martes, 7 de febrero de 2017

La tía Marizápalos o la reina de las brujas

Francisco de Goya - "El aquelarre" (1797-98)
Hechicería y brujería, aunque suelen considerarse como términos equivalentes, lo propio de sus prácticas pueden deslindarse si atendemos a las manifestaciones recogidas literariamente a lo largo de los siglos. Las definiciones recogidas en los diccionarios no arrojan una clara diferenciación entre la hechicera y la bruja.

La hechicería se asocia más con la práctica y con los preparados, pócimas o filtros de hierbas usados mediante conjuros o invocaciones para conseguir determinados fines.

No resulta fácil establecer claras diferencias entre la hechicería y la brujería, pues a menudo aparecen juntas y para diferenciarlas en cierto grado hay que adoptar diferentes puntos de vista: desde disciplinas como la antropología o a través de su tratamiento en la literatura a lo largo del tiempo.

Tampoco resulta clara la distinción entre magia y hechicería, cuyas fronteras son borrosas y se superponen. Rossel Hope Robbins, en su Enciclopedia de la brujería y demonología (1959) (Madrid, Debate, 1988), establece una interesante distinción entre una y otra acudiendo a la documentación de los procesos de la Inquisición española. Sostiene que fue la Inquisición la que convirtió las antiguas y universales prácticas hechiceriles en brujería en cuanto esta última niega y repudia al dios cristiano convirtiéndose en herejía.


Puede afirmarse, aunque con cautela, que lo característico de la bruja es que tiene un pacto expreso con el diablo, mientras que la simple hechicera no. Ciertamente la bruja se vale de hechizos para conseguir sus fines benéficos o maléficos, pero no todas las hechiceras son brujas. Aunque ambos términos se han considerado como sinónimos existen matices entre ellos: la hechicería suele asociarse a prácticas individuales, solitarias y urbanas, mientras que la brujería suele ser una práctica más comunitaria y de corte rural. Esta distinción puede ampararse también en que la hechicera práctica tanto la llamada magia blanca como la magia negra, mientras que la bruja lo hace solo con la negra.

Eva Lara Alberola, en su esclarecedor libro Hechiceras y brujas en la Literatura Española de los Siglos de Oro, (Publicaciones de la Universidad de Valencia, 2010), realiza un pormenorizado estudio desarrollando las diferentes tipologías mágicas femeninas y sus arquetipos a través de las obras literarias de los siglos XVI y XVII. En su recorrido, analiza y distingue desde la famosa hechicera celestinesca hasta las hechiceras de carácter burlesco o grotesco, pasando por lo que denomina hechiceras étnicas (moras, moriscas, judías, conversas o gitanas), donde no existe la homogeneidad presente en las otras tipologías o arquetipos y pueden presentar diversas combinaciones.

El personaje de la bruja que aparece en los cuentos de hadas, novelas, relatos infantiles, e ilustraciones, así como en los relatos de tradición oral, se apartan de esa primitiva visión de la hechicera celestinesca de los Siglos de Oro y toma fuerza una descafeinada bruja más orientada hacia lo burlesco y humorístico y desprendida del carácter teológico en cuanto a su pacto con el diablo que la caracteriza. Su tratamiento en obras cortas: entremeses, diálogos o pasillos buscan más el humor a través de los enredos y equívocos situacionales que a provocar miedo o terror.

El nombre de Marizápalos, usado en este caso como prototipo de bruja, tiene otros antecedentes que aparentemente nada tienen que ver con su relación brujeril. Aparte de un antiguo baile y de una composición de igual título del músico barroco Gaspar Sanz, autor del primer método de guitarra barroca y base de la técnica de la guitarra moderna, también se conoce como Marizápalos a María Inés Calderón, conocida como "La Calderona", quien fuera amante del rey Felipe IV y madre del bastado real Juan José de Austria.

Gonzalo Correas recoge en su famoso Vocabulario de refranes y frases proverbiales (1627) la voz "Mari(z)árpalos", como "mujer desaliñada, que arrastra y da las faldas en los zancajos", pero desligada de cualquier identificación con un personaje. 

El nombre de Marizápalos, al igual que otros muchos nombres de carácter folklórico y popular, conllevan en sí mismos una simbología evocadora y actúan en el lector-oyente a modo de imagen referencial con connotaciones y significado propio. En la tradición popular folklórica (cuentos, refranes, cantares...), el uso de determinados nombres (antropónimos) lleva aparejada una función referencial y simbólica que sobrevuela sobre lo meramente explícito. Es el caso, entre otros muchos, de las "Maricastañas", "Maripérez", "Marigüelas", "Menguillas", "Gil", "Pero Grullo", o los más genéricos de "Marías" y "Juanes".

Los nombres asociados a la brujería varían según las regiones. En Galicia, se identifican con las Meigas, Marimantas o María Soliña; en  Cantabria, con la Guajona; en Cataluña, con María Bruta, La Pesanta o La Patusca; en Andalucía, con la Tragantía; en Extremadura, con la Jáncana, Pantaruja o la Marizápalos, etc.

La aleluya editada en Madrid por la Librería y Casa Editorial Hernando, s.a., nos presenta una visión de la bruja Marizápalos basada mucho más en el humor que en el desarrollo de su artes hechiceriles.






Es a mediados del siglo XIX cuando el tema de la brujería retoma fuerza como argumento literario de consumo popular. Las llamadas "Comedias de magia", como La pata de cabra, de Grimaldi (a la que dediqué una anterior entrada: http://adarve5.blogspot.com.es/2017/01/coplas-y-aleluyas-de-la-pata-de-cabra.html) o La redoma encantada, de Hartzenbusch, estrenada en 1839, inciden en presentarnos a personajes relacionados de algún modo con la brujería, pero ya en clave burlesca y en claro proceso de infantilización. Obra, por cierto, de la que existe recreación tanto en cromos de antiguos envoltorios de chocolates como en aleluyas como la reproducida.





Escritores costumbristas de mediados del siglo XIX utilizan aspectos de la brujería como recursos humorísticos que nada tienen que ver con las prácticas hechiceriles de los personajes literarios de siglos anteriores. La asociación del nombre de Marizápalos con la brujería no parece ser muy antigua, si bien se ha mantenido en la tradición oral y en las comedias de magia del siglo XIX.

El Diario de Madrid, con fecha del 25 de enero de 1840, ya daba la noticia de la nueva publicación de La Tía Marizápalos, de la que se alcanzaron varias ediciones.


















En 1902, Publio Hurtado recoge en su obra Supersticiones extremeñas los desaguisados de la bruja Marizápalos en el pueblo de Navas del Madroño (Cáceres).


Escritores como Juan Martínez Villergas, colaborador del periódico satírico y de carácter festivo "La risa", de apenas año y medio de vida entre 1843 y 1844, bien conocido por sus poesías de corte satírico y burlesco, incluía bajo el título de "La casa del duende" en sus Poesías jocosas y satíricas, de las que se conservan varias ediciones, esta mención a Marizápalos.

                                                     "...Uno decía: yo he visto
                                                     por la ventana bailar
                                                     a la bruja Marizápalos
                                                     con el mismo Satanás.
                                                     Y otro afirmando añadía,
                                                     que estaba bailando un wals
                                                     un mochuelo que llevaba
                                                     grandes botas de montar..."

La bruja Marizápalos en los pliegos de cordel

Los efímeros pliegos de cordel también se han hecho eco de las prácticas de nuestra bruja, según recoge Carmen Azaustre en su útil trabajo Canciones y romances populares impresos en Barcelona en el siglo XIX, C.S.I.C., 1982, del que entresaco algunas de sus fichas y que desgraciadamente no he podido consultar.





©Antonio Lorenzo

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