Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, trilogía de cuentos publicados en 1620 en un solo volumen, tienen por autor de los dos primeros a Giulio Cesare Croce (1550-1609) y por autor del tercero a Adriano Branchieri, con el seudónimo de Camilo Scalligeri della Fratta, dedicado a Cacaseno. Se trata de un título conjunto que ha alcanzó un éxito inusitado siendo traducido de la edición original italiana a numerosos idiomas y reimpreso en repetidas ediciones.
La primera versión de Bertoldo se data el año 1606 (Le sottilissime astutie di Bertoldo) a la que añadió posteriormente en 1608 y a modo de continuación Bertoldino (Le piacevoli et ridicolose simplicità di Bertoldino). Pero fue en 1620 cuando el abate Adriano Banchieri escribió una continuación a las dos anteriores (Novella di Cacasenno, figliuolo del semplice Bertoldino). A partir de entonces estas tres obras o tratados se vienen publicando de forma conjunta con el título de Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, alcanzando un rotundo y reconocido éxito popular como exponente de literatura carnavalesca.
El título completo es el siguiente:
Historia de la vida, hechos y astucias sutilísimas del rústico Bertoldo, la de Bertoldino, su hijo, y la de Cacaseno su nieto, Obra de gran diversión, y de suma moralidad, donde hallará el sabio mucho que admirar, y el ignorante infinito que aprender. Repartida en tres tratados.
La edición que manejo y tengo a la vista es del año 1791, de la que extraigo la portada y donde no se especifica en todo el libro el nombre del autor, salvo en el tratado tercero donde figura Camilo Scalligeri. Fue editada en Madrid en la oficina de Blas Román y traducida del idioma toscano por don Juan Bartolomé.
La descripción de Bertoldo ya nos anticipa el tono desenfadado de la obra.
«Era sumamente pequeño de cuerpo; la cabeza muy gorda y redonda a modo de bola; la frente muy arrugada, los ojos muy colorados, brotando fuego; las cejas muy largas y cerdudas; las orejas eran borricales, la boca grande y un poco torcida, con el labio de abajo colgando, a modo del de los caballos; la barba bermeja, tan larga que le caía hasta el pecho, y a lo último hacía una punta que imitaba a la del Macho; las narices muy agudas y enfaldadas hacia arriba, siendo largas en extremo; los dientes le salían de la boca a modo de colmillos de jabalí, con tres o cuatro papadas en la garganta haciendo tal ruido cuando hablaba, que parecían ollas que cocían a la lumbre; tenía las piernas cabrunas, a manera de nigromántico, los pies muy largos; el cuerpo sumamente velludo y cubierto como un pellejo de oso; las medias que llevaba eran de lana muy gruesa y todas remendadas a manera de tapices viejos, los zapatos muy gruesos, y a proporción los tacones muy altos. De este hombre se puede decir que era todo al revés de Narciso».
Se trata, sin duda, de una obra maestra de Giulio Cesare Croce donde en el primer tratado se narra la vida, hechos y astucias de Bertoldo en una imaginaria corte de Albuino, rey de los Longobardos. El segundo tratado recoge las ridículas simplezas de Bertoldino, hijo de Bertoldo y de su mujer Marcolfa. El tercer tratado, añadido por Camilo Scalligeri, se detiene en Cacaseno, hijo de Bertoldino, donde se nos presenta con algo más de sentido común.
La importancia de estos tres tratados, que han trascendido en el tiempo, reside en el uso de un tono transgresor y contestatario por medio del lenguaje, a caballo entre lo popular y lo elitista en lo que podríamos denominar como ejemplo de hibridismo social o interclasismo.
La vida de Giulio Cesare estuvo llena de altibajos y sin reconocimiento en vida de su talento. Su prolífica producción literaria no halló el debido reconocimiento a su arte. De oficio herrero, como su padre, anduvo viajando por ferias y mercados, aunque también tuvo relación con la aristocracia. Se casó dos veces y tuvo catorce hijos. Con una situación económica adversa en su vida acabó muriendo en la pobreza
En cambio, fue tal el éxito de Bertoldo que inspiró a distinguidos poetas italianos, entre ellos los Zannotti, Buruffaldi y Zampieri, quienes se ocuparon de esta obra, formando de las tres novelas un poema en veinte cantos y en rima mayor, del cual se hizo una edición en 1747.
Antes de pasar a comentar otros aspectos ilustro con dos aucas o aleluyas la vida y astucias de Bertoldo y su familia, ejemplos populares de la buena acogida que también tuvo entre nosotros.
En un trabajo que publiqué hace años en la Revista de Folklore (Núm. 137, 1992, XII, pp.147-155), con el título de El enigma del molinero. Reflexiones sobre los cuentos de adivinanza, daba noticias sobre la referencia a esta obra y a su perdurabilidad en la tradición oral a través de un cuento recogido oralmente en un pueblo madrileño. Extraigo de dicho trabajo estas reflexiones:
«¿En qué consiste -cabe preguntarse- la constante perdurabilidad de esta obrita? Creemos que en la sabia utilización de todo un pasado de tradición oral que tan bien asumió y recreó el artista boloñés. Como ocurre con todo artista que ha gozado del fervor popular -Lope, Cervantes, Lorca..., y otros muchos en el caso español-, la sabia conjunción de conocimientos de la tradición oral, unida a la fuerza creadora y renovadora puesta al servicio de una obra de arte, hace que ésta sea degustada tanto por el intelectual como por el campesino. Pero este arte no se improvisa: surge del contacto directo con lo cotidiano, lo vulgar si se quiere, con la vida, en suma. No importa que las aventuras de Bertoldo tengan un claro precedente en los Dialogus Salomonis et Marcolphi, texto latino que alcanzó gran difusión y popularidad en toda Europa durante la Edad Media, a juzgar por sus numerosas ediciones, incluso durante el siglo XV. Marcolfa, como Bertoldo, pertenecen de lleno a la tradición de los sabios adivinos: feos y deformes, pero con la expresión justa para resolver situaciones comprometidas».
Estos atractivos personajes se han recreado y readaptado como personajes de guiñol y de títeres, pues en alguno de ellos se cuenta que Bertoldo tenía un garrote al que llamaba «pagadeudas» con el que al final de la obra lo tomaba con ambos brazos y empezaba a repartir cachiporrazos a diestro y siniestro al resto de los títeres.
Como forma de teatro popular la compañía "Cía. Prado-Chicote" puso en escena en el madrileño Teatro-Circo Price el veintidós de diciembre de 1922 una adaptación de la obra de Croce hecha por F. Gallardo Gutiérrez con el título de Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno o el gato negro, basado en uno de los episodios de la obra del italiano. Esta compañía, en realidad estaba formada por la pareja artística de Loreto Prado (1863-1943) y el también actor Enrique Chicote (1870-1958). Durante muchos años cosecharon muchos éxitos durante el primer tercio del siglo XX alcanzando una gran popularidad. Aunque actualmente olvidados ambos comparten una pequeña calle de Madrid conocida abreviadamente por la calle Loreto Chicote.
El teatro popular y los espectáculos de títeres no han sido los únicos en inspirarse en las sugerentes andanzas de Bertoldo, pues su influencia ha dado lugar a películas, como la primera de Simonelli en 1936, seguida de Bertoldo, Bertoldino e Cacasenno (1954) de Mario Amendola y por la de Mario Monicelli (1984).
Cartel de la película de Giorgio Simonelli (1936) |
Cartel de la película de Mario Amendola (1954) |
Cartel de la película de Mario Monicelli (1984) |
Un ejemplo más de la gran popularidad que alcanzó esta otra fue su adaptación a una farsa grotesca de cuatro actos y en verso, estrenada en Barcelona en el teatro Romea el día dos de mayo de 1886, con el título de El rustic Bertoldo, obra original de Frederic Soler con las colaboraciones de Joan Molas i Casas y Josep Feliú i Codina.
El gran don Miguel de Unamuno, en un artículo editado en "El Imparcial" el 15 de marzo de 1900, (recogido en "De esto y de aquello", tomo IV), también hace alusión a esta obra, donde señala la importancia de la risa y sugiriendo como libro de edificación el de Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno.
[...] ¡Desgraciado de quien no sepa reír y jugar, reír con toda el alma, libremente, de alegría, por derrame de salud espiritual, sin propósito de corregir nada, sin fin satírico moralizador! El que así no sepa reír, tampoco sabrá llorar con toda el alma. [...]La falta de infantilismo es un síntoma de senilidad y de generación. Ya el gran fisiólogo Burdach decía que "es un gran error el de suponer que el aumento en edad sea aumento en la escala de perfección".... Nuestros niños tienen cierto vislumbre del humorismo, hasta tal punto que nuestro único teatro humorístico es el teatro guiñol. Las chocarrerías de los payasos de circo les refrescan el alma. Luego, cuando se hacen grandes, se les seca el manantial, van muy graves por la calle, no se descomponen, no juegan, aspiran a señorías enchisteradas y celebran la moralizadora sátira a lo Quevedo. ¡Desgraciados!.Acaso conviniera que usáramos como libro de edificación el de los dichos, agudezas y ocurrencias de Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno. [...]Aspiremos a morir jóvenes cerca de los cien años. Hay que sustituir con el culto al niño el acatamiento al viejo, y acabar con esa mentira de que los años den experiencia. ¡Desgraciado el pueblo regido por viejos! Y sobre todo, que las cunas no dejen sitio a las tumbas
El también escritor Juan Martínez Villergas, referente indiscutible en el siglo XIX como autor de poesía satírica y composiciones jocosas, publicó en el año 1849 un Apéndice a la vida de Cacaseno, referente a las aventuras del nieto de Bertoldo, bajo el seudónimo del Tío Camorra.
Antes de entrar en materia nos comenta la llegada de Cacaseno a España habiendo ya robado un frasquito de elixir de la vida a quien fuera su amo Cagliostro (personaje entresacado de la novela «El collar de la reina» de Alejandro Dumas en el que se apoya para armar su apéndice).
«Resulta de esto que la gracia del elixir de Cagliostro nos trajo la desgracia de conocer a Cacaseno en una época en que la cualidad de tonto no solo no es un obstáculo, sino que es un requisito esencial para que un hombre ocupe los puestos más distinguidos. No quiero decir con esto que Cacaseno haya venido hoy a España, no señores: este personaje es muy antiguo en esta nación, y ya hace muchos años que pensó y llevo a cabo la fabricación de un puente al lado de un río (y no sobre el río) que pasa por Coria, de resultas de lo cual nuestro héroe fue conocido entones y ha logrado que su fama pase a la posteridad con el mote o apodo de "El Tonto de Coria". Pero jamás se pensó en que Cacaseno saldría de la humilde esfera en que parecía condenado a vegetar por su escasa inteligencia, para hacer un papel principal en España, y tanto por esta razón cuanto porque nunca este hombre originalísimo dio tan las pruebas de su carácter extravagante y de su sordera intelectual, como en el día me veo yo el Tío Camorra en la necesidad de escribir y publicar su segunda vida. El público juzgará por las cosas que se dirán en los capítulos de mi apéndice la necesidad que había de desenmascarar a este personaje, para que por doquier le podamos señalar con el dedo diciendo: "Ese es Cacaseno"».
Muchas de las ediciones publicadas integraban imágenes alusivas para ilustrar algunos episodios. Entresaco algunas de ellas de la edición proveniente de la imprenta barcelonesa de José Tauló del año 1858.
©Antonio Lorenzo
Me encanta esta historia desde niña leí el libro de oros encontré a bertoldo y mis cinco hijos igual conocieron la historia muy divertida y super para reflexionar me encantó
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