates de la centenaria Casa Amatller.







Antonio Lorenzo

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