lunes, 27 de octubre de 2014

De cómo los pretendientes atrapados en un arca son expuestos desnudos en la Plaza Mayor


Este pliego es uno de los escasos ejemplos de cómo un cuento de largo recorrido en la tradición se recoge en el efímero soporte de un pliego de cordel.

El argumento que desarrolla el pliego no es otro, aunque con las lógicas variantes, que el correspondiente al Tipo 1730 según el fundamental índice de tipos elaborado por Antti Aarne y Stith Thompson bajo el título de Los pretendientes atrapados
[Antti Aarne y Stith Thompson, The Types of the Folktale, Helsinki: Academia Scientiarum Fennica, FF Communications, n.º 184, 1961. Hay traducción española de Fernando Peñalosa: Los tipos del cuento folklórico. Una clasificación, Helsinki: Academia Scientiarum Fennica, FF Communications, n.º 258, 1995. Una moderna revisión de la obra es la llevada a cabo por Hans-Jörg Uther: The Types of International Folktales. A Classification and Bibliography (Based on the System of Antti Aarne and Stith Thompson), Parts I-III, Helsinki: Academia Scientiarum Fennica, FF Communications, nos. 284-286, 2004].
De este cuento se conocen abundantes versiones recogidas por tradición oral, con la particularidad de que los pretendientes suelen ser personajes que tienen que ver con el estamento religioso, como el cura, el sacristán o el monaguillo.

En cambio, en el pliego que nos ocupa, en vez del cura o el sacristán los personajes que intervienen son un zapatero remendón y un aguador, oficios ambos de carácter popular, que son desempeñados por un francés (el aguador) y por un portugués (el remendón), personajes que, por su procedencia y oficio, sugieren una velada crítica e intención burlesca.

Del Tipo 1730 existen numerosas versiones en el área del castellano, junto a versiones portuguesas, gallegas, hispanoamericanas (sobre todo mejicanas) e italianas.

Antecedentes literarios de este cuento pueden rastrearse en Lope de Vega [Del mal, lo menos] o en Luis Zapata [Miscelánea].

Como ejemplo recogido por tradición oral reproduzco una versión que recogí con P. Esteban en el pueblo conquense de Villalba del Rey en el verano de 1984.


Cuentos anticlericales de tradición oral', Ámbito', Valladolid, 1997)

Al margen de los cuentos también se conocen abundantes versiones de un romance, conocido genéricamente como La molinera y el cura, que desarrolla esquemáticamente el mismo tema. Como ejemplo de este romance recogido por tradición oral reproduzco esta versión recogida en Jerez de la Frontera en 1998 y que puede consultarse en el siguiente enlace:


                    —Padre cura, mi marido    me quiere pisar el pie.
  2       —Déjalo que te lo pise    si te da bien de comer.
           Me da pollito dorado    con azuquita y con miel.—
  4       Y estando en estas razones    (y) a la puerta llama Andrés
           —Padre cura, ¡mi marido!,    ¿dónde lo meteré a usted?—
  6       —Méteme en aquel costal    y arrimado a la pared.—
           Y apenas entró el marido    lo primerito que ve:
  8       —¿Qué hay en aquel costal    que está junto a la pared?—
           —Fanega y media de trigo    que han traido pa moler.—
  10     —Sea trigo o no lo sea,    mis ojos lo quieren ver.—
           Apenas desató el saco    lo primerito que ve:
  12     la sotana `el padre cura    y el sombrero calañéz.
           —La mula s` ha puesto mala    y usted tiene que moler
  14     fanega y media de trigo    que han traido pa moler.—
           Lo amarraron a la una    y lo soltaron a las tres
  16     y apenas lo desataron    y apartó el cura a correr.
     

El 'totilimundi' y el castigo de los pretendientes




El castigo a los pretendientes cortejadores suele variar según las diferentes manifestaciones orales. En el caso del pliego que nos ocupa el castigo a ambos personajes, con la connivencia del marido y de su mujer, consiste en robarles el dinero y en sacarlos desnudos en unas arcas a la plaza fingiendo que era el totilimundi, palabra que ya aparece en la portada del pliego editado en Madrid que reproduzco más arriba, así como en las interiores, tanto de la edición de Madrid como en el pliego que reproduzco completo, editado en Barcelona por los herederos de Juan Jolis (s.a) y que me da pie para comentar algo sobre este artefacto.

El llamado totilimundi, tutilimundi o mundonuevo consistía en un cajón, generalmente portátil, con uno o varios orificios que iban provistos de una lente. Al mirar a través de ellos podían verse paisajes, ciudades o escenas fantásticas iluminadas o figuras en movimiento. Este artefacto o dispositivo óptico, a modo de teatrillo mecánico, solía aparecer tirado por un caballo o burro en las fiestas de los pueblos o en las plazas mayores de las ciudades donde se anunciaba con pregones o redobles de un tamborcillo para atraer al público a su pequeño escenario.


 En la edición de 1884, La Real Academia define "Mundonuevo" de este modo:
"Arca en forma de escaparate que traen a cuestas los saboyanos, la cual se abre en tres partes, y dentro se ven varias figurillas de madera, que se mueven alrededor mientras él canta una cancioncilla. Otros hay que se ven por un vidrio graduado que aumenta los objetos y van pasando varias perspectivas de palacios, jardines y otras cosas".

Francisco de Goya - Tutilimundi
El imaginario popular asociaba a los saboyanos el origen de estos artefactos, tal vez por ser los oriundos de esa región montañosa italiana expertos en la técnica de la pintura sobre el vidrio, que se usaba en la modalidad de la llamada linterna mágica, aparato óptico precursor del cinematógrafo a través del cual se proyectaban imágenes.

Grabado que representa la linterna mágica en acción
 Sin embargo, en la edición de 1889, la redacción es diferente:
"MUNDONUEVO. m. Cajón que contiene un cosmorama portátil o una colección de figuras de movimiento, y se lleva por las calles para diversión de la gente".

Esta nueva palabra, cosmorama, aparece por primera vez en Academia en su edición de 1869 y se define de esta manera:
"m. Artificio óptico que sirve para ver aumentados los objetos mediante una cámara obscura. También se llama así el sitio donde por recreo se ven representados de este modo pueblos, edificios, etc".

Sobre estos curiosos soportes ópticos ofrecen noticias en sus textos literarios escritores como Leandro Fernández de Moratín, José de Cadalso, Benito Pérez Galdós, Pío Baroja o Emilia Pardo Bazán, lo que da idea de la difusión de los mismos en la segunda mitad del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX.

Tanto en la edición madrileña como en la barcelonesa aparece en la portada la figura de un arlequín, personaje de la Commedia dell'Arte italiana de marcado carácter burlesco y que resulta acorde con el sentido del relato.






©Antonio Lorenzo

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